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RESUMEN:

La evolución del mundo del fútbol en muchos aspectos puede tildarse de tan lenta que, sobre todo en comparación con otros deportes, roza el inmovilismo. Uno de los que ha evolucionado de manera muy premiosa es el de los estadios en los que se desarrolla. La rápida consolidación de una actividad que arraigó de tal

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Estadio de Buenavista: un hito histórico

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La evolución del mundo del fútbol en muchos aspectos puede tildarse de tan lenta que, sobre todo en comparación con otros deportes, roza el inmovilismo. Uno de los que ha evolucionado de manera muy premiosa es el de los estadios en los que se desarrolla. La rápida consolidación de una actividad que arraigó de tal manera que pronto se convirtió en un fenómeno de masas no llevó de la mano la modernización de los campos de fútbol. Por ejemplo hasta hace bien poco no se ha regulado la obligación de que las localidades sean de asiento, algo dado por supuesto desde siempre para otro tipo de espectáculos.

Y es que por ser la cuna del fútbol, cuando se habla de los campos típicos del fútbol ingles a todos se nos vienen a la memoria esos incómodos graderíos plagados de columnas sosteniendo las cubiertas para proteger a los espectadores de las inclemencias meteorológicas,  modelo seguido en el resto del mundo durante la implantación del novedoso deporte, y de los que, aunque de manera testimonial, todavía existen algunos ejemplos en la actualidad.

La utilización del hormigón armado como elemento básico en la construcción de estadios iba a suponer una verdadera revolución para este tipo de instalaciones, pese a que tuvo lugar mucho tiempo después de la aparición de esta técnica constructiva, a mediados del siglo XIX. Sorprendentemente se produjo de forma simultánea en dos lugares distantes y sin relación como son Florencia y Oviedo.

Corría el año 1929 cuando el arquitecto italiano Pier Luigi Nervi ganó el concurso para construir el Estadio Municipal de Florencia con un proyecto que llamó la atención por su forma ovalada y algo asimétrica en el que destacaba una tribuna cubierta sin pilastras que obstruyesen la visión. El estadio fue visto como una obra maestra arquitectónica, innovadora para la época. El empleo del hormigón armado permitía elementos novedosos como escaleras de caracol fuera del flujo de espectadores, una cubierta sin apoyos (las vigas en voladizo posibilitaban sostener una arriesgada visera de hormigón visto) o una torre de Maratón visible desde todos los rincones de la ciudad.

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 Las obras se iniciaron en 1930 y duraron más de dos años, si bien el que sería llamado Estadio Giovanni Berta se inauguró oficialmente -inconcluso- el 13 de septiembre 1931 con un partido entre la Fiorentina y el Admira Viena. Tras su completa finalización en 1932 luciría en todo su esplendor en el Campeonato del Mundo disputado en Italia en 1934.

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 Casi de manera paralela, en enero de 1930, los arquitectos Francisco Casariego, Enrique R. Bustelo y el ingeniero Ildefonso Sánchez del Río presentaron un proyecto para construir un nuevo estadio en Oviedo en el que la interpretación funcional aportada por Sánchez del Río con la gran innovación que suponía el uso del hormigón armado como componente fundamental (casualmente en España se había usado por primera vez también en Oviedo para los forjados de la cárcel, iniciada en 1898 e inaugurada en 1907), hacía posible un resultado brillante. Sánchez del Río ideó la construcción de una tribuna basada en una estructura de pórticos planos de hormigón armado que funcionaban como piezas de dominó colocadas en hilera unidas a través de elementos secundarios. El resultado era un graderío de más de 4.000 localidades de aforo, con cómodos asientos cubiertos por una visera que no precisaba de ninguna columna de sujeción en sus más de 100 metros de longitud que obstaculizase la visión del terreno de juego. Fue bautizada como la «tribuna Sánchez del Río» en homenaje a quien la ideó y pasó a ser la seña de identidad del Estadio de Buenavista.

La obra iba a causar admiración, brillando espectacularmente en una inauguración por todo lo alto que tuvo lugar el 24 de abril de 1932 con ocasión del encuentro internacional de selecciones que disputaron España y Yugoslavia.

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 Así pues las ciudades de Florencia y Oviedo estrenaron casi a la vez dos estadios para sus equipos de fútbol representativos (casualmente tanto la Fiorentina como el Real Oviedo nacieron el mismo año -1926- y ambos por fusión de dos conjuntos de la ciudad) marcando un hito en la construcción de estadios por la utilización a gran escala del hormigón armado.

Pero el futuro les depararía caminos opuestos, pues mientras el estadio florentino sigue en pie, ahora bajo la denominación de Estadio Artemio Franchi, con diversas remodelaciones pero luciendo orgullosa la tribuna pionera en su género construida en los años treinta del siglo pasado, el Estadio de Buenavista (rebautizado como Carlos Tartiere en 1958) y su desafiante tribuna principal iban a sufrir numerosos avatares.

Destruido durante la Guerra Civil española (lo que motivó la adopción de una medida sin precedentes en nuestro fútbol como fue la dispensa especial concedida al Real Oviedo para no competir en la temporada 1939/40, la primera tras el conflicto bélico, reservándosele la plaza que ostentaba en 1ª división y reincorporándose a la competición en la 1940/41) fue reconstruido, si bien, tras medio siglo de vida, con ocasión de la disputa del Campeonato del Mundo en España en 1982 el estadio sería totalmente remodelado y la «tribuna Sánchez del Río» demolida.

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 Desgraciadamente la piqueta ha hecho que en la actualidad no nos queden más recuerdos de lo que fue una obra vanguardista que las fotografías y que para tener cierta idea de cómo era la tribuna que en su momento causó asombro sólo exista la opción de contemplar las tribunas del madrileño hipódromo de la Zarzuela (monumento histórico artístico desde 1980), obra de Eduardo Torroja, diseñadas en 1935 tomando como ejemplo la tribuna del estadio ovetense.

 

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