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RESUMEN:

Celeste y blanco De celeste tengo el canto, y de blanco la alegría, con un grito en la garganta de Argentina, de Argentina. Por mi alma tus colores corretean Patria mía, el aliento es uno solo no hay hinchadas divididas. Todo el júbilo se abraza desbordando sin medida, la tribuna sin descanso se mantiene siempre

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Los versos del fútbol

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Celeste y blanco

De celeste tengo el canto,
y de blanco la alegría,
con un grito en la garganta
de Argentina, de Argentina.

Por mi alma tus colores
corretean Patria mía,
el aliento es uno solo
no hay hinchadas divididas.

Todo el júbilo se abraza
desbordando sin medida,
la tribuna sin descanso
se mantiene siempre unida.

Las banderas contra el viento
con su ímpetu desfilan,
desnudando todo un sueño
que palpita y que suspira.

Es el gol el entusiasmo
la pasión que nos cautiva,
alentando a nuestro equipo
desde todas las esquinas.

Donde va el Seleccionado
lleva el canto de algún hincha,
que no rinde la esperanza
en el triunfo o la agonía.

El tablón es uno solo
no hay hinchadas divididas,
alentando con el alma,
con el grito de Argentina.

El alambrado

Nadie sabe lo que sufro
pegadito al alambrado,
hasta el último minuto
al tejido estoy colgado.

Mi garganta se desdobla
tengo el gol agazapado,
entre insultos y alegrías,
de victorias y fracasos.

Y vibras con mi locura,
contenes también mi llanto
sos la piel de un sentimiento,
futbolero apasionado.

Abrazado a tu tejido,
que circunda todo el campo,
hasta el borde de la cal
vas envuelto con mi canto.

Voy trepado a tu figura
aferrado con mis manos,
compartiendo cada sueño
hasta el último pitazo.

La Canchita

La canchita es el sueño cara sucia
es el patio deseado de un recreo,
donde corre en libertad el entusiasmo
con el fútbol latiéndote en el pecho.

La canchita galopa por las venas,
desbordando alegría en la de cuero,
transitando las áreas y los arcos
en gambetas de toques y de sueños.

La canchita es algo inolvidable,
una página viviente del recuerdo,
que se queda grabada en los renglones
con la letra imborrable de los tiempos.

La canchita es algo inexplicable
que se aloja aquí en el sentimiento,
que se lleva a lo largo de la vida
en la piel, en los ojos y el aliento.

La canchita es un canto fervoroso
escenario de citas y festejos,
de la garra, el sudor y la osadía,
que se juntan jugando cada encuentro.

La canchita es un sol maravilloso
es la música invisible de un concierto
que no tiene libretos, ni escrituras
sólo notas con alas en el viento.

La canchita es camino de aventuras,
está libre de pagos y de impuestos,
la entrada es gratuita para todos
porque el alma señor no tiene precio.

La canchita es sólo la canchita
que desnuda en la piel de su terreno,
ese sueño de todo cara sucia,
con el fútbol latiéndole en el pecho.

El Referí

Qué culpa tendrá tu Madre
de que seas referí,
de sólo verte de negro
te comienzan a agredir.

Vos siempre tenes la culpa
porque el fútbol es así,
los epítetos te llueven
de los pies a la nariz.

Tu silbato no conforma
nunca nadie está feliz,
para el hincha sos un cuervo
que no sabe dirigir.

Si mostrás una amarilla
te discuten a morir,
ni qué hablar de alguna roja
sos el chivo a maldecir.

Te gritan del alambrado
que negro será tu fin,
qué culpa tendrá tu Madre
de que seas referí.

Infancia futbolera

Si habremos tocado juntos
en la banda del potrero,
con paredes de ilusiones
en la infancia de los sueños.

Desbordando por la raya
como pájaros al viento,
con la pelota en el alma
siendo de trapo o de cuero.

Cuando ser niño era un mundo,
que giraba a cielo abierto
correteando por las áreas,
con la gambeta en el pecho.

Que dejaba en nuestras venas
aquel canto futbolero,
de pasión y de entusiasmo,
de alegría y sentimiento.

Si habremos tocado juntos
sin un libreto en el medio,
tan sólo con esas ganas
que te regala el aliento.

Tirando en el infinito
la misma chispa de un centro,
con los arcos en los ojos,
palpitándonos adentro.

Donde jugábamos todos
por dimensiones sin tiempo,
zigzagueando a la distancia
y encarando al firmamento.

Con camisetas de nubes
que vestían los deseos,
de nuestra infancia querida
correteando en el potrero.

El viejo goleador

Cuando entraste al campo
te silbó hasta el viento,
el estadio entero,
te gritaba viejo,

Te decían cosas,
como pobre abuelo,
de quedarte en casa,
a cuidar los nietos.

La tribuna tuya,
y también la de ellos
te ofendían hermano,
sin tener respeto;

El equipo tuyo,
con un pie al descenso,
el de los contrarios
festejando el sueño,

De salir campeones
era casi un hecho,
le caía el empate,
como anillo al dedo.

Cuando ya el partido
se moría en un cero
cuando ya un minuto
le quedaba creo,

De la esquina izquierda,
te cayó aquel centro,
que saltando al aire
la mató tu pecho.

La peleaste a muerte,
le pusiste el cuerpo,
y con toque suave
la mandaste adentro.

La tribuna ciega,
no podía creerlo
estalló en delirio
con un grito inmenso.

Cuando te creían
que ya estabas muerto,
desde allá del alma
te brotó el aliento.

Con tu gol hermano
se evitó el descenso,
si hasta el mismo viento
se asoció al festejo,

Una tibia lágrima
te corrió en silencio
te abrazaron todos,
goleador sin tiempo.

El potrero
Aún recuerdo, hermano mío,
esas tardes de potrero,
no había nada más hermoso
que pegarle a la de cuero.

Si parece que te viera
otra vez como puntero,
contra el borde de la raya
endiablando con tus centros.

Admiraba tu gambeta
correteando contra el viento,
y tu entrega inagotable
sin parar por un momento.

Era un sábado a la tarde
la final de aquel encuentro,
Cinco Esquinas los rivales
frente a frente con los nuestros.

Aquel clásico de barrio
era todo un sentimiento,
se jugaba con el alma
entregando hasta el aliento.

El partido iba camino
a penales por el cero,
agarraste la pelota
al compás del minutero.

Y te fuiste gambeteando
inspirándote en un sueño,
los trancazos te llovían
ni aún así te detuvieron.

Tu apilada de novela
te dejó frente al arquero,
se quedó con tus amagues
revolcándose en el suelo.

La llevaste hasta la línea
me latía hasta el silencio,
con un toque la empujaste
salté loco de contento.

Era el gol quizás del mundo,
nunca vi otro más bello,
cada vez que lo recuerdo
sube y baja un cosquilleo.

Te abrazamos con el alma
no había diarios de por medio,
son los goles sin revistas
que se sienten bien adentro.

Les ganamos el partido
con coraje y con respeto,
no había sueldos, ni millones,
el sudor sólo era el premio.

Te miré profundamente
fue la última yo creo,
eras ídolo y caudillo
el más grande compañero.

Los caminos de la vida
separaron nuestro puertos,
vos te fuiste con el tuyo
te perdiste por el tiempo.

Hoy he vuelto al viejo barrio
caminando con mis nietos,
y pasé por la canchita
con sus goles y recuerdos.

Y te vi con tus gambetas
cara sucia del potrero,
desbordando mi memoria
otra vez como puntero.

La gran final
Hoy domingo por la tarde
se juega la gran final,
es un clásico famoso
que tiene una eternidad.

Se juega en el purgatorio
en una cancha neutral,
ninguno dará ventajas
con tanta rivalidad.

El infierno se presenta
con equipo titular,
Satanás será el arquero
Lucifer, el capitán.

Los cielos vienen con Gloria
bien dispuestos a triunfar,
San Pedro será el manija
del equipo Celestial.

El referí es la justicia
que juzga a todas las almas,
los ojos tiene vendados,
de silbato una balanza.

El partido ya comienza
con los cánticos de aliento,
los diablos sacando chispas
tiran sus fuegos al viento.

Los ángeles con sus trapos
no declinan ni un momento,
el fervor y el entusiasmo
se les escapa del pecho.

Los «oles» con sus encantos
bajan con toda su fuerza,
los Santos con muchos rezos
a sus muchachos apuestan.

Los diablos con maldiciones
alientan a sus infiernos,
el primer tiempo termina
clavado en un cero a cero.

A los cinco del segundo
San Francisco con un centro,
se la puso en la cabeza
y no perdonó San Pedro.

A los once en otro centro
lanzado por San Francisco,
San Roque de palomita
puso color y delirio.

A los quince en tiro libre
en un ángulo ponía,
San Miguel el tres a cero
desatando la alegría.

Con más fervor que con fútbol
los diablos se la jugaron,
Belcebú tomó la lanza
y mandó a la carga a sus diablos.

De contra de nuevo el cielo
lo tuvo en un mano a mano,
al infierno lo salvaba
el caño del travesaño.

Que partido de ida y vuelta
el que se estaba jugando,
los diablos no se rendían
ni aún cayendo derrotados.

El cielo con su tribuna
festejaba sin medida,
los diablos en gran silencio
se mordían la agonía.

A los treinta del segundo
apareció Maquiavelo,
con un bombazo impecable
tres a uno puso el duelo.

Llovían centros al área
al arco de San Gabriel,
y en una chilena heroica
descontaba Lucifer.

Tres a dos estaba el duelo
la tentación y la fe,
el infierno se jugaba
sin dar, ni pedir cuartel.

Faltaban cinco minutos
y el cielo volvió a mojar,
San Francisco hizo un golazo
eludiendo a Satanás.

Cuatro a dos estaba el pleito
tres minutos del final,
separaban a la Gloria
para ir a festejar.

Como un guapo en la patriada
Maquiavelo se hizo ver,
sólo tuvo que empujarla
el monstruo de Frankestein.

A un minuto de la hora
la salvó San Valentín
el partido terminaba
le dio fin el referí.

Cuatro a tres para la Gloria
que hoy ganaba la final,
en partido de hacha y tiza
imposible de olvidar.

Un sueño de niño
A Saturno fui a parar con mi esqueleto
en mi nave de sueño y de ilusión,
me esperaba una enorme bienvenida
con clarines y el trueno de un tambor.

Me bajé calzando mis botines
la casaca de nuestra Selección,
bajo el brazo llevaba la pelota
y en el otro un enorme pizarrón.

Sentí hurras gritando mi llegada
demostrando al instante su fervor,
extendieron sus manos amistosas
recibiendo a su nuevo entrenador.

Ahí directo nos fuimos a la cancha
para ver a los muchachos en acción,
porque el otro domingo se jugaban
con Urano el título a campeón.

Había un nueve grandote como un árbol
y un puntero de otra dimensión,
el puntero de nombre Juan Galáctico,
y de apodo, cuatro ojos, el veloz.

Aquel nueve se llamaba Planetario
de mirarlo parecía un percherón,
en el área saltando era temible
tenía fama de buen cabeceador.

En Saturno el fútbol era vida
esa misma que enciende la pasión,
por sus poros el hincha respiraba
sólo fútbol con toda la emoción.

Los de Urano llegaron con ventajas
con la firma de tres goles a favor,
el empate igual los consagraba
y traían una enorme convicción.

El partido comenzó con entusiasmo
el aliento bajaba del tablón,
los dos líneas venían de Mercurio
era el juez un enano de Plutón.

Los de Urano congelaron las acciones
con manejo y buen trato del balón,
y a los veinte del primero enmudecían
a Saturno, gritándoles su gol.

Al salir a la cancha en el segundo
me jugué apostando a ganador,
le presté mis botines a Galáctico
que compré en un viaje por el sol.

Y Galáctico fue tromba desbordando
con la fuerza imparable de un tifón,
un golazo clavó de treinta metros
imponiendo el empate en la cuestión.

Los de Urano no sabían qué pasaba
cuatro ojos parecía un aluvión,
y en un centro medido con escuadra
Planetario se anotó en el marcador.

Dos a uno la cosa se ponía,
el final se acercaba en el reloj,
entre gritos de arriba Saturninos
se llegaba la final de la función.

Fue delirio inmenso e infinito
el festejo del sueño y la pasión,
con la vuelta olímpica a los hombros
se gritaba Saturno es el campeón.

Y volví con mi nave de alegría
a mi almohada de sueños e ilusión,
a ese niño cara sucia y futbolero
que llevamos aquí en el corazón.

La herradura

Herradura de siete agujeritos
fuiste historia de fútbol y potrero,
esa era la cábala secreta
que guardábamos callados y en silencio.

Nunca más perdimos un partido
desde el día en que la trajo Nicodemo,
arrasamos a todos los equipos
sin tener quizás mucho talento.

La colgábamos en el ángulo del arco
con la suerte jugando al lado nuestro,
nadie hermano paraba aquella marcha
ganando casi todos los encuentros.

En la última fecha el campeonato
se acercaba con delirio de festejo,
un empate nos daba la alegría;
ser campeones ya era casi un hecho.

Ese día de sol a puro fútbol
con tablones cargados y repletos,
de local enfrentábamos al cola
que venía a salvarse del descenso.

Esos pobres muchachos no sabían
que la suerte cubría nuestros pechos,
que una vieja herradura protegía
aquel paso ganador y futbolero.

El partido comenzó sin sobresaltos
con el gol picando en cada centro,
y clavamos un golazo de cabeza
a los cinco apenas del comienzo.

Al descanso nos fuimos sin apuro
con la vuelta girando como un sueño,
que allí estaba al alcance de la mano,
separada tan sólo por un tiempo.

Cuarenta y cinco minutos nos quedaban
de ansiedad, de fervor y de deseo.
Ahí a un paso la puerta nos llamaba
para abrirla con todo el sentimiento.

Pero algo sucedió por esa tarde
el segundo no fue como el primero,
nos habían robado la herradura
que servía al equipo de amuleto.

La debacle entonces comenzó,
el empate llegó de treinta metros,
los contrarios se vinieron en jauría
más que fútbol, con garra y con esfuerzo.

El reloj marcaba los cuarenta
el empate igual nos daba el premio,
pero el nueve contrario en palomita
nos dejaba vacío el sentimiento.

La agonía se instaló con la tristeza
desde el cielo pasamos al infierno,
dos a uno la cosa se ponía
sellando nuestra suerte en aquel pleito.

El partido terminó con un sollozo
con el alma partida por el medio,
la alegría se fue con el contrario
que zafaba a las garras del descenso.

Sin respuestas quedamos esa tarde
con el llanto oprimiéndonos el pecho,
la herradura de siete agujeritos
se perdió gambeteando con los sueños.

Del otro bando
No sé por qué razón
no te querían en el barrio,
vos llegabas a la cancha
y te hacían a un costado.

Te morías por jugar
y planchabas de sentado,
había un clima de sobrada
de ignorarte como un pato.

Vos querías que te dieran
un lugar con los muchachos,
los muchachos te miraban
como sapo de otro charco.

Una chance les pediste
de jugar tan sólo un rato,
te pidieron que te fueras
con el ánimo exaltado.

Te dijeron en la cara
este equipo está formado,
además hay una regla
no admitimos a los vagos.

Tenes chuecas las canillas
y los botines de trapo,
una olla te hace falta
flaco, feo y desgarbado.

Las ofensas te llovieron
como un viento desatado,
a tu casa te volviste
con el sueño destrozado.

Y tus lágrimas cayeron
por la herida del costado,
se guapearon las afrentas
las raíces de tu árbol.

Un domingo en la canchita
se jugaba bien temprano
la barriada de Las Vías
se enfrentaba a nuestro Barrio.

Fuimos todos a la cancha
a meternos en el clásico,
se jugaba la hidalguía
en las tiras de un asado.

Con el siete a las espaldas
vi tus chuecas en el campo,
ese día debutabas
para el bando del contrario.
Agarraste la redonda
con talento y con descaro,
apilaste a cuatro o cinco
con tus lujos y tus caños.

Desbordaste por la raya
te llovían los trancazos,
la centreaste para el nueve
que marcó con un frentazo.

Era baile sin entrada
puro toque y puro taco,
dos golazos nos clavaste
con tus botines de trapo.

Nos gozaste de ida y vuelta
tres a cero el resultado,
sonreía sin apuro
la revancha de tu tango.

Los del barrio te llamaron
a jugar con los muchachos,
no volviste a nuestra cancha
ya tenías otro bando.

La cita

Tenía puesto los largos
y no era fantasía,
me quedaban de chupete
justo, justo a mi medida.

A la casa de Carlitos
me fui derrochando pinta,
cierto aire distinguido
en el pecho me latía.

Carlitos tenía una hermana
que en las venas me corría,
la dulzura de su rostro
a un ángel se parecía.
Carlitos era el compadre
que en la cancha me asistía,
con toques y con paredes
en el club de La Avenida.

Así se llamaba el cuadro
con sus colores que unían,
los centros y las gambetas
de Carlitos con las mías.

Golpeé la puerta despacio
y me atendió Carmencita,
y al ver sus ojos un sueño
me corrió por las pupilas.

Me dijo qué guapo estás
desnudando una sonrisa,
esos largos que estrenas
te quedan de maravillas.

Yo volaba en una nube
con las alas de la brisa,
me temblaba la quijada
del mentón a las rodillas.

Carlitos llegó a mi encuentro
extendiéndome una silla,
el ángel se fue despacio
a perderse en la cocina.

Mi amigo le dio un hondazo
a mi nube de alegría,
pisé de nuevo la tierra
sin saber ni lo que hacía.

Se define el campeonato
el domingo con Esquinas,
necesitamos tus goles
ponete todas las pilas.

Esquinas era un rival
casi clásico diría,
tenían un gran despliegue
de fútbol y valentía.

Nosotros con el empate
nos quedábamos arriba,
a los otros la victoria
solamente les servía.

Hermano no me falles
me dijo en la despedida,
de vos depende el equipo
sos toda una garantía.

Cuando ya me estaba yendo

escuché a Carmencita,
mi corazón galopaba
sin los frenos, ni la cincha.

Se me acercó despacito
con su fragancia exquisita,
con dos boletos de cine
que se ganó en una rifa.

Me gustaría que el domingo
me dijo con su sonrisa,
vayamos los dos al cine
a ver «La última cita».

Yo me quedé boquiabierto
parecía una ironía,
el partido del domingo
y el nombre de la película.

Le respondí balbuceando
que un compromiso tenía,
de jugar con los muchachos
justo también ese día.
Carmencita me miró
juro que no era la misma,
se me escapaba la chance
que esperé toda la vida.

Aquel domingo jugué
como barco a la deriva,
Esquinas nos aplastó
y nos pasó por arriba.

Y yo me quedé sin nada
sin campeonato, ni cita,
sin importarme los largos
ni aquel club de «La Avenida»

La gambeta se me fue
por el túnel de salida,
había perdido el partido
y también a Carmencita.

Los siete
De tanto sacar ollazos
ya me dolía la cabeza,
ellos venían y venían
con sólo garra y guapeza.

Nosotros éramos once
con toque, pique y gambetas,
ellos tan sólo siete
que no rendían sus fuerzas.

Los cuatro que le faltaban
no habían venido a la fiesta,
jugaron a reglamento
sin omitir una queja.

Si no juegan el partido
lo perderán en la mesa,
comunicó el referí
como tajante sentencia.

Y allí estábamos jugando
hasta el minuto noventa,
nosotros con toque y toque
canchereando sutilezas.

Ellos tan sólo ollazos
en busca de una quimera,
en un tal vez de utopía,
o en un quizás si se pueda.

Nosotros subestimamos
aquella fuerza numérica,
pensamos son pan comido
la vida te da sorpresas.

Ollazos y pelotazos
llovían al área nuestra,
aquello se asemejaba
a un bombardeo de guerra.

Si parecían catorce
los siete con su guapeza,
no ondeaban ni por asomo
una bandera de tregua.

Lo cierto es que nos pasaron
con su indomable marea,
nos quebraron adelante,
en el medio y la defensa.

Venían unos tras otros
como una lluvia que arrecia,
de tanto sacar ollazos
ya me dolía la cabeza.

Se desdoblaban los siete
con una fuerza secreta,
tan solo que tiene el alma
cuando la vida se juega.

De tanto ir a la fuente
el cántaro se nos quiebra,
aquellos seguían viniendo
con pasión y con firmeza.

Así fue que en un ollazo
de tantos en esa siesta,
la colgaron en un ángulo
peinándola de cabeza.

Ese gol era una hazaña
de sudor y de entereza,
ya no quedaba más tiempo
ni tampoco más respuestas.

Fue David contra Goliat
esa tarde futbolera,
aquellos siete ganaron
a puro ollazo y guapeza.

El tronco

La Aguadita fútbol club
te dio pasaporte en mano,
usted Guevara está libre,
rescindimos su contrato.

Y vos Guevara te fuiste
sin haber pisado el campo,
ni por asomo estuviste
sentado una vez al banco.

Ya venías de otros clubes
con el mismo resultado,
y en todos te sucedía,
te borraban de un plumazo.

Yo no sé si era el capricho
de tu orgullo deshonrado,
vos Guevara no aflojabas
aún herido y degollado.

Al club de Los Mirasoles
entraste casi rogando,
yo diría por gauchada
que la entrada te firmaron.

Tenías fama de tronco
y la lentitud de un arado,
tus sueños eran luceros
extinguidos y apagados.

Vos sólo llenabas listas
en todos los campeonatos,
y te tragaste en silencio
las lágrimas de tu llanto.

Lo cierto es que te bancaste
la amargura de aquel trago,
entrenabas más que nadie
hasta el último pitazo.

Y pedías con tus ojos
como niño ilusionado,
que te dejaran entrar
a jugar tan sólo un rato.

El equipo no rendía
y al técnico lo cambiaron,
vino el viejo lobo Suárez
que del fútbol era un sabio.
Y  te puso a vos Guevara
que ya estabas desahuciado,
a jugar casi de entrada
con la nueve allá en el campo.
Qué te habrá inculcado Suárez
esa tarde en el vestuario,
que arrancaste por la cancha
siendo un viento desatado.

Te llevaste por delante
vos sólito a los contrarios,
con dos goles a lo guapo
les pusiste el epitafio.

Y seguiste haciendo goles
entre lluvia de trancazos,
la de Atila fue la marcha
imparable de tu paso.

Quizás el cielo Guevara
te regaló algún milagro,
vos pasaste de ser tronco
a la página del diario.

Embrujo

Los del barrio del Ombú
tenían el arco embrujado,
parecía un maleficio
de algún infierno encarnado.

El arquero que atajaba
de Lucifer sería hermano,
con esos ojos de búho
te daba miedo mirarlo.

Lo cierto es que aquella tarde
teníamos que enfrentarlos,
nos jugábamos cada uno
la suerte del campeonato.

La cancha estaba repleta
borracha del entusiasmo,
con el duelo fervoroso
gritando de los dos lados.

Abrió el partido «El Ombú»
moviéndola a los costados
con dos wines a la antigua
que mataban desbordando.

Tenían táctica y oficio
buen trato en el mediocampo,
y se brindaban enteros
por el bien del espectáculo.

Nuestro juego era de toque
toque y toque por abajo,
nos decían los exquisitos
con el título de magos.

En el segundo de entrada
apenas si comenzamos,
con un loco zapatazo
de primera nos mojaron.

Uno a cero nos ganaban
y había que remontarlo,
así empezó la Odisea
para apedrearles el rancho.

Les dimos una milonga
hasta dejarlos mareados,
y chocamos contra el búho
que chistaba allá en el arco.

Al engendro del infierno
con todo lo fusilamos,
sino la atajaba el búho
te la atajaban los palos.

La sacaron de la línea
en cuatro o cinco bombazos,
ni con el arco vacío
podíamos derrotarlo.

En dos penales la suerte
parecía iluminarnos,
el gol tenía que venir
cantando en los doce pasos.

Pero otra vez el hechizo
le puso a unos sus manos,
el otro pasó lamiendo
el caño del travesaño.

«El Ombú» sólo era el búho
atajando cañonazos,
si se tapó medio gol
en el último pitazo.

Lo cierto es que nos ganó
aquel engendro encarnado,
si yo creo que tenía
a todo el arco embrujado.

Sacapuntas
El barrio «La Puñalada»
tenía un equipo feroz,
con un Chaqueño de libero
con fama de leñador.

Ir a jugar a esa cancha
era casi una locura,
te pegaban en el campo
y también en las tribunas.

Tenían invicto el reducto
por guapeza y por fervor,
de locales eran taitas
a puro poncho y facón.

Lo cierto es que allá nos fuimos
desafiando a la cordura,
el pensar en un empate
era casi una locura.

La hinchada «La Puñalada»
gritaba desde el tablón,
sácale punta a esos pibes
Chaqueño con tu facón.

Comenzamos el partido
con más miedo que bravura,
defendiendo con los once
y pegándole de punta.

Ellos tiraban ollazos
apostando a algún melón,
se venían a los planazos
con la fuerza de un tractor.

Pajarito nuestro nueve
encaró con gran soltura,
el Chaqueño de un planchazo
casi, casi lo despluma.

Rudecindo de puntero
se mandó en otra ocasión,
el Chaqueño de tijera
lo acostó contra un rincón.

Había una hacha en esas gambas
que no le fallaba nunca,
las canillas te afinaba
lo mismo que un sacapuntas.

Comenzamos el segundo
y se largó aquel malón,
para apedrearnos el arco
que no rendía el corazón.

No pasábamos del medio
el Chaqueño era una furia,
tirando tantas patadas
te talaba sin ayuda.

Faltaban siete minutos
para bajar el telón,
seguía afeitando el Chaqueño
hasta los rayos del sol.

Quiso escapar Nicodemo
a un minuto de la lucha,
los tapones del Chaqueño
le operaron la cintura.

El partido de un pitazo
cero a cero terminó,
talados hasta los jopos
el Chaqueño nos dejó.

Despacio fuimos saliendo
tan finos como una aguja,
así nos peló el Chaqueño
pasando su sacapuntas.

La plegaria

Vos querías ser puntero
desbordando por la raya,
con un sueño de tribunas
alentándote sin pausas.

Pero el juego que tenías
la pimienta le faltaba,
ese toque yo diría
que precisan las jugadas.

Lo que no te da natura
non lo presta Salamanca,
vos suplías el talento
con la fuerza de tu garra.

Y empujabas a lo guapo
más que fútbol, con el alma;
te faltaba la gambeta
pero ahínco te sobraba.

Le rezabas a los santos,
le pedías a Corbata,
que una tarde futbolera
se encarnara entre tus gambas

De tanto ir a la fuente
sin rendir esa esperanza,
del cielo se abrió una nube
que te trajo estas palabras.

Miguelito Mendizábal
escuchamos tus plegarias,
el Loco te va a ayudar
llega en el tren de mañana.

Tenes un partido duro
el domingo con Los Ranas,
que ya campeones se creen
y la vuelta ya preparan.

El Loco llegó el domingo
con el siete en las espaldas,
afuera la camiseta
y en los botines dos alas.

Te vengo a dar unas mano
desde La Gloria me mandan,
será por este partido
después me vuelvo a mi casa.

Encarnado ya en tus piernas
se fueron para la cancha,
que rugía sin medida
desde el campo hasta las gradas.

El partido comenzó
con el aliento en la cara,
Los Ranas se les vinieron
lo mismo que una avalancha.

Entonces vos la agarraste
como un aluvión en marcha,
imparable fue tu pique
Miguelito Mendizábal.

Te tiraron mil hachazos
y ninguno te acertaba,
hasta el pasto gambeteaste
con Corbata entre tus gambas.

Le pusiste dos golazos
en el ángulo a Los Ranas,
que lloraban en silencio
el baldazo de agua helada.

Parecías un puntero
emergido de la nada,
si hasta algunos murmuraron
que era el alma de Corbata.

Que había vuelto del recuerdo
encarnado por la raya
desbordando como antes
zigzagueando por el área.

El partido terminó,
fuiste el héroe en la jornada,
si hasta el viento te aplaudió
asociado con la hinchada.

El técnico no entendía
de dónde salió tu magia,
quizás le dio los botines
el genio de alguna lámpara.

Lo cierto es que te ganaste
el respeto y la confianza,
la tarde te dio su abrazo
el fútbol te dio las gracias.

Y te fuiste caminando
con el Loco hasta tu casa,
llegaba la despedida
de amistad en las miradas.

Oreste gracias por todo
por la sublime gauchada,
que Dios lo tenga en su Gloria
desbordando por la raya.

Yo pibe te doy las gracias
por jugar entre tus gambas,
me hiciste sentir de nuevo
el potrero aquí en el alma.

Con un abrazo se fueron
cada uno a la distancia,
Corbata con su gambeta,
Mendizábal con su garra.

El alcanza pelotas

Tu abuelo te traía de la mano
y a vos, te latía el corazón,
mirabas detrás del alambrado
teniendo agazapado, tu sueño y tu ilusión.

Tu mundo giraba en la tribuna
con noventa minutos de función,
vos querías estar allá en el campo
más cerca del partido, vibrando de emoción.

No faltaba el abuelo los domingos
con la cita pactada entre los dos
el fútbol tenía en tus renglones
esa letra acentuada de pasión.

Vos soñabas pasar por los vestuarios
subiendo por el túnel, detrás de un jugador,
llevando entre tus manos la pelota,
y escuchando, los gritos de ovación.

Le dijiste al abuelo si podía
conseguir ese boleto de ilusión,
por ahí en el club él conocía
algún capo de aquella comisión.

El abuelo escuchó y no dijo nada
y siguió en el partido su atención,
vos pensaste que ahí se terminaba,
que caía en tus sueños el telón.

El abuelo volvió el otro domingo
como un rito de fe y de devoción,
le tiraste de nuevo la pregunta
y el abuelo callado te miró.

En la cancha gritaron lo de siempre
bendiciones y alguna maldición,
y en un loco espejismo te miraste
sobre el césped sentado en un balón.

Una lágrima corrió por tu mejilla
rara mezcla de ausencia y de dolor,
ese barco de niño naufragaba
por los mares, sin vela, ni timón.

Esa noche hablaste con la almohada
que en silencio escuchó tu confesión,
de tu sueño cara sucia y futbolero
que latía por tu alma y por tu voz.

No encontrabas respuesta a tu deseo
ni tampoco ninguna solución,
el tiempo se llevaba tu esperanza
en las mismas agujas del reloj.

El abuelo llegó ese domingo
con el día sonriendo a puro sol,
y te dijo mirándote a los ojos
un regalo hoy tengo para vos.

En la cancha te espera Don Ceballos
que una vez del club fue defensor,
tiene un puesto que es justo a tu medida
que se ajusta a tu sueño y tu ilusión.

Estarás con tu nombre y apellido
en su lista de honor y distinción,
alcanzando pelotas en el campo
en el mismo epicentro de la acción.

Te abrazaste al abuelo con cariño
fue un abrazo de fútbol y de gol,
fue un abrazo de tiempos que se juntan
compartiendo la misma sensación.

En tu pecho saltaba la alegría
ese instante fue eterno como Dios,
tu abuelo consiguió lo que querías,
y a vos, te latía el corazón.

Bonifacio mala pinta

Que habrás tomado ese día
en el boliche de Ascencio,
que a la cancha te llegaste
boliado y a paso lento.

Te cambiaste despacito
haciéndote un entrevero,
con el buzo y con los guantes
que parecían un tormento.

Estabas medio picado
para salir al encuentro,
menos mal que eras suplente
del Araña Caballero.

Siempre empinabas un trago
a media hora del pleito,
sabiendo que era imposible
ser titular en el puesto.

Los partidos los jugabas
sentado en el banco eterno,
mirando como en el arco
se destacaba otro arquero.

Bonifacio mala pinta
suplente de todo el tiempo,
aquel doce en las espaldas
era la cruz de tus sueños.

Por eso no te importaba
mandarte algún trago adentro,
para mojar la esperanza
que te esquivaba a lo lejos.

El arco se te escapaba
y se perdía en el silencio,
por horizontes callados
que se dormían sin recuerdo.

En dos tapadas tremendas
se lesionó Caballero,
aquel Araña tenía
el partido cero a cero.

Se había zafado el Araña
al volar el hombro izquierdo,
y te llamaron al campo
para suplir a ese genio.

Bonifacio mala pinta
entraste sin tener miedo,
y de a poco comenzaste
a demostrar tus reflejos.

Te sacaste dos pelotas
que eran goles casi hechos,
y en un mano a mano heroico
te rompiste hasta los dedos.

Descolgaste de los ángulos,
manoteaste cada centro,
de todos lados tiraban
pero encontraban tu pecho.

Te convertiste en Araña
atajándote hasta el viento,
y en un penal te luciste
casi al final del encuentro.

Con esa actuación notable
nos dejaste boquiabiertos,
realmente sorprendiste
como salido de un cuento.

Qué habrás tomado ese día
en el boliche de Ascencio,
que volando palo a palo
del arco te hiciste dueño.

El Turco Juan

Turco Juan de la barriada antigua
el mismo fútbol corría en tus venas,
con cimitarras tirando centros
con odaliscas en tus gambetas.

Vos eras, Turco, el viento libre,
un fervoroso simún sin tregua,
que por la áreas de las mil noches
dejabas sueños con tu firmeza.

En una tarde de sol y flores,
fue aquella tarde de primavera,
que se jugaba contra «El Mondongo»
equipo bravo por su fiereza.

Vos Turco estabas allá en el medio
el ocho hermano en tu camiseta,
si parecía que había una alfombra
volando siempre entre tus suelas.

Partido abierto a todo o nada
de los que llaman de ida y vuelta,
ninguno daba ni un solo metro
poniendo el alma, en cada pierna.

Los del Mondongo se la jugaban
tirando centros a una cabeza,
y nuestro equipo le respondía
sumando fuerza a las sutilezas.

El ave negra cobró un penal
en el segundo casi a los treinta,
latía el triunfo en los doce pasos
que se afilaba con la sentencia.

Y fuiste vos cabeza atada
para patearla con tu derecha,
con el Corán en tu corazón,
y con tus ojos allá en La Meca.

Le diste duro, con toda el alma,
para colgarla en alguna estrella,
pero el arquero fue al mismo palo
y con sus manos la echó hacia afuera.

Quedaban quince para jugarlos
a cara o cruz como respuesta,
habían capeado los del Mondongo
aquel momento de la tormenta.

Se nos vinieron en torbellino
en un derroche de gran guapeza,
le devolvimos también nosotros
con el reverso de la moneda.

Era un partido para el infarto
sin dar respiro, ni darse tregua,
los dos jugados hasta el cansancio
con la victoria entre ceja y ceja.

Y vos frotaste la lamparita
de las mil noches aquella siesta,
si creo que Alá tiró aquel centro
en un desborde con pierna izquierda.

Te zambulliste casi de espaldas
contra las gambas de la defensa,
y las clavaste con el delirio
de aquel golazo de tu chilena.

Gritaste al viento como revancha
con el partido a cancha llena,
con esa fuerza que a vos te daba
la medialuna de tu Profeta.

Turco Juan, futbolero y moro,
tenía tú fútbol simún y arena,
con cimitarras tirando centros
con odaliscas en tus gambetas.

Los botines

Te dejaron los botines
en la mesita de luz,
los cordones eran blancos,
y la puntera era azul.

Al despertarte los viste
con una alegría sin fin,
la tarjeta te deseaba
un cumpleaños feliz.

Ese sábado a la tarde
con las velas sin soplar,
te fuiste para el potrero
para poderlos mostrar.

De marca eran Sacachispas
y toda una novedad,
tu abuelo hizo un esfuerzo
para lograrlos comprar.

Te los calzaste despacio
sujetándote el afán,
las ganas se te salían
por quererlos estrenar.

Los chicos te los miraban,
vos presumías con el par,
te sentiste de primera
en ídolo popular.

Los pies te quedaban firmes
corrías con otra andar,
tenías otra potencia
imposible de explicar.

No te dolían los dedos
al pegarle de puntín,
parecía que volabas
con alas en el botín.

Pisabas cada pelota
con total seguridad,
a los centros los tirabas
con certera calidad.

Al terminar el partido
se te acercó un chiquilín,
que lindos son tus botines
es algo que nunca vi.

El niño estaba descalzo
muriéndose por jugar,
jugaba en otro partido
que estaba por comenzar.

Vos tenías los botines
para jugar y soñar,
que aquel chiquillo descalzo
jamás podría comprar.

En un gesto de renuncia
de total sinceridad,
le distes tus Sacachispas
que acababas de estrenar.

Toma chiquillo son tuyos
ponételos sin dudar,
anda y jugá con firmeza
derrocha tu habilidad.

Se miraron como hermanos
no había nada que agregar,
ese gesto fue un golazo
tan difícil de olvidar.

Regalaste los botines
que acababas de estrenar,
en el pecho te latía
una gran felicidad.

Dos penales

Yo te vi llorar casi en silencio
en aquella final de los recuerdos,
no es muy fácil errarse dos penales
con la gente gritando tu degüello.

Justo vos Arsenio que tenías,
creo que un guante en ese pie derecho
que no habías mostrado hasta ese día
una falla en todos tus aciertos.

Vos hermano que estabas diplomado
que en eso del penal eras maestro,
los viniste a tirar a la tribuna
que reloca pedía por tu entierro.

Que gritaba mostrando los colmillos
proclamando venganza y escarmiento,
justo a vos hermano que le diste
a este club hasta el último resuello.

El partido siguió con los insultos,
y siguió también el cero a cero,
la emoción estaba en los penales
que causaron enojo y descontento.

Vos Arsenio quedaste casi helado
los reproches golpeaban en tu pecho,
deambulabas perdido por la cancha
pensando que aquello no era cierto.

Parecías un pequeño barrilete
sacudido por la fuerza de los vientos,
la pelota te pasaba y vos hermano
no podías pararla por los nervios.

La hinchada que otrora te aclamara
te lanzaba relámpagos y truenos,
el pobre alambrado sujetaba
a esas fieras pidiendo por tu cuello.

El estadio hervía en una caldera
aquella final era un infierno,
dos penales habían encendido
maldiciones saliendo del aliento.

La hora se acercaba lentamente
casi cinco le quedaban al encuentro,
le alcanzaba el empate a la visita
para hacerse de aquel título los dueños.

Y nosotros que habíamos tenido
por dos veces la suerte al lado nuestro,
se había ido volando en dos penales
que colgamos allá en el firmamento.

La ilusión sangraba por la herida
se extinguía al compás del minutero,
era igual el empate a la derrota
que de luto vestía tantos sueños.

La pelota cayó en el mediocampo
y quedó boyando a medio metro,
de tu alma Arsenio que parada
buscaba una respuesta sin remedio.

Y con bronca, con furia desatada,
le pegaste a esa pelota con un fierro,
que cruzó todo el campo y fue a clavarse
en el ángulo arriba del arquero.

Fue alegría, fue rabia y fue emoción,
un golazo a todo ese desprecio,
una mezcla de sueño y de revancha
que tenías hermano allá en el pecho.

Ese gol, fue el gol del campeonato,
y fue tuyo Arsenio el sentimiento,
aún habiendo errado dos penales
nos llenaste la tarde de festejos.

Índice


Celeste y blanco Página 2
El alambrado Página 3
La canchita Página 4
El referí Página 5
Infancia futbolera Página 6
El viejo goleador Página 7
El potrero Página 9
La gran final Página 11
Un sueño de niño Página 14
La herradura Página 16
Del otro bando Página 18
La cita Página 20
Los siete Página 23
El tronco Página 25
Embrujo Página 27
Sacapuntas Página 29
La plegaria Página 31
El alcanza pelotas Página 34
Bonifacio mala pinta Página 36
El Turco Juan Página 38
Los Botines Página 40
Dos Penales Página 42



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