Miniatura
RESUMEN:

Mucho se ha hablado y escrito sobre el reciente encuentro Guinea Ecuatorial – España, o para ser más exacto, sobre la vertiente política del mismo. Y por no variar, se desaprovechó la oportunidad de incidir sobre cuanto hubo entre aquel fútbol y el nuestro durante los años de colonización. Queden pues, estas líneas, como aporte

ETIQUETAS:

PDF

De espaldas a Guinea

De
Download PDF

Mucho se ha hablado y escrito sobre el reciente encuentro Guinea Ecuatorial – España, o para ser más exacto, sobre la vertiente política del mismo. Y por no variar, se desaprovechó la oportunidad de incidir sobre cuanto hubo entre aquel fútbol y el nuestro durante los años de colonización. Queden pues, estas líneas, como aporte a tan ilógico olvido.

De entrada, si algo sorprende en el vínculo que la metrópoli mantuvo con su colonia, es, precisamente, la casi total ausencia de conexión futbolística. Hecho mucho más llamativo si comparamos aquella realidad con la de nuestros vecinos portugueses, cuya figura más señera en los 60, el gran Eusebio -y no fue el único-, procedía de una colonia lusa en África. También fueron fruto colonial, por ejemplo, los cuatro hermanos Mendonça, dos de ellos con presencia en nuestro Campeonato y uno, el mejor del cuarteto, gran figura «colchonera» durante la segunda mitad del decenio, hasta ingresar en el Barcelona y despedirse en Mallorca. A Jorge Mendonça, además, le cabe el honor muy escatimado en nuestro deporte rey de haber salido a hombros desde el Metropolitano, tras una tarde gloriosa. En cambio con respecto a «nuestros» guineanos, apenas nada. Tan sólo hubo dos futbolistas de elite nacidos en la hoy independiente Guinea Ecuatorial, correspondientes a épocas distintas. Y ambos, Miguel Jones y Álvaro Cervera, forjados no en suelo africano, sino por nuestros pagos. Dato lo bastante elocuente para evidenciar que nuestro balompié, el peninsular e insular canario, se obstinó en dar la espalda al guineano.

Mapa con las provincias ultramarinas de Fernando Poo y Río Muni, en la Guinea Española.

Mapa con las provincias ultramarinas de Fernando Poo y Río Muni, en la Guinea Española.

Siquiera para situarnos en época y entender un poco la razón de tan terco olvido, bueno será dedicar un párrafo a cuanto sucedía allá por los 50 y 60 en derredor del balón. Nuestros clubes miraban con voracidad hacia el exterior, a Sudamérica, especialmente, y en mucha menor medida hacia el entonces potentísimo fútbol húngaro, plagado de fugitivos tras la sangrienta toma soviética de Budapest. Puesto que nuestras fronteras deportivas estaban abiertas a la importación y desde Argentina, Paraguay, Perú, Brasil y Uruguay, se afanaban los primeros intermediarios con vocación intercontinental, lo cómodo y en teoría menos arriesgado pasaba por fichar extranjeros o repatriar a oriundos. Así llegaron los Ben Barek, Carlsson, Marcel Domingo, Kubala, Szalay, Puskas, Hanke, Szolnok, Czibor, Nemes, Kuszmann, Kocsis, «Muñeco» Coll, Carranza, Pellejero, Ramírez, Di Stéfano, Olsen, Rial, Santamaría, Kopa, Oswaldo, Dagoberto Moll, Corcuera, Gutiérrez, Mahjoub, Salaberry, Sará, Hollaus, Heriberto Herrera, Hermes González, Walter, Evaristo, Machado, Didí, Waldo, Wanderley, Villaverde, Vavá, Eulogio Martínez, los Romero -Jorge Lino y Juan Ángel-, Cayetano Ré, Florencio Amarilla, Agüero, Griffa, Madinabeytia, Sánchez Lage, Achúcarro, Benítez, Solé, Endériz,  Chicao, Cardona, Sigi, Seminario, Montalvo, Ramiro, Diéguez, Héctor Núñez, Duca, Sande, Lezcano… Centenar y medio amplio de apuestas teóricamente seguras, aunque a la postre y salvo excepciones, harto caras. Abundaba tanto el producto de extranjero, que nadie pareció interesarse por cuanto pudiera ofrecer no ya la Guinea Española, sino el propio Protectorado marroquí, cuyos súbditos poseían la condición de no extranjeros, al menos por cuanto a conveniencia deportiva se refiere. Tan sólo y corroborando que toda regla debe lucir al menos una excepción, el Barcelona anduvo cerca de incorporar a Chicha (Lashen Ben Mohamed Ahmed), marroquí de la zona francesa y estrella del Atlético Tetuán durante su efímera comparecencia en 1ª División. Respecto a futbolistas de Guinea, apenas nada. Y eso que allí, aunque desde la metrópoli pareciera pensarse lo contrario, también se jugaba, siquiera fuese en el ámbito del más puro sentido amateur.

Prolegómenos de un partido Bata- Santa Isabel (isla contra continente), en abril de 1951.

Prolegómenos de un partido Bata- Santa Isabel (isla contra continente), en abril de 1951.

Ya en el arranque de los 50, los colonos procedentes de la península y el archipiélago canario contaban con algunos equipos, compuestos casi exclusivamente por blancos. Sirvan como ejemplo el Sevilla de Niefang, el Atlético, el Victoria o el San Carlos. Más que torneos perfectamente reglamentados, disputaban sobre todo partidos amistosos con ocasión de festividades o conmemoraciones, y hasta servían para componer selecciones de Santa Isabel y Bata, es decir de las áreas continental e insular. Incluso se disputó algún choque «internacional» contra elencos igualmente carentes de oficialidad, como los de Douala (Camerún) y Libreville, compuesto éste a su vez por colonos blancos del Congo Belga, con quienes contendieron el 8 de agosto de 1954. Fotografías sepias o cuarteadas de esa época nos aclaran que desde el modesto graderío de Santa Isabel, blancos y guineanos contemplaban los partidos en rigurosa distribución: los blancos delante y la población autóctona detrás. Al margen de lo indicado, el Campeonato Guineano contaba con varios clubes más al uso, cuajados de jóvenes africanos.

Al acercarse los 60, en la Guinea Española se disputaba una competición liguera con 8 clubes de 1ª División y 7 de 2ª, así como, obviamente, la Copa de S. E. el Generalísimo. Destacaban los equipos de Santa Isabel y Atlético Ebebiyin, cuyo campo, por cierto, lucía pomposamente el nombre de San Mamés. Clubes, de cualquier modo, lastrados por una mediocridad directamente proporcional a la ausencia de medios -preparadores tácticamente capacitados, formadores de base o expertos en técnica- y un casi total aislamiento. A ese respecto cabe indicar que hasta octubre de 1961 no se produjo la visita de ninguno de nuestros equipos más relevantes. Habría de ser el Real Club Deportivo Español de Barcelona, y sólo porque una escala en Guinea no suponía desviarse del desplazamiento a Nigeria, donde se habían concertado unos «bolos». Aquella aproximación de nuestro fútbol a las provincias de ultramar -eufemismo articulado por el régimen franquista como maquillaje anticolonial, en tiempos de fervor independentista africano- únicamente llegó a nuestra piel de toro en forma de foto remitida por la agencia «Cifra». Y aún ésta apenas si encontraría espacio en la prensa nacional. Quede además, como anécdota, que nuestras linotipias consignaron tan sólo el 10-0 favorable al Español ante una selección de Santa Isabel, dando por hecho que ese fue el único encuentro disputado. Lo cierto, empero, es que el conjunto barcelonés también se midió a un combinado de Bata, saldándose la disputa con honorable derrota africana por 2-6.

Testimonio del partido Real Club Deportivo Español – Combinado de Bata. Desfilando ante el equipo catalán, Edmundo Collins y Ricardo Zamora. Los “periquitos” no sólo se lucieron en Santa Isabel, como la prensa española asegurase.

Testimonio del partido Real Club Deportivo Español – Combinado de Bata. Desfilando ante el equipo catalán, Edmundo Collins y Ricardo Zamora. Los “periquitos” no sólo se lucieron en Santa Isabel, como la prensa española asegurase.

Nuestros políticos, sin embargo, solían asomarse a Santa Isabel con alguna regularidad. El mismo Fraga Iribarne, omnipresente durante el arranque los 60 como responsable de Información y Turismo, voló el área ecuatorial. De aquellas visitas surgieron compromisos de colaboración y estrechamiento de lazos con «los súbditos españoles de color» -así se describía a la población aborigen-, traducidos en el traslado a la península de algunos jóvenes, becados en centros formativos del Ejército. Uno de esos viajes, recogido por la prensa gaditana, induce a pensar que precisamente los futbolistas gozaban de ventajas o privilegios en el proceso selectivo. De otro modo no se entiende que 11 de los 32 nativos fuesen jugadores federados, según quedó escrito:

A bordo del «Dómine» llegaron a nuestra ciudad 32 nativos procedentes de las provincias de Santa Isabel y Río Muni. Estos españoles de color venían para incorporarse a la Escuela de Especialistas de la Armada en San Fernando, y a la Aviación en Madrid.

Hacia la vecina ciudad de nuestra provincia, sede del Departamento Marítimo de Cádiz, marcharon 27 de ellos. Tuvimos ocasión de charlar con los expedicionarios y conocer que en esa cifra tan reducida de hombres se registraban nada menos que 11 practicando el fútbol y uno que es árbitro colegiado en el mismo deporte.

Esos 11 futbolistas guineanos carecían de guardameta para formar un equipo, pero contaban con dos arietes: Ela, y Valentín Mandombo Ndongo. Como simple curiosidad, vayan los restantes nombres deportivos: Cosme Owono, Oma, Benjamín, Mauricio, Acacio, David, Enrique, Antonio y Samuel. El árbitro, Ángel Mbomio, llevaba 3 años dándole al silbato y antes de embarcar rumbo a Cádiz ejercía en 2ª División. Por supuesto, todos, incluso el trencilla, soñaban con la posibilidad de compaginar estudios y deporte. Para ellos hubiese sido un orgullo regresar a Santa Isabel o Bata convertidos en jugadores del fútbol peninsular español. Cuestión harto complicada, no sólo ante el régimen espartano que habrían de encontrarse en los centros de Aviación y la Armada, sino porque careciendo de viveros formativos exigentes, de plataformas, «sucursales» o sociedades convenidas con clubes de elite españoles, el nivel del balompié guineano rayaba a una altura realmente baja.

No consta que uno sólo de esos chicos llegara a jugar oficialmente en nuestra categoría nacional. Sí lo hicieron otros; un par de ellos por esa misma época y el tercero algo más tarde. Y lo que son las cosas, en ningún caso constituyeron descubrimientos de clubes peninsulares.

Equipo guineano de Santa Isabel (1956).

Equipo guineano de Santa Isabel (1956).

Vicente Engonga Nguema (Bisabat 1937) llegó a la metrópoli animado por uno de sus profesores en Fernando Poo, natural de la localidad cántabra de Puente Viesgo. Delantero potente, rápido y ambicioso ante el marco adversario, carecía de rival por los humildes campos de tierra ecuatoriales. Su sitio, pensó el buen profesor colonial, podía estar entre los grandes del balón. Pero claro, una cosa era golear allá y otra bien distinta medirse a los defensas de nuestra 3ª División, duchos en casi todo tipo de artimañas. Vicente estuvo intentándolo en el Rayo Cantabria (1959-60), Gimnástica de Torrelavega (60-61), Santoña, Mataró, Condal y San Andrés de Barcelona, donde ni siquiera llegaría a debutar en choque oficial durante el ejercicio 1965-66. Cuando a los 27 años optó por colgar las botas se afincó en Torrelavega, cimentando una dinastía de notables futbolistas. Su hijo Vicente, nacido en la ciudad condal cuando en octubre del 65 el iniciador de la saga confiaba hacerse un hueco en el conjunto cuatribarrado, vestiría la camiseta internacional española en 14 ocasiones, además de militar en la Gimnástica de Torrelavega, O Val, Sporting Mahonés, Valladolid, Celta, Valencia, Mallorca, Oviedo y Coventry británico. Julio César (Torrelavega 28-I-1967), goleó a conciencia en la Gimnástica, Sporting Mahonés, Laredo, Tropezón de Tanos, Escobedo, Levante, Las Palmas, Real Avilés, Talavera y Velarde. Oscar, al decir de los técnicos el mejor dotado de todos (12-VIII-1969) alternaría las de cal y arena en la Gimnástica, Barcelona B, Mirandés, Sporting Mahonés, Langreo, Valladolid, Toledo, Racing de Santander, Figueres, Mensajero de La Palma, Racing de Ferrol, Tropezón, Burgos, Castellón y Velarde. Rafael, para el fútbol «Rafa», quién sabe si incapaz de sobreponerse al peso de su apellido, se dedicaría a otros menesteres tras pasar por la Gimnástica y Valladolid B. Oscar y Vicente, además, habrían de convertirse en seleccionadores nacionales de Guinea Ecuatorial. E Igor, hijo de Oscar, a sus 18 años y sin otro bagaje que el de ,lucir en una Gimnástica descendida a 3ª División por su calamitosa situación financiera, constituyó agradable sorpresa en la convocatoria de Andoni Goikoetxea para el primer enfrentamiento de Guinea y España, el reciente sábado 16 de octubre.

Graderío en un campo selvático de la Guinea Española

Graderío en un campo selvático de la Guinea Española

El también atacante Benedicto Sebida «Esindi» militaría la campaña 1959-60 en el gaditano Puerto Real, de 3ª División, cedido desde el San Fernando, cuyo técnico lo consideró demasiado verde para competir en 2ª. Al menos el ejercicio siguiente lo vivió en el Mataró, igualmente en 3ª.

Cuando ya Vicente Engonga Nguema se planteaba volver a vestir de calle, Pablo José Hondo Eseng (Santa Isabel 19-III-1944), recaló en nuestro sur peninsular calcando prácticamente la fórmula del torrelaveguense adoptivo. Con su metro ochenta de estatura y magnífica planta atlética, podía alinearse de medio volante y defensa lateral. Pero si bien durante su estancia en el Adra diese muestras de que el fútbol profesional pudiera ser lo suyo, se daría de bruces con el nivel de nuestra 2ª División en el Real Jaén (temporada 1967-68), y otro tanto habría de ocurrirle en Torrelavega al año siguiente. Curioso, Torrelavega, una vez más, como destino de otro guineano. Por fortuna las cosas le fueron mejor en el Toledo la campaña 1971-72, cuando el solar donde naciese ya era independiente y el brutal reajuste de categorías decretado por la RFEF, sin crearse aún la 2ª División B, hizo de la Regional un reducto sensiblemente superior a nuestra actual 3ª.

Y poco más, si exceptuamos al juvenil de la selección canaria que allá por la primera mitad de los 60 participara en el Campeonato Nacional de Selecciones Regionales. Un joven de apariencia menuda, con buen toque y sin huella visible en competiciones senior, que además solía ser suplente entre los juveniles canarios.

Equipo juvenil de San Carlos, en la Guinea Española, con Antonio Pedrazas, su único jugador blanco.

Equipo juvenil de San Carlos, en la Guinea Española, con Antonio Pedrazas, su único jugador blanco.

El 12 de octubre de 1968, día de la Hispanidad, España se hizo más pequeña al firmar la independencia de su hasta entonces colonia. A Macías, primer presidente, le faltó tiempo para arrinconar su hasta entonces aspecto de hombre formal. Como contagiado por alguna fiebre destructiva, comenzaría a desmantelar lo heredado. Cuantos colaboraron con la metrópoli en el ya periclitado régimen, al fin y al cabo gente de estudios superiores o formación media, fueron vistos como apestados. Y un flujo migratorio hasta entonces apenas significativo -quedaría para el estudio sociológico la diferencia existente a ese respecto entre la Guinea colonial y las posesiones lusas de Angola o Mzoambique- se hizo bien patente. No es que regresaran colonos blancos o matrimonios mixtos, sino que tuvo lugar una auténtica desbandada, cuyo fruto futbolístico habría de patentizarse 30 años después.

En un primer momento, las autoridades españolas, suficientemente atareadas dando forma al posfranquismo, hicieron con Fernando Poo y Río Muni lo mismo que antes nuestro fútbol: volverles la espalda. Superado el tránsito a la democracia, tal vez impelidos por el remordimiento de una descolonización todavía más desastrosa en el Sahara, se giraría ya alguna mirada hacia Bata y Malabo. El fútbol, sin duda por mimetismo, hizo otro tanto contribuyendo al desarrollo deportivo del país con un destacado hombre del balón.

Se trató nada menos que de Sanchis padre, es decir Manuel Sanchis Martínez (Alberique, Valencia 26-III-1938) quien tras forjarse en el España Industrial y Condal, harto de sentirse desaprovechado por los técnicos de Barcelona, acompañaría a Antonio Ramallets al Real Valladolid cuando el antiguo cancerbero se hizo cargo del banquillo en el viejo Zorrilla. Adquirido como medio de mucha brega por el Real Madrid en 1964, sufriría una notable transformación al situarse en un lateral de la defensa. Todo genio y pundonor, podía subir la banda diez o doce veces cada 90 minutos, además de pegarse como una lapa al extremo de turno. Siete años en la entidad «merengue» le bastaron para redondear su palmarés con 4 títulos de Liga, uno de Copa, otro de Copa de Europa y 11 presencias internacionales, adornadas con un gol ante Suiza en el Mundial de Inglaterra, justo el que despertó a un hasta entonces dormido conjunto, acaudillado por Luis Suárez, Joaquín Peiró, Paco Gento, Amancio, Del Sol, y los aún jóvenes pero ya consolidados Francisco Fernández «Gallego», José Ángel Iribar, o Pirri. Luego de otra temporada en 1ª División luciendo los colores del Córdoba, en 1972 se decidió por alternar la ropa de calle con el chándal de entrenador, actividad en la que ni muchísimo menos lo tuvo fácil. Desde la selección castellana juvenil y Real Madrid de idéntica categoría, saltó al banquillo del C. D. Tenerife. Pero ante la evidencia de lo complicado que le resultaba progresar, concluiría aceptando dirigirse a Guinea en 1980, por mediación de la Federación Española, convertido en flamante seleccionador nacional.

Manuel Sanchis Martínez, padre del también internacional Manuel Sanchís Hontiyuelo (siempre firmó con tilde), durante sus tiempos de lateral “merengue”, un cuarto de siglo antes de la aventura guineana.

Manuel Sanchis Martínez, padre del también internacional Manuel Sanchís Hontiyuelo (siempre firmó con tilde), durante sus tiempos de lateral “merengue”, 15 años antes de la aventura guineana.

Corrían tiempos de estrecha colaboración con el gobierno de ese país, conforme se ha apuntado, luego de que, tras su independencia, fuera exprimido hasta la indignidad por el dictador Macías. Su sobrino y sucesor, Teodoro Obiang, estudiante en la Academia Militar de Zaragoza lustros atrás, pronunció bonitos discursos y al principio incluso pudo lucir maquillaje aperturista. No tuvo dificultad en conseguir ayuda española, pues tanto desde el gobierno como en la ciudadanía se vio con buenos ojos cualquier aporte a la otrora colonia. El caso es que Sanchis tomó tierra en Malabo, como tantos médicos, maestros, enfermeras, militares y avispados especuladores forestales. Lo que allí encontraron les erizó el vello. Hospitales sin sábanas ni medicinas, escuelas derruidas, carreteras destrozadas, bibliotecas sin un solo libro… Sobre campos de fútbol, mejor ni hablar. Había tanto por hacer, que todos pusieron manos a la obra, sin tiempo para la desmoralización.

De entrada, Sanchis probó a cuantos se decían futbolistas. Poco a poco iría armando un equipo acostumbrado a jugar descalzos y con pelotas de trapo. Cuando hubo recorrido cada rincón continental, viajó a la Guinea insular, donde le aguardaban medio centenar de muchachos junto a un claro con porterías. Se formaron equipos, pactaron sustituciones sin límite y, de pronto, cayeron en cuenta de que les faltaba el balón. Buscaron uno por todas partes, sin el más mínimo resultado. Al rato apareció alguien con una pelota de baloncesto, que utilizaron durante todo el encuentro.

Vaya humorada, ¿verdad?. Lo sería, si la propia Federación Española no hubiese enviado cientos de balones reglamentarios como altruista contribución al deporte guineano. Balones perdidos, a lo que se ve, en esa maraña de corruptelas que aún hoy asfixia, para su propia desgracia, al denominado tercer mundo. Conste, sin embargo, que pese a la ausencia de medios, el seleccionado nacional pudo competir con dignidad. Cayó finalmente, pero estuvo a punto de pasar la primera ronda de su liguilla clasificatoria.

Tras su regreso, Manuel Sanchis Martínez dirigiría al Parla (1985-86 en 2B) y Don Benito de Badajoz (comienzo de la campaña 1988-89, igualmente en 2B, siendo sustituido en enero del 89 por Ramón Martínez «Ramoní»). También regentaría un bar y una tienda de deportes.

No habría de ser el único español en Guinea Ecuatorial. El 5 de octubre de 1989, José Raúl González Pérez, hasta entonces entrenador del Avilés, Grado y Zamora, aceptaba hacerse cargo de esa selección. Su estancia africana se prolongaría durante varios meses, en los que, aparte de cumplir con las funciones propias del puesto, se esforzó organizando la Escuela Nacional de Futbolistas de Malabo. A su regreso le aguardaba el Villarreal, militante en 2ª División B.

Oscar Engonga, igualmente seleccionador de Guinea Ecuatorial en 2003, tomando el relevo del también español Jesús Martín Dorta, ha quedado para la historia guineana como impulsor de su fútbol en el ámbito internacional, gracias al salto de calidad experimentado sin otra varita mágica que la repesca de cuantos descendientes de padre o madre guineanos militaban en nuestros clubes, especialmente de bronce. Ninguno de ellos había nacido en la antigua colonia y muy pocos conocían siquiera aquel suelo, pero eso ya no importaba, a tenor de la normativa establecida por los rectores del fútbol universal. A partir de ahí, estirado el experimento por los también seleccionadores Quique Setién (2006), Vicente Engonga (2008-09) o Andoni Goikoetxea, lucirían el escudo guineano en su pecho Iván Bolado, Balboa, los hermanos Zarandona (Benjamín e Iván), los también hermanos Juvenal y Alberto Edjogo, Carlos Akapo, Rubén Belima, Sipo, Randy, Kily, Daniel Vázquez Evuy, Raúl Fabiani, Rubén Epitié, Nsue, y sobre todo Bodipo, a quien la ciudadanía de Malabo recibió a lo grande en su primer desplazamiento, pese a no haberlo visto jugar nunca.

El fútbol español, el mismo que viviera de espaldas a Guinea cuando aquella tierra no gozase de soberanía propia, se aprestaba al rescate con un retraso imperdonable.

NOTA.- : las imágenes proceden de «Crónicas de la Guinea Ecuatorial» y el archivo personal de antiguos colonos. A todos ellos, memoria vida de un tiempo olvidado demasiado aprisa, el agradecimiento más sincero.

Hazte Socio
Sobre nosotros

Miembro del CIHEFE

Publicado en: General