RESUMEN:

Se ha escrito que la primera huelga de futbolistas españoles fue impulsada por su recién nacido sindicato, durante nuestros balbuceos democráticos, que gracias a ella quedó abolido el injusto derecho de retención, y que desde ese instante los jugadores dejaron de ser ovejas mansas, pastoreadas a placer por los clubes. Y aun siendo cierto que aquellas huelgas convocadas por la AFE equilibraron fuerzas entre plantillas y juntas directivas, no fueron las primeras. Se les había adelantado en 1976 una modesta plantilla de 3ª División, cuando declararse en huelga todavía era delito tipificado en el Código.

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La primera huelga del fútbol español

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Se ha escrito que la primera huelga de futbolistas españoles fue impulsada por su recién nacido sindicato, durante nuestros balbuceos democráticos, que gracias a ella quedó abolido el injusto derecho de retención, y que desde ese instante los jugadores dejaron de ser ovejas mansas, pastoreadas a placer por los clubes. Y aun siendo cierto que aquellas huelgas convocadas por la AFE equilibraron fuerzas entre plantillas y juntas directivas, no fueron las primeras. Se les había adelantado en 1976 una modesta plantilla de 3ª División, cuando declararse en huelga todavía era delito tipificado en el Código.

Sirva como preámbulo que hasta ese instante los futbolistas sólo tenían un modo bastante arriesgado de manifestar su disconformidad, declarándose en rebeldía. Si sus solicitudes de incremento salarial o la negativa de los mandamases a un buen traspaso no eran atendidas, pues a no entrenar, quedar fuera de las alineaciones y confiar que al sustituto le saliesen las cosas tirando a mal. Si la prensa ayudaba reclamando un arreglo con el insurrecto, miel sobre hojuelas, porque al domingo siguiente podía ser el público quien llenase de pañuelos la grada, mirando hacia el palco. Hubo auténticos maestros en tales lides. El guardameta internación Ignacio Eizaguirre, por ejemplo, se plantó en la Real Sociedad para forzar su salida hacia Valencia, y ya en la ciudad del Turia repitió hasta tres veces la faena, obteniendo sustanciales mejoras contractuales. Pero esta medida podía salir muy mal también. Si el club notificaba a la Federación el plante de su futbolista, la licencia de éste quedaba suspendida durante dos años. Veinticuatro meses sin ficha  ni equipo. Dos temporadas en blanco, que en la mayoría de los casos implicaba una retirada forzosa. Salía caro, muy caro protestar, por más que no faltaban motivos para hacerlo.

Uno de ellos era el derecho de retención, disparate jurídico según el cual los futbolistas podían ver prorrogado su contrato durante un año después de que éste expirase, y aún en las campañas sucesivas mediante incrementos porcentuales reglamentados, casi nunca superiores al 10%. Otro no menos angustioso, los frecuentes impagos y “quitas” obligatorias, so pena de pechar con multas por supuesta indisciplina, filtraciones interesadas a la prensa o denuncias dirigidas al ente federativo. Estas últimas, claro está, jamás solían llegar a nada. Pero contribuían a arrojar sobre el futbolista fama de conflictivo, y como es lógico todos huían del garbanzo negro. Y es que los problemas financieros, tanto antaño como hoy mismo, se daban hasta en las mejores familias, conforme puso de manifiesto Raimundo Saporta en el informe enviado al presidente blanco Santiago Bernabéu, allá por setiembre de 1963. “El problema financiero es angustioso”, recogía literalmente. “Por lo que al presente se refiere, nos encontramos con 15 millones de deudas que haría falta saldar rápidamente”. El grueso de los impagos englobaba débitos a los futbolistas por valor de 5 millones, otros 4 a la compañía Wagons Lits, una cifra similar a ciertos directivos por anticipos de su propio peculio y no menos de un millón en el capítulo de varios. Salir de aquella situación “próxima a la bancarrota”, exigía medidas tan drásticas como urgentes, simplificadas en la disolución de todas las secciones deportivas, incluido el baloncesto; clausura de la Ciudad Deportiva; supresión del Boletín, el fútbol amateur y juvenil, las ayudas al Rayo Vallecano, a la prensa -éstas sumaban la nada despreciable cifra de 2 millones anuales- y los viajes de informadores deportivos con el equipo, cuyo monto ascendía a otros dos millones, más o menos. Sólo así, según Saporta, evitaría el Real Madrid desembocar “en una situación parecida a la del Atlético: Collar no juega porque no le pagan”.

Quince millones de ptas., 90.000 euros actuales, distaban mucho de ser una minucia en 1963, cuando las estrellas “merengues” venían a liquidar alrededor del millón por campaña y el salario mensual de un empleado de banca rondaba las 5.000, siempre en pesetas. Enrique Collar Monterrubio era, junto con Jorge Mendonça, la referencia atacante de los “colchoneros”, puesto que Adelardo, internacional ya para entonces, aún estaba por cuajar en plenitud. Ni las entidades más grandes se libraban del agobio hace medio siglo, y sus jugadores, claro está, se les revolvían.

Si esto sucedía en la élite, no resulta difícil imaginar cómo rodaban las cosas en 2ª o 3ª División, y aún en 1ª, de la mitad de la tabla hacia abajo. Los jugadores del Córdoba, sin ir más lejos, de aquel Córdoba C. F. con Simonet, Navarro, López, Ricardo Costa, Juanín, Martí, Cabrera o Luis Costa, acudían a entrenar, avanzados los años 60, en sus modestos Seat “600”. Era habitual, también, que los futbolistas solteros -incluso los de 1ª- viviesen no en un piso, sino de patrona o en pensiones facilitadas desde el propio club. Se trataba, ante todo, de ahorrar el monto de la ficha e ir tirando con las primas y el salario mensual, cuya cifra solía ser exigua. Sirvan a este respecto los devengados durante la segunda mitad de los 60 por el Santander o Real Valladolid: 4.000 mensuales para los solteros y 6.000 los casados del Real Santander, y 6.000 y 8.000 respectivamente, célibes y con familia en el Valladolid.

Desde la Federación Española solía abordarse periódicamente la espinosa cuestión de los impagos, al tiempo de encarar reestructuraciones, por lo general harto infructuosas. Una de ellas, la más drástica, tuvo lugar en 1967. Los 32 equipos de 2ª División distribuidos en dos grupos, quedaron reducidos a 20, al tiempo que la mitad de los de 3ª hubieron de acomodarse en Regional. Toda una escabechina orientada a rebajar la profesionalización donde ésta resultara insostenible, por más que en realidad propiciase justo el efecto contrario. Los gastos de desplazamiento socavaron economías en 2ª y 3ª División. Buena parte de los futbolistas que hasta entonces venían actuando en 2ª recalaron en 3ª -aún estaba por crearse la 2ªB- sin rebajar en exceso su anterior caché. Y paralelamente, si el público acostumbrado a paladear fútbol de 2ª desertaba ante el panorama de militar en 3ª, los campos de Regional no recaudaban ni para pagar la factura arbitral. Resumiendo, aquella reforma contribuyó a cimentar el profesionalismo en 3ª, justo la División que ni remotamente podía permitirse tal alarde. Y sus consecuencias habrían de resultar dramáticas para no pocas entidades.

Una de las afectadas fue el Manresa, que presidido por Ricardo Oliva acababa de lograr el ascenso a 3ª en 1973-74, seis años después del retroceso por cambio normativo. El cuarto puesto alcanzado al concluir el ejercicio 1974-75, sin duda lo envalentonó. ¿Por qué no soñar a partir de ahí con un nuevo ascenso a 2ª?. Tal vez la categoría de plata, con el campo lleno y la cifra de abonados creciendo como un termómetro en agosto, resolviese el déficit acumulado. Sí, allí estaba la solución.

Oliva, al fin y al cabo, no hacía sino pensar como tantos otros presidentes, desde Algeciras a Santiago de Compostela, Irún, Melilla, Almería, Menorca o Palamós. Activo y consecuente, puso manos a la obra hasta armar un conjunto repleto de hombres cuajados, procedentes, en varios casos, de categorías superiores. Una plantilla cara, aunque capaz, por lo menos en teoría, de proclamarse campeona. Plantilla, claro está, a la que no habría modo de pagar.

Durante la segunda vuelta del campeonato 1975-76, la tozudez del libro mayor movía a Oliva a convocar una asamblea extraordinaria (13-III-1976) con dos opciones en el orden del día: o dimisión presidencial, o continuidad en el cargo hasta final de temporada, siempre y cuando otro u otros se hiciesen responsables del déficit del club, superior a los 8 millones de ptas. Como es natural, Oliva hubo de dimitir, quedando la entidad en manos de una junta gestora, cuyos miembros tuvieron que plantearse el ingrato papel de negociar deudas con los componentes de una plantilla harta de buenas palabras y promesas reiteradamente incumplidas.

Tras muchos números, los nuevos gestores presentaron un pacto que con toda probabilidad tampoco iban a estar en condiciones de cumplir: abono el día 4 de abril de la mensualidad de febrero, medio mes de mes de marzo y las primas correspondientes, hasta un monto de 46.000 ptas. La segunda mitad de marzo y las primas, pagaderas el 9 de abril, y finalmente medio de mes de abril, más cualquier hipotética prima, el 16 de abril. La cifra restante, cuando hubiese tesorería. Los jugadores, al comprobar que el proyecto sólo incluía primas y salarios mensuales, sin mencionar siquiera lo relativo a fichas pactadas, justo la cantidad mayor, se negaron a suscribir cualquier acuerdo, declarándose en huelga. Ésta, además, tendría lugar el 4 de abril de 1976, coincidiendo con la visita a Manresa del Huesca, líder del grupo y firme aspirante al ascenso.

La semana previa estuvo casi consagrada al debate y discusión entre los futbolistas manresanos. Uno de ellos, el paraguayo Francisco Romero, ex guardameta del Real Club Deportivo Español y Real Gijón, desde el primer momento se declaró contrario al plante. “Para ti resulta fácil -le reprochaban no pocos compañeros-. Como estás sancionado, no pueden alinearte. Así que te vas de rositas ante directiva y afición, sin importarte quedar como quedas ante todos nosotros”. Romero se defendía argumentando que él no creía en este tipo de métodos, que con la huelga perjudicaban más a la entidad y si ésta se derrumbaba ya podían despedirse todos, y para siempre, de cuanto se les adeudaba. El caso es que llegado el día 4, los miembros de la plantilla, con Romero como única excepción, acudieron al Pujolet vestidos de paisano, sacaron su entrada de general, pagándola de su bolsillo, y se dispusieron a presenciar cómo los juveniles capeaban el temporal ante quienes encabezaban la tabla. No lograrían contemplar el choque, porque ante la actitud hostil de su propia afición y evitando males mayores, optaron acertadamente por abandonar las instalaciones.

Bien mirado, lo de menos, aquel 4 de abril, fue el resultado: 1-9 favorable al Huesca, con gol manresano obra de Narciso Escallola. También quedarían en anécdota los cánticos de quienes acompañaron a los visitantes desde tierras aragonesas, no se sabe bien si queriendo animar o con mucha sorna, tan pronto vieron el resultado en franquía: “¡Juveniles, juveniles, Oé, oé, oé!”. Lo auténticamente importante es que aquella huelga, la primera merecedora de tal nombre en el ámbito de nuestro balompié, no sólo degolló cualquier posibilidad de acuerdo, sino que supuso el origen de cuanto habría de ir sucediéndose a continuación.

El 7 de abril, tres días después del partido charlotada, Televisión Española, entonces reina y señora al poseer las dos únicas cadenas, convocaba al dimitido presidente Oliva, a los jugadores manresanos Nieto y Guerra, y al abogado Luis de Mena, para tratar sobre lo acontecido. Ricardo Oliva, en un último gesto cobarde, decidía salir de los estudios cuando todo estaba listo para la emisión, sin saber que su huida iba a ser captada por una cámara. Lamentable final para un presidente ambicioso y nada escrupuloso en sus números.

El 3 de mayo, transcurrido un mes desde la huelga, el ente federativohizo públicas las sanciones para los profesionales intervinientes en el plante: entre uno y dos años sin jugar. Dicho de otro modo, y toda vez que las huelgas, al ser ilegales, no gozaban de ordenamiento específico en el seno federativo, desde dicho organismo se prefirió contemplar los hechos como una suma de rebeldías, actos castigados con hasta dos años sin ficha.   

Sin embargo sólo iban a cumplir una suspensión aproximada de 6 meses, puesto que continuaron batallando.

Por un lado, y puesto que la condición de trabajadores ya había sido reconocida para los futbolistas desde el Tribunal Supremo, anunciaron su intención de interponer una querella contra el entonces presidente de la FEF, Pablo Porta, ante la privación del derecho fundamental al trabajo de que eran objeto. El aplastamiento de este derecho, fuertemente protegido a la sazón por el Fuero del Trabajo, podía desembocar en consecuencias indeseables para el organismo que presidía, como indemnizaciones equivalentes al importe de cuantos contratos, sueldos y primas hubiesen suscrito los sancionados para el ejercicio o ejercicios venideros. Y puesto que en la FEF estaban para pocos alardes cuando apenas si se habían aquietado las aguas tras el monumental escándalo de los falsos oriundos, cuando su prestigio ante organismos supranacionales había caído luego de ser reconvenidos desde la UEFA por alinear con el equipo nacional a Roberto Martínez y Rubén Valdez, dos argentinos colados ilegalmente en nuestro fútbol, su asesoría jurídica debió sugerir el repliegue. Otra derrota ante los tribunales -At. Bilbao y Real Sociedad vieron avaladas sus demandas mediante sentencia judicial- podría significar, aparte de un nuevo bochorno, el despegue de Porta y su equipo de la mullida poltrona. Resumiendo, en setiembre de 1976, días antes de disputarse la primera jornada del Campeonato 76-77, las sanciones fueron levantadas.

Alfonso Abete, protagonista de esos hechos y los posteriores recursos, recuerda muy bien“el escepticismo de nuestro entrenador en el C. F. Girona, el Sr, Pujolrás, que no nos creía cuando le asegurábamos iban a permitirnos empezar la Liga con toda normalidad. Él, sin embargo, prefirió no alinearnos a ninguno de los tres “sancionados” -Paco Nieto, Pechas y yo mismo- en el último partido amistoso de pretemporada, disputado en L´Escala, justificando su decisión en un “por si acaso”, puesto que no deseaba iniciar el Campeonato con unos futbolistas que antes no hubiesen jugado juntos. Los tres, finalmente, saltamos al campo con la camiseta del Girona en el partido que inauguró la temporada”.

Paralelamente había venido desarrollándose otra demanda ante la Magistratura de Trabajo barcelonesa, desde donde se autorizó el embargo de los bienes del C. D, Manresa, así como su guardia y depósito a los acreedores, es decir a los futbolistas demandantes, tal y como habían solicitado para hacer efectiva la deuda. El propio Alfonso Abete y Paco Nieto se encargaron de efectuar las diligencias de embargo, participaron personalmente en el traslado de los bienes, asistidos por el secretario judicial y un agente, y hasta fueron protegidos por éstos cuando un directivo del Manresa, concejal del Ayuntamiento, llamó a la policía municipal con intención de que abortasen el traslado del mobiliario, ya en el camión de mudanza.

“Con posterioridad también desmontamos y nos llevamos la instalación eléctrica -rememoraba Abete, transcurridos casi 40 años-, los focos y altavoces del campo de futbol, que más tarde servirían para iluminar el estadio de Santa Coloma de Farnés, en cuyo equipo acabó jugando Paco Nieto. El escaso valor económico de los bienes embargados sólo nos permitió cobrar una ínfima parte de cuanto nos debían, pues no estábamos protegidos por el Fondo de Garantía Salarial del Estado, ni obviamente el de la Liga de Fútbol Profesional, inexistente aún”.

Nieto y Abete, junto a la tensión del momento, tienen grabados en su memoria algunos hechos que con el transcurrir del tiempo derivarían hacia la anécdota:

“Francisco Romera, presidente de la peña manresana Medio Campo, avisado del embargo “puso a salvo” los trofeos conservados en la sede del club, sita en los bajos del Hotel Pedro III, y procedió a guardar toda la documentación del club -actas, libros, fichas de jugadores, carnets de socios…- en un gran armario metálico de tres puertas que cerró con llave, pensando, quizás, nadie sería capaz de llevarse un mueble tan pesado. Pero lo hicimos. Días después el club hubo de facilitar las llaves de ese armario a través de la Magistratura de Trabajo, para recuperar por la misma vía judicial dichos documentos, imprescindibles de cara a su normal funcionamiento”.

Tiempos difíciles aquellos, malos para la prosa y la música, por más que en el horizonte se recortaran atisbos prometedores. Franco yacía en el Valle de los Caídos, el viejo régimen se derrumbaba, pese a que unos cuantos pretendidos herederos, también viejos, tratasen de apuntalarlo, y desde distintos ámbitos se postulaban abiertamente opciones democráticas. El cambio, empero, iría llegando con lentitud, empujado por quienes como los miembros de una plantilla heroica, injustamente olvidada durante muchos años, arriesgaban su inmediato futuro en aras de otro porvenir no ya más justo, sino ante todo racional.

Para el C. D. Manresa, sin embargo, las cosas difícilmente hubiesen podido ir peor a raíz de la huelga. Agriamente enfrentados a su junta gestora, los componentes de la plantilla no estaban para entrenamientos concienzudos ni rigores tácticos. En el vestuario, lejos de conversar sobre fútbol, se hablaba del dinero adeudado y todo tipo de dificultades para llegar a fin de mes. La afición, en fin, dando la espalda a sus futbolistas, sólo aspiraba a un desenlace indoloro, ante el temor muy fundado de que aquella crisis pudiese desembocar en la disolución del club. Obtener puntos entre tanta adversidad resultaba imposible. Y lo que son las cosas, al concluir el campeonato aquel equipo confeccionado para abordar el asalto a 2ª División, estaba entre los descendidos a categoría Regional. Una vez más, el sueño se trocaba en pesadilla.

Si al Manresa le costó 30 años recuperarse del marasmo, por más que a lo largo de esos seis lustros se viese favorecido por distintas reestructuraciones federativas tendentes a parchear el desaguisado de 1967, la suerte de quienes un día decidiesen jugársela en defensa de sus derechos, plantando cara, fue desigual y bastante injusta.

El navarro de Pitillas Alfonso Abete, atacante que durante sus últimos días vistiendo de corto habría de retrasar posiciones para aprovechar sus dotes organizadores, había jugado en 2ª División con el Centro de Deportes Sabadell, cedido por el C. F. Barcelona. Tras su desastrosa experiencia en Manresa recaló en el Girona -todavía Gerona, en puridad-, para cuajar tres buenas campañas, dos de ellas en la recién nacida 2ª División B, antes de integrarse en el Olot. Licenciado en Derecho, fue secretario del sindicato de futbolistas AFE en el momento de su creación, allá por enero de 1978.

Francisco Nieto, granadino de Baza aunque formado en la localidad barcelonesa de Suria, a la que había emigrado con su familia siendo niño, llamó la atención de los técnicos barcelonistas por sus rápidas penetraciones en posición de extremo, llegando a debutar en la máxima categoría con el primer equipo azulgrana durante el ejercicio 1968-69. Más adelante, en el Rayo Vallecano, habrían de reconvertirlo en correoso lateral. De la entidad madrileña pasó al Gerona y Lloret, antes de recalar en el Manresa. Deglutidos los malos tragos de Manresa suscribió contrato con el Gerona, al igual que Abete y Pechas, para acabar matando el gusanillo en el Santa Coloma de Farnés. Acostumbrado a vivir con poco, no en vano su progenitor ejercía como minero, supo entender que el fútbol sólo había sido un paréntesis dorado.

José Luis Guerra, defensa y medio tan frío como elegante, muy seguro y con esa seriedad sobre el césped que hace innecesarios los alardes de dureza, había pasado por el Real Madrid Aficionado, Real Ávila, Gimnástica Segoviana, Sevilla Atlético, Lérida y Gimnástico de Tarragona, antes de incorporarse al Manresa. Después vestiría dos camisetas más: las de La Cava y Torredembarra, en una categoría que ni remotamente se ajustaba a sus condiciones. Afincado en Cataluña, ejerció como profesor de Educación Física en el colegio La Salle de Reus durante más de 25 años, compaginando dicha actividad con la de entrenador, puesto que tras forjarse como ayudante de Jaurrieta en el “Nastic” de Tarragona pasaría por los banquillos del Reus Deportivo, nuevamente “Nastic”, Roda de Bará, F. C. Vilafranca, de la localidad barcelonesa de Vilafranca del Penedés, Tortosa o Pobla de Mafumet, al que ascendió a la Primera Catalana. Con el “Nastic”, además, estableció un récord de imbatibilidad en casa: nada menos 26 partidos de liga consecutivos, distribuidos a lo largo de 14 meses.

El paraguayo Francisco Romero, único en no secundar la huelga, contaba 24 años cuando arribó a nuestro suelo para ingresar en el Real Club Deportivo Español de Barcelona, permaneciendo 3 campañas en el viejo campo de Sarriá, con el paréntesis de una cedido al San Andrés, entonces club de Segunda. Luego se incorporó al todavía Real Gijón, donde hubo de contentarse con ser recambio del excelente Jesús Castro durante otros tres ejercicios. Llegado al Manresa a raíz del ascenso a 3ª, aun a pesar de la incertidumbre y los problemas de cobro ni muchísimo menos resueltos con el descenso, permaneció con los manresanos en categoría regional hasta suscribir la cartulina del Puigreig, cuyo marco estuvo defendiendo cumplidos los 39. Para entonces el fútbol sólo era una distracción en su vida, que además le permitía arañar algún muy, pero que muy necesario dinero. Como a tantos otros futbolistas de relieve, la vida de paisano le resultó difícil. En su caso, finalizando el decenio del 70 repartía bombonas de butano, pese a saber que acabaría destrozándose la espalda. Tuvo, además, un temprano epílogo, puesto que habría de fallecer en febrero de 1997, a los 54 años, después de una larga enfermedad.

Nuestro fútbol, y es hora ya de reconocerlo, tiene una deuda de gratitud para con aquel grupo de profesionales que hoy, a tenor de la actual desmesura pudiéramos considerar modestos. Gracias a ellos y a quienes en los albores de la transición, pese todo tipo de obstáculos cimentaron el sindicato de futbolistas AFE, el deporte rey, sin menoscabo alguno se hizo infinitamente más humano.

José Ignacio Corcuera

 

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