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La palabra fanático proviene etimológicamente del latín “fanum” un término que hace referencia a un templo o lugar sagrado, dentro del mismo contexto religioso fanaticum se refiere a alguna persona exaltada, una atribución que afecta a cualquier persona poseída por alguna inspiración divina...

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El perfil del fanático en el fútbol

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La palabra fanático proviene etimológicamente del latín “fanum” un término que hace referencia a un templo o lugar sagrado, dentro del mismo contexto religioso fanaticum se refiere a alguna persona exaltada, una atribución que afecta a cualquier persona poseída por alguna inspiración divina

Los hechos acontecidos hace unos meses en Madrid, y que costaron la vida a un seguidor del club deportivo de Coruña, nos inducen a creer que en estos grupos de fanáticos se produce una sustitución del raciocinio, a pensar en una bien intencionada crueldad  que justifica su violencia.  Un hecho que destacó Nick Horby en su obra “fiebre en las gradas”  denominándola como la pérdida de la razón. El fanático es un sujeto que queda estancado y sumergido dentro de un mundo cerrado, no puede contemplar otro horizonte. Su ángulo de pensamiento queda ciego creyéndose en posesión de la suprema verdad. Justamente es esta ceguera el que  lo convierte en un sujeto peligroso, dependiente del odio y del rechazo a otras culturas e identidades futbolísticas. Son sujetos con hambre de grupo que encuentran en sus acciones grupales algo que les satisface profundas necesidades emocionales. Se piensan como pertenecientes a una totalidad que los trasciende. Una peculiaridad que se puede observar en el comportamiento de grupos organizados y particularmente en sus relaciones de alianzas y hostilidades con otros grupos de fanáticos. No podemos permitir como comentaba Emile Cioran[1], que lo más parecido al infierno, sea la tarde de un sábado o domingo, en nuestro caso fue la mañana de un domingo en las cercanías del estadio Vicente Calderón y otros casos. Lo peor es que estos grupos se escudan en el escenario futbolístico y convierten los estadios en un lugar donde expresar sus ideales habitualmente “ultras” a base de acciones deleznables como apologías del terrorismo, y un racismo xenófobo incontrolado en el marco de una sociedad civilizada, y demás hechos que nada tienen que ver con el espectáculo deportivo. Los actos de violencia colectiva en los estadios son un atentado contra la alegría del fútbol. Fue el etnógrafo francés  Christian Bromberger[2] quien utilizó por primera vez el término “ultra”, entendido este término como grupos con una elevada ansia de publicitarse y para darse a conocer. Se exhiben desplegando un conglomerado de símbolos y de signos sólo para atraer la atención; así de esta manera pasan de ser individuos anónimos en personajes relevantes, como comentaba Corbella en su artículo “locos por el fútbol”[3] son tipos perfectamente ordinarios que aprovechan los días de partido para convertirse en protagonistas y dinamitar un partido si hace falta. La violencia se ha extendido por todos los sitios, como si el fútbol alentara no sólo las nobles pasiones sino también la aparición de auténticas jaurías deportivas capaces de provocar verdaderas tragedias deportivas.

Se han cumplido ya 16 años de la muerte del seguidor de la Real Sociedad Aitor  Zabaleta, unos años en los que parece ser que ni instituciones deportivas, colectivos de entrenadores, futbolistas y sobretodo los clubs de fútbol han actuado de manera práctica. Es cierto que la ley del deporte ha modificado ciertos aspectos con ánimo de erradicar estas acciones pero parece ser que todo ha quedado englobado en un marco teórico, quizás vaya siendo hora de aplicarlo en la praxis. De alguna manera  se ha de cortar de raíz la relación metafórica entre estados nación, ideología política y fútbol. Pensamos que es lícito ser hincha de un equipo por razones emocionales, por una reacción emocional de la que ya no te puedes desprender puesto que la afición que se contrae es como un vicio, como una vieja enfermedad con la que convives y que ya forma parte de ti. Algo muy distante del fanático que como bien explicaba Villoro[4], no tiene argumentos válidos para defender lo que realmente piensa, simplemente lo podemos identificar como un idiota comiendo un bocadillo con la boca abierta y con la cabeza llena de datos inútiles, que forman hordas anónimas.

Establecer un perfil de un vándalo fanático es sumamente complejo. Estudiosos del tema nos hablan con sorpresa de que los auténticos cabecillas de estas hordas salvajes son personas con un alto grado de formación académica, en algunos casos universitarios,  que han liderado y movilizado mediante una personalidad catalizadora consiguiendo fascinar al resto del grupo, es la necesidad de un jefe y que culminan, como comentaba Rof Carballo,[5] en grandes crueldades colectivas. Personalidades cuyo verdadero interés no está en el fútbol o en el deporte en general sino en la pertenencia a grupos de extrema derecha y de extrema izquierda; el deporte sencillamente se ha convertido en un medio de expresión debido a su dimensión planetaria un hecho que les publicita y los convierte en protagonistas.

Como siempre que ocurre una tragedia se abre un periodo de reflexión y de debate, quizás podría servir el ejemplo de acciones que se han tomado en otros países y que han conseguido erradicar esta enfermedad. El caso de Inglaterra es un buen ejemplo, prohibiendo desplazamientos de estos grupos a otros estadios o vetándoles su presencia en cualquier escenario deportivo. En nuestro caso particular debería ser objeto de discusión el rol que desempeñan los clubs y concretamente sus estamentos directivos. Estos son conocedores del problema pero en algunos casos siguen mimando y velando a los mismos radicales, no por su contribución anímica o colaborativa sino por intereses electorales. Sirva desde estas líneas el ejemplo de Joan Laporta o de Florentino Pérez que aunándose de valor sí fueron capaces de tomar medidas contundentes con los fanáticos violentos de sus respectivos clubs de fútbol. Otra cuestión de debate nos conduciría a la pedagogía, a la educación  donde por desgracia la formación en ciudadanía y en valores continua estando en un segundo plano. Por último abogamos por una coherencia entre instituciones deportivas, la aplicación de las leyes anti violencia se han de cumplir esto implica cierres de estadios, sanciones ejemplares, y su colaboración con los cuerpos de seguridad del Estado. El fanatismo violento no pertenece al deporte, el deporte ha de fomentar toda una serie de valores que hagan más integra a la persona. Hasta el día de hoy tanto Consejo Superior de Deportes como la Liga Profesional  de fútbol han modificado y ampliado el margen de actuación hacia estos grupos esperemos que las medidas den resultado aunque como apuntaba Valdano[6] el fanático es como un monstruo de cien mil cabezas algunas más peligrosas que otras


[1] Cioran, Emile(2005) Breviario de la pobredumbre a fútbol y pasiones políticas. Madrid:temas de debate

[2] Bromberger, Christian (2000) El fútbol como visión del mundo y como ritual, a una nueva antropología de las sociedades mediterráneas. Barcelona:Icaria

[3] Artículo publicado en el diario La Vanguardia 2010

[4] Villoro, Juan (2006) Dios es redondo. Barcelona:anagrama

[5] Carballo, Rof (1959) La pelota y el laberinto a Revista de Occidente, Nº 38, Madrid

[6] Valdano, Jorge (2002)  El miedo escénico y otras hierbas. Madrid:El País Aguilar
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