RESUMEN:

Biografía deportiva del futbolista del Athletic Isaac Oceja.

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ABSTRACT:

Keywords: Oceja, Athletic, Football, Players, History

Biographical account of Athletic Bilbao's player Isaac Oceja

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Oceja, el futbolista digno

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Durante la segunda mitad de los años 30, y hasta declinar los 40, el Athletic tuvo un defensa izquierdo espigado, enteco, serio y con carácter, natural de Cantabria. ¿Cántabro y en el Athletic?, se preguntará, probablemente, algún lector. Pues sí. En el Athletic de antaño, mucho antes de que se viese a Navarra o La Rioja como territorios “asimilables”, hubo varios “foráneos”. Anatol, Ortúzar, o Tamayo, por ejemplo, nacieron lejos del País Vasco. Es lo que tienen las tradiciones no escritas; pueden acomodarse al sentir de cada instante, a las necesidades deportivas o al pálpito puntual de las juntas directivas. Así, casi en cuanto nuestro protagonista colgaba la camisa rojiblanca, una magnífica camada de jugadores locales convirtió a los de San Mamés no en club vasco, sino vizcaíno por los cuatro costados. La necesidad posterior abriría el portillo a guipuzcoanos, en primer término, y luego a oleadas de navarros. Entre medias, sin duda apuntalada por el recuerdo inmediato de los buenos tiempos, cierta intransigencia extremista, con víctimas tan curiosas como Chus Pereda, Miguel Jones o Sarabia. En el primer caso, sólo el prestigio de José Mª Mateos, autoridad deportiva en Bilbao desde su púlpito de “La Gaceta”, impuso un punto de cordura al manifestar: “Por supuesto puede jugar en el Athletic quien ya ha formado en la selección juvenil de Vizcaya. No cabe ser vizcaíno para unas cosas y dejar de serlo para otras”. Pereda, finalmente, iría al Real Madrid, ante la negativa atlética a asumir las exigencias indauchutarras. El mayor de los Sarabia, en cambio, no tuvo abogado defensor cuando los rojiblancos, vista su partida de nacimiento, declinaron incorporarlo. Manuel, niño aún por entonces, y vizcaíno de la región minera, vengó simbólicamente la “afrenta” familiar, acaudillando a un Athletic campeón de Liga y Copa.

Pues bien, Isaac Oceja Oceja (Escalante, 29-V-1915), llegó a Durango con 5 años, en compañía de su madre viuda. Vivían en dicha localidad unos primos suyos, sin descendencia, y entre todos formaron una gran familia. “Me considero durangués a todos los efectos”, afirmó siempre el defensa. ¿Y qué otra cosa podía ser, residiendo en la villa, junto al Amboto, quince lustros largos?.

Con 14 años formaba en el Dragón durangués. A los 15 ya competía con la Cultural. Para estrenar los 17 se enfundaba la camiseta del Lemona, proclamándose campeón de Vizcaya. A los 18, con el Basconia de Basauri, volvió a renovar el título provincial. Corría 1934 y acababa de festejar su decimonoveno cumpleaños cuando el durangués Emilio Baqué Delclaux, socio del Athletic, advirtió a Máximo Royo, ojeador de esta entidad, que a un chico del pueblo se le quedaba pequeño el fútbol modesto. Royo estuvo siguiendo sus evoluciones, informó favorablemente, y Oceja llegó hasta San Mamés con la difícil papeleta de heredar el puesto hasta entonces ocupado por Juanito Urquizu.

Fue una temporada de cambios en el Athletic, pues el gran Pentland, el inglés de bombín, paraguas y purazo en ristre, el hombre sin cuyas enseñanzas hubiese tardado mucho más en despegar nuestro fútbol, también acababa de dejar ese banquillo, tentado por el homónimo madrileño. Isaac Oceja, que empezó de suplente, no hubiera podido elegir mejor marco para debutar en el Campeonato de Liga: ante el Madrid Fútbol Club -con la República, recuérdese, “merengues”, donostiarras, “periquitos” y racinguistas habían perdido su corona-, venciendo por 4-1 en Bilbao, con dos goles de Gorostiza, uno de Bata y otro del internacional León en propia puerta. Corría el 6 de enero de 1935, y ambos conjuntos formaron a las órdenes de Arribas. Esa campaña, sobre 22 partidos posibles, la reciente adquisición disputó 12. El Betis, bien nutrido de futbolistas vascos -Urquiaga, Aedo, Areso, Lecue, Unamuno, Larrinoa- resultó campeón, en tanto el Athletic, victorioso la edición precedente, concluía 4º. Un resultado pobre, que iba a impedir la renovación del técnico Patricio Caicedo. Durante el siguiente ejercicio, el dúo Garbutt – Olabarría, ya con Oceja de titular en 18 encuentros, hizo valer sus eternas armas: fútbol directo y contras fulgurantes, aprovechando el olfato rematador de Bata (21 goles en 20 partidos), la acometividad de Iraragorri (11 tantos en 17 choques) y el tremendo disparo de Guillermo Gorostiza (9 goles en 18 comparecencias), velocísima locomotora por la banda izquierda.

Muguerza, Gorostiza, Oceja e Ipiña, entrenando en San Mamés. Mediaban los años 30 del pasado siglo.

Muguerza, Gorostiza, Oceja e Ipiña, entrenando en San Mamés. Mediaban los años 30 del pasado siglo.

Precisamente el carácter de Gorostiza, más difícil de sujetar fuera del campo que sobre el césped, determinó a los técnicos hacerle compartir habitación, durante los desplazamientos, con el novel Oceja. Otro cualquiera, recién cumplida la veintena, podía haberse dejado arrastrar por ese torbellino humano, devoto del exceso etílico y consumado explorador de noches, cuyo radar siempre detectaba cualquier portón entreabierto. El cántabro de Durango, por el contrario, serio, disciplinado e íntegro, podía ser, quizás, el único capaz de encarrilar al extremo. Intento vano, a la postre, pues Gorostiza apuntaba maneras de caso perdido.

A lo largo de la Guerra Civil, más en concreto en lo que hubiera debido ser campeonato 1938-39, Oceja jugó con el Baracaldo-Oriamendi. Al reiniciarse las competiciones volvió al Athletic, a un Athletic completamente rejuvenecido, no sólo porque el calendario hubiese corrido, sino porque puntales como Gregorio Blasco, Iraragorri, Zubieta o Muguerza, embarcados en la aventura del Euskadi, hacían las américas. Barrie, Echevarría, Bertol, Macala, Viar, Campa, Arqueta, Lorente, Macala, Ortúzar, Panizo, y hasta el mismo Agustín Gaínza, por más que la presencia de Gorostiza le impidiese debutar, constituían novedad. También debió haber estado en aquel equipo José Luis Justel, jovencito sestaoarra que tras deslumbrar durante los encuentros preparatorios cayó en el frente, luego de alistarse voluntario. No fue el único caído. Manuel Echevarría Martínez-Baeza, con dos partidos jugados la campaña 35-36, y Fernando Bergareche Maruri, habitual del equipo “B”, junto a Edmundo Suárez, el “Mundo” del Valencia en posguerra, perecieron de igual modo. Echevarría, requeté del Tercio Nuestra Señora de Begoña, murió a los 22 años en el frente levantino. Y Bergareche, hermano de Luis, primer goleador rojiblanco en el Campeonato Nacional de Liga, también en acto de combate, pero en el frente bilbaíno de Archanda. Compañeros de equipo y adversarios de trinchera.

La temporada de reanudación deportiva resultó espléndida para Isaac, por más que el Athletic concluyese tercero, a 3 puntos del Atlético Aviación y 2 del Sevilla. Sólo dejó de alinearse en dos encuentros, resueltos, por cierto, con derrota en casa ante el Sevilla (3-4), y empate a cero frente  al Betis. Fue esa la campaña de su definitiva consagración, y aún pudo ser mejor si el Athletic hubiese consentido traspasarle, ante el decidido interés del Barcelona. “Me ofrecían 300.000 ptas. de ficha, 6.000 mensuales de sueldo y un trabajo como representante de tejidos en la empresa de uno de sus directivos, con otras 35.000 ptas. más. El contrato de mi vida. Pero desde el Athletic no me dejaron marchar”. Y encima, añadimos nosotros, tampoco le mejoraron condiciones, conforme se había hecho acreedor cada domingo.

Isaac Oceja, caricaturizado por “Pisarín”.

Isaac Oceja, caricaturizado por “Pisarín”.

Esas cifras constituían un dineral en la España recién salida del horror. Cierto que las 300.000 ptas. no eran anuales, sino a distribuir durante los tres años de contrato inicial. Pero aun con todo, representaban un fortunón. Tómese como referencia el salario medio, frisando las 500 ptas. mensuales. O las primas por título en el Athletic, fueran éstos de Liga o Copa, cifradas en un billete de a 1.000. Lo del trabajo remunerado en la fábrica textil del mandatario azulgrana, pura pantomima o maniobra de distracción. Distintos responsables del régimen habían cacareado su total intolerancia ante los excesos de antaño, así como preferir futbolistas que además de competir estudiasen, o contribuyeran a levantar el país con trabajos compatibles. Además, en su afán por tasarlo todo, incluso quisieron fijar sueldo máximo a las estrellas del balón: el de teniente coronel. Huelga añadir que casi ningún club se avino a tales proclamas, aunque para no quedar como transgresores tuviesen que inventar trabajos ficticios, como el ofrecido a Oceja, “complementos de sobrealimentación”, dando por hecho que un deportista debía acudir al mercado negro ante la insuficiencia del racionamiento, e incluso fijos por partido.

El defensa izquierdo, “uno de los mejores zurdos de España”, según la prensa, tuvo que plegarse a la postura atlética. Pero la incomprensión rojiblanca, y sobre todo su cicatería, se le quedó clavada, como una espina.

Lo de zurdo de tronío tenía su gracia, pues Oceja no lo era, conforme alguna vez comentó. Ni fue zurdo él, ni otros herederos de su posición, como Aranguren, Escalza o Núñez, hasta la llegada del riojano Luis de la Fuente: “Trabajaba como peón de albañil cuando, con 15 años, empecé a pensar que tal vez acabara sacando algo del fútbol. Pero comprendí también que un buen jugador no podía manejar sólo el pie derecho. Así que todas las tardes, tan pronto acababa de trabajar, me iba a un campo, con el balón, calzando alpargata en el pie derecho y bota en el izquierdo. Y allí, dale que dale. Poco a poco fui consiguiéndolo. No sólo me convertí en ambidiestro, sino que acabé jugando mejor con la zurda”.

Si los toreros deben confirmar la alternativa en Madrid, algo parecido ocurría entonces con relación al fútbol. En la capital se concentraban los grandes medios de comunicación, allí ejercían las plumas prestigiosas, las que encumbraban mitos y hasta eran capaces de llevarle a uno en volandas a la selección nacional. Oceja, en 1940, explotó a la perfección una de esas comparecencias: “Lo recuerdo como mi mejor partido. Vencimos 0-1 en Chamartín, tuve en frente a Alsúa y lo sequé por completo. Aquello me sirvió como escaparate, de cara a la internacionalidad. Todas mis expectativas iban cumpliéndose”. Internacional absoluto en 4 ocasiones, donde más a gusto se sintió con la camiseta española fue en San Mamés, el 16 de marzo de 1941, ante Portugal, casi único adversario de nuestra selección mientras Europa fue pasto de la II Guerra Mundial. Esa tarde también festejarían el triunfo por 5-1 su compañero de vestuario Mieza, y el rojiblanco hasta sólo unos meses antes Guillermo Gorostiza. El campo bilbaíno, al servir de anfitrión, fue objeto de algunas mejoras. Y con ocasión del choque, al que asistieron varios militares alemanes de rango con base en la Francia meridional, se inauguraron las calles adyacentes al estadio.

Entrada del partido España - Portugal celebrado en San Mamés, con Mieza y Oceja, dúo defensivo del At. Bilbao, entre los convocados por el seleccionador nacional.

Entrada del partido España – Portugal celebrado en San Mamés, con Mieza y Oceja, dúo defensivo del At. Bilbao, entre los convocados por el seleccionador nacional.

Mieza y él no sólo eran compañeros, sino amigos. Juntos componían un zaga de absoluta garantía, cuando hasta implantarse la táctica WM, luego de que con ella se exhibiera el San Lorenzo de Almagro en su periplo por nuestro suelo, sólo formaban dos defensas. La campaña 1940-41, ambos disputaron todos los partidos del Athletic, Atlético de Bilbao desde el 1 de Febrero del 41, al entrar en vigor el decreto que prohibía la utilización de denominaciones extranjeras.Y el equipo, con 24 goles encajados, por los 36 del campeón, los 45 del Barcelona o los 53 del Valencia, quedaba subcampeón, a dos puntos de los aviadores madrileños. Pues bien, esa camaradería quedó de manifiesto durante la preparación de un choque internacional, con el clásico partidillo de entrenamiento: “Antes de iniciarse la segunda parte del mismo, el seleccionador, Eduardo Teus, quiso cambiarme al lado derecho. Yo no estaba muy conforme y me retiré, dándomelas de lesionado. Pero Teus tenía buen ojo. Se dio cuenta de que no estaba a gusto y me preguntó qué ocurría. Con el único que me entiendo es con Mieza, le dije. No hubo necesidad de más palabras. Para el siguiente partido Mieza estaba en la derecha y yo en la izquierda”.

Oceja04Pero no todas sus comparecencias internacionales resultaron satisfactorias. Midiéndose a Francia, en Sevilla, sufrió una grave lesión, acentuada durante los siguientes ocho meses sin tratamiento, puesto que nadie supo diagnosticársela. Llegó a pensar, incluso, en una retirada tan temprana como forzosa. Al menos hasta que le hablaron del doctor Moragas, en Barcelona. “A él le debo mi continuidad”, reconoció sin ambages, complaciéndose en el detalle. “Fui hasta Cataluña con José Luis Bilbao, al que apodaban “Bala Negra”. Tras observarle concienzudamente dijo: en quince días estarás jugando. Y no falló ni por exceso ni por defecto. Conmigo también fue clarísimo. Lo tuyo es menisco en estado avanzado. Estarás aquí durante un mes, tratándote; así evitamos la intervención quirúrgica. Transcurridos treinta días fui a entrenar al campo de Las Corts, con el Barcelona, y en cuanto hice un giro extraño sentí un “crack” terrible. Se me cayó el mundo encima. Adiós mi carrera, pensé, porque entonces el menisco roto representaba un adiós definitivo al fútbol. Sin embargo en la consulta el doctor me dijo: tranquilo, hombre, voy a operarte y tú seguirás jugando al fútbol. Di al Athletic que si quedaras mal, y Dios no lo quiera, no cobraré por la operación. Por suerte para mí, el Athletic tuvo que pagar. Me dejó perfectamente”.

Las lesiones constituyeron su cruz. La suya y la de tantos otros futbolistas, aunque en su caso llegaron en los momentos más inoportunos. La de Sevilla, siendo hombre fijo para el seleccionador. Y la doble rotura de tibia, en vísperas de renovar contrato. Tributos de jugador aguerrido, valorados tan sólo a medias y nunca recompensados. “Yo era duro, lo reconozco, pero jamás fui a lastimar. Además  exponía cuanto hiciese falta. A lo largo de quince temporadas nunca lesioné a nadie, y sin embargo a mí me cayó de casi de todo: brechas en la cabeza, una rotura de muñeca, el menisco intervenido, la doble fractura de tibia… Percances de los que otros no pudieron recuperarse”.

La fractura de tibia le dejó un sabor de boca por demás desagradable, que su sinceridad a toda prueba le impidió esconder: “En el club dieron por descontado que no podría rendir como hasta entonces, y para mi desgracia tocaba renovar. El caso es que me ofrecieron 750 ptas. por partido jugado. Una miseria, sobre todo después de haberme impedido resolver la vida en Barcelona. Pero esto no puede ser, les dije; si hasta los nuevos llegan con más ficha. Y ellos que nada, que o lo tomara o lo dejase. No me quedó otra que firmar, pero luego, llegado el momento, jugué 34 de los partidos 35 partidos disputados por el club a lo largo de toda la temporada, entre Liga y Copa. Sólo falté en uno, y no porque estuviese mal o así lo decidiera el entrenador. Simplemente porque de algún modo debía manifestar mi enojo e inconformismo. Sencillamente, no me dio la gana”.

Ese choque, resuelto en San Mamés ante el Valencia C. F., tuvo lugar el 16 de marzo de 1947, faltando otros cuatro partidos para dilucidar el título. Bilbaínos y “chés” se la jugaban, sintiendo en la nuca el aliento de At Madrid y C. F. Barcelona. Al descanso se llegó con empate a cero, y en la reanudación anotó Morera para el Valencia. Dos puntos de oro, por demás decisivos, puesto que el 13 de abril valencianos y rojiblancos iban a concluir empatados, yendo el trofeo de campeón hasta orillas del Mediterráneo por golaveraje.

Final de Copa correspondiente a 1944. Oceja, como capitán, encabeza la salida del At. Bilbao al césped de Montjuich. Tras él Lezama, Zarra, Celaya, Bertol, Iriondo…

Final de Copa correspondiente a 1944. Oceja, como capitán, encabeza la salida del At. Bilbao al césped de Montjuich. Tras él Lezama, Zarra, Celaya, Bertol, Iriondo…

Nunca se lo perdonaron. Por esa época, tanto en el fútbol como en la existencia cotidiana, tocaba aguantarse y achantar. La disconformidad estaba malísimamente vista. Imperaba la aquiescencia y el pastoreo, el “amén Jesús” o el “por la paz un avemaría”. Las reivindicaciones, fueran del tipo que fuesen, eran cosa de resentidos, de “gente empeñada en alterar la paz y sana convivencia, fruto de nuestra Gloriosa Cruzada y el pulso firme del Caudillo”. Desde los púlpitos se predicaba resignación. También la radio, merced a la voz persuasiva y bien timbrada del padre Venancio Marcos, desbravaba dignidades con frasecitas tipo: “La obediencia, esa libre esclavitud que nos sublima. Sed sumisos y no ambicionéis oropeles, lujo y riquezas. El demonio, en su maldad aviesa, inventó el dinero para corrompernos”. Muchos niños, sobre todo los educados en centros religiosos, recibían el título de “Cruzado de la Eucaristía”, con su carnet nominativo y todo, entre exhortaciones muy a cuento: “Cumple las cuatro consignas para conseguir este Reinado: ¡ORAR!, ¡COMULGAR!, ¡SACRIFICARME!, ¡SER APÓSTOL!. Sé puro, alegre, obediente y piadoso”. Obediencia y rebeldía eran conceptos antagónicos. Los insatisfechos solían ser tildados de “existencialistas”, como si tal concepto englobase hasta el último mal imaginable. Gente como Isaac Oceja, cabal, directa, valiente y sincera, rebelde ante cuanto les pareciera injusto, no solía prosperar.

El cántabro de Durango en capitán, saluda al valenciano en la final de Montjuich, concluida con victoria rojiblanca.

El cántabro de Durango en capitán, saluda al valenciano en la final de Montjuich, concluida con victoria rojiblanca.

“Es que llovía sobre mojado”, sintetizó un ya maduro Isaac, cuando asomaban los años 80, volviendo la vista a sus tiempos de corto. “También me quitaron la capitanía, al interpretarse mal desde el palco un gesto a Lezama, nuestro portero. Éste tenía mucha costumbre de saltar sobre los defensas para despejar balones, aunque ello significara golpear o aplastar a los compañeros. Ante el Sevilla hizo una de esas, con la mala fortuna de dejar el balón muerto en el área. El delantero andaluz sólo tuvo que empujar la pelota hasta las mallas, porque Lezama, yo mismo, y creo incluso que algún otro, andábamos por el suelo. Tan pronto estuve en pie me volví a él, gesticulando, mientras le decía: ¿Por qué no has pedido el balón?. Según parece, los directivos creyeron que le había insultado y me arrebataron el brazalete. Eso, lo de la interpretación, puedo entenderlo. Sin embargo no comprendí entonces ni ahora por qué no preguntaron a los compañeros acerca de lo ocurrido”.

Durante el verano de 1948 recibió un señor mazazo. El Athletic no contaba con él. “Me lo dijo Carmelo Goyenechea, entonces directivo y antes, cuando yo empezaba, compañero sobre el césped. Fue el peor momento de mi vida, no ya porque considerase podía seguir jugando, sino, sobre todo, porque a pesar de nuestras tiranteces siempre esperé otro comportamiento. Quince años rompiéndome la crisma, y mira”.

En realidad no fueron quince, sino catorce. Once temporadas defendiendo el escudo rojiblanco, y los tres años de guerra. Acababa de cumplir 33 primaveras y se encontraba bien. Para cubrir su puesto, en Bilbao probaron con Celaya, Aldonza, Arámbarri, Mugarra, Canito, y hasta con Garay. Desde el graderío se le echó en falta, máxime al observar que el equipo pasaba de los puestos nobles al anonimato de una sexta plaza en 1948-49 y 1949-50, empeorando el registro en 1950-51, con un séptimo puesto. Ni tuvo partido homenaje, como podría antojarse lógico, ni se dignaron explicarle por qué no. Quizás alguien pensase que su contribución en dos títulos de Liga y tres de Copa, amén de una indiscutida jerarquía en el vestuario, difícilmente lo justificaba. Recibió una oferta del Zaragoza, entonces deambulando por 3ª División, y allá fue, inicialmente sólo como futbolista y tras la espantada de Paco Bru, según parece incapaz de sobrellevar al frío de Torrero, en la doble condición de jugador-entrenador. Se le había olvidado cómo era el fútbol modesto, las instalaciones precarias, el fango por encima de los tobillos, la ira con que en muchos campos se encajaba la derrota… Felizmente los maños ascenderían a una nueva 2ª División, dividida en dos grupos. Aval suficiente para que le ofreciesen renovar, ya como técnico a tiempo completo. Su evocación de esos meses resulta lo bastante diáfana:

Su popularidad sirvió de reclamo a Bodegas Domecq, obteniendo a cambio sólo unas muestras de brandi, conforme era habitual durante los años 40 y 50. Entonces ningún futbolista se planteaba la explotación de hipotéticos derechos de imagen.

Su popularidad sirvió de reclamo a Bodegas Domecq, obteniendo a cambio sólo unas muestras de brandi, conforme era habitual durante los años 40 y 50. Entonces ningún futbolista se planteaba la explotación de hipotéticos derechos de imagen.

“Si en 1ª, con árbitros muy bragados, a veces ocurrían cosas increíbles, imagínate en 3ª. Jugando con el Athletic en Alicante, Tatono, un canario del Hércules, remató a gol con ambos puños ante mis narices y las del árbitro. Para mi sorpresa, el colegiado dio gol. Cuando fui hacia él como una bala, protestando, sólo escuché: Oceja, si anulo el tanto no salimos vivos de aquí ni vosotros ni yo. Pues bien, eso no era nada comparado con cuanto hube de escuchar el año de mi despedida. ¡Viejo, dónde vas, deja al chaval!. Y el chaval, a veces, tenía un par de años menos que yo. En los campos pequeños se oye todo, y a mí me enseñaron insultos nuevos. Entonces se jugaba muy pronto. A las tres o tres y media de la tarde en invierno, porque se hacía de noche y, naturalmente, ni soñábamos con torretas de luz eléctrica. La gente iba a vernos después de comidas bien regadas con vino, de tomar su buena copita de coñac en casa y otra más, u otras, entre amigos, antes de entrar o en la propia cantina del campo. En fin, aquello quedó de lado cuando ascendimos en Lérida”.

En efecto, el ser humano nunca termina de aprender. Y Oceja aún tenía pendiente otra lección amarga, dirigiendo al club aragonés en la división de plata.

Corría el ejercicio 1949-50. Durante el descanso de un partido en Tarrasa, al que llegaron perdiendo, penetró en los vestuarios un directivo zaragocista. “¿Qué pasa?”, espetó a los futbolistas hecho una furia, mientras cerraba de tremendo portazo. “¿No se os ha dicho que ataquéis por la izquierda, que para eso está comprado el defensa?. Y vosotros, ¡hala!, venga a intentarlo por el centro, por la derecha, por cualquier sitio menos por donde podéis pasar”. Oceja se le plantó de inmediato, asegurando que la dignidad deportiva no podía comprarse, porque carece de precio, y que puestos a seguir sobornando a contrarios, podían hacerlo con el dinero de su propia ficha. “Porque si eso es todo lo que confían en mí y en esta plantilla, aquí sobra alguien. O usted, y los que piensan de ese modo, o yo. Y ahora váyase”. El directivo salió un tanto aturdido, entre miradas de censura y un silencio sepulcral. “En ese mismo momento comprendí que no estaba hecho para el fútbol chanchullero y ruin que nos llegaba no sé de dónde. Resumiendo, no quise saber nada más del deporte profesional”.

Retrato a pluma correspondiente al inicio de los años 40. Un recurso muy socorrido de la prensa, ante la escasa calidad que las linotipias proporcionaban al trabajo de los fotógrafos.

Retrato a pluma correspondiente al inicio de los años 40. Un recurso muy socorrido de la prensa, ante la escasa calidad que las linotipias proporcionaban al trabajo de los fotógrafos.

Obtuvo el carnet de entrenador, sin embargo. En la primera promoción, además (Burgos, 1949), siendo Muñoz Calero presidente de la FEF. Desde hacía algún tiempo, los federativos venían dando vueltas a la conveniencia de establecer algún título que capacitase a cuantos optaban por sufrir desde el banquillo. Finalmente, a las órdenes de José Luis Lasplazas, los técnicos más habituales de categoría nacional y aquellos con mejor puntuación en los cursos celebrados al amparo de las Escuelas Regionales, se dieron cita en la Ciudad Deportiva Dos de Mayo. Bien mirado, más que una evaluación aquella convocatoria tuvo como principal fundamento “legalizar” a quienes ya habían acreditado capacidad y solvencia. Hubo 59 aprobados. Entre ellos muchos nombres ilustres, españoles y extranjeros: Por cuanto respecta al producto nacional, Baltasar Albéniz, Andonegui, Antonio Barrios, Bienzobas, Patricio Caicedo, Pasarín, Benito Díaz, Espada, José Escolá, Patxi Gamborena, Ricardo Gallart, Campanal I, Ipiña, Iraragorri, Iturraspe, Meana, Antonio Molinos, Higinio Ortúzar, José Mª Peña, Jacinto Quincoces, Quirante, Gaspar Rubio, Ignacio Urbieta, Urquiri, Juanito Urquizu, José Villalonga (seleccionador nacional que otorgaría a nuestro fútbol el primer título internacional en 1964), o Ricardo Zamora, campeón de liga con el At. Aviación las dos primeras ediciones posbélicas. Entre los extranjeros, Lino Taioli, Alejandro Scopelli, John Bagge o Helenio Herrera, que hasta el último instante estuvo amagando con la posibilidad de no presentarse, entendiendo que nadie tendría suficiente nivel para evaluarle.

Ese título sólo habría de emplearlo en categoría amateur. Sobre todo en el equipo de su pueblo adoptivo, la Cultural de Durango, cuya plantilla dirigió en dos etapas distintas. La primera desde 1954 hasta 1960, en 3ª División, por más que durante el ejercicio 55-56 los durangueses disputaran la fase de ascenso a 2ª. Y tras un año de descanso, nuevamente en el mismo banquillo desde 1961 hasta el 65; una campaña, la primera, en 3ª, y las restantes en categoría Regional. Tampoco tuvo reparo en poner aquel carnet a disposición de algún club, respondiendo siempre a la solicitud de amigos. Suyo fue, por ejemplo, el que evitó problemas federativos a Javier Clemente cuando, todavía sin titulación, debutara dirigiendo al Arenas de Guecho. El rubio baracaldés, por si hubiere alguien que no lo recuerde, había quedado inútil para jugar después de varias operaciones y una absurda entrada del vallesano Ramón de Pablo Marañón.

Oceja, futbolista digno y hombre íntegro, falleció en Durango el 24 de noviembre de 2000. Su hijo, defensa central, llegó a fichar por el Athletic, siendo cedido al Baracaldo cuando arrancaban los 60.

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