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RESUMEN:

En nuestro recorrido por los primeros campos de fútbol en Bilbao nos centramos en el campo de San Mamés. En esta ocasión, en la historia del santo que da nombre al estadio del Athletic.

ETIQUETAS:

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ABSTRACT:

Keywords: Bilbao, Football Grounds, History, Spain, San Mamés

In our journey through the first football grounds in Bilbao we focus on San Mamés. But, this time, depicting the history of the saint after whom Athletic Club named their Stadium.

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Lo primero, el santo

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No sería presentable el comenzar un relato sobre el campo de San Mamés, que, además, presume de «catedralicio», sin invocar al Santo que le dio el nombre, y no menores gracias, desde una humilde ermita, que coronaba la campa sobre la que se edificó un recinto deportivo desde el que se llevó el nombre del Santo a las más insólitas  esquinas del mundo.

Es difícil encontrar una cumplida «biografía» de San Mamés; pero, afortunadamente, en las estanterías estaba un libro entrañable, de añeja encuadernación en piel, visto en las manos de nuestras abuelas, todas las tardes, a la caída del sol. Su fecha de impresión es de 1853 y todavía nadie había reparado en la campa de la ermita. Por ello, por su rancia prosa que refleja el espíritu de una época, de sus costumbres y su entidad, hemos creído conveniente reproducirlo al pie de la letra. ¡Tiene tanta fragancia e ingenuidad…!. Es original del Padre Juan Croisset, S.J., titulado «Año cristiano». Y dice así:

San Mamés, mártir: El bienaventurado San Mamés fue natural de Paflagonia, hijo de San Teodoto y Santa Rufina, caballeros principales y de linaje de senadores; de los cuales hace conmemoración el Martirologio romano el día 31 de agosto. Tenía en aquellos tiempos el cetro del romano imperio Aureliano, perseguidor cruel de cristianos, quien suscitó la nona persecución contra la Iglesia de Dios. Publicados los edictos en Paflagonia, y siendo Teodoto y Rufina, padres de Mamés, cristianos y grandes siervos de Dios, fue acusado de esto San Teodoto delante del presidente que estaba allí  por los emperadores romanos. Preso pues y llevado a Cesaréa de Capadocia, donde le echaron en una cárcel, su bienaventurada esposa Santa Rufina, embarazada de Mamés, le quiso hacer en ella compañía. Murió Teodoto encarcelado, y Rufina no pudiendo soportar las congojas de la cárcel, parió antes de tiempo al bendito San Mamés, y murió también, quedando el niño entre los cuerpos muertos de sus santos padres. Entonces apareció un gallardo mancebo (sin duda era ángel del Señor) a la bienaventurada Santa Ammia, mujer noble y muy principal, mandándole que pidiese al presidente los cuerpos de los bienaventurados San Teodoto y Santa Rufina, diciéndole que hallaría entre ellos el niño Mamés vivo, y que le mandase criar con diligencia. Hízolo la santa señora y enterró los cuerpos de los dichos Santos en su huerto, y al bendito niño crió con cuidado y le recibió por su hijo adoptivo.

Aconteció que siendo el Santo de dos años llamando un día a Ammia, dijo «mamá», queriendo decir «madre», y de aquí le quedó el nombre de Mamés. A los cinco años le puso Ammia a los estudios, y adelantó con el mayor aprovechamiento en ellos.

Proseguía en aquellos tiempos el mal emperador Aureliano con gran crueldad la persecución contra la Iglesia de Dios, el cual no solamente mandaba a los hombres y mujeres sacrificar a sus falsos dioses, sino también a los muchachos, a fin de mantenerlos en el error desde su tierna edad. Pero los que iban al estudio y eran amigos y compañeros de Mamés, aunque niños, no consentían en el error gentílico. Siendo él de quince años murió Ammia su madre adoptiva, y le hizo heredero de su hacienda. Supo el presidente lo que hacía el siervo de Dios, y mandándole llevar delante de su tribunal, donde le preguntó: Si era él quien no quería adorar a los dioses, y no contento con esto persuadía a sus condiscípulos que no obedeciesen al emperador. Entonces el bendito mozo con pecho más que de varón, reprendióle porque dejaba al Dios verdadero y adoraba dioses falsos, mudos y sordos. Quiso el tirano llevarle por fuerza a un ídolo, para que aun cuando no quisiese le adorase. Respondió Mamés, que según derecho aquello no se podía hacer, por ser el hijo adoptivo de Ammia señora nobilísima, de la cual quedaba él por heredero. Viendo el presidente Demócrito, que ciertamente no le podía castigar, envióle al emperador, avisándole en sus cartas de todo. Llegado allá, con halagos y amenazas procuró Aureliano hacerle sacrificar  a sus falsos dioses, y viendo el tirano la constancia del santo mancebo, mandó darle muchos azotes, y cuando los verdugos le azotaban, decía el emperador que negase a Jesucristo, con la boca sola, que aquello sólo bastaba. Respondió el Santo Mártir, que ni de boca ni de corazón quería negarle. Visto por el emperador el poco caso que hacía de los azotes, mandó quemarle con candiles encendidos. Hízose como él mandaba, y el bendito mártir padeció aquel tormento sin dolor. Después consideró el tirano que no podía hallar tormentos con que vencerle, mandóle atar en el cuello una bola de plomo, y echar en lo profundo del mar.

Hízose como mandaba el tirano; pero llevándole los ministros para echarle en el mar, apareció el ángel del Señor, el cual les rodeó, y espantados los ministros que le llevaban huyeron, y el ángel mandó a Mamés que saliese al monte de Cesaréa y viviese allí. Estuvo el Santo en aquel monte cuarenta días ayunando y sin comer, y después oyéndose una voz del cielo, se le dio el Evangelio con una vara, y quedó predicador de la ley de Dios. Edificóse en aquel lugar un templo, y acudían a él todas las bestias fieras del monte, de cuya leche hacía queso, y reservándose de ello algún poco para sí, llevaba lo restante a Cesaréa de Capadocia y dábalo a pobres.

Supo este hecho tan heroico Alejandro, presidente de Capadocia, y le envió ciertos caballeros al monte para que le llevasen preso delante de él. Siendo avisado el Santo de su venida, salió a recibirles, y no conociéndole ellos le preguntaron por Mamés. El siervo de Dios les convidó a cenar, diciendo que después les mostraría el hombre que buscaban. Hospedóles pues, dándoles pan y queso de su comida, y mientras estaban comiendo bajaron las bestias fieras del monte para que él tomase leche. Viendo esto aquellos caballeros, quedaron pasmados de semejante maravilla, y dejando la cena se echaron a los pies de Mamés. Entonces les dijo el Santo que no temiesen, y que él era el que buscaban. Partióse pues de ellos y díjoles que volviesen a su señor, que él iría muy luego. Fuéronse los  caballeros a Cesaréa, no dudando de la palabra del siervo de Dios, y Mamés entró en el monte, donde mandó (según dice Surio) a un león, que después que él hubiese caminado un estadio, bajase corriendo a los gentiles y judíos que blasfemaban de nuestro Señor Jesucristo, y los matase. Hecha esta diligencia bajó del monte y fue a Cesaréa de Capadocia, donde los caballeros le estaban aguardando a la entrada de la ciudad. Fue pues llevado por ellos delante del presidente, quien le preguntó, si él era el encantador que obraba tantas maravillas con arte del demonio. Respondió el Santo que él era siervo de Jesucristo, que a los que creen en Él y hacen su voluntad, salva, y a los idólatras y encantadores echa al infierno. Pidióle también por qué le había llamado. Yo, dijo el presidente, «te he llamado, porque no puedo sufrir que vivas en compañía de bestias en el desierto, y que les mandes con tus encantamientos como si tuvieran entendimiento». «Más quiero vivir, dijo San Mamés, en compañía de bestias fieras, que no con vosotros; porque ellas aunque no tengan juicio, saben reverenciar al Creador del cielo y de la tierra, y honrar a sus siervos, y vosotros no».

Entonces mandó Alejandro atormentarle, y el Santo esperaba con gran paciencia y confianza del cielo consolación. Instando Alejandro que le arañasen o atormentasen, oyóse una voz del cielo que le quitó gran parte del dolor y le hizo hábil para sufrir todos los tormentos que se le ofreciese. Esta voz oyeron muchos de los fieles y quedaron más constantes en la fe. Viendo el tirano que Mamés no hacía caso de las uñas de hierro con que le atormentaban, mandó encender un horno para echarle en él. Por ocupaciones diversas no se cumplió entonces la orden del juez y pusieron al Santo en una cárcel donde había cuarenta cristianos, a los que dio libertad, abriendo las puertas de la prisión con sus oraciones. Quedóse el Santo solo en la cárcel esforzado por la presencia de un ángel para sufrir nuevos trabajos y tormentos. Viendo después el presidente la constancia del Mártir, mandó echarle en un horno ardiendo. Hízose lo que mandaba. Pero quedóse el siervo de Dios en medio de las llamas tres días, como si estuviera en un prado hermoso y muy florido. Mandó el tirano a sus ministros que fuese a ver al mártir; fueron y halláronle alabando al Señor. El juez atribuía todo esto a encantamiento; más el pueblo lo tenía por milagros, como era razón. Después mandó el tirano a las fieras, y se le humillaron. Y sucedió que vino un león del bosque y entrando en el anfiteatro mató a muchos gentiles, y, (según dice el obispo Equilino) habló el mismo león, como la asna de Balaán y dijo que por las injurias que hacían a Mamés, habían muerto tantos de ellos. Y viendo esto muchos de los gentiles alababan al Dios que le predicaba, y el león se echó a los pies del Mártir con mucha mansedumbre. Después mandó el presidente a un criado que tenía preparado con cierto instrumento le sacase las entrañas. Hízolo el sayón, y sacándole los intestinos, el Mártir se fue de la ciudad llevándolos en las manos, y llegado que hubo a una cueva, a dos estadios de Cesaréa, oyendo una voz del cielo que le llamaba, dio el espíritu a su Creador.

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