RESUMEN:

Encaramos la recta final del informe sobre las víctimas de la Guerra Civil en nuestro fútbol. En esta ocasión prestamos especial atención a los directivos de los clubes.

ETIQUETAS:

, , , , ,

ABSTRACT:

Keywords: Spanish Civil War, Football, History, Victims, Directors

We face the final stretch of the report on the victims of the Civil War in our football. On this occasion we pay special attention to club directors.

PDF

Dirigentes del fútbol caídos en la Guerra Civil

De
Download PDF

El victimario de nuestra Guerra Civil por cuanto al fútbol respecta no se redujo sólo a media docena de entrenadores y más de doscientos futbolistas, veteranos o noveles, profesionales o amateurs, internacionales o aferrados al sueño de arañar un día el estrellato. Cayeron también, en los distintos frentes o víctimas de la sinrazón en retaguardia, un centenar de directivos, entre los que por no variar hubo un poco de todo: seleccionadores nacionales, periodistas, políticos, militares, médicos, prohombres en sus ciudades o devotos de clubes pequeños, gente anónima fuera de una modesta secretaría sin máquina de escribir, con cuatro sillas cojas, una mesa apolillada y, eso sí, la bandera con el escudo del equipo, primorosamente bordada. Rara vez se ha ocupado de ellos la historiografía del deporte rey, hasta el punto de convertirlos en seres virtualmente inexistentes. El oropel, las ovaciones y el culto al mito, tanto antaño como hoy día, parecen reservados al héroe que atajó balones como nadie, a quien marcara goles o empequeñeciese a los demás con un inigualable despliegue físico. Cuantos engrasaban toda aquella maquinaria, robando tiempo a otras ocupaciones e incluso anticipando dinero propio, ni siquiera solían salir en las fotos.

José Suñol, presidente del F. C. Barcelona y político electo, asesinado en Guadarrama.

José Suñol, presidente del F. C. Barcelona y político electo, asesinado en Guadarrama.

Claro que, como ocurre siempre, hubo excepciones confirmando la regla. Y a la cabeza de todas, Josep Suñol Garriga (Barcelona, 21-VII-1898), político catalanista, presidente del Real Automóvil Club de Cataluña (1933-34) y máximo mandatario del F. C. Barcelona desde julio de 1935. Un Josep Suñol a quien distintos revisionistas de la historia “culé” pretenden convertir en Sunyol, menospreciando tanto su partida de nacimiento, como los carnets y tarjetas de visita que utilizase en vida.

Diputado en las Cortes españolas por Esquerra Republicana (legislaturas de 1931, 33 y 36), obtuvo incluso en la primera de ellas más votos en su circunscripción que Lluis Companys, el presidente republicano que habría de protagonizar un golpe de estado a la propia República Española, duramente reprendido. En febrero de 1933, sin disiparse aún del recuerdo la dictadura de Primo de Rivera, había fundado el semanario deportivo “La Rambla” con el propósito de implicar en las reivindicaciones catalanas a esa nueva masa atraída por el “sport”, para entonces mucho más que simple moda pasajera. Dicha redacción, por cierto, sita en plena rambla barcelonesa, frente a la fuente de Canaletas, serviría como lugar de cita a los seguidores azulgrana en sus grandes fechas, inaugurando una tradición todavía vigente.

El vínculo de Suñol con la entidad azulgrana venía de atrás. Directivo ya en la junta que presidiera Arcadi Balaguer, sin cumplir la treintena (año 1928), intervino como pacificador en el conflicto que enfrentó a los jugadores del Barça con su junta directiva. Y es que los futbolistas estaban hartos de verse a los pies de los caballos cuando perdían partidos, por las críticas que desde los despachos saltaban a la luz pública, actitud vista en el vestuario como muestra de absoluta deslealtad. Los buenos oficios del posterior presidente y diputado recondujeron las aguas revueltas a su cauce natural. Ya máximo mandatario “culé”, su mano se dejó sentir en la renovación del conjunto, incorporando a un buen puñado de perlas cuyo brillo se apagaría en parte por mor del ya larvado conflicto bélico: el excelente portero Iborra, exiliado en México; Balmanya, Raich, Escolá, Cabanes o Franco, en Francia durante parte de la guerra; Areso y Munlloch, exiliados igualmente en América, aunque el primero tras desengancharse del Euskadi; el húngaro Berkessy, a quien el 18 de julio del 36 pilló solazándose junto al lago Balatón, con Mario Cabanes, el costarricense Morera y Ramón Obiols, los dos últimos jugadores del Hércules alicantino; el uruguayo Fernández, de vuelta por España unos cuantos años después, ya entrenador, para dirigir tanto al Barcelona como al Real Madrid… Gerente, en suma, que asumió riesgos conformando un equipo de garantías para los posteriores siete u ocho campeonatos. Hombre a quien no temblaba la mano si debía cerrar la puerta al mito Samitier, postulado desde la prensa como entrenador blaugrana cara al ejercicio 1936-37, y a quien dirigiría, a través de las linotipias, un claro y contundente desmentido interés, nueve días antes de que el ejército se sublevase en África. Porque si bien el 10 de julio de 1936, a una semana del estallido bélico, Suñol anticipara su propósito de cesar como presidente del Barça, seguía ostentando el cargo hasta encontrar la muerte.

Suñol confundió con la realidad el alarde propagandístico inserto en medios republicanos. El alto del León seguía en poder de los sublevados y este hecho le segaría la vida.

Suñol confundió con la realidad el alarde propagandístico inserto en medios republicanos. El alto del León seguía en poder de los sublevados y este hecho le segaría la vida.

Su labor como diputado también ofreció alguna muestra de energía. Estuvo entre quienes apoyaron el proyecto de expropiación de fincas rústicas, imprescindible anticipo de una más que controvertida reforma agraria, y censuró a la cámara tanto tiempo perdido con el incidente del doctor Albiñana, diputado derechista radical, “en momentos tan difíciles para el país”, por un uso ilegal de armas.

A primeros de agosto de 1936 partió de Barcelona a Valencia, con el propósito de estrechar lazos entre la Generalidad Catalana y la Junta Delegada en la capital del Turia, prosiguiendo luego el viaje hacia Madrid. Casi paralelamente llegaban noticias hasta la antigua villa y corte sobre un supuesto ataque republicano en la Sierra de Guadarrama, mediante el cual se habría tomado el Alto del León, actual puerto de Los Leones. Suñol, entonces, decidió visitar el frente en compañía de un oficial, el periodista Pedro Ventura Virgili, conocido por “Guantes” durante sus días de futbolista en el Gimnástico de Valencia, y un soldado del Parque Móvil de Automovilismo, sobre quien luego la prensa hizo recaer sospechosas conjeturas. Junto a otras misiones no reveladas, parece que el diputado de Esquerra Republicana pretendía insuflar ánimos a los voluntarios catalanes de la Columna Maciá-Companys, destacados en la defensa de Madrid. Había niebla y los informes sobre el retroceso de los alzados pecaban de excesivo optimismo. Algún historiador azulgrana supuso y escribió que Suñol pudiera haber salido del vehículo entre vivas a la República, tan pronto vio recortarse en la bruma unas siluetas armadas. Guiño hueco al heroísmo, puesto que nada ni nadie lo corroboró jamás. Lo cierto es que tanto él como sus acompañantes advirtieron demasiado tarde que el Alto del León no era republicano, sino faccioso. Y que aquellos hombres armados reconocían en el viajero al diputado Suñol Garriga, lo que de inmediato supuso una sentencia mortal. Corría el 6 de agosto, Suñol sólo contaba 38 años, y los cadáveres pudieron ser recuperados unas cuantas horas después.

“ABC”, cabecera monárquica que tras la salida de Alfonso XIII devino en republicana desde Madrid, y “nacional” a partir del verano del 36 en su edición sevillana, explicaba, recogiendo “noticias de absoluta confianza de las fuerzas leales”, que los cadáveres aparecieron junto a la cuneta, en el kilómetro 52 de la carretera de Guadarrama. Pero que no eran cuatro, sino tres, y por lo tanto faltaba un ocupante del automóvil. Ese punto concreto, donde se hallaba una caseta de camineros que con el correr de la Guerra sirvió de tumba a otros desafortunados, acabó recibiendo el nombre de “la casilla de la muerte”. En relación a la ausencia del cuarto cadáver, el diario, sin apuntar de lleno hacia el conductor, miraba hacia él con lupa de gran aumento, retratándolo como hombre que “hasta no hace mucho tiempo fue chófer del ex coronel Armada, jefe hasta ayer de los sublevados de Oviedo”. Y aunque abogaba por la presunción de inocencia, tampoco se resistía a emplear alguna paletada de ceniza: “Hemos de decir, no obstante, que el chófer es, o era, un hombre muy obediente a quien por motivo de la sublevación militar se le habían confiado misiones delicadas, que cumplió rigurosa y exactamente(…). Sus compañeros chóferes nunca sospecharon de él y, aunque muy parco en todo momento, no ocultó repetidas veces su admiración por el ex coronel Aranda, a quien había servido durante bastante tiempo”.

Hasta 1996 no se izó el monolito en memoria del político y directivo barcelonista Josep Suñol, justo donde apareciese su cadáver. Lo inauguraron el presidente del Parlamento Catalán, Jaume Raventós, y el directivo azulgrana Jaume Sobrequés. Para entonces el misterio del conductor cuyo cadáver se echara en falta, ya no interesaba a nadie, del mismo modo que nadie parecía enlazar la figura del periodista Ventura Virgili con el portero que un día se afanase bajo el marco del Gimnástico.

Lápida con el apellido del presidente asesinado, tal y como él lo escribiera siempre.

Lápida con el apellido del presidente asesinado, tal y como él lo escribiera siempre.

Varios comentaristas especularon sobre la posibilidad de que el mandatario “culé” llevase una importante cantidad en metálico del F. C. Barcelona, destinada a la contratación de un jugador para la temporada 36-37 que los acontecimientos iban a dejar sin efecto. Rosendo Calvet, secretario del club y hombre que debía conocer como nadie todos los entresijos societarios, cuantificó la cifra en 25.000 ptas., no para cerrar un traspaso, sino el de determinados jugadores ovetenses. Otras fuentes elevaron la cantidad hasta 50.000, correspondientes al pago de haberes a la tropa. Si verdaderamente existió ese dinero, quedaría en poder de los sublevados, pues nada pudo hallarse junto a los cadáveres.

Su trágica desaparición causó un gran impacto en el área republicana. Distintos medios madrileños se hicieron eco de una iniciativa de la F.E.F., consistente en formar un núcleo de fuerzas voluntarias “que llevará el nombre del malogrado José Suñol, presidente que fue del F. C. Barcelona. En esta nueva fuerza pueden inscribirse cuantos deportistas se muestren dispuestos a defender las libertades republicanas. El cuartel de la nueva milicia republicana ha sido instalado en la planta baja del Madrid Fútbol Club. La salida de la columna de deportistas hacia el frente se verificará el día 7 de setiembre. El día anterior tendrá lugar un festival en el campo del Madrid, donde luego de un partido que jugarán los primeros equipos del Madrid y del Valencia será entregado a los milicianos del deporte un banderín. La recaudación que se obtenga en el partido se destinara a los hospitales de sangre”.

Tampoco en Cataluña, como se antoja obvio, quedaron atrás, según acredita esta nota titulada “La centuria Josep Sunyol i Garriga”: “El Departamento de Guerra del “Casal d´Esquerra Francesc Maciá” (Cortes Catalanas 647), de acuerdo con las órdenes que ha recibido del cuartel general de E.R.C. pone en conocimiento de todos los compañeros inscritos para integrar esta nueva centuria, adscrita a la columna Maciá-Companys, que han de efectuar su presentación hoy, jueves, a las nueve de la mañana, en Cortes Catalanas 647”.

Un informe del secretario de las Cortes fechado en 1938, elevaba hasta 25 el número de diputados derechistas víctimas de la ira republicana, en tanto serían 12 los de izquierdas sometidos a prisión en centros oficiales o clandestinos del área nacional. A ellos había que añadir otros 9 diputados, víctimas en zona republicana. Y antes, mucho antes de que un sencillo monolito en el alto de Los Leones recordase al caído, el F. C. Barcelona decidió honrar su memoria considerándolo desde mediados de noviembre de 1937 hasta enero del 39, su “presidente ausente”. Detalle que como se comprenderá no pasaron por alto los nuevos jerarcas del fútbol nacional, tras el triunfo franquista.

Otros mandatarios catalanes también vieron truncada su existencia durante el conflicto. Y entre ellos unos cuantos que el bando “nacional” consideró suyos, puesto que engrosaron el listado de “caídos por Dios y por España”.

Miguel Batllé Elías, secretario del F. C. Samboyano, y Rafael R. Brickets, vocal del mismo club, fueron asesinados en retaguardia. La misma desgracia acometió a Narciso Bonet Ulpí, vocal también, aunque del Club Deportivo Moncada. Otras muertes violentas acabaron con Manuel Vila Mitjans, vocal del F. C. Mollet; José Germá, expresidente del C. D. Sabadell; Luis Fabra, presidente honorario del barcelonés Club Áncora, y Joaquín Monturiol, directivo de la Unión Deportiva Olot.

El asesinato de Damiá Cañellas Ginestá (Barcelona, 1900) ejemplifica lo aleatorio de aquellos ajustes de cuentas o, si se prefiere, hasta qué punto se rebajó el valor de la vida. Directivo y secretario general del barcelonés C. D. Español, fue capturado por milicianos anarquistas en Sarriá. Tras ser interrogado larga y brutalmente acerca de su hermana monja, a la que acusaban de haber ocultado a un cura, lo asesinaron en 1936. El simple vínculo familiar con una religiosa había adquirido carácter delictivo, según el listón moral de los más exaltados.

En el vecino archipiélago balear, el bando franquista acumuló como mínimo otras cuatro bajas futboleras: Asesinado lejos del frente, Bartolomé Simonet Bibiloni, directivo de la U. S. Mahón, y Presidente de Comité en la Federación Balear para Menorca; caídos en combate Joaquín Crespí Coll, vocal del Club Deportivo Mallorca, y Juan Sancho Mulet, vicesecretario del Club Deportivo Soledad. Francisco Bellido Reynés, vocal del Libertad F. C. tampoco viviría para ver la paz.

Cartel antifascista, dirigido a la captación de fondos en el exterior.

Cartel antifascista, dirigido a la captación de fondos en el exterior.

La región levantina registró otras pérdidas especialmente señaladas. Enrique Esteve Hernández, del Valencia C. F., cayó en 1936. Había sido directivo, presidente del Comité de Competición, y en el área política jefe provincial de Falange, desde 1935. Juan  Catalá Vicent, del Levante F. C., otra víctima de 1936, había sido directivo “granota” y consejero regional en la Federación Valenciana. A José Berrondo Silva, presidente honorario del Sporting Puerto de Sagunto e ingeniero de profesión, lo fusilaron el 21 de agosto de 1936 ante las tapias del cementerio de Canet. Asesinados de forma parecida, sin juicios ni posibilidad de defensa, se despidieron de este mundo Custodio Romero Amado, directivo del Club Deportivo Sagunto, un fatídico día de agosto en 1936, Juan Pons Piera, del Club Deportivo Carcagente, y Francisco Marco, de la A. C. Castellón.

En la provincia murciana se perdió a Ángel Romero Elorriaga, expresidente del Murcia y River Thader, gran jinete, fusilado el 13 de setiembre de 1936 junto al jefe de Falange de Murcia y otros correligionarios. Y también como mínimo a los presidentes honorarios del Cartagena F. C. Alfonso Torres López y José Mediavilla Sánchez, al presidente efectivo del mismo club, Carlos De Miguel Roncero, y a su tesorero Eduardo Pérez Trillo, todos de ideología conservadora, simpatizantes presumibles de los alzados y tan sólo por ello asesinados muy lejos de donde se libraban las batallas.

No gozó de mejor suerte el guipuzcoano Salvador Díaz Iraola (San Sebastián 23-XI-1989), presidente de la Federación Guipuzcoana de Fútbol, periodista y seleccionador nacional en 1922, formando triunvirato con los también informadores José Mª Mateos y Manuel de Castro. Corría el mes de setiembre de 1936 cuando desapareció en la capital donostiarra, sin dejar rastro ni testigos de cualquier hipotético secuestro. Dos años y medio después de la victoria franquista, en agosto de 1941, su esposa se decidió a formular una consulta ante el Gobierno Civil, encontrándose por toda respuesta con un aséptico comunicado: “Se insertará en el B.O.E. y en el Boletín de esta provincia, y se publicará en los diarios “ABC” de Madrid y “El Diario Vasco” de esta ciudad de San Sebastián una requisitoria a Salvador Díaz Iraola, natural de esta ciudad, hijo de Alejandro y de Isabel, que desapareció en esta capital en septiembre de 1936, para que comparezca en el expediente de declaración de ausencia promovido por su esposa, Doña Carmen Seguén Erausquin, bajo el apercibimiento de que, de no comparecer, transcurridos 15 días de la segunda publicación del presente será declarado ausente a los efectos oportunos”.

Habían aparecido tantos cadáveres no identificadas en las cunetas, y había tantos enterrados en fosas comunes o directamente arrojados al mar, que el único gesto de las autoridades consistía en permitir que las presuntas viudas pudiesen acceder a los bienes de tanto desaparecido, o rehacer sus vidas canónicamente, si así lo desearan.

Cerca de Guipúzcoa, en la bilbaína ría del Nervión, el Athletic Club registró las bajas de los González de Careaga, padre e hijo, futbolista el vástago y socio muy significado el progenitor. Ambos masacrados en el buque prisión “Altuna Mendi”, con fecha 26 de setiembre de 1936. No era directivo del club rojiblanco, sino empleado en el mismo, José Cubillas Urruticoechea, asesinado antes de que los “nacionales” entraran en la capital vizcaína e iniciasen su propio ajuste de cuentas. Curiosamente, y pese a la abundancia de jugadores y socios de entidades provinciales asesinados o caídos en combate, parece que los dirigentes vizcaínos salieron en general bastante bien librados.

Como Díaz Iraola fue igualmente seleccionador nacional, y además en una sola ocasión (1923) el madrileño Joaquín Calixto Herrera Guerra (18-VIII-1895), igualmente en triunviro con Omaechea y Luis Argüello. Funcionario de Hacienda y empleado en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, se hallaba en León poco después de producirse el levantamiento militar. Lo prudente se antojaba no moverse de allí, tal y como le aconsejaron distintas amistades, al menos mientras no dispusiese de noticias fidedignas sobre el ambiente en Madrid. Pero como la razón, en momentos de gran zozobra, suele verse aplastada por el impulso y los compromisos personales, parece estuvo tratando de agenciarse un arriesgado retorno.

Inútil especular sobre si no le habría ido mejor acelerando el regreso, porque la fatalidad le esperaba justo donde más a salvo creían todos iba a estar. Mediaba setiembre de 1936 cuando, detenido bajo acusaciones de pertenecer a la masonería, presidir cinco meses atrás un mitin de Manuel Azaña, recaudar fondos para la izquierda republicana y lucir un talante extremista, fue encerrado en la cárcel leonesa. Tras negar todos los cargos y no pudiendo probar la acusación ninguno de ellos, recuperó la libertad a punto de finalizar el mes de octubre, quedando a disposición civil por decreto gubernativo. Pero aunque un tribunal lo hubiese absuelto, otros vestidos de azul ya tenían su sentencia dictada. Secuestrado por un grupo de falangistas fue conducido hasta una finca próxima a Mansilla de Las Mulas, propiedad del cacique Octavio Álvarez Carballo, donde lo asesinaron.

La partida de defunción, expedida a instancias de su esposa por quien fuere su tío y padrino, el juez municipal Ricardo Gavilanes, contemplaba como causa de muerte un “accidente de guerra”. No hacía, de hecho, sino simplificar el texto que un día redactase la policía de León, considerando su óbito “consecuencia de la lucha de las fuerzas nacionales contra el marxismo”.

Este tipo de “dictámenes” fueron bastante habituales entre 1936 y 1939. Servían, naturalmente, para ahorrar pesquisas, instrucción de causas y engorrosas investigaciones, máxime cuando los propios funcionarios podían pisar serpientes de cascabel si removían atolondradamente cuanto estaba mucho mejor a cubierto. Decesos por “hemorragia cerebral”, ante disparos en la nuca, “paro cardiaco”, si la herida se presentaba en el tórax, o “accidente de caza”, para cadáveres hallados en el monte, sonrojan a cuantos hoy bucean entre legajos de ese tiempo, ratonados, desvaídos o amarillentos.

Milicianas, posando para el fotógrafo. No fueron muchas y apenas pisaron los distintos frentes, por más que el cine, la literatura y una amplia propaganda diesen a entender lo contrario.

Milicianas, posando para el fotógrafo. No fueron muchas y apenas pisaron los distintos frentes, por más que el cine, la literatura y una amplia propaganda diesen a entender lo contrario.

Todavía en diciembre de 1945, cuando Herrera Guerra llevaba ya 9 años asesinado, se le abrió expediente por supuesta pertenencia a la masonería. Alguien con sentido común tuvo el gesto de archivarlo, evitando, así, prolongar tamaño disparate.

Prosiguiendo con la región centro, que englobaba Valladolid y una parte de cuanto por esos años se conocía como Castilla la Nueva, el Madrid perdió a dos hombres importantes: su vicepresidente, Gonzalo Aguirre Martos, detenido durante los primeros días de confusión y asesinado por milicianos después de sacarlo en plena noche de su cautiverio en Porlier; y el tesorero Valerio Rivera Ridaura, a quien arrancaron de su propia casa e hicieron huésped forzoso de distintas checas, hasta asesinarlo en un infecto reducto de Usera, el 15 de noviembre de 1937. Su viuda, María Valenciano, acabaría casándose con un buen amigo del difunto: el magnífico presidente del Real Madrid Santiago Bernabéu. Siguiendo con el club capitalino, aunque víctima del otro lado, hay que citar a su cabeza visible durante algunos meses de guerra, el coronel comunista Antonio Ortega Gutiérrez, ajusticiado a garrote en Alicante.

Castilla la Vieja, como entonces se denominaba a gran parte del actual territorio castellano-leonés, no parece registrase demasiadas bajas entre mandatarios de sus clubes, fundamentalmente porque tampoco es que estos abundaran. Cantabria, en cambio, englobada con Castilla en los mapas de Geografía Humana hasta la redistribución autonómica en la España democrática, ya sufrió peor suerte.

El presidente del santanderino Iberia F. C., José Carlos Gutiérrez, fue asesinado por los republicanos en el “Alfonso Pérez”, donde también sucumbiría Gonzalo Herrera Fernández, asesor técnico del Santoña FC. Luis Obeso Martínez, directivo de la Naval de Reinosa, Cándido Moreno Calderón y Juan Ortega Galarza, ambos directivos del Deportivo Torrelavega, así como José Ortega Ugarte, expresidente de la Gimnástica de Torrelavega, perecieron en retaguardia, a manos del fanatismo miliciano.

El buque “Alfonso Pérez” tuvo una historia particularmente trágica. Hasta el año 1919, en que sería adquirido por Ángel Pérez para su compañía naviera cántabra, fue conocido como “War Cheif”. A partir de 1934 y ante el elevado número de presos que hacinaban las cárceles de la provincia -resultado de la revolución asturiana de octubre y la huelga general en Santander, Astillero y Torrelavega-, sería empleado como buque-prisión. Parte de esos prisioneros, más adelante, fueron trasladados al buque “Arantzazu Mendi”, surto igualmente en el puerto de Santander.

Tras el pronunciamiento militar de julio de 1936, las autoridades requisaron el “Alfonso Pérez”, entregando tanto su custodia como la de los prisioneros que irían acumulándose, a milicianos socialistas, sustituidos pronto por anarquistas de la F.A.I. El 27 de diciembre de 1936, cuando la aviación “nacional” bombardeó Santander sin pretensión de alcanzar objetivos militares, dejando un saldo de 70 muertos y más de 50 heridos, una masa incontrolada asaltó el vapor, emprendiéndola contra los allí confinados. Nada menos que 156 prisioneros cuyo delito no era sino su ideología conservadora, fueron asesinados alevosamente. El escándalo internacional alcanzó tal dimensión como para motivar una protesta oficial, aunque tardía, del gobierno británico (febrero de 1937). Buscando acallar ese eco, el Consejo Interprovincial de Santander, Burgos y Palencia ordenó cesara como prisión, para convertirse otra vez en mercante. Entonces con la indudable intención de evitar complicaciones en los puertos donde pudiese atracar, dada la historia arrastrada, volvieron a cambiarle el nombre, esta vez convirtiéndolo en “Cantabria”.

A media mañana del 2 de noviembre de 1938, surcando mar abierto, su capitán se percató de que otra nave más pequeña estaba siguiéndolo. Todos sus intentos por despistarlo, cambiando de rumbo, resultaron inútiles. Cuando se fue reduciendo la distancia entre ambos, comprendieron que su perseguidor no era sino el “Nadir”, crucero auxiliar franquista. El ataque se produjo en aguas territoriales británicas, tan cerca de la costa que el desenlace pudo ser contemplado desde tierra. Una combinación de cañonazos y fuego de ametralladora sobre cubierta inutilizaron puente y sala de máquinas del antiguo buque-prisión, obligando a un desalojo parcial, puesto que el capitán, sus hijos y esposa, así como dos miembros de la tripulación, temerosos ante la suerte que podría esperarles si eran capturados por el crucero enemigo, permanecieron a bordo. Un mercante británico y otro noruego asistieron como espectadores al naufragio, sin atreverse a rescatar las dos lanchas salvavidas, dada la amenazante proximidad del “Nadir”. El británico, al menos telegrafió a las autoridades inglesas y éstas respondieron con el envío de un par de unidades. Otro mercante inglés, el “Pattersonian”, acudió igualmente ante las señales de S.O.S y, sin arredrarse, su capitán lo interpuso entre crucero y lanchas, resguardándolas así de cualquier posible fuego.

Sólo 11 tripulantes del “Cantabria” pudieron ser rescatados con vida, en tanto una veintena era capturada por el “Nadir”. Ya de noche, el buque “Bailey” lograría rescatar al capitán Argüelles, del “Cantabria”, antes “Alfonso Pérez”, y a su familia, así como a Joaquín Vallejo, uno de los tripulantes que prefiriese permanecer entre las llamas. El otro miembro de la tripulación, Juan Gil, se hundió, parece que herido, con los restos destrozados del vapor.

Aparte de los directivos reseñados, como mínimo dos socios del Santoña fueron igualmente asesinados en este buque, el fatídico 27 de diciembre de 1936, cuando el todavía “Alfonso Pérez” servía de muy inadecuada cárcel flotante.

Civiles huyendo del avance “nacional” en la franja Norte, ateridos de frío.

Civiles huyendo del avance “nacional” en la franja Norte, ateridos de frío.

El Deportivo de La Coruña contabilizó dos defunciones entre su cuerpo de mandos, los dos falangistas y capitanes de infantería. Ricardo Balaca Navarro a las primeras de cambio, el 6 de setiembre de 1936, combatiendo en tierras murcianas. Amador Enseñat Soler el 22 de febrero de 1937, durante el ataque a Oviedo. Su coraje ante el enemigo, rayano en la pura temeridad, sirvió para que prendiesen en su féretro la medalla militar individual póstuma, honor que difícilmente serviría de consuelo a la familia, en su aflicción.

Asturias tiñó de rojo demasiados escudos, uniformes y banderas, pues a los numerosos futbolistas perdidos hubo de añadir como mínimo 22 decesos entre árbitros y directivos, y casi un centenar de socios. Los hombres del silbato fueron Alfredo Junquera Balbona, residente en La Felguera, y Ramón Ordóñez Rubio, domiciliado en Gijón. Por cuanto a directivas, la de la A. Dpva. Piloñesa debió quedar en cuadro, pues Isidro Rodríguez Cardín, Fernando Argüelles Valdés, José Mª Fernández Fernández y Manuel Sánchez Sánchez cayeron en retaguardia, asesinados, antes de que los “nacionales” lograran penetrar en Oviedo. El Lealtad de Villaviciosa perdió a su presidente, Valentín Pajares Lastra, al secretario, Clemente Montesina Menéndez, y al vocal Constantino Morillón, los tres igualmente asesinados. Otros tres mandatarios perdieron el Figaredo de Mieres, y el Racing Club Langreano. Manuel Martín Fernández, presidente del Figaredo, cayó combatiendo, lo mismo que sus vocales César Magalde Suárez y Narciso Fernández Fernández. El trío del Racing Langreano, por el contrario (Luis Matamoros Fernández, vicesecretario, y los vocales Emilio Ocaña García y Emilio González Martín) fue asesinado por milicianos con pañuelo rojo. El Arnao F. C., de Avilés, tuvo que llorar a su presidente, Juan José Uría, y al vocal Andrés Martín Arias, ambos víctimas del odio, la venganza y el imperio de la estulticia, lejos del frente. Luis Morán Ugalde, vocal del Gimnástico Caborana, y Gabino Guardado Pérez, secretario del Stadium Avilesino, también fueron víctimas de sendos asesinatos impunes. Bien al contrario, Mariano Flórez Villamil, vocal del Oviedo F. C., y Gregorio Vigil-Escalera Canosa, presidente del Sporting Club Siero, murieron combatiendo. Aunque también falleciese Paulino Cabranes Prieto, vicesecretario del ovetense Cardín F. C., y su muerte se achacara a “la horda roja”, no está claro si pudo defenderse o lo pasearon de madrugada.

Al directivo gijonés y antiguo futbolista Fernando Villaverde Lavandera, apodado “Fetato”, también se le consideró víctima de la Guerra Civil, y hasta fue recogido más de una vez su inexistente asesinato, con fecha 23 de junio de 1937. Falleció durante la contienda, en efecto, pero víctima de un cáncer.

Con cuatro hermanos que también jugaron en el Sporting, siquiera testimonialmente, fue sin duda uno de los mejores futbolistas en su tiempo. Se había iniciado en la Sportiva, modestísimo club gijonés de principios del siglo XX, desaparecido en 1910, justo cuando él se incorporaba al ente más representativo de su ciudad. A los 18 años ya era figura destacada y recién cumplida la veintena asomó por el Athletic de Madrid. Durante la primavera de 1920 estaba entre los preseleccionados para la Olimpiada de Amberes, debut de nuestra selección nacional. Pero una entrada del defensa vigués Otero, traducida en fractura de tibia y peroné en su pierna derecha, no sólo le impidió emprender el viaje, sino que acabaría retirándolo. Ese mismo año, en diciembre, se le tributó un homenaje, enfrentándose dos selecciones asturianas. Luego ejerció el arbitraje, estuvo en las directivas de cuatro presidentes sportinguistas y fue federativo de la Asturiana, además de socio nº 1 del Sporting hasta su fallecimiento. Profesor Mercantil y propietario de un negocio de carbones, probablemente el error en considerarlo caído, fusil en mano, tenga que ver con la colocación de una placa en El Molinón como homenaje a su memoria. Honor que en 1939 se otorgaba a los “inmolados por Dios y por España”.

Mucho más al sur, en esa Andalucía que algunos historiadores tuvieron la ocurrencia de definir como “paraíso en tiempos convulsos”, no todo fue jauja.

Manuel León Trejo, auxiliar en la Escuela de Magisterio sevillana era miembro del Partido Radical Republicano desde 1932 y como tal había ocupado distintos cargos: Vocal del Comité Provincial, Vocal de la Junta Municipal de Control, o Jefe de Sección del Tercer Distrito. Formaba parte, además, de una tertulia republicana, donde en 1921 había sido tesorero. Y para que nada faltase, era masón de tercer grado en la logia Isis y Osiris, con el número 377, donde durante el año 1920 fue Arquitecto Revisor. Si hubiese tenido alguna gota de sangre judía en sus venas se habría erigido en máximo exponente de la perversión humana, a tenor del ideario franquista. Y claro, alguien así no podía pasar desapercibido incluso durante los años que precedieron a la sublevación militar.

Detenido el 10 de agosto de 1932, al igual que su hermano, el catedrático José León, para cuando estalló la guerra disponía de un abultado dosier en los archivos policiales, donde se recogía, incluso, su paso por la tesorería bética durante el año 1912. Así las cosas,  antes de que concluyera el mes de julio del 36 lo despidieron de su puesto laboral por “hostil e indeseable”, a manera de anticipo sobre revanchas aún mayores. Refugiado en domicilios de gente menos expuesta ideológicamente, de familiares y teóricos amigos, pudo esquivar a quienes nada bueno le tenían reservado, en tanto preparaba su salida de Sevilla. Todo lleva a pensar fue vendido por alguien más o menos próximo, puesto que lo capturaron apenas trató de abandonar la ciudad donde otrora se moviese como pez en el agua.

Sus hermanos Ignacio, maestro, y José, catedrático, antiguo concejal del municipio sevillano y ex gobernador civil de Guadalajara, compartieron a su lado una triste despedida de la vida, bajo el plomo del pelotón que los fusilara aquel 24 de setiembre de 1938. Alguien, entonces, no parece prestase mucha atención al trabajo de oficina, puesto que según Ángel Moreno Jiménez, rastreador contumaz de esa época azarosa y compañero en CIHEFE, corría 1941 cuando seguían dándolo como “individuo en paradero desconocido”.

Cruzando el estrecho topamos con otras dos víctimas del fútbol hispano-marroquí, ambos directivos del Melilla FC. Gonzalo Bilbao era teniente de la Legión. Y Rogelio Ovejas sargento del Batallón de Cazadores. Uno y otro se encontraron con su fatal destino en el frente. Ya en pleno Atlántico, el Real Club Victoria, de Las Palmas, no pudo contar para la paz con José Morales Martín, José Perdomo y José González Marrero. Lo mismo que sus vecinos del Club Deportivo Español, con Sebastián García Santana y Alfonso Martín Ramírez. El Unión de Tenerife honró a su vicesecretario, Ramón Rodríguez Rollán, alférez de infantería caído en febrero de 1938, combatiendo. El también vicesecretario del Cuatro Torres, Gastón Bausson, cayó en la batalla del Ebro. Combatiendo durante el avance por Cataluña, perdió el Sporting Club Icod a su secretario, Eusebio Alfonso de León. Y Jesús González Hernández, vicepresidente del Cruz Santa, de Realejo Alto, perdió la vida en el frente de Madrid, el 12 de noviembre de 1936, como alférez de Artillería.

A veces la sed de venganza no se apagaba ni con la muerte. Eran de tal calibre el odio y la animadversión, que aun sabiendo al enemigo pudriéndose en su fosa, se le continuaban incoando causas o se esquilmaba a sus deudos. Fue este el trato dispensado, entre otros, al médico, catedrático en la Facultad de Medicina y presidente de la Federación Aragonesa de Fútbol, José Mª Muniesa Belenguer.

Nacido en la localidad zaragozana de Used (1895) y estudiante con los escolapios de Daroca, se trasladó a Zaragoza para cursar Medicina, carrera que también  coronaría con éxito su hermano Augusto. Joven aún, compaginó el estudio y la praxis de laboratorio  con su desbocada afición por el fútbol, como presidente federativo durante el apasionante periodo en que iba a concederse a nuestro deporte rey el estatus profesional (1926), y nacía el Campeonato Nacional de Liga (1929). Iberia Sport y Zaragoza, los dos clubes señeros de la capital maña, aunque humildes hasta el punto de no desplazar hasta las Asambleas de Madrid a sus respectivos delegados, le encomendaron defender sus postulados e interesas más de una vez, sin sentirse defraudados nunca. Sólo unos meses antes de que echase a rodar nuestra primera edición liguera, trasladado provisionalmente a la capital de España, cesó en su cargo. Y a su vuelta junto al Ebro y la Pilarica, ya profesor adjunto en la Facultad de Medicina, fundador del primer laboratorio de análisis clínicos en la capital maña y a tiempo de intervenir en la fusión de los dos clubes capitalinos para constituir el actual Real Zaragoza -era directivo del Iberia-, recibió el nombramiento de Presidente Honorario en la Federación Aragonesa (1932).

Ni siguiera la sobrecarga de trabajo -docencia, analítica, práctica de la Medicina- pudo con su afición deportiva, puesto que siguió colaborando con el nuevo y ya más potente club “mañico”, regido por su amigo José Mª Gayarre. Su existencia, pues, transcurrió por un cauce envidiable hasta la llegada de 1936, año festivo para el balompié aragonés, ante el ascenso a 1ª División de su máximo representante, y fatídico en lo concerniente a todo el país, cuando acabó cuajando una asonada de la que ya se habían vivido algunos ensayos. Aquello lo cambió todo.

Fragmento de las memorias que José María Gayarre escribiese durante los años 50, a día de hoy inéditas.

Fragmento de las memorias que José María Gayarre escribiese durante los años 50, a día de hoy inéditas.

Apenas hubo despuntado el verano, su esposa e hijo partieron de vacaciones hacia la población turolense de Alcalá de la Selva, en tanto el seguía en Zaragoza, poniendo broche al curso universitario y cribando su cuaderno de citas en la consulta. La rebelión militar le sorprendió, por supuesto. Y sobre todo la rapidez con que en un santiamén controlaban los alzados no ya hasta el último acuartelamiento, sino entidades,  medios informativos e instituciones locales. Si temió algo, desde luego no fue pensando en sí mismo, sino en su hermano Augusto, alcalde zaragozano por la coalición radical-socialista durante parte del periodo republicano. Tan seguro estaba de no correr peligro que rechazó la propuesta de su buen amigo Gayarre, brindándole refugio en casa de su madre, señora de orden fuera de cualquier sospecha, como mínimo mientras durasen las purgas y el confusionismo inicial. “Nada tengo que ver con la política -le dijo-. Iré hasta Alcalá de la Selva, con los míos, a ver en qué para todo esto”.

Ya en el pueblo turolense, entonces lugar de veraneo frecuentado por familias valencianas y aragonesas con floreciente economía, asistió al ataque de una guerrilla miliciana procedente del penal de San Miguel de los Reyes, cuyo objetivo se antojaba obvio: propinar un duro golpe a la “oligarquía explotadora”, meterles en el tuétano la idea de que mientras se agitase un solo puño, iban a faltarles agujeros donde esconderse. José Mª Muniesa estuvo entre los organizadores de la evacuación, monte a través con caballería alquilada y en plena noche, portando una talla de la virgen rescatada del altar mayor, para evitar su más que probable profanación. Alcanzaron Teruel, desde donde un tren podría conducirles de vuelta a Zaragoza, con el pánico aún a flor de piel. Ese, al menos, era el plan trazado, porque las cosas se torcieron mucho. Varios policías, de guardia en la estación, tomaron asiento casi a su lado y, una vez en Zaragoza, le obligaron a acompañarles hasta la cárcel de Torrero, donde ya le esperaba su hermano.

Antonio Sánchez, amigo, compañero de veraneo y vicisitudes nocturnas mientras huían del ataque miliciano, se apresuró a contactar con José Mª Gayarre, exponiéndole lo desesperado de la situación. Éste, de inmediato, buscó ayuda en las alturas, interpelando al mismísimo José Derquí, banquero hasta el 18 de julio y días más tarde, además, jefe de la policía con gran influencia entre el aparato militar. Esfuerzo inútil, porque la triste suerte de los hermanos Muniesa, ante la significación de Augusto como antiguo alcalde, ya estaba echada.

El 7 de octubre de 1936, en las estribaciones de Valdespartera, serían encontrados los cadáveres de ambos hermanos, estrechamente abrazados. José María, el presidente federativo que apoyase la profesionalización de nuestros futbolistas y se empeñara en crear el campeonato liguero, tenía 41 años y un feo orificio en la cabeza. Su parte de defunción, fiel a los usos y costumbres del momento, atribuyó el deceso a “una fractura en la base del cráneo”.

En 1937, ante los cuantiosos gastos de guerra y con la evidencia de que ni dádivas, donaciones o colectas bastaban para cuadrar balances, el bando nacional se dedicó al cultivo extensivo de incautaciones, como hiciesen sindicatos y partidos republicanos desde los días 19 y 20 de 1936. Sólo que en su caso, mediante un maquillaje de legalidad pomposamente bautizado como Expedientes de Responsabilidades Políticas. A Carmen Moraleda, viuda de José Mª Muniesa Belenguer, se le instruyó uno, saldado, como todos, con el embargo de casi dos terceras partes de sus bienes y patrimonio inmobiliario.

Las victorias siempre tienen un alto coste, tanto en vidas como en dinero. Se mataba con plomo, sí. Pero sin hacer ascos al oro.

Transcurridos varios años desde su asesinato, el Tribunal Militar de Responsabilidades Políticas dictó una sentencia absolutoria sobre su detención. Ésta, según aquel fallo, no debería haberse producido nunca. Ni su asesinato, consecuentemente. La justicia llegaba tarde, cuando el ánimo vengativo y la ruindad más rastrera habían actuado irreparablemente. José Mª Muniesa era historia, al tiempo que pesaroso recuerdo para el amigo que no lograra salvarlo, pese a intentarlo de corazón.

José Mª Gayarre tampoco es que fuese un don nadie para el bando “nacional”. Su paso por la presidencia del Zaragoza le permitió estrechar lazos con Genaro de la Riva, consejero oficioso en la naciente Federación de Fútbol franquista, y con Julián Troncoso, directivo del club cuando estalló la guerra y a su conclusión -orgánicamente incluso durante el conflicto- presidente de la Española. Además, en compañía del periodista José Luis de Isasi, y René Petit, formidable futbolista galo nacionalizado español para cuando intervino en el primer partido de nuestra Liga, estrella en el Real Madrid y Real Unión de Irún, así como destacado ingeniero que devolviese a Bilbao sus puentes dinamitados, comandó la delegación franquista desplazada a Barbizón para ofrecer garantías de un retorno sin represalias a los jugadores del Euskadi. Curiosamente, el mejor testimonio de aquel acto no llegó hasta nosotros por voz o pluma del periodista, sino a través de unas impagables memorias a día de hoy inéditas, firmadas por el ex presidente aragonés. En ellas, el miedo de Roberto Echevarría, que junto con Guillermo Gorostiza y el masajista Perico Birichinaga fueron los únicos en volver, casi resulta tangible. Lo mismo que la ascendencia del gran Regueiro sobre todo el grupo, la tibieza de Iraragorri, Zubieta, Emilín, Blasco y Cilaurren, las dudas de Lángara, en cuyo ánimo pesaban, y con razón, aquellas terribles vivencias en el buque-cárcel “Cabo Quilates”, la fiebre nacionalista de Pedro Areso, o el temor generalizado a cuanto pudiera esperarles en el frente, su destino inmediato, junto a otras figuras como Jacinto Quincoces, Zabala, Tomás Arnanz, Unamuno, Ruiz, Antón, Edmundo Suárez “Mundo”, Ipiña… Porque el retorno, claro está, implicaba enrolarse como soldado en el bando que para entonces tenía ya la contienda bastante encarrilada.

Gayarre, en fin, ideológicamente apegado al 18 de julio y hombre muy creyente, sin deglutir aún el amargo sabor de boca ante tanto revanchismo e intransigencia, redactó en sus ya aludidas memorias, una tarde de marzo de 1952, las siguientes líneas no sólo como homenaje al compañero fraterno, sino en radical descuerdo con quienes tiempo atrás se empeñaran en manchar con sangre gratuita su victoria:

Un día también conoceremos todos la verdadera justicia; la de Dios. Y entonces Muniesa aparecerá con la suprema satisfacción de estar por encima de las ruindades humanas. Entonces, como ahora, podremos decir: ¡Bienvenido él y desgraciados sus verdugos, que no escaparán de la justicia divina, ante la que de nada sirven delaciones ni coartadas!”.

El buen galeno, profesor universitario y afanoso directivo, fue tan sólo una víctima más de la podredumbre moral desatada durante esos días, cuando 50.000 años de evolución parecieron evaporarse, devolviéndonos a una bestialidad propia de alimañas.

Finalmente en Badajoz, el F. C. Extremadura perdió a sus dos últimos presidentes, Saturnino Merino Garrido y Miguel Villena Ballesteros. El primero había jugado en el Extremadura, hasta que sus estudios de Derecho lo llevaron a la Universidad de Deusto, donde estuvo defendiendo el marco del equipo universitario, como recogiera José Joaquín González en su excelente Historia del C. F. y la U. D. Extremadura. Merino, de vuelta a Almendralejo, disputó las campañas 1927-28, 28-29 y 29-30, hasta que el paréntesis competitivo del Extremadura le hiciese recalar en el Emérita y el Deportivo Militar. Cuando de cara al ejercicio 1935-36 volviera a apuntalar su estructura el Extremadura, tornó a situarse bajo los tres palos. Fue, incluso, presidente de la entidad, hasta que renunciase al cargo en vísperas del estallido bélico, con el propósito de seguir atajando balones durante el campeonato que la guerra se encargó de abortar. Su sucesor, Miguel Villena Ballesteros, contratista de obras, accedió al cargo con 30 años y ni siquiera tuvo tiempo de estrenarse, puesto que ambos serían asesinados en la cárcel de Almendralejo el 7 de agosto de 1936. Saturnino Merino, además, cayó junto a su padre y hermano, por el simple hecho de pertenecer a una clase social acomodada, circunstancia que en el léxico de aquellos días infaustos equivalía a representar la explotación fascista. Más adelante, combatiendo, la guerra también se llevó a Francisco Cotilla Rodríguez, secretario durante el mandato de Saturnino Merino.

Ejecutado por milicianos cayó Antonio Béjar Martínez, hombre muy vinculado a la misma entidad, pues suyas eran las crónicas deportivas del periódico “Hoy”, editado en Badajoz. Su compromiso no ya con el periodismo, sino con la verdad, quedó de manifiesto al pasar unas horas encarcelado tras hacerse eco de cierta noticia cuya autenticidad iba a quedar rápidamente esclarecida. Meses antes de la sublevación franquista, cuando las dos Españas ya estaban muy enfrentadas, abandonó la corresponsalía para convertirse en redactor de plantilla. A sus 25 años se alojaba en una pensión pacense, junto a su redactor jefe, Herminio Pinilla, y el presbítero José Valentín. El 9 de agosto del 36 un grupo de milicianos irrumpió en el establecimiento, llevándose al sacerdote y al novel periodista. Pinilla, redactor jefe en el medio informativo, tuvo más suerte al hacerles creer era un simple estudiante. Mentira que le salvó de recibir un balazo, junto a sus compañeros de pensión. El “crimen” de Antonio Béjar se reducía a prestar servicios en una cabecera de adscripción católica.

Continuar con vida o recibir una rastrera ración de plomo, se asemejaba mucho a la más dramática lotería, con sobreabundancia de números perdedores.

Entre las bajas que el segmento gestor padeció durante aquellos tres años de locura, el posterior ajuste de cuentas mediante causas penales, y la severa depuración con que los nuevos mandamases del deporte rey trataron de dar ejemplo, nuestro fútbol, por lo tocante a sus despachos, apenas guardó semejanza con el de 1936 cuando las competiciones volvieron a reanudarse.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.

 

Hazte Socio
Sobre nosotros

Miembro del CIHEFE

Etiquetado con: , , , , ,
Publicado en: active