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RESUMEN:

De vez en cuando, el terremoto de la sospecha parece sacudir los cimientos de nuestro fútbol. A veces basta una conversación de café, una suma de conjeturas o el rumor malintencionado, para disparar presunciones. Otros supuestos se escudan en llamadas telefónicas y contactos personales. Basta que al menos uno de los clubes contendientes se juegue

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Compraventa de partidos: nada nuevo bajo el sol

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De vez en cuando, el terremoto de la sospecha parece sacudir los cimientos de nuestro fútbol. A veces basta una conversación de café, una suma de conjeturas o el rumor malintencionado, para disparar presunciones. Otros supuestos se escudan en llamadas telefónicas y contactos personales. Basta que al menos uno de los clubes contendientes se juegue algo grande, que existan puntos de conexión entre los componentes de las respectivas plantillas, para que el mayor disparate parezca adquirir algún tinte de verosimilitud. ¿Tan fácil resulta comprar partidos?, se escucha o lee con alguna reiteración en los medios. Y si la respuesta fuese afirmativa, ¿desde cuándo viene sucediendo?. Repasando un poco la historia, veremos que casi desde que el balón es redondo.

Ya en tiempos de profesionalismo pobre, el guardameta Antonio Vilarrodona (Barcelona 1904) parece fue consumado corrupto. Suplente de Ricardo Zamora en el Español, pasó al Universitary la temporada 1924-25, antes de recalar en el Zaragoza, desde donde saltó al Sabadell sin concluir el ejercicio. Ingresó posteriormente en el Huesca, regresando a la ciudad del Pilar tras las durísimas sanciones impuestas al club oscense como consecuencia de los incidentes acaecidos durante un choque. Y digo que regresó a Zaragoza, no al Zaragoza, porque duplicó ficha, embolsándose los correspondientes anticipos, en los dos clubes más representativos de la ciudad (Iberia y Real Zaragoza C. D., precedente del actual). Pese a la lógica rivalidad, ambas directivas lograron ponerse de acuerdo para que aún alineándose con el Zaragoza, se buscara un rápido traspaso repartiendo hipotéticos beneficios. Ninguna de ellas lo quería, en realidad. Máxime, al  ser vox populi que vendía partidos de forma más o menos regular, permitiendo golear su puerta.

Fuera del fútbol, Vilarrodona acreditó ser tan despreciable como sobre el césped. Durante la Guerra Civil, integrado en el Servicio de Información Militar republicano, parecieron no dolerle prendas a la hora de capturar a los tres hermanos Tena, futbolistas como él, y uno de ellos compañero de vestuario en el Sabadell. Cierta tarde los hizo subir a una camioneta, para simular fusilarlos en uno de los «paseos» tristemente habituales por aquella época. De regreso a la cárcel, con los componentes del pelotón burlándose aún de sus detenidos, los tres hermanos pudieron evadirse, saltando en marcha. Si no hubieran sido deportistas en perfecto estado de forma (el mayor de los Tena en realidad ejercía ya como entrenador), habrían sido capturados, porque Vilarrodona, al mando del pelotón, los persiguió a conciencia.

Aunque muchas cosas cambiaron tras la Guerra Civil, algunos partidos continuaron amañándose. El delantero Antonio López Herranz (Madrid 1913), dueño de tanta calidad como escasa vocación por el desgaste físico, quiso pasar a la posteridad por tan triste mérito.

Se había iniciado en el Atlético de Madrid (1929 al 31), pasa pasar por el Nacional madrileño (1931-1934), Hércules de Alicante (1934-35) y Real Madrid (1935-36), en este último con 10.000 ptas. de ficha. Como tenía a su hermano jugando en el España de México, se fue a ese enorme país durante la contienda bélica. Reincorporado al Real Madrid y cedido al Hércules para la campaña 1941-42, con los alicantinos en 2ª División, todo parece indicar se dejó sobornar, junto a varios compañeros, el 2 de marzo de 1941, en un Hércules-Celta saldado con resultado de 0-5. Si bien nadie pudo extraer ninguna confesión, la directiva lo tuvo tan claro como para decretar la baja inmediata de Pardo, Ribas, Rosado, Ruano, Campillo y nuestro protagonista, quien puso rumbo a Sabadell y Mallorca, donde además ejerció como secretario técnico. Luego volvió a México, para desarrollar un amplio curriculum como entrenador, con broche de oro al convertirse en seleccionador nacional, dirigiendo desde el banquillo a los aztecas durante los mundiales de Suiza (1954) y Suecia (1958). En su caso, los compadreos antideportivos no le pasaron factura, sino que por el contrario fue todo un personaje para la afición mexicana. Hasta tal punto que cuando los clubes chilenos llamaron a su puerta con sustanciosas ofertas económicas, se le prohibió la salida del país, considerando imprescindible su concurso.  

También se convirtió en entrenador Vicente Dauder (Valencia 1924). Pero antes fue guardameta del Badalona, Villanueva, Gimnástico de Tarragona, At. Madrid, Celta, Hércules, Alicante y Crevillente. Y defendiendo el marco tarraconense la temporada 1949-50, proporcionó abundantes motivos para la sospecha.

Ocurrió durante una decisiva promoción con el Alcoyano, para mantener la máxima categoría. No es que estuviese desafortunado, sino sencillamente garrafal. Señalado junto a Gabriel Taltavull como colaborar voluntario en el 3-6 que puso al «Nastic» en 2ª División, fue declarado non grato en la vieja Tarraco. De todos modos, ni uno ni otro pensaban continuar en el club. Dauder, con una oferta firme del At. Madrid, parece ya había dado el sí. Y Taltavull, a punto de cumplir los 29 veranos, discutía con el Valencia los últimos flecos económicos.

Con su antiguo equipo en la división de plata y Dauder convertido en firme candidato para el Mundial de Brasil, el Destino jugó a hacer justicia disfrazado de lesión, nada más debutar como «colchonero» durante una gira por México. Aquello no sólo dejó el camino del triunfo expedito a Ramallets, sino que el buen guardameta ya nunca volvió a ser el de antes. Pero como la memoria del fútbol es frágil, las devociones efímeras y los «nunca jamás» pueden traducirse por «cualquiera de estos días», transcurridos 21 años, con Calderón presidiendo el Gimnástico de Tarragona, regresó a la entidad como entrenador. Y lo que son las cosas, el otrora demonio se trocó en ángel, al ascender a los granates a 2ª División, después de 19 años compitiendo en un balompié menor. Ya completamente reivindicado, volvería a ese mismo banquillo la temporada 1985-86, durante 12 únicas jornadas. Tampoco parece que el apaño le marcase de por vida.

Protagonista privilegiado de otro suceso fue el defensa Isaac Oceja, paladín de honestidad y vergüenza profesional durante toda su carrera.

Cántabro de nacimiento y no obstante capitán en el Athletic bilbaíno cuando por imperativo legal era Atlético, costaría encontrar otro futbolista más recto en la centenaria historia rojiblanca. Sensato y equilibrado desde su llegada a San Mamés, pese a no haber cumplido 20 años, el gran Pentland le hizo compartir habitación con Guillermo Gorostiza, para ver si así enderezaba al indisciplinado extremo. Más adelante se le negaría un traspaso al Barcelona que pudo haberlo hecho rico. Corría 1939 y pese a la realidad de una España hecha trizas, llena de improvisados barracones en cuyos muros lucía el emblema del Auxilio Social, los azulgrana le ofrecieron 300.000 pesetas de ficha, 6.000 de sueldo y un complemento cifrado en 35.000 más cada año, como representante de tejidos en la fábrica propiedad de un directivo. Acató su permanencia en Bilbao, donde las primas por título consistían en un billete de 1.000, sólo para recibir 7 campañas más tarde, como muestra de soberana ingratitud, una humillación que de ningún modo merecía. Considerado medio inútil para el deporte, después de una lesión muy seria, debió aceptar 750 ptas. por partido jugado. O eso o nada. Sin embargo se había recuperado tan perfectamente que vistió de corto para todos los choques menos para uno, decisivo, además, en el que renunció a ser alineado, como muestra de rechazo.

Pues bien, tras 15 años sobre el césped y avalado por 4 internacionalidades absolutas, se decidió a ejercer como jugador-entrenador en el Zaragoza, la temporada 1948-49. Los maños pugnaban por abandonar la 3ª División, con un equipo veterano y leñero. Y Oceja acabó amargado, no por sentirse incapacitado para la nueva profesión, sino al descubrir un fútbol que no iba ni remotamente con su forma de ser.

Durante el descanso de un partido en Tarrasa, al que llegaron perdiendo, penetró en los vestuarios un directivo zaragocista. «¿Qué pasa?», vociferó hecho una furia mientras cerraba de tremendo portazo. «¿No os he dicho que ataquéis por la izquierda, que para eso está comprado el defensa lateral?». Oceja se plantó de inmediato, asegurando que el honor no podía comprarse, porque carece de precio, y que puestos a seguir pagando contrarios podían hacerlo con el dinero de su propia ficha, pues él se iba.

Aún ascendiendo a 2ª, Isaac Oceja ya no volvió a entrenar equipos profesionales. Para matar el gusanillo siguió en algún club amateur, antes de poner su carnet al servicio de jóvenes prometedores. Gracias a su desprendimiento, por ejemplo, pudo foguearse dos décadas después Javier Clemente en el banquillo del Arenas guechotarra. Disconforme con cuanto acaba de vislumbrar, prefirió apartarse con su habitual discreción.

A veces, sin embargo, no hacían falta manos externas para amañar resultados. Bastaba el interés personal, artero e inconfesable de cualquier futbolista, como quedó claro la temporada 1941-42.

Por entonces se jugaba en Vizcaya una quiniela muy popular, de ámbito local, premiándose los resultados exactos. Y en Durango, cuyo «Bar Moderno» servía de centro operativo, tuvo lugar un pequeño escándalo. Luis Idígoras acababa de fichar por la Cultural como guardameta y, al igual que otros muchos durangueses, invertía en la quiniela. En cierta ocasión puso a su equipo ganador por 2-1. El choque tocaba a su fin con 2-0 en el marcador cuando, como consecuencia de un mal entendimiento con su defensa, los contrarios anotaron el más estúpido de los goles. Era cuanto Idígoras necesitaba para alzarse con las 400 ptas. del premio, por lo que las sospechas de tongo no se hicieron esperar. Durango era un núcleo pequeño, aldeano y charlatán. Cuando el aire se hizo irrespirable para el cancerbero, no tuvo más remedio que abandonar la Cultural, fichando por otros equipos. Cuatrocientas pesetas no le sacaron de pobre, evidentemente, pero constituían una cantidad apetecible en esa difícil época. La Cultural primaba a sus futbolistas con 10 ptas. por partido ganado y 5 en caso de empate. Cuatrocientas, pues, equivalían a 40 victorias. Un pellizquito.

En algún otro caso, el exceso de celo desenmascaraba a los sobornados. Así ocurrió la temporada 1945-46, durante la primera fase de una liguilla de ascenso a 2ª División. Levante y Atlético Baleares competían enconadamente por pasar a la siguiente ronda. Hallándose igualados a casi todo, iba a resultar decisivo el coeficiente goleador. Éste favorecía al Levante, con un 2,71, contra el 1,33 de los baleáricos. Y a pesar de todo, cayeron en el pecado de avaricia, derrotando al Almansa en el último partido por un escandaloso 0-11. Tan bochornoso fue el espectáculo que al Comité de Competición de la FEF no le quedó más remedio que intervenir, publicando el 14 de marzo de 1946: «Con relación al partido Almansa-Levante de III División y a la vista del informe del delegado federativo que presenció el partido, el Comité acuerda: Suspender indefinidamente a 10 de los jugadores que integraron el equipo del Almansa por su actuación antideportiva y voluntariamente pasiva, que facilitó la victoria del Levante por 11 a 0». Más adelante condicionaba la participación del conjunto valenciano en la definitiva liguilla, a una ampliación del informe del delegado federativo.

La avaricia, ya se sabe, suele romper el saco.

El defensa Lorenzo Rifé (San Celoní 1938), hermano mayor del internacional culé Joaquín Rifé, también tuvo un comportamientos sospechosísimo con la camiseta del «Nastic» tarraconense el 30 de junio de 1965, en choque de promoción frente al Europa. Aparte de facilitar 2 goles a los visitantes en su cómoda victoria por 2-4, ni siquiera se reincorporó al juego tras el descanso, pese a que no podían efectuarse cambios por esa época. El central, a sus 27 años, había pasado por las plantillas del Júpiter, Condal, Barcelona, Atlético de Ceuta, nuevamente Barcelona y Deportivo de La Coruña, antes de recalar en Tarragona. Luego, puesto que nada firme pudo probársele, fichó por el Figueras.

El último gran escándalo resuelto con sanciones, afectó al Málaga en 1980, compitiendo en la 1ª División. Prácticamente todos los espectadores de aquel Málaga-Salamanca salieron del campo convencidos de haber presenciado un solemne tongo. Se aireó el nombre de los teóricos instigadores, cantidades concretas y hasta una especie de curiosa garantía en el pago. La Federación Española, presionada por determinados medios, jugó fuerte el 24 de junio de 1981, suspendiendo por un año a Corral, Orozco, Migueli y Macías, este último con el agravante de ser capitán. Recurrido este fallo, el Consejo Superior de Disciplina Deportiva del C.S.D., declararía improcedentes las sanciones casi un año después, el 29 de mayo de 1981, al no existir pruebas irrefutables. Algunos recurrentes, bastante más que talluditos, ya se habían retirado para entonces. Macías, por el contrario, pese a sumar 34 años, todavía rescató las botas para disputar otras tres campañas con el Antequerano a cara de perro, en 2ª División B. Como Dauder, Taltavull, López Herranz,  Lorenzo Rifé y tantos otros sospechosos, se fue con la cabeza alta.

Acumular pruebas sobre la compraventa de partidos no resulta tarea fácil, según se ve. Puede que ni se lograra con el concurso de Sam Spade, Philip Marlowe, Miss. Marple, Moses Wine, Travis MacGee, Lew Archer, el irritante Poirot o el no menos abrumador Colombo, todos ellos detectives de ficción. Pero puesto que el mundo de todos estos seres es otro, habremos de contentarnos con aplicar a los presuntos conchabeos el socorrido aforismo de los gallegos incrédulos, acerca de sus brujas.

Porque todo parece indicar que «haberlos, hailos».

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Publicado en: General