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RESUMEN:

Muchas de nuestras costumbres y actividades tienen precedentes en Grecia antigua. El fútbol no es una de ellas, pero sí el deporte en general, que ya se practicaba  en la época imprecisa en que se sitúan los acontecimientos que describen los poemas de Homero y que ya en ella presenta características similares a las que

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Los héroes de Homero y el deporte

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Muchas de nuestras costumbres y actividades tienen precedentes en Grecia antigua. El fútbol no es una de ellas, pero sí el deporte en general, que ya se practicaba  en la época imprecisa en que se sitúan los acontecimientos que describen los poemas de Homero y que ya en ella presenta características similares a las que lo definen en nuestros días.

 

Actualmente la actividad deportiva es algo específico y que da fama y dinero a quien la practica; pero su eclosión data de apenas 50 o 60 años. Lejos quedan ya los tiempos en que la romántica pero equivocada concepción del olimpismo del Barón de Coubertin pretendió un alejamiento del deporte y el dinero, que dio lugar al llamado amateurismo marrón que floreció entre tenistas (vestidos, eso sí, como las novias, de blanco inmaculado), atletas y futbolistas de los llamados países del Este, que competían en los Campeonatos Mundiales y en los Juegos Olímpicos, reservados para los no profesionales. Probablemente excelentes deportistas como Jesse Owens, Abebe Bikila, Fred Perry, Stanley Mathews e incluso un profesional como Arnold Palmer ganaron mucho dinero, pero sin duda mucho menos que figuras actuales como Usain Bolt, Heile Gebresselasie, Roger Federer, David Beckham o Tiger Woods.

A ello han contribuido, entre otras causas, el desarrollo de la sociedad del ocio y el interés de los distintos gobiernos en promover y apoyar el deporte para contar con los mejores deportistas, de cuyos éxitos  se enorgullecen sus conciudadanos y dan -o así lo piensan los políticos- prestigio al país entero. Hay ejemplos recientes y cercanos: los éxitos de Miguel Induráin o las selecciones españolas de fútbol y baloncesto son una buena prueba de ello, y el apoyo estatal al deporte en los ya mentados países del Este durante la época de la guerra fría, otra. Todas las competiciones aportan, además del honor del triunfo, unos premios en dinero que, no obstante, suponen actualmente sólo una parte muy pequeña de las ganancias de los deportistas más famosos.

Otro tanto sucedió en Grecia. Allí el ejercicio físico, germen de la actividad deportiva, empezó siendo simplemente algo natural, destinado a fortalecer el cuerpo y, de paso, a quemar el exceso de energías de la juventud y a presumir ante los demás de la propia fuerza y habilidad. Dicha actividad exigía cierto sedentarismo y tranquilidad para participantes y organizadores y tenía su momento ideal en las fiestas locales, banquetes y sepelios, es decir, ocasiones asociadas con ritos sociales y religiosos. Por otra parte, mostraba una relación directa con la guerra, librada entonces cuerpo a cuerpo sobre todo, para la que servía de preparación, como se deduce del carácter de las pruebas atléticas más frecuentes, una asociación que no es apreciable en la actualidad, porque en las guerras actuales hay menos contacto entre los contendientes y armas mucho más eficaces que llaves, puñetazos, lanzas y flechas. Pero aparte de ese carácter bélico, en la Grecia antigua no falta, como veremos,  la práctica deportiva como mera distracción o, excepcionalmente, como medio para decidir sobre una cuestión difícil.

Igual que en la actualidad, los vencedores en las pruebas recibían una compensación material, aparte del propio honor del triunfo. Coubertín estaba, pues, equivocado: los atletas de antaño no competían sólo por una corona de laurel o de olivo. Es la reducción de las competiciones  deportivas a momentos más o menos apegados a la fiesta y al rito lo que, a mi entender, diferencia más la práctica del deporte en Grecia antigua y en nuestros tiempos, pues hoy en día los eventos deportivos se organizan con una independencia prácticamente total de cualquier ocasión más o menos ritualizada.

En Grecia es apreciable también el auge progresivo de la práctica del deporte y de su relación con el éxito personal y nacional. En fecha muy temprana (siglo VI a.C.) Jenófanes de Colofón se quejaba porque en su ciudad los atletas estuvieran mejor considerados que los poetas, y poco más tarde Píndaro de Tebas elevó a su más depurada  expresión el género de los Epinicios, unos poemas de lejano parecido con nuestras crónicas deportivas (pero de gran calidad literaria) que cantaba y bailaba un coro durante una espléndida fiesta organizada en la patria del vencedor para mayor gloria de ambos y que celebraba la victoria de aquél en alguno de los cuatro grandes Juegos Panhelénicos (los que se celebraban en Olimpia, Delfos, Nemea y Corinto), que a lo largo de cuatro años se distribuían de modo parecido a la secuencia de los actuales JJOO, Campeonatos Mundiales de Atletismo, Mundiales de Fútbol y Europeos de Fútbol. Aquellos Epinicios, que podían alcanzar una extensión considerable, sustituyeron al primitivo y sencillo grito ritual Ténela, ténela (una especie de ¡Ra, ra, ra!, cuya invención se atribuye a Arquíloco de Paros) que en sus comienzos saludaba las victorias, y su desarrollo constituye una prueba indiscutible de la importancia política y social de los triunfos atléticos.

 

Grecia y Homero forman una pareja muy sólida; de hecho, para los antiguos griegos nadie gozó de tanto prestigio como él (de quien, por cierto, nadie supo nunca nada preciso) y en él pueden encontrarse precedentes para casi todas las cosas que con el tiempo se convirtieron en señas de identidad de la cultura helénica. El deporte en sus diversas manifestaciones y en su relación con los distintos ámbitos que hemos mencionado es un buen ejemplo, y encontramos alusiones a él en los dos poemas que se le atribuyen, principalmente en la Ilíada, que se desarrolla en un escenario bastante estático, algo que no se da en la Odisea y que, como se ha dicho, favorece la organización y la práctica de las actividades deportivas.

En la Ilíada son frecuentes las referencias a la distancia que alcanza un tiro de jabalina o de piedra para señalar la que separa a dos personas o lugares (XXIII 523). Somos testigos también de la admiración que suscita un jinete que, a lomos de cuatro corceles, salta de uno a otro y lo hace por donde más gente, hombres y mujeres, puedan verlo (XV 679-684), lo mismo que hace Ayante el salaminio, saltando de almena en almena en defensa del muro que protege el campamento aqueo: habilidad deportiva y habilidad guerrera equiparadas. En otro momento (XI 699-702) Néstor dice que el rey de Élide se había quedado con un tronco de caballos que su padre Neleo había hecho competir (y ganar) por el premio de un trípode en una fiesta local. Igualmente se nos dice (II 773-775) que los mirmídones, alejados temporalmente de la lucha como Aquiles su jefe, entretenían su ocio lanzando el disco y tirando con arco. En la Odisea  hallamos el único ejemplo de utilización de una competición deportiva para dirimir un litigio. Se trata del famoso pasaje del canto XXI (vv. 69-422) que describe la prueba entre los pretendientes de Penélope y Ulises, que con ardides -¡cómo no: por eso Homero lo califica de astuto!- consigue que se le deje tomar parte en ella, aunque aparentemente es sólo un mendigo. En esa prueba los participantes han de conseguir primero tender el arco de Ulises y luego disparar una flecha con acierto, algo que sólo el falso mendigo Ulises conseguirá y que dará como resultado la recuperación de su esposa y la muerte de todos los pretendientes.

El banquete y los rituales fúnebres eran, como hemos dicho, los ámbitos más propios para la actividad deportiva y los momentos en que con más frecuencia se mencionan en asociación con ella en los dos poemas atribuidos a Homero.

Del banquete hallamos una breve referencia en la Ilíada (V 801-808), cuando se dice escuetamente que Tideo, embajador argivo en Tebas, probablemente después del banquete con el que debió de ser agasajado, superó a los tebanos en todas las competiciones que se organizaron. En la Odisea (VII 97-249) se describe la organización de unas pruebas atléticas tras el banquete. Tienen lugar en la corte de Alcínoo en Feacia, la isla a la que había llegado Ulíses náufrago. Para honrar al huésped y para presumir de la lozanía y el vigor de los mozos locales el rey organiza unas pruebas: lucha, pugilato, lanzamiento de disco, carrera y salto. Disputadas las pruebas por los jóvenes feacios, entre ellos los hijos de Alcínoo, éstos, con la inconsciencia de la juventud y no sabiendo cuán superior es Ulises, un héroe de primera fila, a ellos, unos simples paletos, provocan al ya maduro huésped que acaba por aceptar el reto. Sale entonces a la cancha  y, cogiendo un disco mucho más pesado que el que habían arrojado los mozos, sobrepasa sus marcas de largo. El episodio podría parangonarse con las hazañas del norteamericano Al Oerter, que fue campeón olímpico ininterrupidamente desde 1956 (Melbourne), hasta 1968 (Ciudad de Méjico), cuando rondaba la cuarentena, pasando por Roma (1960) y Tokio (1964), donde compitió maltrecho, con un vendaje protector desde la cintura hasta el hombro. Tras su demostración, Ulises presume de que podría mostrar la misma superioridad en las otras pruebas salvo, si acaso, en la carrera, por las malas condiciones en que le había dejado su agitado viaje; sin embargo Alcínoo detuvo la posible demostración e instó a todos los feacios a agasajar a Ulises con sus regalos. No consta que Avery Brundage, Presidente por aquellos años del COI, hiciera otro tanto con Oerter, pero éste ya no volvió a competir en los Juegos.

La presencia de competiciones deportivas como parte de las honras fúnebres ofrecidas a muertos de importancia, aunque circunscrita exclusivamente a la Ilíada, es la  que con más detalle hallamos en los poemas de Homero. Más de 600 versos del canto XXIII, desde el 257 al 894, dos antes de que acabe el canto, describen las pruebas que organizó Aquiles en honor de Patroclo, unos Juegos Funerarios que organizaría tiempo después, a imitación de éstos, Alejandro Magno en honor de Hefestión. Se trata de una descripción magnificamente organizada, en la que el poeta da pruebas de dominar la técnica narrativa: baste señalar que un personaje, Néstor, (vv. 629-45, dentro del relato de los Juegos Fúnebres de Patroclo) cuenta su intervención de juventud en un certamen funerario: un relato dentro de otro relato sobre el mismo tema.

Homero explica que tras el llanto y el banquete, Aquiles, después de anunciar no sin soberbia que él no competirá en ninguna prueba porque las ganaría todas (la modestia no era una virtud entre los héroes homéricos), convocó a la hueste, delimitó un recinto para las competiciones y expuso los premios que obtendrían los participantes -que había recompensa para todos- en las diversas pruebas. El poeta menciona calderos, trípodes, caballos, mulas bueyes, mujeres (hábiles obreras, se dice, dotadas seguramente de otras prendas más visibles, se supone) y pedazos de hierro, galardones a los que en el curso del relato se suman copas de distintos metales preciosos, determinadas armas y premios en metálico; recompensas de utilidad directa para los vencedores, cuyo valor relativo permite apreciar qué pruebas gozaban de mayor prestigio.

Todas las descripciones muestran una imagen muy realista, de gran vivacidad y con mucho dominio de la técnica narrativa; se añaden además con frecuencia anécdotas y detalles llenos de humanidad y de humor. La narración de algunas pruebas es breve.

– Así sucede con la competición de tiro con jabalina (vv. 884-894). De hecho, Aquiles la resuelve sin que se dispute, otorgándole a dedo el primer premio, una lanza de bronce, a Agamenón, en lo que parece tanto un tributo a su reconocida habilidad, como, sobre todo, un homenaje al jefe supremo y la expresión de la completa reconciliación entre ambos tras el altercado por Briseida, que apartó a Aquiles de la lucha.

– Tampoco se detiene mucho el poeta (vv. 793-825) en la lucha con armas hasta la primera sangre entre Diomedes y Ayante el salaminio con las armas de Sarpedón, a quien había matado Patroclo, como premio: temerosos por la integridad de sus paladines, los aqueos suspenden el combate cuando parece inminente que Diomedes va a herir a Ayante, una situación que recuerda el K.O. técnico que proclama el árbitro de un combate de boxeo para evitar un castigo innecesario al púgil que ya está groggy.

– Otro tanto cabe decir de la prueba de lanzamiento de disco -en realidad lanzan  un bloque de hierro, que es el premio de la prueba- en los vv. 826-849, en la que, pese a su brevedad, el poeta tiene tiempo para comentar que el lanzamiento de Epeo provocó la risa de los espectadores (quizá por la escasa distancia alcanzada: también en los recientes Campeonatos Europeos de baloncesto en Polonia los espectadores se tomaron a guasa el primer día los fallos en el lanzamiento de tiros libres por parte de Pau Gasol, elegido Mejor Jugador del Torneo al final del mismo) y dice que, como Ulises entre los feacios, el tiro de Polipetes, el ganador, llegó mucho más lejos que el de los demás.

– Por último hemos de mencionar la referencia al pugilato (vv. 651-99) como competición de relato poco extenso, pero en la que el poeta también se complace en una descripción realista y llena de vida. El pobre Euríalo se ve forzado a hacerle frente a Epeo, que, plenamente seguro de su superioridad, invita a salir a la palestra a quien quiera llevarse el segundo premio. Las bravatas de Epeo, que era el indiscutible favorito y que, en efecto, obtuvo rápidamente la victoria, recuerdan las de tantos púgiles modernos, por ejemplo, las de Cassius Clay (ése era entonces su nombre y yo nunca lo llamé de otra manera) antes de sus combates contra Sonny Liston, «el Oso Feo», en 1964, cuando obtuvo el campeonato, y en1965 cuando volvió a ganarle en la revancha con un golpe que nadie vio. Clay, a diferencia de Epeo, no era el favorito (se llegó a decir que superaba a Liston sólo en su capacidad para leer un diccionario); pero quizá consiguió minar la moral de aquél o hacerle sentir tanta rabia  que acabó derrotándolo.

La descripción de la lucha cuerpo a cuerpo (antecedente de la moderna lucha greco-romana e incluso de la lucha libre americana y el Wrestling) entre Ulises y Ayante el salaminio (vv. 700-737), la de la carrera pedestre entre el joven Antíloco y los más maduros Ulises y el locro Ayante (vv. 740-792) y la de tiro con arco (vv. 850-883) entre Teucro y Meriones son de extensión algo mayor, lo que permite exponer con gran realismo los avatares de la competición y aportar alguna que otra pincelada humorística.

– Los premios de la prueba de lucha son un trípode, cuyo valor tasaron los aqueos en 12 bueyes, para el triunfador y una mujer, tasada en 4: valiosa sí, pero segundo premio de una prueba de importancia relativamente menor. Los competidores pertenecen al nivel más alto de los héroes aqueos y si Ayante es fuerte, Ulises es astuto y conoce todos los trucos y artimañas, como tantos luchadores marrulleros de la actualidad: cualquiera que haya asistido a un combate de lucha libre o de Wrestling sabe a qué me refiero. El combate se prolonga y los espectadores empiezan a aburrirse, así que Ayante le dice a Ulises, tratando de poner fin a la pugna, «levántame o te levanto yo»; pero ni siquiera así se decide el combate que, aunque no fuera ésa la voluntad de los contendientes, terminó con el mismo aburrido 0-0 que refleja la incapacidad de dos equipos de fútbol para imponerse uno sobre otro.

– La anécdota graciosa se produce en la carrera pedestre. Antíloco es el más joven, pero sus rivales, Ulises y, sobre todo, Ayante el locro, son más rápidos. El triunfo se lo disputan esos dos y Ayante lleva las de ganar; pero Ulises invoca a la diosa Atenea, su protectora, y ésta hace que aquél tropiece, con la consiguiente rechifla de los circunstantes, y se dé de bruces con el suelo, llenándose la boca de las bostas de los asustados bueyes sacrificados ante la pira de Patroclo. La situación ofrece manifiestas similitudes con algunas pruebas de igual naturaleza disputadas en la actualidad: la ayuda de Atenea es tan eficaz como una sobrecarga de EPO; mayor aún porque aunque fuera detectable no estaba penalizada (así que cualquier triunfo obtenido por ese medio era válido, no como los de Ben Johnson, el gran rival de Carl Lewis, ganador dopado y desposeído de sus récords y medallas), así que Ulises se llevó tranquilamente el primer premio. En cuanto al tropezón y posterior caída del inminente triunfador podrían aducirse numerosos ejemplos. Entre ellos, el que seguramente privó de la medalla de oro de los 3000m. a la norteamericana Mary Decker en los JJOO de Los Ángeles (1984) en beneficio de la rumana Maricica Puica: Decker, que además de ser una mujer muy atractiva (de cierto parecido con Jane Fonda) corría en casa, era clara favorita: el año anterior, en Helsinki, se había proclamado campeona mundial de 1500 y 3000m; pero a vuelta y media del final de la carrera de Los Ángeles tropezó con la surafricana Zola Budd, que la precedía, y dio con sus huesos en el suelo. ¡Menos mal que, para su consuelo, al menos por allí no había sido sacrificado previamente ningún buey!

– La prueba de tiro con arco consistió en acertar a una paloma situada en lo alto del mástil de una nave, sujeta a él mediante un cordel. Teucro, el arquero más diestro, omitió elevar su plegaria a Apolo y le dio al cordel, liberando a la paloma, la cual sin embargo cayó inmediatamente, abatida por un flechazo de Meriones, que sí le imprecó  al dios. Así pues, Teucro fracasó por no ser suficientemente humilde con los seres superiores. En el montañismo actual, todos los escaladores que pretenden coronar el Annapurna (la Diosa de la Abundancia, de las Cosechas), el más peligroso de los ochomiles del Himalaya, hacen la pantomima de cumplir con La Puja para solicitar el permiso de la Diosa para acceder a la cumbre. Se trata de una ceremonia budista que no garantiza en absoluto el éxito de la ascensión, pero cuya omisión asegura el fracaso, según la leyenda. Pero peor aún fue la desconsideración, automáticamente castigada, en la que incurrió el Dr. Alfonso Cabezas cuando se atrevió a criticar públicamente a los árbitros, lo que le costó al club que presidía, el Atlético de Madrid, perder una Liga que tenía casi en el bolsillo: fue en la temporada 1980-1981 y sucedió que el colegiado que arbitraba el partido de los colchoneros contra el Zaragoza, el Sr. Álvarez Margüenda, permitió que el defensa zaragocista Casajús se hartara de dar patadas impunemente; ello soliviantó a Cabezas, que puso el grito en el cielo y arremetió contra los árbitros. El Atlético terminó tercero, precedido por la Real Sociedad, campeona por primera vez, y el Real Madrid.

La carrera de carros tirados por cuatro caballos -la prueba más prestigiosa en los juegos de la Antigüedad, precedente remoto de nuestras carreras de Fórmula 1- es la que se relata en primer lugar dentro de este canto XXIII y la que más extensión, acorde con su importancia, alcanza (vv. 262-533). Los premios para los cinco contendientes son también de máxima categoría: el vencedor se llevará un trípode y una mujer. Nada se dice de su valor ni del porqué del mismo: piense cada cual lo que quiera; pero que sea parte del premio principal en la prueba más importante demuestra inequívocamente que ésta era muy superior a la mujer que fue segundo premio en el pugilato.

El relato de Homero es muy extenso, así que no haré más que insistir en las similitudes entre esa prueba y su paralelo actual. Como en nuestras carreras de Formula 1, en la parrilla hay candidatos al triunfo (Eumelo y Diomedes), cocheros que disputarán los puntos (Antíloco y Menelao) y un simple comparsa (Meriones), de quien podríamos decir que conducía un Brawn (los antiguos Honda) antes de que se instalaran en esos bólidos los dobles difusores frente a los Ferrari o McLaren de los favoritos y los Renault o BMW de los secundarios. El poeta se despreocupa por completo de Meriones, que si llega cuarto es sólo por el accidente de uno de los favoritos, y describe la competición en dos escenas, las que afectan a las dos parejas de competidores restantes.

Diomedes gana la carrera gracias a la ayuda de Atenea, que contrarresta con toda energía la que Apolo le estaba prestando a Eumelo en perjuicio de aquél. La diosa hace que el carro de Eumelo sufra un accidente tras el que se escapan sueltas sus yeguas y él habrá de entrar en meta en último lugar tirando de su carro. Aquí la ayuda  divina en favor de un competidor sobrepasa a la que hace poco equiparábamos con el dopaje al mencionar la ayuda de la misma Atenea a Ulises en la carrera pedestre; aquí la intervención es absolutamente directa, un acto de sabotaje al rival, como el que algunos sospecharon que fue responsable de que en el GP de Hungaroring (2007) quedara floja la tuerca de una rueda del bólido de Fernando Alonso, que no pudo concluir la carrera con sólo tres ruedas. Intervencionismo puro, como cuando un árbitro decide el triunfo de un equipo determinado mediante la anulación de un gol legal al equipo contrario o la concesión de un penalti inexistente al que aparentemente desea favorecer.

La carrera por los puntos se decide gracias a la táctica que utiliza Antíloco, cuyos caballos eran muy inferiores, para no quedar el último. Néstor, su padre (y jefe de la Escudería, podríamos decir), le aconseja cortar el paso sea como sea a su rival más cercano en un punto donde se estrecha la pista: si sale de allí por delante -le dice- nadie le podrá alcanzar. Así lo hace Antíloco y, llegado al punto señalado, Menelao ve cómo aquél le cierra el paso girando su carro hacia el interior temerariamente para ponerle los caballos por delante. La maniobra le obliga a retener a los suyos para evitar el choque y ya no puede recuperar el terreno perdido, un caso claro de conducción temeraria por la que Menelao presenta una reclamación al llegar a la meta. Los paralelismos con nuestras carreras son evidentes: por una parte, la maniobra peligrosa con la consiguiente reclamación ante los comisarios y la imposibilidad de Menelao, cuya cuadriga sin duda no disponía del kers, de recuperar el terreno perdido; por otra, la intervención de Néstor, cuyos consejos recuerdan inevitablemente los que, según se ha demostrado, dio Flavio Briatore a Nelsinho Piquet para que provocara un accidente en la carrera de Singapur (2008) que obligó  a salir a pista al coche de seguridad y que a la postre permitió el triunfo de Fernando Alonso, cuyas posibilidades de victoria habrían sido nulas sin la susodicha maniobra. La diferencia entre las consecuencias de tan similar acción para uno y otro estratega es que Néstor siguió siendo un hombre respetado entre los aqueos y en cambio a Briatore -y al ingeniero Pat Symonds- los ha castigado la FIA con la inhabilitación a perpetuidad; las semejanzas, que tanto Antíloco como Alonso salieron del trance libres de toda culpa.

 

Terminamos ya el repaso de los poemas de Homero en busca de referencias a la práctica deportiva insistiendo en lo dicho desde el principio: que existe y que, aunque cabe encontrar diferencias notables entre aquellos tiempos y los nuestros, particularmente en la relación de entonces con la guerra y el rito, que no se dan en la actualidad, son igualmente notables -y acaso mayores- las semejanzas en el hecho en sí y en la limpieza o en las prácticas fraudulentas y arteras con que los deportistas de entonces y de ahora han buscado siempre el triunfo.

 

Algunas referencias

Para los poemas de Homero son especialmente recomendables las traducciones  de E. Crespo, Homero.Ilíada (RBA) y C. García Gual Homero.Odisea (Alianza). La bibliografía sobre el deporte en la antigua Grecia es muy abundante; menciono unos pocos trabajos en castellano: F. García Romero, Los Juegos Olímpicos y el deporte en Grecia, Sabadell 1992; M. Morillas, «El nacimiento de las Olimpiadas», en págs. 41-61 de C. López y D. Plácido (eds.), Momentos estelares del mundo antiguo, Madrid 1998; F. Morillo, «Los Juegos Olímpicos, un invento moderno con 3000 años de historia», en págs. 58-60 de El impertinente, Madrid 2000; F. García Romero y B. Hernández García (eds.), In corpore sano. El deporte en la Antigüedad y la creación del moderno olimpismo, Madrid 2005.

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Catedrático de Griego-UAM

Publicado en: General