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RESUMEN:

Sabido es que los Estados Unidos nunca han destacado como país de fútbol, pese a la reiteración con que el empresariado local y la FIFA trataron de implantarlo. Los primeros esfuerzos se concentraron en el ámbito universitario, constriñéndolo a la esfera amateur. Luego se pasó a la importación de equipos completos, europeos y sudamericanos, para

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Pioneros españoles en el fútbol USA

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Sabido es que los Estados Unidos nunca han destacado como país de fútbol, pese a la reiteración con que el empresariado local y la FIFA trataron de implantarlo. Los primeros esfuerzos se concentraron en el ámbito universitario, constriñéndolo a la esfera amateur. Luego se pasó a la importación de equipos completos, europeos y sudamericanos, para disputar unos bolos con formato de liguilla. Más tarde, tomando como referencia el sistema competitivo del Viejo Continente, con amplio derroche en los medios de difusión. Todo ello para fracasar sin ambages, aún mediando en sus estadios una fase final de Campeonato Mundial.

Pese a todo, probablemente aún resuene en los oídos de numerosos aficionados el eco de ciertos nombres míticos, como Pelé, Best, Gordon Banks, Chinaglia,  Kruyff, Cubillas o Cosmos de New York. Todos ellos corresponden a la segunda gran apuesta yankee por el «soccer» durante el pasado siglo, a lo largo de los 70. Lo que muchos más ignoran es que el primer intento, mediado el decenio anterior, estuvo preñado de apellidos procedentes de nuestro balompié.

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Corría 1966 cuando, al rebufo del Campeonato Mundial de Inglaterra, televisado en color para los Estados Unidos, un grupo de empresarios volvió sus ojos hacia la numerosísima colonia de descendientes europeos. Si aquel deporte paralizaba la vida en Inglaterra, Irlanda, Alemania, Italia, Escandinavia y los Países del Este, ¿no estarían perdiendo una buena posibilidad de hacer negocio, tomándoselo a broma?. De modo que pusieron manos a la obra, creando la «North American Soccer League».

Disponían de buenas instalaciones deportivas, enormes algunas de ellas (el campo del Baltimore tenía 120 metros de largo por 90 de ancho, similares a los de Los Ángeles, San Luis y el Yankee Stadium de New York). Por falta de aforo no iba a quedar la cosa (hasta 150.000 plazas en algún caso y entre las 20 y 30.000 en Pittsburg, Chicago, Filadelfia o San Francisco). Y las cadenas de televisión se decidieron a ayudar, retransmitiendo un partido en directo cada domingo, a las dos y media de la tarde, y otro en diferido, a mitad de semana, sobre las 9 de la noche. Pero aquella competición, por cuanto a calendario, estructura de los clubes, puntuaciones, formas de pago e incluso interpretación de las reglas arbitrales, tenía poco que ver con las europeas.

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Enrique Mateo. Cleveland.

El campeonato se disputaba entre marzo y agosto, y para evitar sobresaltos financieros los clubes debían efectuar un depósito de 250.000 dólares. Cada plantilla venía a costar unos 400.000 dólares, oscilando las fichas para futbolistas del montón en torno a los 15.000. Se pagaba semanalmente, igual que en los teatros o cualquier otro tipo de espectáculo, y sobre el presupuesto global de una entidad modesta, como el Toronto Falcons, estimado en 18 millones de ptas. de la época, la mitad provenía de las cadenas televisivas y el resto de los espectadores, al pasar por taquilla. Las recaudaciones, empero, no permitían lanzar cohetes. Con asistencias medias comprendidas entre los 7.000 y 15.000 espectadores, los organizadores daban por descontadas las pérdidas al principio, es decir los años 1967 y 1968, iniciando la recuperación a partir de 1969. Las cuentas de la lechera errarían estrepitosamente, como bien pronto pudo verse. En Atlanta, Toronto y San Luis, sólo acudían a los estadios entre 5.000 y 8.000 personas. Y así, claro, los balances no cuadraban.

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La puntuación casi remitía al logaritmo, pues cada vencedor sumaba 6 puntos, y otro por gol marcado. Las primas de los futbolistas rondaban los 40 dólares por victoria, más 5 de pitanza por gol. No puede decirse que militar en aquel fútbol colmase la aspiración económica de muchas estrellas europeas. En las primeras divisiones de Inglaterra, Italia, España, Alemania u Holanda, se ganaba bastante más, si bien para algunos, como Jesús Tartilán, con ficha baja en el Español de Barcelona, «saltar de la España de Franco al sueño americano era algo serio, sin olvidar que a mí me salía a cuenta cobrar en dólares». De cualquier modo, aquel fútbol balbuceante contaba como punto a favor con lo intempestivo de su calendario, cuando la mayoría de los campeonatos de Europa tocaban a su fin, concluyendo poco después de haber arrancado las ligas del viejo continente. Esta circunstancia, unida al ansia aventurera de muchos, sobre todo de quienes veían acercarse la jubilación, acabo ejerciendo como potente imán para no pocos. Entre ellos, un buen puñado de españoles. 

El antiguo merengue Juan Santisteban, que ya había pasado por el «calcio» años antes, vivió una segunda juventud en Baltimore, junto al guardameta Carmelo Cedrún (a quien convirtieron su apellido en «Sedrún») el defensa canario Calixto Méndez (Las Palmas, Málaga, Levante y Recreativo de Huelva), y el «españolizado» ariete argentino Domingo Arcángel López (Orense, Deportivo de La Coruña, Gimnástica de Torrelavega, Xerez, Alcoyano y Salamanca). Un trotamundos del cuero como José Mª Vidal, en modo alguno hubiera admitido pasar de largo ante semejante experiencia. Había vestido las camisetas del Salamanca, Plus Ultra, Zaragoza, Granada, Murcia, At Ceuta, Real Madrid, Málaga, Levante, Mallorca y Valladolid, antes de dejar inconclusa la temporada 1966-67 en el Rotterdam holandés, desde donde prefirió despedirse como profesional en el Filadelfia Spartans, junto a los húngaros de nuestro campeonato Laszlo Kaszas y Tibor Szalay. Janos Kuzsman, otro húngaro españolizado por su militancia en el Betis, Sans, Español y Castellón, veló armas en el Filadelfia Spartans y Cleveland Stokers. Antonio Collar (Murcia, At Madrid, Coruña y Las Palmas), hermano del gran extremo internacional con magnífica trayectoria «colchonera» Enrique Collar, también cruzó el charco para enrolarse en el Vancouver Royals. Pero donde más «españoles» recalaron fue en el Toronto Falcons, propiedad del agente inmobiliario Joseph Peters. Empezó llegando a su banquillo en 1967 el checo Ferdinand Daucik, campeón con el Barcelona y At. Bilbao, además de polémico por cuantos clubes de nuestra geografía fue pasando. Con él, como solía tener por costumbre, hizo el viaje su hijo Yanko (Indauchu, Betis, Real Madrid y más tarde San Andrés, Español y Xerez), delantero centro con mejor planta que resultados. Como las cosas empezaron a no marcharles bien, pidieron ayuda a la familia. Y Ladislao Kubala, siempre buen yerno, acudió con sus hijos Branko y Laszika. 

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Antonio Collar y Bob Cram.

Branko era un futbolista contrastado desde que debutase con el Español, siendo su padre el mandamás del banquillo. Aunaba técnica y precisión, fuerza y clase. Disputó 24 partidos en aquella edición, de ellos 15 en la Liga. Su hermano, en cambio, todavía muy verde, sólo jugó con el Hungaria, filial del Toronto, que competía en el campeonato amateur. Tras su regreso a Barcelona lograría hacerse futbolista, saltando del Europa Aficionado al primer equipo en 1968-69, con los del escapulario en 3ª División. Pero pese a no jugar, Laszika, como vástago más joven de una gloriosa estirpe, contribuyó al lanzamiento publicitario del Toronto. «Kubala: único futbolista del mundo en jugar con sus dos hijos», tituló la prensa norteamericana. Y cuando la antigua estrella marcó un gol en el mismo partido que su hijo Branko había cantado otro, los redactores no necesitaron estrujarse el cerebro. «La familia Kubala derrota al Sant Louis».        

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Parera.

Pero es que en el Toronto también jugaron aquella misma temporada el algecireño Juan Lima (At Cordobés y Elche, antes de volar a Canadá, y Castellón, Jaén, At Ceuta, Algeciras y Marbella después), el guardameta donostiarra Benegas (Real Sociedad, Valladolid, Córdoba, Sabadell, Badalona y Hércules). Y en 1968, ya con Kubala en el banquillo de los Falcons, hicieron sus pinitos el azcoitiarra Miguel Iguarán (Oviedo, Mallorca y Pontevedra) y el lateral levantino José Luis Ponce (Águilas, Orense, Albacete, Constancia y Elche), con paso posterior por el Córdoba, Calvo Sotelo de Puertollano y Real Murcia, donde habría de vivir un drama al enredarse en el uso y abuso de los estimulantes. También en 1968, aunque en el Cleveland Stokers, dio cuenta de su clase Enrique Mateos, junto al ya citado Jesús Tartilán y al posteriormente bien conocido por nuestros pagos Sergio Kresic. Y aún hubo más.

El internacional asturiano Alvarito (Caudal, Langreano, Oviedo, At Madrid y Murcia), luego de haber mejorado su inglés en Irlanda, donde jugó seis meses con ficha amateur, cubrió dos campañas en el White Cups de Vancouver y otras tantas en el Santa Bárbara californiano. Para concluir, varios compatriotas casi desconocidos, cuyo rastro apenas dejó huella en nuestro campeonato, también probaron suerte en clubes menores: el portero Ricardo Ordóñez en el Dallas Tornado, el defensa Miguel Crespo en el Montreal Olympique, y el centrocampista Joaquín Rey en el Vancouver Royals, compartiendo vestuario con el atacante José Arranz.

En casi todos los casos fue el antiguo internacional «colchonero» Alfonso Aparicio quien ejerció como banderín de enganche. Los representantes de futbolistas no son un invento nuevo y el otrora gran defensa apostó por ejercer como tal, durante unos años, antes de convertirse en eterno delegado de campo en El Manzanares.

Nuestros paisanos vivieron distintas suertes. El durangués Carmelo, meta internacional durante su amplia trayectoria en San Mamés, al que Iríbar acabó enviando al Español en lo que se antojaba ocaso de su carrera, disfrutó de lo lindo en Baltimore, ya graduado como pícaro cervantino. Frecuentemente saltaba al campo con un alfiler oculto en el dobladillo del pantalón. Si ganaban y los contrarios les tenían embotellados, pinchaba la pelota cuantas veces hiciera falta, arañando, así, preciosos minutos. Durante un partido con el At. Bilbao llegó a lesionar a sus tres defensas. Mordía a propios y extraños en lanzamientos de córner. Disputaba cada partido como si fuera el último de su vida. A los 37 años tenía decidido retirarse, cuando llegó la oferta del Baltimore Bay. Por si acaso les asustaba su edad, se agenció un pasaporte y fe de vida donde sólo confesaba 28 primaveras, subió al avión y defendió el nuevo marco. «Cobré 20.000 dólares, fuimos subcampeones y pretendían renovarme por otra temporada más» dijo a su vuelta. «Pero no estoy loco. Voy disparado hacia los 40 años, aunque allá crean otra cosa, y por mucho que haya jugado allí 48 partidos, me faltan reflejos. Toca decir adiós».

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Arcángel tampoco se quedó atrás a la hora de arreglar su documentación. Para la Federación Española había nacido en 1937, mientras los norteamericanos daban por bueno 1941. Enrique Mateos, otro internacional, tan sólo dibujó un paréntesis entre la Gimnástica de Torrelavega y el Toluca cántabro, al que Marquitos pretendió convertir en un viejas glorias merengue. Vidal estaba ya para pocos trotes, Kaszas se alineó como centrocampista, volviendo al año siguiente a su antigua demarcación en el Tarrasa, y el extremo Szalay, importado desde el fútbol turco, iba a salir del Filadelfia Spartans porque no le rodaban bien las cosas, cuando al anotar 4 goles se convirtió en ídolo. Ponce fue repescado por el Córdoba, gracias a 270.000 ptas. en concepto de cesión, y años después, transformado en adicto a la Centramina, habría de ingresar en Carabanchel tras robar un coche en Madrid y atracar una entidad bancaria. Fue el suyo un caso sonado, porque puso sobre el tapete la existencia de doping en el fútbol de los años 70. Pero por suerte, y eso es lo verdaderamente importante, supo salir del hoyo. Yanko Daucik se aseguró un hueco en la historia del «soccer», al convertirse en primer máximo goleador de esa liga, con 20 goles en 17 partidos.

A su regreso, varios entonaron abundantes loas. Los Estados Unidos, entonces, con sus coches larguísimos, los rascacielos y una vida instalada en el tecnicolor del perpetuo consumo, ejercían inmensa fascinación sobre el españolito que empezaba a saber de otros mundos gracias al flujo turístico y cambiaba el «Biscúter» por un «Seiscientos». Si acaso reservaban alguna censura para los árbitros, empeñados en no cortar brusquedades desde el falso axioma de que a mayor violencia más espectáculo. Contaban que varios de esos árbitros habían sido importados desde Inglaterra o Escocia, al igual que los comentaristas de televisión, que los mejores conjuntos eran el San Luis de Sekularak y Sostic, y el San Francisco del ruso Stayanovic o los brasileños Duarte y Fernández, cada uno de ellos con 8 y 10 yugoslavos, respectivamente. Que el Atlanta, compuesto en su mayoría por italianos y argentinos, se llevaba la palma a la hora de repartir leña. Que el Pittsburg era, en realidad, una especie de sucursal alemana. Por cuanto se refería a la pretensión de enraizar el «soccer», eran muy optimistas. Kubala incluso los veía como hábiles organizadores. «Existe otra liga que es de giras; de organización de partidos con equipos de todo el mundo. Son torneos con el Dukla de Praga, el Dinamo de Zagreb o el Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, que disputan entre sí un trofeo. Esta Liga, para darle al fútbol seriedad, pasará ahora a formar parte de la Federación de Fútbol de Washington. Quieren que el fútbol esté controlado bajo una sola organización que vele por sus intereses».

La realidad fue distinta. Para empezar, el Cleveland Strokes del gallego Jesús Tartilán se deshacía, pese a haber quedado subcampeón. Tartilán, que había firmado por dos años, tuvo que darse una vuelta por Ponferrada, antes de reengancharse en el Boston. Su testimonio no engañaba: «Tienen buenas ideas. Cuando llegamos a Cleveland, cortaron las calles y nos pusieron a dar toquecitos. Todo lo montan a la americana. Divisiones divididas en Conferencias, 2 partidos por semana, mucha mercadotecnia… Hasta nos mandaban a las escuelas a dar conferencias. Pero no hay afición. Ver campos para 40.000 espectadores con 4.000 personas, da muy mala espina».

En enero de 1969, el campeonato estadounidense se descomponía parcialmente. La Liga quedaba reducida a 8 equipos (Chicago, Oakland, Baltimore, Kansas City, Saint Louis, New York, Dallas y Atlanta) recayendo la dirección del torneo en Phil Woosman, máximo responsable del Atlanta. El periodista de El Mundo Deportivo Carlos Pardo se hizo eco del desplome: «Las noticias son desalentadoras para los amantes del balón redondo. Clubes que cierran, Ligas que se deshacen, cadenas de TV que cancelan sus contratos… y muchos jugadores, entre ellos varios españoles, que quedan en el aire».

Los norteamericanos, con su «football» como gran deporte invernal, el «base-ball» para el buen tiempo y el baloncesto para casi todo el año, parecían no dejar un hueco al fútbol europeo. ¿Por qué, si causaba furor al otro lado del océano?. Encargaron estudios de mercado, lucubraron sobre hipotéticas campañas de marketing, rehicieron sus números. Esfuerzo baldío.

Ocho años más tarde repitieron el mismo error. Volvieron a izar el andamiaje de una liga a lo grande, cuajada de nombres míticos al borde de la retirada (entre los que nuevamente hubo españoles), derrocharon millones y hasta contaron con el padrinazgo de Kissinger, por entonces auténtico presidente norteamericano en la sombra. No habían aprendido nada, por mucho que su error resultase bien simple. Olvidaron que el fútbol en Europa o Latinoamérica es un sentimiento arrullado desde la cuna, que los colores de la camiseta son una especie de segunda piel para el devoto seguidor, que el cariño, la veneración, no pueden improvisarse y menos aún adquirirse a golpe de talonario. Y sobre todo, que el fútbol no es en realidad un negocio al uso. Porque como dijese el gran Samitier durante su época de secretario técnico: «Si el fútbol fuera negocio ya se habrían quedado con él los bancos».

 Relación de futbolistas con paso por el Campeonato Nacional de Liga, pioneros en el fútbol USA. En bastardilla los extranjeros de nuestro fútbol

JUGADOR

CLUBES

P. LIGA

GOLES

Juan SANTISTEBAN Baltimore 1967 y 1968

39

2

CALIXTO Méndez Baltimore 1968

21

1

CARMELO Cedrún Baltimore 1968

23

Domingo ARCÁNGEL Baltimore 1968

18

7

José Mª VIDAL Filadelfia 1967

8

Tibor SZALAY Filadelfia 1967, Houston 1968, Kansas City 1970, Washington 1971

90

17

Laszlo KASZAS Filadelfia 1967, New York 1968, Saint Louis

32

Janos KUZSMAN Filadelfia 1967, Cleveland 1967 y 1969

30

4

BRANKO Kubala Toronto 1967 y 1968, Saint Louis 1968, Dallas 1968

32

5

Ladislao KUBALA Toronto 1967

19

5

YANKO DAUCIK
Toronto 1967 y 1968

21

25

Juan Mª BENEGAS Toronto 1967 y 1968

32

José PONCE Toronto 1968

30

Miguel IGUARÁN Toronto 1968

26

1

Juan LIMA Toronto 1968

31

4

Jesús TARTILÁN Cleveland 1968

29

Enrique MATEOS Cleveland 1968

31

16

Sergio KRESIC Cleveland 1967 y 1968

13

4

Antonio COLLAR Vancouver 1968

20

José ARRANZ Vancouver 1968

4

Joaquín REY Vancouver 1968

22

4

Ricardo ORDÓÑEZ Dallas 1968

3

Miguel CAMPO Montreal 1971

2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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