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RESUMEN:

 Equivocadamente suele otorgarse al informador deportivo italiano Massimo Della Pergola el honor de haber inventado la quiniela futbolística. Según hagiógrafos transalpinos, durante la Guerra Mundial se hallaba internado en un campo de trabajo suizo y, para sobrellevar el cautiverio, se acostumbró a buscar evasión imaginando cómo sería el mundo tras concluir la contienda. Advirtió que

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Futbolistas y quinielas

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 Equivocadamente suele otorgarse al informador deportivo italiano Massimo Della Pergola el honor de haber inventado la quiniela futbolística. Según hagiógrafos transalpinos, durante la Guerra Mundial se hallaba internado en un campo de trabajo suizo y, para sobrellevar el cautiverio, se acostumbró a buscar evasión imaginando cómo sería el mundo tras concluir la contienda. Advirtió que ese universo estaría lleno de campos de fútbol destruidos y que, en consecuencia, para su reconstrucción iba a hacer falta un dinero con que ninguna institución pública o privada contaba. Relanzar los Campeonatos observando una mínima dignidad requeriría la contribución directa de los propios aficionados, salvo gran milagro. Pero, ¿cómo lograr esa imprescindible colaboración?. ¿Estableciendo un canon sobre el precio de las entradas?. ¿Penalizando de algún modo los traspasos futbolísticos?. Después de meditarlo mucho ideó la quiniela, y no sin superar bastantes dificultades acabaría recibiendo autorización para montar una pequeña sociedad, embrión primitivo del «Totocalcio», más tarde nacionalizado y exportado a un puñado de países, aunque con diversas variantes.

Massimo Della Pergola fue, sin duda, el impulsor de las quinielas italianas. Sin embargo no inventó nada. Lo más probable es que, dada la tendencia humana a apostar y siendo el fútbol un deporte con tanto arraigo social, la quiniela deportiva naciera en mil focos distintos y de forma por demás natural.

Pero no es intención de este artículo glosar el origen, desarrollo y arraigo de la quiniela en nuestro suelo. Una historia, por cierto, merecedora de atención, puesto que en modo alguno nació durante la campaña 1946-47, conforme desde el Patronato se viene apuntando erróneamente. Hoy nos ceñiremos a la anécdota. Porque, siendo la gente del fútbol, y los futbolistas muy en particular, artífices de tanto sueño colmado, habiendo hecho millonarios a miles de felices mortales, quizás tenga algún interés repasar hasta qué punto varios hombres del balón salieron beneficiados con el invento. Dicho de otro modo, hurguemos en la buena suerte de quienes a su condición de futbolistas unieron la de agraciados.    

Durante la temporada 1941-42, antes de constituirse el Patronato de Apuestas Mutuas, el cancerbero de la Cultural de Durango Luis Idígoras sacó adelante un pleno en cierta quiniela muy popular en el ámbito vizcaíno. Como sucedería con las que inauguraron la andadura del Patronato estatal, se traba de adivinar resultados exactos. Y él acertó el suyo, el de la Cultural, aún a costa de encajar arteramente un gol. No fue mucho su botín. Tan sólo 400 ptas. Pero en aquella época cargada de privaciones, cuatro billetes de a cien llovidos del cielo no solía verlos ni en sueños un jugador tan modesto.

La primera quiniela auspiciada por el Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo-benéficas correspondió al 22 de setiembre de 1946, registrándose 38.530 apuestas de a 2 pesetas, totalizando una recaudación de 77.060. De ellas, sólo 34.677 iban destinadas a premios. Aún no se había «inventado» en 1, X, 2, sino que de cada pronóstico diferían puntos, en tanto se hubiera vaticinado el resultado exacto, aproximaciones al mismo, o como mínimo el empate o triunfo con que los choques hubiesen concluido. En cierto modo, verificar su boleto representaba para cada apostante un  problema logarítmico.

Pues bien, el primer futbolista en resultar contundentemente agraciado no debió esperar mucho. Francisco Méndez, delantero del Sporting de Gijón, obtuvo en octubre de 1947 los premios regional y nacional de la 2ª jornada, con un boleto de 153 puntos. A sus 23 años se embolsaba una bonita cifra, cuando el fútbol distaba de convertir en millonarios a sus más señeros practicantes. Pero lo que son las cosas, aquel premio pareció mermarle la ambición goleadora. Y es que si durante el ejercicio anterior había totalizado 18 goles en 23 partidos, ese campeonato sólo cantó 5 en 17 encuentros, y 4 en el siguiente, ya con los gijoneses en 2ª División, distribuidos entre las 10 jornadas que saltó al césped. Tan pobres registros no le granjearon la renovación con el equipo asturiano. Al decir de algunos cronistas, el otrora castigo de los guardametas tenía la mente en otras cosas.

El siguiente afortunado, al menos el siguiente en no ocultarlo, fue Isidro Caballero Merino, un desconocido para el mundo del fútbol grande, aunque piedra angular del modesto Club Deportivo Don Benito. 

Natural de esa localidad pacense, vistió por primera vez su camiseta durante la temporada 1931-32, cuando el club se denominada Deportivo Balompié, y colgó las botas al término del ejercicio 1948-49, luego de que el club llevara 9 años ostentando el nombre del pueblo. Para entonces ejercía como jugador-entrenador, y ya sin corretear por el césped los domingos continuó impartiendo órdenes y dirigiendo entrenamientos desde 1949 hasta 1951, en categoría Regional, y entre 1953 y 1966 en 3ª, con esporádicos retornos posteriores y saltos de la directiva a la secretaría técnica. Puestos a simplificar, Isidro Caballero se convirtió en cimiento, fachada, mástil e incluso bandera del club, junto a su hermano José, presidente casi perpetuo. Este hombre digno de mil homenajes resultó agraciado con un boleto de 13 aciertos, el número 245.855, la temporada 1953-54. Aunque en realidad, según quiso dejar constancia, no saliera de su mano aquel triunfo (por entonces ya mediante el 1, X, 2), sino de la de su esposa.

Años más tarde, Manuel Batalla, eficaz defensa central en el correoso Pontevedra del «¡Hai que roelo!», acertó un pleno el 3 de noviembre de 1968. Tarraconense de Amposta, había jugado en el equipo de su localidad natal, para pasar al Artiguense, Club Deportivo Orense, a la sazón en 2ª, y Pontevedra, justo para el debut granate en la máxima categoría. Desde 1963 hasta 1970, su regularidad y dominio del juego aéreo le otorgaron en propiedad la camiseta número 5 y el fervor del Pasarón. Aquel once se recitaba de memoria: Cobo; Irulegui, Batalla, Cholo; Calleja, Vallejo; Fuertes, Martín Esperanza, Roldán II, Neme y Odriozola. Para eventuales relevos, el cancerbero Celdrán, Azcueta, el incombustible Norat, Ceresuela, José Jorge o Plaza. Una agrupación de obreros tan justitos de ficha como sobrados de ambición, pues a la chita callando y con Juanito Ochoa en el banquillo, se convirtieron en matagigantes. Batalla, dicho queda, resolvió un pleno que habría de reportarle casi 2 millones de ptas., cuando los sueldos de los oficinistas rondaban las 7.000 mensuales, pagas aparte. Y el acontecimiento tuvo su historia.

Los pontevedreses disputaban ante las cámaras de televisión el último choque de la 7ª jornada. Batalla, con 13 aciertos en su quiniela, tenía previsto empatar frente a un equipo maño huérfano de Santamaría, Reija, Villa y Marcelino. Pero como el fútbol acostumbra a mortificarnos con sus caprichosas piruetas, a falta de 5 minutos para la conclusión y pese al dominio local, los suyos ganaban 0-2, merced a tantos de Roldán II y Neme, éste de penalti. El elenco aragonés, con dos negativos en su cuenta desde el arranque liguero y habiendo cosechado un duro varapalo la semana anterior frente al Barcelona (4-0), se volcó sobre el marco adversario. Aunque en este deporte no suelen darse los milagros, aquella noche tuvo lugar uno. Santos y Borrás no sólo pusieron la igualada en el tanteador, sino que en el último instante una prodigiosa parada de Cobo evitó lo que hubiera sido gol del triunfo blanco. Para los fotógrafos quedó el abrazo del buen meta vizcaíno trasplantado a pie de ría, y su defensa central. Justificadísimo abrazo, porque dos millones representaban para Batalla lo que cuatro años de contrato y primas entre la elite. Al catalán se le acercaban los 31 años y a esa edad su fútbol físico pretendía abandonarle.

Otro futbolista agraciado fue Vicente Pascual, conocido por Pahuet en Castellón, Tortosa, Osasuna, Málaga, Sevilla, Elche, y de nuevo Castellón. 

Tras 18 temporadas de corto entre 1ª, 2ª y 3ª división, Pahuet había puesto fin a su carrera en 1964. Las peñas quinielísticas gozaban por esa época de tanto prestigio como tirón popular, asegurándose, no sin cierta base, que constituían el mejor sistema para obtener dividendos cuando los resultados fluctuaban dentro de una horquilla regularmente lógica. Pahuet podía tener carencias en su formación intelectual, aunque si de algo sabía era de fútbol. Así que acabó montando la Peña Quipauca. Aparte de varias aproximaciones de menor cuantía, esa agrupación obtendría un pleno de 9 millones cuando mediaban los años 70.

El defensa Jaime Sabaté (Badalona, Lérida, Español, Olot, San Andrés, Mallorca, Betis y de nuevo Badalona), poco exquisito sobre el césped, parecía saber bastante sobre los entresijos del deporte a cuya vera supo ganarse la vida. Al menos eso cabe deducir de su colaboración quienielística con el cántabro López, compañero de vestuario y amigo en la calle. Ambos constituyeron una especie de sociedad para la apuesta durante el ejercicio 1975-76, el tercero de militancia en la entidad verdiblanca. Aquella colaboración rindió al ciento por uno, pues aparte de otros premios menores, en la jornada del 3 de abril de 1977 lograron un pleno de 14 aciertos, cuatro de 13 y varias columnas de 12, superando por el conjunto las 800.000 ptas. Desde luego no eran los dos millones de Batalla, pero menos daba una piedra. Y como la suerte suele ser cuestión de rachas, apenas dos meses más tarde ambos se proclamaban campeones de Copa frente al Athletic de Bilbao, tras lanzamientos desde el punto de penalti con fallo decisivo del vizcaíno Daniel Ruiz Bazán, «Dani». Precisamente el especialista, el hombre que casi nunca fallaba.

Ya en 1994, el brasileño Marlon Brandao, recién fichado por el Valladolid desde el Boavista portugués, proporcionó una buena noticia a varios compañeros de vestuario. Encargado de rellenar la quiniela correspondiente a la jornada 29, obtuvo un pleno al 15, otro acierto de 14, 8 de 13, 28 de 12 y 56 de 11. En total 29 millones de pesetas largos, a repartir entre 8 jugadores, el masajista, el utillero y el fisioterapeuta de la entidad. ¿Importaba mucho que su rendimiento deportivo no hubiera sido bueno?. A la directiva puede, pero no, desde luego, a sus compañeros de peña. Marlon desanduvo el camino al concluir la campaña, a punto de cumplir 31 años y con un puñado de dinero imprevisto. Aunque no llegara a estrenarse como goleador, nuestro fútbol no le trató nada mal.

Todavía al despuntar el siglo XXI, varios ex futbolistas (Alkorta o Ziganda, por ejemplo) volvieron a arañar otro gran premio en su condición de asociados a cierta peña de gran prestigio. Tan positivas solían ser sus cuentas campaña tras campaña -pura ley matemática, considerando el enorme volumen apostado- que integrarse en ella requería aguardar paciente turno en su amplia lista de espera, además de entregar en torno al millón de ptas. cada mes de agosto.

El caso más llamativo de simbiosis entre deportista y quinielas lo proporcionaría, sin embargo, cierto árbitro de 1ª. Al arrancar los años 80 y jugando semanalmente fuertes cantidades, su media de aproximaciones fue tan alta como para asegurarse beneficios muy superiores al millón, cada temporada. Lo más sorprendente, en su caso, derivaba del método apostador. No tenía en cuenta, como tantos otros, el momento anímico y deportivo de cada club, sus lesionados, las declaraciones entre semana o rumores sobre primas a terceros. Al menos no sólo analizaba tales conceptos. En su decisión final contaba, y mucho, la identidad del trencilla asignado para dirigir los choques. Colegiado casero aquí, pues un 1. Halcón hambriento de notoriedad en este otro lado, pues X o 2. Que tal compañero las tuviera tiesas con determinado entrenador y le tocase dirigir a su equipo, pues victoria del adversario. Así, aunque no predijese la genialidad puntual ni evitara el factor sorpresa, cuando menos amarraba lo obvio, que a lo largo del año acostumbra a repetirse bastante.

Los malpensados no dejaron de especular. ¿Un árbitro quinielista?. Ya podía. Aún estaba fresco el mayor escándalo del arbitraje español, cicatrizado en falso con varias inhabilitaciones. Había tenido lugar durante 1976 y, con pruebas concluyentes o sin ellas, pagaron las consecuencias Antonio Camacho y Antonio Rigo, ambos de 1ª División, y los de 2ª Pérez Quintas, Pascual Tejerina y Olasagasti. Los sobornos a que se avinieron nada tenían que ver con mafias pronosticadoras, sino con la necesidad de varios equipos implicados en puestos cabeceros o de descenso. Sus secuelas, sin embargo, se hicieron sentir durante algún tiempo. En el pleno federativo de aquel año no faltaron presidentes dispuestos a seguir tirando de la manta, cayera quien cayese. Y menos mal que Eguidazu, mandatario del Athletic, acertó a entonar una nota de cordura entre la cacofonía del hotel Meliá Madrid, al afirmar sin tapujos: «Señores, cuando hay alguien que se vende siempre hay alguien que compra». Los propios árbitros, por su parte, muy divididos, pues no en vano el principal acusador de Camacho había sido su compañero Medina Iglesias, acabaron formando una piña en torno a su presidente Plaza, como caravana de colonos ante el ataque sioux o apache, durante la conquista del Oeste.

Habrá sin duda más hombres con camiseta de colores y pantalón corto, beneficiarios de las quinielas. Tiene que haberlos. No porque al ver las cosas desde dentro se cuente con alguna ventaja, sino por simple ley de probabilidades. También los hubo agraciados en la lotería convencional. A Satrústegui, delantero centro de la Real Sociedad de San Sebastián y la selección nacional, le correspondió un pellizco navideño al llevar participación de la cantina, en el cuartel, cuando cumplía su servicio militar. Y muchos años antes, allá por los años 40, el también delantero Carlos Basabe (Cultural de Durango, Gimnástica Burgalesa, Atlético de Madrid, Real Sociedad, Oviedo y Levante, además de campeón militar en 100 metros lisos), obtuvo 20.000 ptas. del décimo adquirido en Barcelona durante su desplazamiento para enfrentarse al Júpiter, en tanto a su compañero Lorenzo Carro, más apostador, le correspondía justo el doble. Quien estaba reñidísimo con la suerte fue otro compañero de la Gimnástica Burgalesa, pues aunque adquirió su participación en el mismo despacho exigió otro número, porque Basabe y Carro arrastraban, al parecer, fama de gafes. Sirva como referencia que en 1946 un empleado de banca no superaba las 1.500 mensuales, añadidos todos los pluses, puntos y antigüedad imaginable.

Digresiones aparte, rememorando la suerte de este puñadito de futbolistas, cabría hablar, no sin sentido, de una bien entendida justicia distributiva. Al fin y al cabo, parece poco razonable que los protagonistas de tan multimillonario tinglado hubiesen pasado entre tramoyas arañando tan sólo el aplauso.

 

 

 

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Publicado en: General