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RESUMEN:

 Así, a bote pronto, se me ocurre que aunque mi incorporación a CIHEFE tuviese lugar hace 12 años, cuando la agrupación llevaba andado un buen trecho, ese paso no dejaba de resultar lógico. Recuerdo que el viejo «Carrusel Deportivo» de Chencho, Antonio de Rojo, Langarita o Pepe Bermejo, aquel de anís La Asturiana y coñac

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Un paso lógico

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 Así, a bote pronto, se me ocurre que aunque mi incorporación a CIHEFE tuviese lugar hace 12 años, cuando la agrupación llevaba andado un buen trecho, ese paso no dejaba de resultar lógico.

Recuerdo que el viejo «Carrusel Deportivo» de Chencho, Antonio de Rojo, Langarita o Pepe Bermejo, aquel de anís La Asturiana y coñac Decano, » Caballero, ¡qué coñac!», solía poner fondo a mis juegos infantiles los domingos de invierno. Eran tiempos de Gento, Segarra, Puskas, Carmelo y Koldo Aguirre, entonces todavía Luis, porque el franquismo dejaba poca cabida a lenguas no imperiales. También despuntaba una perla peruana apellidaba Seminario. Y otro joven de idéntica procedencia apodado Sigi, con tanta técnica individual como escaso fondo físico. Cuando el Bachiller me llevó a Bilbao, pude ver en directo las marrullerías de Griffa, el buen toque de Uribe, las galopadas de Arteche, el saber estar de Zoco, por muy patoso que pareciera, las palomitas de Pazos, la eficacia de  Jorge Mendonça, el tesón de Simonet y la pasmosa seguridad de un neófito Iríbar, ataviado siempre de negro, como Felipe II. También, sobre todo si andaba escaso de fondos, solía ver a los Barrena, Zorriqueta, Urquijo e Irusquieta, del Indauchu. Es lo que tenía la 2ª División: Garellano era campo más barato.

Hacia 1965 llegó a mis manos el primer Dinámico. Quiero decir que fue entonces cuando supe de su existencia. Y desde ese instante comencé a glosar en un cuaderno las trayectorias de nuestras estrellas. Ficha, del Málaga, había estado antes en el Valencia. Lalo, del Murcia, era el del Granada y Oviedo. Ramos, un uruguayo prematuramente calvo, había pasado por Madrid y Santander antes de recalar en Elche. Eulogio Martínez había sido «culé» antes de lucir el escudo colchonero… No sabía muy bien a dónde me llevaba semejante empeño, pero disfrutaba haciéndolo. Diez años más tarde, cuando empecé a cruzar los Pirineos por razones profesionales, descubrí en Italia unos anuarios detalladísimos. Todo un lujo, vaya. Un ataque de envidia muy poco sana. Y es que allí, hasta los álbumes editados por Panini para sus cromos contenían filiación y trayectorias completas de cada futbolista. Después de todo, pensé, mi manía no era tan rara. Mejor aún, hubiera sido innecesaria de vivir en Italia y ser el calcio «mi» campeonato.

Por esa misma época, otros asuntos relacionados con el fútbol me atraían poderosamente. El bochornoso escándalo de los falsos oriundos, por ejemplo. Una cincuentena de sudamericanos con partidas de nacimiento falsas, pases internacionales sin ningún crédito y rostro de cemento Portland, introducidos a martillazos en nuestros equipos. Los había con padres postizos; argentinos fingiéndose paraguayos; hijos, nietos y biznietos de españoles, con rasgos y constitución inequívocamente guaraní; y hasta uno, al parecer, con abuelo de Celta de Vigo y abuela de Hércules de Alicante. Un filón demasiado jugoso para no reclamar mi atención. Nada, a lo que se ve, parecía responder fielmente a cuanto nos contaban. De manera que buceé cuanto pude en aquellas aguas turbulentas. Luego resultó que un par falsos españoles vistieron la camiseta de nuestra selección nacional, para escarnio federativo y censura ácida de UEFA y FIFA. Se echó tierra al asunto y aquí paz y después olvido, que la cuestión daba para poca gloria.

Tampoco se sostenían otras muchas «verdades absolutas» de nuestro balompié. ¿Qué era eso de que nuestros futbolistas apenas emigraban a campeonatos extranjeros?. Por supuesto que salían. Y no sólo en los 60, años de oro para Luis Suárez, Del Sol y Peiró en el calcio, sino en los 50, cuando conseguir pasaporte resultaba harto complicado para demasiados españoles, y los clubes de la piel de toro habían convertido el derecho de retención en cadena perpetua. Se iban a puñados. A Portugal, a México, a Francia, a Venezuela y Brasil, incluso a Sudáfrica, los Estados Unidos o Australia. Y qué decir de la hojarasca escondida entre deslumbrantes historias oficiales de clubes. Un mismo hecho merecía interpretaciones radicalmente contradictorias, dependiendo de la fuente manejada. La historia del fútbol, dispersa y a menudo dudosa desde su origen, estaba por escribirse. Abundaban relatos de oídas, o «de memoria», chirriantes tan pronto se enfrentaban al hecho o hechos desnudos. Sólo había que remangarse, tomar aliento y ponerse a ello.

Como siempre ocurre, unas cosas me condujeron a otras. Al preguntarme qué ocurría con muchos astros tras colgar las botas, cómo se sentían al volver a ser «mortales» -tropo de Emilio Butragueño por demás lúcido-, destapé una caja de sorpresas. Abundaban los casos patéticos, los despeñados desde el cuerno de la abundancia, hasta el punto vivir situaciones muy complicadas. Sus años sobre el césped no les habían vacunado para las zancadillas de la existencia. Fui sumando hasta un centenar de «Muñecos rotos». También me picó la curiosidad respecto a las quinielas. José María García habló y escribió bastante sobre el reparto de sus pingües beneficios, pero a nadie parecía haber interesado su historia. Al remangarme descubrí que ni siquiera nacieron en la fecha que aún hoy dan por válida en el Patronato, sino varios años antes. Curioso en verdad, puesto que precisamente en el Patronato tenían motivos para saberlo bien. Al poner en marcha el montaje que hoy conocemos, contrataron a uno de los más significados organizadores de quinielas precedentes.

Esta carrera de fondo venía llevándola en soledad, sin abandonar nunca las fichas de futbolistas. A veces, interrogando a cualquier protagonista o en contacto con la secretaría de algún club, tropezaba con otros «locos» igualmente aislados. Luego del habitual «¿y por qué le interesan a usted estas cosas, si no es indiscreción?», podía surgir al hallazgo: «Pues mire, suele andar por aquí otro muchacho con parecidos intereses. Debo tener su teléfono». El «muchacho» a veces era un socio, en otras ocasiones alguien enfrascado en redactar la historia de la entidad, o incluso cualquier vieja gloria ansiosa por poner en marcha la agrupación de veteranos. Como ocurre en todas las carreras de fondo, no todos divisaban la pancarta de meta.

Deben haber pasado doce años desde que un día, ojeando ejemplares atrasados de «Don Balón», tropecé con el anuncio de quien se decía amante de la estadística e historia futbolera. Apenas dos líneas en tipografía menuda, bajo una foto de buen tamaño. Le escribí. Una carta clásica, de las de sello y buzón, porque entonces no existía el «ADSL». Si acaso, una «RDSI» lenta como caballo del malo en westerns de serie B. Tuve respuesta e iniciamos una cordialísima relación. Él frecuentaba a Bernardo Salazar y Félix Martialay, cuyos libros yo conocía bien. Me contó estaba enfrascado en la enciclopédica tarea de historiar el Campeonato de España, la Copa, para entendernos. Cien años, partido a partido, con sus alineaciones, árbitros, goleadores y sustituciones, cuando éstas comenzaron a ser reglamentarias. Era Víctor Martínez Patón, y algún tiempo después supe que para ser tomado en serio prefirió no acompañar su foto al anuncio, sino la de su padre. Víctor aún estaba en el Instituto.

Meses más tarde hubo un encuentro de futboleros en Madrid, junto a la antigua sede federativa. Sin padrinazgo ni entrega de trastos, vi en aquello algo parecido a una toma de alternativa. Desde ese instante me sentí componente de CIHEFE.

La irrupción del ordenador proporcionó orden, agilidad y método a mis fichas de futbolistas. Me asomé puntualmente a los «Cuadernos» que como complemento de su revista editaba la RFEF. Un día, al igual que otros miembros de CIHEFE, me vi redactando sucintas biografías para el Diccionario de Autoridades de la Real Academia de la Historia. Y por fin confluyeron las fichas de Félix, pulquérrimas, aunque de trazo enrevesado, con las que yo iniciara hacia 1965, sin haber cumplido los 14. Hoy deben superar las 30.000.

Conforme aseguraba al principio, mi ingreso en CIHEFE resultó tardío. Quizás perdiera el tiempo en lentos meandros. Pero hasta los ríos perezosos concluyen desembocando en otro más caudaloso.

CIHEFE, entre tanto, seguirá buscando ese mar de historias difusas, enredadas y ocasionalmente oscuras, que junto a páginas brillantes y espacios en blanco acompañan al fútbol español.

 

 

 

 

 

José Ignacio Corcuera

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Publicado en: General