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RESUMEN:

El Barça cumplió sus primeros 112 años de vida el pasado 29 de noviembre de 2011. Y en todo  este tiempo, nada menos que durante veintidós años va a estar presidido por la misma persona, algo sin parangón en su historia, pues las presidencias más longevas – incluso sumando distintos períodos – no han excedido

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José Luis Núñez Clemente (Baracaldo, 1931). 1ª parte

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El Barça cumplió sus primeros 112 años de vida el pasado 29 de noviembre de 2011. Y en todo  este tiempo, nada menos que durante veintidós años va a estar presidido por la misma persona, algo sin parangón en su historia, pues las presidencias más longevas – incluso sumando distintos períodos – no han excedido nunca de los 9 años. Tal honor  ( que seguramente no alcanzará jamás ningún otro dirigente blaugrana  ) le corresponde a un hombre que no ha nacido en Cataluña, aunque haya desarrollado allí, y concretamente en la Ciudad Condal, la mayor parte de su vida profesional y su trayectoria vital. José Luis Núñez va a ser el primer presidente barcelonista netamente democrático, entendido el término en el sentido de haber sido  elegido por sufragio universal de todos los socios mayores de edad y con una determinada antiguedad en el Club, tal como correspondía a los nuevos aires que al país le trajo la Transición, en mayo de 1978, once meses después de las primeras elecciones libres en cuarenta años tras el final  del Franquismo, y cuando aun se estaba elaborando la Constitución. Sistemáticamente reelegido – a veces sin oposición – en los años 81, 85, 89, 93 y 97, dimitió sorprendentemente de su cargo en mayo de 2000, cansado de recibir críticas y ser blanco de distintos movimientos de oposición a su gestión.

Posiblemente ningún mandatario barcelonista habrá sido más polémico y controvertido que Núñez – ni siquiera Enric Llaudet o Joan Laporta -, pero también su hoja de servicios a la entidad es impresionante. El Barça del emblemático año 2000 se va a parecer ya muy poco a aquel que él recibió en el año 1978. A un club segundón y tradicionalmente perdedor, muy enraizado en Cataluña pero con escasa proyección exterior y sumido en una grave crisis económica, con una elevada deuda, Núñez lo va a convertir en la primera sociedad polideportiva del mundo, con una dimensión universal, un rosario de  triunfos  ( tanto a nivel del primer equipo de fútbol como de las distintas secciones ),  una  excelente salud financiera y un cuantioso y envidiable patrimonio. La marca «Barça», apenas explotada fuera de la región, empezará a cotizarse muy fuerte en los mercados internacionales, y a ello no va a ser ajena la gestión de este hombre bajito y tenaz, de voz poco airosa y lágrima fácil, pero dotado de una energía y una clarividencia nada comunes.

Núñez es el típico ejemplo de lo que los norteamericanos llaman «Self made man», es decir, un hombre hecho a sí mismo. Emigrado junto a sus padres  desde el País Vasco, con raíces leonesas, crece en la dura Barcelona de la Postguerra, y comienza a moverse desde abajo en los ambientes   inmobiliarios. Autodidacta, acaba casándose con Maria Lluïsa Navarro, hija de un pequeño constructor, y al correr de los años llegará a presidir una gigantesca razón social en la que su apellido precederá al del suegro. Los años 1960-75, la Era del Desarrollismo, establecen a Núñez como un promotor mítico en la Ciudad Condal, envidiado por unos y odiado por otros. Comprarse un piso de «Núñez y Navarro» se convierte en  un hecho sociológico de la vida barcelonesa de la época, una manera de integrarse en la trama urbana. La izquierda, en la semiclandestinidad, le detesta, considerándole un gran especulador del suelo, y esa animadversión va a acompañarle durante toda su vida pública.

Mediada la década de los 70, al compás de nuestra transición democrática, Núñez decide dar el «Gran Salto Adelante». Al innegable éxito profesional, desea unir ahora el prestigio y el reconocimiento sociales, y pocos puestos más adecuados para alcanzar eso en Barcelona que la presidencia del Barça, tradicionalmente ostentada por conspicuos representantes de la burguesía textil. El constructor comienza a mover sus fichas, atrayéndose a la prensa y dándose a conocer ante la afición culé. Ya es lo que llamaríamos «un presidenciable». El segundo mandato de Agustí Montal hijo ( 1973-77 ) toca a su fin, y los aspirantes a sucederle empiezan a tomar posiciones de cara a los primeros comicios auténticamente democráticos de la entidad, a celebrar en la primavera de 1978. Varios precandidatos salen a la palestra, y entre ellos  brilla con luz propia el nombre de Víctor Sagi, destacado publicista barcelonés e hijo de un mítico jugador del gran equipo de los Felices Años 20, Sagi Barba.

Pero Sagi acabará por retirarse de la carrera hacia la presidencia ( la vox populi hablará de presiones y chantajes, nunca probados ), y de cara al sprint final, a las históricas votaciones del 6 de mayo de 1978, van a llegar con opciones tres candidatos: Ferran Ariño, un hombre muy próximo a Convergencia Democrática de Cataluña y por lo tanto a Jordi Pujol, y ex-directivo en las juntas de Montal, el veterano Nicolau Casáus, todo un clásico del barcelonismo, fundador de la legendaria «Peña Solera» y sempiterno opositor al Establishment blaugrana, y, como tercero en discordia, José Luis Núñez, gran empresario de la construcción, un personaje adinerado, un triunfador en toda regla, pero carente del pedigree culé que adorna a sus dos  rivales. De algún modo, Ariño y Casaus compiten por el mismo espacio «político», mientras que Núñez se presenta como un hombre nuevo, sin lastres ni vínculos con el pasado, dispuesto a aplicar criterios estrictamente empresariales a un club de fútbol que se ha venido rigiendo hasta entonces de una forma artesanal, muy de andar por casa, cassolá, como dirían los catalanes. Pero también cuenta con aliados importantes, ya que tanto Johan Cruyff, la estrella del equipo, como Charly Rexach, su futbolista más carismático, le brindan públicamente su apoyo, un gesto entonces muy comentado.

Y la dispersión del sufragio entre sus dos contrincantes,  llevará a Núñez a la victoria. Sumados los votos de Ariño y Casaus ( 9.572 y 6.202, respectivamente ) superan ampliamente a los 10.353 cosechados por el constructor, pero va a ser él quien recibirá el mandato ejecutivo para presidir al Barça durante los próximos cuatro años. Al frente de una Junta Directiva en la que figuran como vicepresidentes el industrial hotelero Joan Gaspart y – sorprendentemente – Nicoláu Casaus, uno de los candidatos derrotados ( que se granjearía a causa de esta decisión no pocos reproches ), Núñez va a poner manos a la obra inmediatamente, encarando con decisión y firmeza el más grave problema de la entidad, el económico.

Solicitará de los socios un adelanto sobre las cuotas, con el compromiso de ir reintegrando ese dinero prorrateado en los futuros recibos. La respuesta de los culés va a ser muy positiva. Se recaudará una elevada suma (409 millones de pesetas ), e incluso numerosos socios renunciarán a la devolución. El saneamiento económico se convierte así en la piedra angular sobre la que Núñez quiere construir el «Barça triomfant» , el lema de su campaña, y le permitirá acudir al mercado de jugadores con plena solvencia. Y hablando de jugadores, y también de entrenadores, el nuevo presidente se estrena con la marcha de Johan Cruyff, la estrella indiscutible del equipo, y también con la del técnico, su compatriota Rinus Michels. El primero va a ser sustituido por un jugador poco conocido en nuestro país, pero que viene avalado de una gran fama con goleador, el austriaco Hansi Krankl, procedente del Rapid de Viena. Y para el banquillo, Núñez va a elegir a un antiguo jugador barcelonista, el alsaciano Lucien Muller, que había despachado excelentes campañas en clubes como el Castellón- al que llevó a la final de Copa -, Burgos y Real Zaragoza.

Atendiendo a su cronología, puede hablarse de un primer Nuñismo, caracterizado por el saneamiento y la posterior buena salud de la economía del Club, lo cual se refleja en un rosario de  fichajes espectaculares ( Simonsen, Quini, Alexanko, Schuster, Maradona, Archibald, Lineker, Hughes, Zubizarreta…) y en una serie de obras con vocación de perennidad – La Masía, reconvertida en Escuela de Jugadores, la ampliación del Camp Nou, la construcción del Mini Estadi en terrenos aledaños, la creación del Museu del Club…-, pero que sin embargo no se corresponde con los resultados deportivos, bastante magros para el mucho dinero invertido en reforzar el equipo, aunque se consiguen algunos resonantes triunfos internacionales, como son las Recopas de 1979 y 1982. Este periodo, que cubre los primeros diez años de su presidencia, hasta 1988, se caracteriza también por estar trufado de una serie de acontecimientos muy accidentados, que van a marcar profundamente a la entidad, instalándose cierto clima de fatalismo entre la masa social.

La primera temporada de Núñez, la 1978-79, es testigo  del primer gran éxito a nivel continental del Barça, de mucha mayor relevancia que las tres Copas de Ferias conquistadas en los años 50 y 60. Esa Recopa, ganada en Basilea al Fortuna de Dusseldorf alemán, delante de 30.000 enfervorizados culés desplazados en ejemplar peregrinación hasta la ciudad helvética, no va a tener sin embargo continuidad, y el Club no tardará en entrar  en una espiral de conflictos y sucesos, un auténtico via crucis en el que al Barça le va a ocurrir literalmente de todo. Ya en el apoteósis de la Plaça Sant Jaume la multitud corea un doloroso «Núñez no, Neeskens sí», en alusión a la marcha del centrocampista holandés, muy querido por la afición gracias a su pundonor y entrega. Es el primer bofetón, metafóricamente hablando, que recibe el flamante mandatario.

Su segundo curso, el 79-80, con el fichaje estelar del danés Allan Simonsen, va a ser también agitado, puesto que, en lugar de nuevos triunfos,  traerá el profundo desencuentro entre el entrenador Quimet Rifé- que había revelado a Muller poco antes de Basilea –  y la otra gran estrella del equipo, el austríaco  Krankl, contencioso que se saldó a favor del técnico catalán, aunque los adversos resultados deportivos no tardarían en hacerle saltar también del banquillo, siendo sustituido por un ilustrísimo veterano, el incombustible Helenio Herrera, que veinte años después de su traumática salida retornaba a Can Barça, ya con una edad bastante avanzada. Núñez, mientras tanto, estaba aterrizando en el fútbol español con estrépito, manteniendo profundas diferencias tanto con los organismos federativos como con el eterno y gran rival, el Real Madrid. En otro orden de cosas, en Octubre de 1979 se inaugura la Residencia para jugadores en La Masía, un lugar llamado a convertirse en santo y seña de la entidad, con sucesivas y brillantes hornadas de canteranos. Y en Diciembre Núñez podrá proclamar con orgullo que el Camp Nou ya es completamente propiedad del Barça, al liquidarse los últimos flecos de la enorme deuda generada por su construcción.

Pero si bien el palmarés deportivo del Club no se incrementaba, al menos su economía sí parecía marchar viento en popa, y los continuos superavit hicieron  que Núñez pudiera plantearse una política de fichajes de auténticas campanillas, tales como el del central del Athletic de Bilbao José Ramón Alexanko o el del ya mítico goleador del Sporting de Gijón Enrique Castro «Quini», objeto de deseo del Barça desde hacía muchas temporadas, y al que los asturianos  dejaban por fin  marchar,  con casi 31 años y a cambio de una elevada suma. Y para reemplazar a HH, una vez pasada la situación de emergencia ( el «Mago» consiguió clasificar al equipo in extremis para la Copa de la UEFA ), Núñez va a apostar nada menos que por Ladislao Kubala, una leyenda viva para todos los culés y sempiterno seleccionador nacional español, que había quedado libre tras la Eurocopa de 1980.

Sin embargo Kubala tampoco va a echar raíces, pues los malos resultados continúan a pesar de la fuerte inversión  realizada. Al poco tiempo volverá  al banquillo Helenio Herrera, siempre ejerciendo como fiel bombero, y llegará un joven y extraordinario centrocampista alemán de rubios cabellos, Bernd Schuster, que había maravillado en la reciente Eurocopa de Italia, y que muy pronto se va a convertir en el auténtico líder del equipo. Pero el gran suceso de esta temporada 80-81 será de naturaleza extrafutbolística: el secuestro del «Pichichi» blaugrana Quini en Febrero del 81, días después del 23-F, a la finalización de un partido contra el Hércules de Alicante en el Camp Nou. El hecho va a tener en vilo a toda España, futbolera o no, durante casi un mes, y se resolverá felizmente con la liberación del delantero asturiano y la detención de sus captores por la policía, cuando estos iban a cobrar el rescate. El equipo, traumatizado por la suerte de su compañero, se resentirá en su rendimiento, y la Liga va a escaparse un año más, aunque no así la Copa del Rey, brillantemente conquistada en el madrileño «Vicente Calderón» al derrotar por 3 a 1 al Sporting de Gijón, y precisamente con dos dianas del «Brujo» a sus antiguos compañeros. El curso se  cerrará también con cuatro fichajes de relumbrón: el meta guipuzcoano Urruti, que cruza la Diagonal procedente del Español, el defensa canario Gerardo, el centrocampista  aragonés Víctor y el delantero astur Morán, todos ellos de lo mejorcito del mercado nacional.

La temporada siguiente, 81-82, va a contemplar la ampliación del Estadio de cara a albergar los partidos del Mundial de España ( entre ellos, el encuentro inaugural ). En lo deportivo, y con el prestigioso técnico alemán Udo Lattek en el banquillo, el Barça volverá a dejar escapar la Liga nuevamente, desperdiciando una amplia ventaja en las últimas jornadas, en favor de la Real Sociedad. Por contra, conquistará  su segunda Recopa, en la final celebrada en el propio Camp Nou frente al Standard de Lieja, al que supera por un apretado 2 a 1. Y poco después va a producirse la gran noticia del año, pues Núñez  – tras varios años intentándolo – consigue por fin los servicios de quien estaba considerado en aquellos momentos como el mejor jugador del mundo, el argentino Diego Armando Maradona, a cambio de una exorbitante cantidad de dinero que rondaba los 1200 millones de pesetas. En torno al «Pelusa» va a formarse una plantilla de ensueño ( una revista la definió como «el Barça Espacial», claro precedente de los posteriores «galácticos» madridistas ), en la que junto al astro argentino y al germano Schuster figuran los Marcos. Periko Alonso, Julio Alberto, Pichi Alonso y Urbano, fichados todos ellos a golpe de talonario. Paralelamente, Núñez va a ser nombrado Vicepresidente de la Real Federación Española de Fútbol. También será el encargado de negociar los derechos de retransmisión de partidos con Televisión Española, y va a conseguir un espectacular incremento de la cantidad abonada por el Ente público. Por otro lado, el Barça alcanza la cifra de 100.000 socios.

Pero los resultados deportivos, una vez más, distarán de ser los esperados, y la Liga se esfuma de nuevo, por noveno año consecutivo, aunque algo de culpa va a tener en ello la repentina enfermedad de Maradona – una hepatitis B – , que le dejará durante varios meses fuera de combate. El fiasco le cuesta el puesto a Lattek, sustituido por César Luís Menotti, el hombre que había conducido a la Albiceleste al Campeonato Mundial de 1978.»El Flaco» – otra de sus varias similitudes con Johan Cruyff – va a debutar con buen pie, ya que a sus órdenes el Barça obtendrá la Copa de la Liga ( una competición «Made in Núñez», ideada ex profeso para que los clubes pudieran hacer más caja ) y sobre todo la Copa del Rey, ambas ante el eterno archienemigo, que no rival, Real Madrid, y la segunda recordada por los gestos obscenos que, tras el gol de la victoria azulgrana conseguido por Marcos al filo del tiempo reglamentario, va a dedicarles Bernd Schuster a quienes no tardando demasiado se convertirían en compañeros suyos. Cierra el balance positivo de la campaña 82-83, salvada gracias a esa serie de triunfos ante los blancos, la inauguración de un nuevo equipamiento que incrementa el ya cuantioso patrimonio del Club, el Miniestadi, una coqueta bombonera aledaña al Camp Nou donde los culés van a poder solazarse admirando las evoluciones del equipo filial.

Había muchas esperanzas depositadas en el curso 83-84, con Menotti en el banquillo y Maradona ya felizmente recuperado, pero estaba escrito que el Pelusa no iba a triunfar en el Barça, porque a poco de comenzar la Liga, en un partido disputado en el Camp Nou ante el Athletic de Bilbao, el durísimo zaguero Andoni Goikoetxea – que ya había tronchado la rodilla de Schuster un par de años antes en San Mamés – va a lastimar el tobillo de Diego, enviándole al dique seco para varios meses. El cuadro rojiblanco volvería a ganar el Torneo de la Regularidad – ya iban diez temporadas consecutivas de frustraciones -, y también la Copa, precisamente ante el Barça, en Madrid, por la mínima y con una bochornosa batalla campal entre los jugadores de ambos equipos al finalizar el encuentro. Uno de sus protagonistas fue el propio Maradona, cuyos días ya estaban contados en la Ciudad Condal. Circunstancias imprevistas le habían impedido rendir a su mejor nivel, aun destilando esporádicas gotas de genialidad, y su entorno particular no constituía tampoco el marco ideal para un deportista de élite. Núñez va a recibir una oferta mareante del Nápoles, que deseaba dejar de ser un don nadie en el Calcio, y dará  su aquiescencia a la marcha del as argentino, en una operacion que se saldó incluso con beneficios para el Club. Con Maradona va a abandonar también la entidad Menotti ( aunque no rumbo a Italia ). Entre tanto morbo, la consecución de una nueva Copa de la Liga quedará absolutamente eclipsada, como es natural. Es momento de mudanza, y Núñez, tras las experiencias alemana y argentina, vuelve los ojos a las raíces del fútbol, y contrata a su octavo entrenador en tan sólo seis años, un semidesconocido técnico inglés llamado Terry Venables. También se plantea la necesidad de llenar el hueco dejado por el Pelusa. Un firme candidato va a ser el ariete mexicano Hugo Sánchez, del Atlético de Madrid, pero al final se opta por otro británico poco conocido, el delantero escocés, Steve Archibald, al que se le encomienda  la dificilísima misión de tratar de hacer olvidar a Diego.

Y la jugada no saldrá nada mal, porque – tras toda una década de fracasos – el Barça va a acabar adjudicándose la Liga 84-85  con bastante brillantez, liderando de cabo a rabo la clasificación. Una histórica goleada al Boca Juniors en el Gamper – 9 a 1 –  va a ser el prólogo del arranque soñado por todo culé que se precie: una victoria en el mismísimo «Santiago Bernabéu» por 0 a 3 en el primer partido liguero. A partir de ese momento el Barça, practicando un «pressing» demoledor,  ya no dejará el liderato, y por fin, once años después del último entorchado, volverá a conquistar el ansiado título que da opción a jugar la Copa de Europa, el más importante de los tres torneos continentales que se disputaban entonces. El Barça cantó el «Alirón» en Valladolid, en el Nuevo Zorrilla, después de que el guardameta Urruti subiese a los altares culés al detener un penalty en el último suspiro del encuentro. Algunos meses antes, concretamente el 24 de septiembre de 1984, se había inaugurado en el interior del Camp Nou el Museu del Barça, una instalación modélica en su género, que pronto se convertiría en el más visitado de toda Cataluña. Hoy lleva el nombre de su principal impulsor, el presidente Núñez.

El entusiasmo generado por el triunfo en la Liga fue tal,  que hizo olvidar  por completo el enfado por  la temprana y sorprendente eliminación en la Copa de la UEFA, ante el modesto conjunto francés del Metz. Podía haber sido, por fin, el arranque de aquel «Barça Triomfant»  prometido por Núñez hacía ya demasiado, pero en la temporada siguiente, la 85-86, no sólo no se reverdecieron laureles, sino que se añadieron  nuevos traumas históricos – «urgencias» las llamaba Menotti – al barcelonismo. Para empezar, brotaron abiertas discrepancias entre el presidente y la gran estrella del equipo, el alemán Bernd Schuster, que había liderado con gran acierto el juego blaugrana durante la exitosa campaña anterior. Schuster era un hombre de carácter difícil ( algo que se ha puesto de manifiesto en todos los equipos en los que ha jugado, y han sido unos cuantos…), y los tira y afloja entre ambas partes comenzaron a hacerse habituales. Pero todo estalló hecho pedazos la infausta tarde del 7 de Mayo de 1986, en el sevillano Estadio Sánchez Pizjuán. Mas antes de llegar hasta allí, el Barça había sido incapaz de revalidar el título liguero – se lo impidió el inicio del ciclo triunfal de la «Quinta del Buitre» madridista -, y también perdió la final de la Copa del Rey, al ser derrotado por el Real Zaragoza. Pero estos traspiés iban a quedar  en un segundo plano ante la posibilidad de coronarse por fin campeones de Europa, algo que el club catalán llevaba un cuarto de siglo anhelando. Todos los pronunciamientos estaban a favor del Barça: el equipo había eliminado a cuadros potentes como la Juventus y el Goteborg, tras remontar un 0 a 3 adverso en un partido de vuelta no apto para cardíacos, el rival era un desconocido cuadro rumano, el Steaua de Bucarest, y la final se disputaría en Sevilla, con una masiva presencia de seguidores culés en las gradas del Pizjuán, prácticamente como si se jugase en el Camp Nou. Pocas veces uno de los finalistas habrá sido más favorito, pero…

Aquel 7 de Mayo todo salió mal, empezando por la muerte en accidente de un grupo de barcelonistas que viajaban rumbo a la capital hispalense. Durante todo el encuentro  los de Venables llevaron el control del juego , pero apenas sí crearon ocasiones de gol. De esta manera se llegó al término de los 90 minutos reglamentarios con el marcador inicial, pero la prórroga tampoco resolvió nada, dejando el cero a cero inamovible. Sin embargo, lo peor estaba aun por venir en la lotería de los lanzamientos desde el punto de penalty. Urruti – una vez más providencial – cumplió con creces deteniendo los dos primeros disparos del Steaua, pero lo que nadíe podía sospechar era que el Barça fallaría…¡ cuatro penaltys ! Los rumanos, apoyados en su portero Duckadam ( que estuvo inconmensurable atajando  los castigos  chutados por Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos ) inscribieron su nombre como campeones de esta desgraciada edición de la Copa de Europa de 1986, y los azulgranas agrandaron aun más su leyenda de conjunto perdedor. Y, para colmo de males, el «Caso Schuster» explotó con toda su virulencia, pues el jugador teutón, al ser sustituido durante el encuentro, no se quedó en el banquillo, sino que abandonó a toda prisa las instalaciones del Sánchez Pizjuán, lo cual suponía un divorcio total con respecto al Club.

Ante este desolador panorama, José Luis Núñez  va a volver a tirar la casa por la ventana. Se fichó a dos futbolistas españoles de gran relieve, el portero Zubizarreta, del Athletic de Bilbao, y el centrocampista Roberto Fernández, procedente del Valencia, y también a dos buenos goleadores británicos, el galés Mark Hughes y el inglés Gary Lineker, «Pichichi» del Mundial mexicano aquel mismo verano. Por contra, Schuster era apartado del equipo. En ese momento, por lo tanto, el Barça contaba en su plantilla con cuatro jugadores extranjeros, y tan sólo podía alinear a dos. El alemán estaba fuera, pero aun sobraba Steve Archibald, cuya primera campaña, la 84-85, había sido muy buena, pero que después sería presa de continuas lesiones, y se toma la decisión  de «bajarle» al equipo filial, el Barcelona Atlético, que militaba en Segunda A.

La temporada 86-87 va a ser inusualmente larga – la denominada «Liga del Play-off» -, y resultará  igualmente esteril en cuanto a títulos, pero las cosas aun van a empeorar en la campaña siguiente, 87-88, y de la manera más traumática posible. La pésima marcha del equipo obligará a Núñez a cesar a Terry Venables, sustituyéndole por Luís Aragonés. Eliminados en Europa, por la Liga se deambula con más pena que gloria, lejos incluso de los puestos que dan derecho a acceder a competición continental. El único lenitivo es la Copa, donde sorprendentemente el Barça va a imponerse en la final a una magnífica Real Sociedad, donde militaban jugadores de la talla de López Rekarte, Jose Mari Bakero o Txiki Begiristáin. Pero este triunfo inesperado no va a ser suficiente para calmar las revueltas aguas de Can Barça…Bernd Schuster – al que le restaba aun un año de contrato – se reintegrará al equipo, cuya práctica totalidad de componentes, con el propio Luís Aragonés a la cabeza, va a enfrentarse abiertamente con la directiva de Núñez a causa de serias diferencias en torno a la fiscalidad de sus contratos. Juntos técnico y futbolistas pedirán públicamente la dimisión del mandatario en el curso de una multitudinaria rueda de prensa. Es lo que ha pasado a la historia blaugrana como «el Motín del Hesperia» ( por el nombre del hotel barcelonés donde tuvo lugar este insólito acto de rebeldía colectiva ). Schuster, haciendo honor a su peculiar carácter, no tomó parte en el evento.

Son días tristes y muy difíciles en Can Barça. Un colectivo de socios descontentos con la gestión de Núñez  había formado meses atrás el denominado «Grup d´Opinió Barcelonista» ( GOB ), que exigirá también la dimisión del presidente y la convocatoria urgente de elecciones. Y algunos jugadores llegan incluso a las manos con varios iracundos aficionados en el transcurso de un  entrenamiento,. Ante este estado de cosas, José Luis Núñez va a cortar por lo sano. Se deshará de buena parte de los díscolos y también de  Luís Aragonés, y tomará una decisión de enorme trascendencia para el futuro de la entidad: contratar como nuevo técnico barcelonista a Johan Cruyff. Recordemos que el holandés le había prestado su apoyo explícitamente en vísperas de las elecciones de 1978. Ahora, como responsable del Ajax, aparecía avalado por su firme apuesta a favor de un fútbol abierto y espectacularmente ofensivo, muy en la línea de la mítica «Naranja Mecánica». Para recibir al «Flaco», Núñez tira de chequera y le ficha un equipo completo: Unzué, Aloisio, Serna, Manolo Hierro, López Rekarte, Miquel Soler, Eusebio, Jon Andoni Goikoetxea, Valverde, Jose Mari Bakero, Julio Salinas y Txiki Begiristáin. También van a ascender a la primera plantilla dos brillantes canteranos, Luís Milla y Guillermo Amor. Con esta drástica renovación podemos dar por finalizado el primer período del Nuñismo. Alumbra una nueva era, preñada de incertidumbre, aunque los culés confían en que  el club de sus amores pueda volver por fin a la senda de los éxitos.

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