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A veces, en el camino de las grandes promesas surge como invencible adversario no ya un defensa temible, violento y correoso, sino la pura fatalidad. Su marcaje cortó y continúa cercenando de cuajo muchos horizontes deportivos y vitales. Podríamos citar varios nombres recientes y muchos más del pleistoceno balompédico. Sin embargo bastará uno cualquiera para

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Ramón, un regate imposible a la adversidad

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A veces, en el camino de las grandes promesas surge como invencible adversario no ya un defensa temible, violento y correoso, sino la pura fatalidad. Su marcaje cortó y continúa cercenando de cuajo muchos horizontes deportivos y vitales. Podríamos citar varios nombres recientes y muchos más del pleistoceno balompédico. Sin embargo bastará uno cualquiera para ilustrar tanto infortunio. El de Ramón Navarro López, «Ramón» para el fútbol. Exterior  oriolano hoy apenas recordado fuera de Alicante, al que despertaron del sueño en el momento más inoportuno.

Ramón ya sobresalía en el Hércules cuando acababa de cumplir los 18 años. Era veloz, rápido, hábil, y mañoso como cualquier veterano. Lo tenía todo para triunfar, excepto un corazón a prueba de médicos extremadamente celosos. Debutó con 18 años, frente al Hospitalet, en partido copero de desempate, y desde entonces nadie pudo sacarle del primer equipo alicantino. Durante la campaña 1964-65 anotó 11 tantos en 2ª División, pese a alinearse de extremo. El Hércules concluyó 2º en su grupo, por detrás de la Unión Deportiva Las Palmas, que ascendería directamente a la máxima categoría. Ese año el ansiado ascenso resultó imposible, porque los herculanos no lograron imponerse al Oviedo en la promoción. A lo largo del ejercicio siguiente, el buen extremo contribuyó con empuje y goles al ascenso alicantino. Suyos fueron, precisamente, los dos tantos más importantes del club en ese decenio. El primero anotando ante el Calvo Sotelo de Puertollano, que valía el ascenso a 1ª División, y el segundo en La Condomina, en partido de desempate frente al Elche, que proporcionaba el acceso a Octavos de Final en la Copa. Una vez entre los grandes, haciendo que el público del viejo campo de La Viña saltase al césped para celebrar sus diabólicas jugadas, comenzó a ser codiciado por sociedades más poderosas.

Quien más interés puso fue el Atlético de Madrid, y su traspaso sería pregonado a los cuatro vientos. Le sacaron fotos con la camiseta colchonera. Concedió entrevistas a la prensa madrileña. Los años no pasaban en vano para el gran Collar y nadie mejor que Ramón, se decía, internacional juvenil y Sub-23 contra Luxemburgo y Francia, a la hora de buscarle sustituto. Todo parecía hecho. Tanto, que el domingo 21 de mayo de 1967 la edición alicantina del diario «La Verdad» llegó a recoger una copia de las condiciones del traspaso: El Atlético de Madrid se comprometía a abonar 4 millones de ptas., la mitad en efectivo tan pronto se produjera la firma y el resto mediante sendos efectos de un millón, con vencimiento a 90 días. El jugador, por su parte, triplicaba su ficha. Y como las primas, entonces, se pactaban partido a partido -normalmente una cantidad fija por victoria en casa o empate fuera, cualquiera que fuese el rival, y el doble venciendo a domicilio-, la cantidad total a ingresar podía verse muy incrementada, teniendo en cuenta que los colchoneros estaban llamados a sumar bastantes puntos.

Ramón fue citado para el tradicional examen médico y allí surgió la sorpresa. El chico padecía una lesión coronaria, que en opinión de los galenos lo incapacitaba para competir profesionalmente.

El mundo se le vino encima. ¿Cómo podía padecer del corazón, si en el Hércules no daba muestras de fatiga tras emplearse a conciencia?. ¿Es que a los doctores alicantinos les era ajena la ciencia?. Conforme se demostraría más adelante, Ramón arrastraba una malformación congénita. Una leve deformación que probablemente hubieran pasado por alto otros servicios médicos menos exigentes. Pero, claro, en el Atlético de Madrid, donde se estaba viviendo el  dramático pulso de Martínez con la muerte, los galenos ya no arriesgaban nada(*).

Así pudo acreditarlo el cántabro Francisco Javier López cuando 3 años más tarde se dejó caer por el Manzanares, procedente de la Gimnástica torrelaveguense. A él también le diagnosticaron otra malformación, en teoría incapacitante. Sin dar crédito al dictamen viajó hasta Sevilla, puesto que el Betis se había sumado a la puja. Y puesto que los del Guadalquivir no le pusieron ningún problema, vistió el uniforme bético durante 12 campañas en las que como pulmón inagotable nadie le discutió la titularidad. Fue internacional absoluto contra Suiza y aún le quedaron arrestos para seguir dando el do de pecho en 2ª dos temporadas más, entre Mallorca y Granada. No estaba mal para un enfermo cardiaco.

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Ramón, figura en el Hércules alicantino y esperanza muy fundada del fútbol nacional.

Sin embargo Ramón tuvo menos suerte. La polvareda levantada por el caso Martínez también había puesto en el disparadero a la propia Federación Española, que lejos de intermediar o contrastar informes eligió la fórmula más fácil. Si existían dudas sobre Ramón, no jugaba y punto.

Como podrá suponerse, ni el muchacho ni la entidad alicantina quedaron conformes con el veredicto. Ramón porque su futuro como cotizada promesa se evaporaba, y el Hércules porque perdía un considerable fajo de billetes al no estar en disposición de traspasarlo. Hubo consultas a diferentes cardiólogos, viajes a Barcelona, a Bilbao e Inglaterra, derivándose notables discrepancias respecto al pronóstico deportivo, aunque total unanimidad respecto a la existencia de una lesión coronaria. La Federación se había mostrado inflexible desde el primer momento y nada le hizo mudar de opinión. Tanto que para evitar más presiones retiró la licencia al jugador, gesto que equivalía a cerrarle todos los campos de fútbol.

Fue un jarro de agua helada. A sus 21 años Ramón debía empezar desde cero cualquier otra actividad. Era como si de repente le hubiesen caído 13 ó 14 años encima, aunque con la salvedad de no haber podido juntar ahorros en tan corta carrera.

Del reportaje que Pascual Verdú Belda entregó a «La Verdad» aquel mayo de 1967, extractamos los pasajes más interesantes:

«- En Madrid me encontré tremendamente solo, aunque hice excelentes amigos, como el Dr. Ibáñez, pero ya no podía estar allí, sin entrenar ni jugar…

Estas fueron las primeras palabras de Ramón, cuando ayer fuimos a visitarlo. Su padre fue el primero en recibirnos en su nuevo hogar de la calle Ángel C. Carratalá, en ese barrio de las calles rectas, como es Benalúa, y nos dijo:

– ¡Si viera con qué ansiedad salimos de Madrid!. Estaba lloviendo con una fuerza incontenible… Pero Ramón necesitaba salir de Madrid, como de un pesadilla.

En una pared está colgada una guitarra hawaiana construida sobre una coraza de tortuga. En la otra, dos fotos. Una, con la firma de todos los jugadores, tomada en la fecha grata del ascenso. La otra es del equipo nacional de Promesas. Ramón mira las fotos y nos dice:

– Esto ya son recuerdos y desde ahora los aprecio mucho más.

– ¿Estás arrepentido de este viaje a Madrid, de tu traspaso al Atlético?.

– Yo siento al Hércules como el que más y me apenó dejarlo. ¡Ojalá todo volviese atrás y me encontrara camino de Pontevedra!.

– ¿Cobraste algo del Atlético de Madrid?.

– No, nada.

– ¿Pagó el Atlético tu estancia de estos días en Madrid?.

– No, la pagué yo… Pero eso es lo de menos.

– Bueno, Ramón, vamos a mirar nuevamente al futuro…

– Yo quisiera jugar…. Pero no me conformaría con que me autorizaran sólo para actuar dos o tres años, conforme algunos médicos insinúan. Yo quiero jugar hasta que pueda… o retirarme ahora…

Ramón medita estas últimas palabras. Sobre la sala de estar reinan unos largos segundos de silencio que agobian a todos. Continúa:

– Si no puedo jugar más, no creo que me abandonen. Confío en que me ayudarán. ¡Mire que colgar las botas cuando tengo 21 años!. ¿Verdad que suena raro?. Y lo bueno del caso es que he dejado las botas en Madrid, junto con mi ilusión y mi esperanza…

Ramón se ha dado perfecta cuenta de que los ojos de su hermana están húmedos, que a su padre le molesta un nudo en la garganta y que detrás de las gafas de su madre se esconden muchas horas de angustia. Rápidamente intenta restarle importancia al asunto.

– ¿Pero es que en esta casa no vamos a comer hoy?.

– ¿Te quedarás en Alicante?.

– Sí, sí, aquí, en casa, con mis padres y hermana, mientras mis tíos intentan solucionar mi situación. Estoy en buenas manos. Uno es abogado y el otro sabe más de fútbol que quien lo inventó. Estaré aquí, en casa, para darle la cara a la vida… Hay que estar para las cosas buenas y las malas. Al principio pensé irme a Campello, a descansar, pero, ¿dónde puedo descansar mejor que junto a mis padres?.

Cuando nos disponíamos a salir de la sala de estar, el padre de Ramón dice:

– Aquí estábamos sentados, viendo la tele, cuando soltaron la noticia.

Ramón corta rápidamente:

– Mi hermana dice que hasta aquí llegaba el agua de las lágrimas de mamá.

La familia Navarro López nos acompaña hasta la puerta. Al despedirnos, Ramón nos estrecha muy fuerte la mano.

Hasta siempre».

En los días siguientes no faltaron declaraciones altisonantes: «El Hércules no abandonará a Ramón», proclamó Ferrer Stengre, su máximo mandatario. Y al mismo tiempo se iniciaban movimientos para la organización de un partido homenaje. Así describía esos primeros pasos la agencia Logos desde Madrid:

«Lo mismo la directiva (atlética) que el equipo han sentido extraordinariamente que Ramón se haya visto obligado a regresar a Alicante. Entre jugadores, técnicos y directivos, ha cundido la idea de organizar un partido en beneficio del infortunado muchacho y su familia. Ramón no tenía ninguna otra profesión y puesto que parece no podrá jugar al fútbol, carecerá de medios económicos para subsistir (…) Se puede afirmar que el jugador alicantino no quedará desamparado. Su gran calidad humana y su indudable clase de futbolista lo merecen».

Al mismo tiempo surgieron veladas acusaciones sobre el modo superficial con que los clubes menos pudientes vigilaban la salud de sus jugadores, sobre el escaso celo federativo en el ámbito del deporte profesional, e incluso acerca de posibles casos de dolo.

«La ligereza con que se hayan hecho anteriormente los reconocimientos ha podido agravar la lesión, al mantener al muchacho en la práctica del fútbol. Desde luego la Federación Española, siempre reglamento en mano, decidirá la retirada de licencia federativa al jugador».

El oriolano tuvo su partido homenaje. O sus partidos. Porque después de dos años de lucha inútil para volver a vestir de corto, en doble sesión, veteranos de la comarca y del resto de España ejercieron de teloneros antes de un choque entre el Hércules, reforzado con algunas figuras de 1ª división, y un combinado español cuya formación inicial fue ésta: Reina; Tatono, González, Gustavo; Zunzunegui Castellanos; Veloso, Luis, Vavá, Waldo y Collar. Pocas figuras del máximo nivel, como se apreciará. Una vez más, los buenos propósitos se agostaban en barbecho.

Por el Hércules reforzado, que acabaría imponiéndose 3-1 con goles de Araujo, Arana y Patiño se les opusieron de inicio: Pazos; Torres, Murcia, Belló; Toledo, José Juan; Luis Costa, Araujo, Arana, Ravelo y Maxi.

Más lustre tuvo el combinado nacional de veteranos, cuya formación inicial hubiese valido un potosí años antes: Ramallets; Pantaleón, Marquitos, Gabriel Alonso; Sendra, Puchades; Atienza I, Sánchez Lage, Héctor Núñez, Atienza II y Méndez.

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Ramón fotografiado con la camiseta del At. Madrid, que por desgracia nunca llegaría a defender.

Poco más se supo de Ramón. Su nombre volvía a adquirir cierta actualidad cada vez que un nuevo futbolista era rechazado por los médicos, al producirse óbitos instantáneos, como el de Berruezo, o cuando le era detectada una cardiopatía a cualquier figura. Y entonces  el agravio comparativo resultaba por demás doloroso. Si Ramón hubiese nacido unos años más tarde, de haber sido tratado por otros cardiólogos o no mediando la cerrazón federativa, habría sido realidad el gran futbolista que todos presagiaban. A él, por lo menos, siempre le quedó esa pena.

Entre tanto, la vida seguía para Ramón. La vida y el fútbol, puesto que, en cierto modo, la existencia del antiguo extremo continuó ligada al balón y su mundo.

Se casó con la hija de Emilio Blázquez, antiguo ariete del Real Madrid, Hércules y Alicante, al que la Guerra Civil, y sobre todo dos años de suspensión por desafecto al Régimen, pusieron plomo en las botas para el fútbol de posguerra. También continuó jugando, aunque de forma esporádica y por pura afición. Era como si quisiera probarse, como si necesitara saber hasta dónde llegaba la incapacidad de su corazón. Por eso, tal vez, muchos domingos disputaba partidos playeros con los veteranos del Hércules o Club Deportivo Alicante, partidos rabiosos, porque sabido es el brío con que se suelen aplicar las viejas glorias, empeñadas muchas veces en no reconocerse viejas.

Paralelamente, fue abriéndose camino gracias a la representación de un laboratorio farmacéutico, primero, y de una marca deportiva de ropa después. Tuvo dos hijas que no lo hicieron mal con la raqueta, y mientras las chicas destacaban en la pista del Club Natación Alicante, no fue raro verle por aquellas instalaciones, con la fiebre del deporte brillando todavía en sus pupilas. También se operó del corazón. No a vida o muerte, sino más bien para un ajuste. Aquella vieja lesión existió, según pudieron apreciar otros galenos con los medios derivados del progreso científico. Tuvo la poca fortuna de que se la detectaran en los años 60, cuando la cirugía cardiovascular apenas balbuceaba. Porque 35 años después, otras dolencias más graves fueron tratadas, intervenidas y subsanadas, sin cercenar ningún porvenir. El gitanito Jesús Seba (Aragón, Zaragoza, Villarreal, Wigan, Chaves y Os Belenenses) podría hablar largo y tendido de la suya. Tras pasar por un quirófano estadounidense continuó jugando cada domingo, como profesional, en el Orihuela y Palencia.

Nacer demasiado pronto tiene estas cosas, puesto que al final, la víscera lesionada no renuncia a ejercer su férrea dictadura. Ramón expiró el sábado 21 de enero de 2006, con 59 años, cuando ese corazón suyo, anárquico y caprichoso, le hizo el último regate.

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.- (*) A pesar de tanto esmero, y de que en el ambiente deportivo se asegurara que ni los astronautas pasaban tantos controles como un futbolista atlético, en 1972 tuvo que retirarse su guardameta José María Zubiarráin, sin haber cumplido los 27, al serle diagnosticado un problema cardiaco. El agilísimo Zubiarráin, capaz de alternar paradas inverosímiles con fallos clamorosos, había ingresado en 1968, procedente de la Real Sociedad. Falleció frisando la cincuentena, víctima de su dolencia cardiovascular. En 1981 el cuerpo médico colchonero tuvo que sobreponerse a otro duro revés. Julián Antonio López, un defensa correoso y muy agresivo de su cantera, que trataba de ganarse un puesto como rojiblanco aprovechando una segunda cesión al Valladolid, se desplomó sobre el césped durante el homenaje tributado al guardameta Llacer. La rápida intervención de los facultativos lograron sacarse del paro cardiaco, pero posteriores reconocimientos determinaron su obligada despedida del fútbol. López fallecería 11 años más tarde, víctima de otro infarto.

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Publicado en: General