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RESUMEN:

A medida que el fútbol -todavía «foot-ball»- fue ganando adeptos y dejó de constituir diversión sólo para estudiantes o jovencitos de buena familia, cuando los equipos comenzaron a llenarse de carpinteros, albañiles, picapedreros o dependientes de comercio, se hizo evidente la penuria a que esos jugadores podían quedar abocados si se lesionaran gravemente. Con una

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Futbolistas en el limbo

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A medida que el fútbol -todavía «foot-ball»- fue ganando adeptos y dejó de constituir diversión sólo para estudiantes o jovencitos de buena familia, cuando los equipos comenzaron a llenarse de carpinteros, albañiles, picapedreros o dependientes de comercio, se hizo evidente la penuria a que esos jugadores podían quedar abocados si se lesionaran gravemente. Con una pierna escayolada o el brazo en cabestrillo, resultaba imposible palear carbón a una caldera, subirse al andamio, manejar el torno, trepar por los canchales maza en mano, y hasta despachar metros de tela o cuartillos de aceite. Cada lesión importante implicaba una merma en los ingresos profesionales ajenos al fútbol, lo que ya era malo de por sí. Pero aún peor sería si debieran hacer frente a gastos médicos, intervenciones quirúrgicas u hospitalizaciones. Por no hablar, claro, de cualquier secuela física arrostrada de por vida.

El Dr. Moragas, benefactor del fútbol y los futbolistas en tiempos muy difíciles, hoy injustamente olvidado.

El Dr. Moragas, benefactor del fútbol y los futbolistas en tiempos muy difíciles, hoy injustamente olvidado.

Parecía evidente que correspondía a los clubes correr con el monto de dichas eventualidades. Al fin y al cabo, los percances tenían lugar defendiendo sus colores. Pero, ¿qué ocurría si los daños eran en verdad serios y las entidades modestas a más no poder?. ¿Quién debía rascarse el bolsillo entonces?. ¿Los directivos, habitualmente seleccionados entre lo más pudiente de cada localidad?. ¿Y hasta qué límite?. Incluso, ¿qué directivos?. Porque muy bien pudieran darse dimisiones de mandatarios. ¿Debían asumir los recién incorporados, quizá, obligaciones contraídas por otros a título puramente personal?. Espinosa cuestión, sobre la que se empeñó ardorosamente Emilio Moragas Ramírez, deportista aficionado, cirujano vocacional y alma máter de la futura Mutualidad de Futbolistas.

Corría 1930 cuando, con mucho esfuerzo y el aliento del entonces presidente de la Federación Catalana de Foot-ball, logró poner en marcha la Mutual Deportiva de Cataluña. Gracias a una entrevista concedida a «El Mundo Deportivo» en abril de 1933, conocemos por el propio Dr. Moragas que dos años se habían atendido 500 casos, «algunos de gravedad, aunque por suerte ninguno extremo», y que tan loable empresa nació con un gasto de 10.000 ptas., calculándose en otras 8 ó 9.000 el costo mensual de mantenimiento y servicios. Cifras bastante más que notables para la época, por mucho que hoy puedan antojársenos baladíes. Baste observar, a título de referencia, que el precio de un automóvil «Ford» sedan, modelo S.H.P., cuando poseer vehículo implicaba disfrutar de riqueza esdrújula, suponía un desembolso de 6.650, a tenor de lo publicitado en prensa por el importador concesionario. Y claro, esas 8 ó 9.000 ptas. mensuales ni de lejos llegaban a reunirse con las cuotas. Para equilibrar balances se organizaban cada cierto tiempo partidos amistosos a beneficio de la organización, por más que su impulsor y responsable prefiriese otras fórmulas nunca alcanzadas: «Establecer un «día de la Mutual», por ejemplo -proponía en la entrevista-. El inaugural de cada temporada, con todas las recaudaciones de Cataluña destinadas a la institución». Bello sueño, jamás puesto en práctica.

En el futuro, la Mutual se transformó en punto de partida para otro empeño semejante, de ámbito estatal. Corrían tiempos proclives a la caridad (Auxilio Social), el socorro profesional (Sanatorio de Toreros), los colegios de huérfanos (de Ferroviarios o la Guardia Civil) y montepíos o mutualidades diversas, fueren éstos para funcionarios, excombatientes o caballeros mutilados. Una red a mitad de camino entre el voluntarismo y la eficacia, aunque imprescindible para paliar el déficit asistencial característico de la posguerra. Al frente de aquella Mutualidad, la de Futbolistas, nadie mejor que el Dr. Moragas Ramírez. Bueno, el doctor y «Rini», Mariano Martínez Vallés en el registro civil, antiguo extremo derecho del Sants, Español y Patria de Zaragoza, fidelísimo ayudante en la delegación de Barcelona como recepcionista, conserje, enfermero u hombre orquesta.

Sería la Mutualidad quien socorriera durante decenios a millares de futbolistas, sin establecer distinción entre astros y modestos. Los clubes, mediante aportaciones realmente módicas, quedaban a cubierto de eventualidades inimaginables, en tanto a los jugadores se les garantizaba la atención del más experimentado equipo en lesiones deportivas.

Y pese a todo, de cuando en cuando saltaban a la luz casos estremecedores, con futbolistas en tierra de nadie, a merced del temporal, abandonados en una especie de limbo.

Ocurrió con el guardameta canario Félix Pérez García (6-V-1923), Pérez II en las alineaciones, para distinguirlo de su hermano, el también portero José, internacional contra Portugal en enero de 1941, ostentando Eduardo Teus el cargo de seleccionador nacional. Tras defender los marcos de Racing y Victoria en Las Palmas, viajaría a Alicante para fichar por el Hércules, integrándose a continuación en las disciplinas del Español y «Nastic» de Tarragona, desde donde tras descender a 2ª División la campaña 1949-50 recaló en modesto Novelda, de 3ª. Fue la suya una carrera sin suerte. O mejor, trufada de infortunio. Si deportivamente Dauder sólo le permitiera saltar al campo 7 veces en la máxima categoría, una fatídica tarde veraniega a punto estuvo de perder la vida bajo el solazo de Villena.

Ocurrió en 1951, formando con un combinado alicantino ante el C. D. Villena. Concluido su vínculo con el Novelda, como tantos otros se hallaba a la búsqueda de equipo para el ejercicio 1951-52. No eran esos, precisamente, choques muy amistosos. Solían probarse jugadores y de cuanto hiciesen durante hora y media dependía su porvenir en los siguientes 9 meses. Un lance del juego lo puso a los pies de Dirst, delantero marroquí a prueba, que obviamente no estaba para concesiones. Lejos de saltar, el marroquí metió la pierna. Y Félix Pérez quedó en el polvo, con el cráneo fracturado.

Un traslado urgente al hospital de Alicante y la rápida intervención quirúrgica le salvaron la vida, luego de dos noches en coma. Su carrera, en cambio, había acabado, como desde el primer instante vaticinaron los galenos. Para entenebrecer más su porvenir, el guardameta canario se las veía encarando la ruina. ¿Cómo, de dónde iba a sacar el dinero con que afrontar tanto gasto médico?. Después de diez años trotando por distintos campos, a los 28, sólo iban a quedarle deudas.

¿En qué quedamos?, podrán preguntarse. ¿No estaba precisamente la Mutualidad para evitarlo?. Pues sí, aunque con matices. Porque resulta que Pérez II, al igual que Dirst, involuntario causante de su desgracia, aún estaba sin equipo. Sin ficha, nadie cotizaba por él a la Mutualidad. Y sin haber cotizado… En fin, las dudas como mínimo.

Parte de la prensa nacional se hizo eco del galimatías, apuntando hacia la indefensión en que pudieran hallarse cientos de futbolistas cada año, durante el verano. Algunos dardos dirigidos hacia la Mutualidad afinaron tanto como para provocar que su entonces presidente, Manuel Troyano de los Ríos, saltase a la palestra: «No es cierto que la Mutualidad le haya abandonado -aseguró-. Nadie hasta ahora ha presentado a Pérez una sola factura de hospital. ¿De dónde sale vaya a quedar en la indigencia?». Y a continuación, en tono más mesurado, explicaba que cualquier futbolista sin equipo podía continuar acogido al organismo durante todo un año, siempre y cuando abonase las correspondientes cuotas, las mismas que hasta ese instante hubiesen satisfecho por él sus anteriores clubes.

Aseveraciones para salir del paso. Puro brindis al sol o aquilatada respuesta estatutaria. Palabras vanas. Porque, ¿cuántos futbolistas seguían cotizando, aún encontrándose en paro?. ¿Y si las secuelas se prolongasen más de un año?. Puesto que todos los jugadores confiaban ciegamente en la posibilidad de encontrar equipo, lo cierto era que únicamente los clubes nutrían el libro mayor de la Mutualidad. Pérez II y tantos como él, se hallaban en el limbo asistencial mientras competían a prueba cada pretemporada. Por eso, en el mundo del balón nadie hizo mucho caso a Manuel Troyano. Bien al contrario, volvería a ponerse en marcha el habitual resorte de la solidaridad, el mismo que cíclicamente sacaba del atolladero a compañeros en desgracia, como ocurriese en el pasado con Alfonso, por ejemplo (perdió una pierna en Gijón, siendo jugador del Murcia, tras estrellarse fortuitamente contra el meta Lerín), y sucedería más adelante con Martínez, Ramón, Berruezo, Claudio, y un etcétera bastante amplio.

Aún sin secarse la tinta empleada en las declaraciones de Manuel Troyano, «Marca» recogía que los jugadores de la Cultural Leonesa acababan de abrir una cuenta recaudatoria, encabezada por las 50 ptas. del árbitro leonés Blanco Pérez. Desde Alicante se confirmaba un suplemento en las entradas del partido Hércules – Valencia, con idéntico motivo. Y entre tanto, el propio infortunado dirigía una súplica a la Delegación Nacional de Deportes, depositando toda su confianza en el «laureado general Moscardó».

Los jugadores de fútbol pudieran pertenecer a una casta privilegiada, como tantas veces se aseguraba en referencia a los de 1ª División, aunque sobre ciertos órdenes demostraban hallarse mucho más indefensos que cualquier obrero. La iniciativa del Dr. Emilio Moragas Ramírez, aún habiéndose acreditado magnífica tampoco era perfecta. Y el buen doctor ya no estaba para corregir deficiencias o matices. En diciembre de 1952, cuando Pérez II pretendía encarar el nuevo reto de forjarse otra vida, inauguraban en los jardines de la hoy ya desaparecida sede catalana de la Mutualidad Deportiva, un monumento en memoria de su impulsor. Una vez más, homenaje póstumo.

Durante los años siguientes pocas cosas cambiaron, tal vez porque soplasen vientos contrarios a la reivindicación, o quién sabe si por puro desinterés. La realidad es que avanzados los 60 continuaban disputándose partidos con jugadores a prueba, pertenecientes -y perdón por el mal chiste- al Limbo Club de Fútbol. Volvió a quedar de manifiesto cuando Juan Carlos Touriño y Francisco Casal se acercaron a las instalaciones del At. Madrid arrastrados por Guijarro, el más afanoso intermediario de la época. Ambos procedían del Quilmes, contaban con padres gallegos -circunstancia que les confería el estatus de oriundos- y distaban bastante de ser meritorios. Casal, «fornido defensa de cierre, seguro, valiente y rotundo», según las crónicas, venía tasado en millón y medio de ptas. Touriño, con la carrera de Perito Mercantil concluída, «estilizado marcador, capaz de rendir en funciones destructivas por el centro del campo», en cuatro millones y medio. Teóricamente venían para firmar como atléticos, pero su viaje fue desde el principio un verdadero despropósito.

Para empezar, nadie acudió a esperarles al aeropuerto. Personados en las instalaciones «colchoneras», a punto estuvieron de negarles la entrada. Sólo la buena voluntad de un empleado les permitió desentumecerse, entrenando por su cuenta durante un rato. Luego ese mismo empleado tuvo que aguantar a pie firme el rapapolvo de su superior: «No son jugadores del Atlético de Madrid. ¿Cómo los ha dejado entrenar en nuestro campo?. La ropa deportiva es para uso del club, no del primero llama a la puerta». Al rato, ese mismo jefe iracundo tuvo que excusarse por no haber recibido en Barajas a los dos futbolistas y a su presidente en el Quilmes, señor Vázquez. Raro. Todo muy raro desde el comienzo.

Touriño: antes de convertirse en defensa del Real Madrid vivió durante 45 minutos en el limbo futbolístico.

Touriño: antes de convertirse en defensa del Real Madrid vivió durante 45 minutos en el limbo futbolístico.

Fueron transcurriendo los días y a Touriño y Casal parecía se los hubiera tragado la tierra. Ni un partido, ni un mal bolo festivo en su haber. ¿En serio le interesaban al club rojiblanco?. ¿Para qué habían sobrevolado el Atlántico, entonces?, se preguntaban los informadores, no sin razón. A última hora, cuando ya tocaba cerrar las plantillas, pudo vérseles con la camiseta rojiblanca, formando en una especie de equipo B y sólo durante el primer tiempo. Un partido menor, de los contratados por compromiso y a dirimir en condiciones tan ajenas a la profesionalidad como reñidas con el espectáculo.

Cuando fechas más tarde se decidió no contar con ninguno de ellos, al presidente del Quilmes bonaerense, Antonio Vázquez, se le soltó la lengua: «Vinimos contratados por la empresa Guijarro-Oses, según parece porque al Atlético le interesaban los muchachos -dijo-. En el compromiso no entraban las pruebas. O mejor dicho, sólo pruebas médicas, no técnicas. Eso se sale un poco de la ética del fútbol. Y además, ¡qué prueba!. Cuarenta y cinco minutos de un matinal, con el calor, sin conocer a los compañeros…». Tanto en opinión del dirigente como de los futbolistas, se les había faltado al respeto, «porque no son, no somos cualquier cosa, sino profesionales de óptima condición. Poner a prueba a Touriño, que cuenta para el seleccionado argentino, es como hacerlo con Pirri. No hemos venido acá para sumergirnos en el encanto de Madrid, sino para negociar las transferencias de dos jugadores de nuestra institución».

Desde el Atlético de Madrid se había optado por la elegancia: «El club no está en condiciones económicas para adquirir a los jugadores». Gran verdad, a buen seguro. Pero chirriaba con la confidencia deslizada anteriormente por un directivo madrileño al redactor de «As» Miguel Vidal: «Touriño no interesa al Atlético; no firmará».

El enojo del presidente argentino, comprensible tras haber perdido una posibilidad de negocio, tampoco era ajeno a otra cuestión: la prueba técnica; ese medio partidillo matinal. Porque, ¿y si se hubiera lesionado cualquiera de los dos?. Sin contrato con el Atlético ni perspectivas de firmarlo, el gran damnificado habría sido Quilmes. La misma entidad que clamaba, por boca de su presidente, acerca del feo gesto consistente en alinear a prueba dos futbolistas ajenos, rehuyendo ulteriores compromisos. La otra pata del banco, el tingladillo de intermediación y representaciones Guijarro-Osés, con quien el club argentino pactara viaje y frustrado traspaso, se habría llamado a andanas. Si todo hubiese ido bien, apretón de manos, intercambio de puros, sonrisa ante la prensa gráfica y jugoso talón bancario en concepto de asesoría, gestión y corretajes varios. Pero al primer síntoma de descarrilamiento… Touriño y Casal no podían esperar nada bueno de esa parte. Aunque quizás no lo supieran al poner un pie en Barajas, se convencieron mirándose en el espejo de otro compatriota con menos suerte, apellidado Marín. Llegó desde Vélez Sarsfield, creyéndose contratado por un club español. Y apenas fallaron unas negociaciones ni siquiera hilvanadas, si te he visto no me acuerdo. «No comprendo cómo se puede hacer eso con un profesional, y además estimable -denunció el propio Touriño-. De no haber sido por nuestra compañía, hubiera estado completamente desatendido. Tuvo la suerte de encontrarnos aquí».

Partidillos veraniegos sin ficha deportiva ni bajo el protector paraguas de la Mutualidad, intermediarios alérgicos al escrúpulo deontológico, ambición deportiva e incontenible ilusión. Ingredientes para un cóctel explosivo donde la víctima, si tal hubiere, sólo podía ser el artista. Justo quien, pese a su decisiva importancia en el invento, apenas pasaba de simple mercancía.

Francisco Roberto Casal (la prensa española lo llamó siempre Alberto, por error) disputó 25 partidos con Quilmes entre 1966 y 1968, y 21 con Argentinos Juniors en 1969, todos ellos en la 1ª División Argentina. A partir de ahí desapareció de la máxima categoría. Juan Carlos Touriño Cancela (Buenos Aires 14-VII-1944) continuó en el Quilmes hasta fichar por el Real Madrid, en setiembre de 1970. Tras salir de la «casa blanca» pasó por Independiente de Medellín, nuevamente Quilmes, y Gimnasia y Esgrima de La Plata. Campeón de nuestra Liga en 3 ocasiones y dos veces de Copa, dada su condición de oriundo fue una vez internacional absoluto, con Kubala como seleccionador. A partir de su retirada (1978) dirigiría desde el banquillo al Palencia y recreativo de Huelva, a la Asociación de Futbolistas Argentinos -sindicato equivalente a nuestra AFE- y publicó un volumen de poemas titulado «Trigo y cardos».

Ambos, aunque no tuviesen constancia exacta de ello, también vivieron en el limbo durante 45 minutos, una mañana veraniega del ya lejano 1968.

Dos casos más, tan sólo, entre la legión de futbolistas que por pura inconsciencia o «vergüenza torera», se la jugaron sin aspavientos.

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Publicado en: General