RESUMEN:

Recordamos con nostalgia una Navidad especialmente "futbolera": la de 1955

ETIQUETAS:

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ABSTRACT:

Keywords: History, Football, Christmas, Anecdotes

We evoke nostalgia bringing back a especially "footballistic" Christmas, the one of 1955.

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Una Navidad muy futbolera

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Afirmar que el fútbol está muy presente en nuestra vida cotidiana, no constituye ningún descubrimiento. La cosa, además, tampoco viene de anteayer, puesto que cuando finalizaban los años 20 en el pasado siglo, antes de que España fuese alcanzada por los efectos del Crac bursátil de 1929, futbolistas como Paulino Alcántara, Samitier, Plattko, René Petit o Zamora, ya eran ídolos. El propio Ricardo Zamora nos regaló un testimonio palmario de hasta dónde llegaba su fama, al recordar: “Cuando Niceto Alcalá Zamora fue proclamado presidente de la República, en 1931, recibí numerosas cartas y telegramas del extranjero, en su mayor parte procedentes de América, felicitándome por el nombramiento. Al parecer no concebían pudiese haber en España otro Zamora. Y unos pocos, incluso, se sorprendían de que Zamora fuese mi segundo apellido”. Lo llamativo, añadimos nosotros, no son las felicitaciones al ídolo, sino que contemplasen como algo natural la designación de un futbolista sin grandes méritos acreditados fuera de los tres palos, para regir el futuro de su país.

La instauración del Campeonato Nacional de Liga -temporada 1928-29- sirvió para afianzar más la presencia del fútbol en nuestra sociedad. Al aumentar el número de partidos importantes y la frecuencia de los mismos, crecía también la atención de los medios, abrillantando, de paso, el barniz dorado de las peanas desde donde sonreía el plantel de nuevos astros. ¿Cómo no admirarlos, cuando parecían tenerlo todo?. Juventud, hueco en la prensa, enjambres de aduladores, dinero… Menos, muchísimo menos dinero que las actuales estrellas, es verdad, pero bastante más que el hombre común en su época, aunque éste peinara canas y tuviese varias bocas que alimentar.

Tras la Guerra Civil, ni siquiera el nuevo régimen, tan inflexible para casi todo durante sus años más duros, pudo embridar al deporte rey, tal y como proclamasen varias voces muy representativas, enronquecidas aún por los gritos de victoria. El futbol, y hasta algunos futbolistas privilegiados, más que influir en una sociedad temerosa y famélica, parecían dominarla. Jacinto Quincoces, Guillermo Gorostiza o el propio Ricardo Zamora, saltaron a la pantalla cinematográfica, como harían después Ladislao Kubala y Alfredo Di Stéfano. La presencia de cualquiera de ellos, o sus honorables segundones, bastaba para ennoblecer las noches del Paralelo, “Chicote” o “Pasapoga”. Y si las orquestas les dedicaban aquella melodía que un día pudieron citar en cualquier entrevista, las cantantes de bolero no dejaban de mirarlos mientras, cimbreantes, susurraban al micrófono.

El fútbol, hace sesenta años, estaba muy, pero que muy introducido en la vida cotidiana. De setiembre a junio, sobre todo, y sin trazar paréntesis en Navidad, donde la ilusión parecía imponer sus colores a cualquier grisura, o Semana Santa, cuando la radio se llenaba de música sacra y las calles de rezos, tambores de duelo, cirios encendidos y penitentes descalzos. Precisamente si algo caracterizó a una Navidad, en concreto la de 1955, sería haber resultado por demás futbolera.

Todo empezó el día 22, con la aparición de los niños de San Ildefonso en el salón de loterías: “La cola para presenciar el sorteo ya no existe -recogió la prensa, reproduciendo notas de agencia-. La radio ha acabado con una vieja estampa madrileña en estas vísperas de Navidad. Sin embrago hubo su aglomeración de curiosos, empeñados en entrar al salón. Los preliminares se llevan a cabo rápidamente. Un espectador, el que ocupaba la primera plaza en la cola, pidió se comprobara su número. Se lo enseñaron, y después de ver el 37 quedó tan contento. Otros le secundaron, acariciando con la vista sus correspondientes bolitas. Son las diez menos doce minutos cuando sale el número 3.447, premiado con 10.000 ptas.”

Hasta ahí absoluta normalidad. Monotonía, incluso. El primer revuelo se produjo al entonar el segundo premio: 16.590, con dos series vendidas en Madrid y una en La Coruña, Gijón, Bilbao, Barcelona y Málaga. Poco después salió el tercero: Cinco millones, los correspondientes al 14.090, ponían rumbo a Figueras, Orihuela, Gijón, Ávila, Logroño y Madrid. El gordo se hizo esperar hasta las once menos cinco, cuando los niños Ricardo Mínguez y Luis Madrazo cantaron el 50.580, cuyas 8 series -entonces sólo se imprimían 8 de cada número- expendidas en el establecimiento de Pedro Azcarreta, un clásico del Arenal bilbaíno, llenaban de gozo la rivera del Nervión. Los locutores radiofónicos hacían números, en tanto sus compañeros de prensa buscaban algún teléfono. Tranquilamente sentados ante un café con leche, en los bares de la calle Montalbán o adyacentes, ataviados con chupas de cuero, aguardan los motoristas que sin dejar secar la tinta iban a llevar sus listas “oficiales” hasta Sevilla, Barcelona, Valladolid o Valencia. Esta vez el encargado de transportar la suya hasta las rotativas valencianas -360 Kilómetros de noche, por carretera abierta, muy estrecha, curvilínea y cuajada de baches, en 3 horas y 50 minutos- era nada menos que Joaquín Saludes, todo un campeón motociclista.

Para cuando salió el cuarto premio, a eso de las 11,30, el salón ya presentaba cierto aire desolado. “27.995 -canturrearon los niños-. Tres milloooones, de peseeeetas”. Los locutores, minutos más tarde, felicitaban a cuantos pudieran estar escuchándoles desde la ciudad condal, puesto que todas las series habían sido despachadas en Barcelona. Esos mismos profesionales, al cerrar la retransmisión sobre las doce y diez, cuando hubo salido la última bola -34.239- premiada con 10.000 ptas. -o sea 1.000 por décimo-, echaron cuentas con esa voz engolada tan característica de la época: “Madrid no puede quejarse en este Sorteo Extraordinario, pues parece que tres series del primero habrían viajado hasta la capital. A ello hay que unir dos series del segundo, las ocho del sexto y otras dieciséis de sendos octavos. Todo ello, unido a 32 series de premios menores, arroja un balance de 94 millones de pesetas. De cualquier modo, la gran enhorabuena ha de dirigirse hacia Bilbao, la industriosa capital vascongada que a estas horas sin duda hierve de júbilo”.

Al día siguiente el diario “Marca”, fiel a su especialidad deportiva, recogía: “Bilbao parece ciudad abonada a la suerte. Se llevó la Copa del Generalísimo, su equipo está primero en la Liga, y ahora, para no ser menos, también ha querido ejercer de líder en el sorteo navideño, sumando, además, un buen pellizco en el segundo”. Efectivamente, el Athletic -en puridad Atlético- de los Carmelo, Orúe, Garay, Mauri, Maguregui, Arteche, Arieta o el incombustible Gaínza, atravesaba una de sus mejores rachas. Pero es que como casi toda la prensa local y nacional se encargaría de airear, las concomitancias entre fútbol y Lotería Nacional llevaban bastante más lejos.

Buena parte de las series agraciadas con el gordo habían sido adquiridas por Pedro Ibarrondo Amorrortu, propietario del bar “Los Chiquiteros”, sito en la calle San Francisco. El hombre esperó a comprarlas hasta el día 13, “porque estaba seguro que de un martes 13 debía salir algo bueno; para que luego digan los supersticiosos”. El premio, como suele ocurrir en estos casos, se hallaba muy repartido entre sus parroquianos, varios de ellos componentes de una tertulia bastante más rojiblanca que futbolera en sentido estricto. Había, incluso, participaciones a crédito bajo la fórmula, “juegas tanto en este número; ya me pagarás su importe”. Algo relativamente habitual en un “Bocho” donde los acuerdos solían quedar sellados sin más contrato que el apretón de manos. Entonces la gente no escurría el bulto ante los reporteros. La privacidad, cuando puertas y ventanas no necesitaban cerrojo y tantas cosas se compartían con el vecindario, carecía de cualquier sentido. Así que los interpelados hablaban sin recurrir a monosílabos.

Zarra tuvo que desmentir le hubiese correspondido un buen pellizco en el sorteo extraordinario de Navidad.

Zarra tuvo que desmentir le hubiese correspondido un buen pellizco en el sorteo extraordinario de Navidad.

José Luis Bilbao, Fermín Fernández, dedicado a la venta de piezas de recambio, y el señor Lozano Ibarrondo, se convirtieron en seres envidiados, merced a sus participaciones de 200 ptas. por cabeza. Tres series hicieron el viaje de vuelta hasta Madrid, adquiridas durante uno de sus frecuentes viajes a Bilbao por el transportista Manuel Ardiz Jimeno, quien a su vez había entregado participaciones a empleados de la Compañía de Ferrocarriles Medina-Zamora, y a cuatro encargados de obra en la Colonia Nuestra Señora de los Ángeles. Siempre participaciones de a 25 ptas., reservándose una cantidad lo bastante fuerte como para mantenerla en secreto. En cambio Pedro Ibarrondo, propietario del bar “Los Chiquiteros”, jugaba tan sólo 75 ptas. a título personal.

El barrio de San Francisco, Zabala y Las Cortes, también gozó, empero, de una segunda oportunidad, pues otro bar de la zona, “El Chaval”, distribuyó en participaciones cinco décimos del segundo premio, reservándose su propietario, Jesús Miguel Cortés, 300 ptas. Pese a todo, la suerte hizo un regate al vendedor ambulante y mutilado de guerra en África, Antonio Gobantes. Por sus manos habían pasado parte de las participaciones emitidas desde “Los Chiquiteros”, y aunque llevaba unas 100 ptas. distribuidas en diferentes números, ni un solo duro correspondía al del gordo. “Jugaba en casi todos los números que he vendido -se condolió ante los periodistas-. Menos en el 50.580, y eso que me gustan las cifras con ceros”.

Puesto que la suerte es viajera caprichosa, llegó hasta la localidad leonesa de Santas Martas, cuyo vecino Leopoldo Martín, mecánico y chófer de profesión, había adquirido un décimo aprovechando su desplazamiento a la capital vizcaína. Se supo agraciado a través de los altavoces instalados en la capital leonesa por una emisora local, y apenas diez minutos después aseguraba ante el micrófono haber encajado el golpe con absoluta tranquilidad. “Prueba de ello -añadió- es que voy a seguir trabajando como cualquier otro día”. Una mujer de Sierra Pando, enclave próximo a Torrelavega, besaba la participación de 8 ptas. girada desde Bilbao por una hermana. Mauro Crespo, viajante de Medina del Campo, atesoraba otra participación de 25 ptas., obsequio de un amigo bilbaíno. Herminio Noriega, sobrestante de obras en el Ayuntamiento de Oviedo, recibió de la empresa vizcaína Antonio Keifer 150 ptas. del gordo, como regalo navideño. Y aunque no es buen detalle regalar lo regalado, él lo hizo, distribuyendo 110 ptas. entre varios amigos. Las 40 que él seguía conservando le supusieron un premio de 300.000, en tanto el millón ciento veinticinco mil restante, suponemos serviría para afianzar aquella amistad. Respecto a las series del segundo premio distribuidas en Madrid, su gran protagonista, merced a un gesto bastante chusco, fue Juan Andrés Chacón, jefe de tren en RENFE, con cuarenta y un años de servicio. El hombre, al saberse agraciado con 187.000 ptas. se presentó ante su jefe, advirtiéndole que desde ese mismo momento le considerase jubilado. “Y no espere volver a verme por la estación, a menos que ahora me dé el gustazo de viajar como turista”. Ciertamente, esas 187.000 ptas. daban para mucho allá por 1955.

En Bilbao, sin embargo, más que de los afortunados con el gordo se habló de la teórica suerte de Zarra, supuestamente favorecido por un pellizco del segundo, una de cuyas series, conforme se ha dicho, fue distribuida por tierras vizcaínas. Parte de ella, más concretamente, desde el restaurante Santa María, de Larrauri, donde solía concentrarse la plantilla rojiblanca. Puesto que el pueblecito de Larrauri se halla próximo a Munguía, residencia entonces del delantero centro internacional, Telmo Zarra se había acostumbrado a ejercer de parroquiano, ahora que la camiseta con el 9 era propiedad de Arieta, en San Mamés, y él vestía la de la Sociedad Deportiva Indauchu. El boca oreja, la mitomanía, y esa costumbre tan española de adornar cualquier hecho con ocurrencias de cosecha propia, hizo el resto, pasándose del “Dicen que a Zarra le ha tocado el segundo premio”, al “Menudo golazo el de Zarra, ¿eh?. Lleva ni sé cuánto del segundo. Es lo que tiene ser rico; juegan más, y si les toca lo hace a lo grande”. Corrió incluso el rumor de que podía retirarse. “A ver, con la edad que tiene y forrado gracias a la lotería, ya me dirás quién le manda trotar por esos campos de Segunda”. Una emisora de radio, aún a título de rumor, contribuyó inocentemente a esparcir el bulo: “Se asegura que Zarra está entre los afortunados. Si es así, enhorabuena. ¡Se lo merece por cuanto ha dado al Atlético y la selección!”. El propio Zarra tuvo que desmentirlo: “Ni el gordo ni el segundo. ¡Ojalá!. Aunque para premio me quedo con la última Copa”. Pero aun así, a los eternos suspicaces les costó lo suyo apearse. “Ya, ya sé lo que ha dicho. Sin embargo, ¿tú crees que si fuese verdad lo admitiría?”.

Zarra, en efecto, no engañaba. Su lotería se hizo esperar hasta principios de los 70, cuando una entidad bancaria catalana quiso utilizar su imagen como reclamo publicitario, al emitir bonos. Cobró un millón de ptas. “Mi mejor contrato”, se justificó a la sazón, sin perder la sonrisa.

Quien sí se llevó una buena parte en la lluvia esparcida por los niños de San Ildefonso, fue Alfredo Di Stéfano, estrella de un Real Madrid apabullante. Y el dinero, además, llegó a su cuenta corriente desde Barcelona.

Las 8 series del cuarto premio, vendido en la administración Nº 6 de la Rambla de las Flores, habían ido a parar a una fábrica textil vallesana. Antonio Tamburini, uno de sus gerentes, era hombre conocidísimo en los ambientes deportivos barcelonenses, como corresponde a quien fuera presidente del Centro de Deportes Sabadell, además de directivo en el Barcelona y la Federación Catalana de Fútbol. En total, 24 millones a repartir entre 170 empleados, mediante participaciones de 5 ptas. destinadas a los “productores” -eufemismo con que el régimen pretendía desterrar el concepto “obrero”, tan asociado otrora al rojerío y la desestabilización-, y de cantidades algo mayores para empleados de oficina y encargados de sección, hasta alcanzar el billete de a 100. Naturalmente, la familia Tamburini se reservó unos cuantos décimos para compromisos y como apuesta personal. “En el taller, pese a la comprensible alegría producida por el premio, no se interrumpió el trabajo -explicaba la prensa, en sintonía con los valores sacralizados por el régimen: trabajo, honestidad, sacrificio y respeto al orden establecido-. Se reanudó la jornada de tarde sin ninguna novedad”. También con evidente intención, consignaban los medios que “varias muchachas de la sección de cosedoras estaban ahorrando para contraer matrimonio, y ahora, gracias al dinero que les ha correspondido, aseguran podrán hacerlo en seguida”.

Alfredo Di Stéfano sí se vio favorecido por los niños de San Ildefonso, aquel diciembre de 1955.

Alfredo Di Stéfano sí se vio favorecido por los niños de San Ildefonso, aquel diciembre de 1955.

Entre las amistades de los señores Tamburini -Antonio y José- se hallaba Alfredo Di Stéfano, a quien conocieron veinticinco meses antes, durante los días de ida y vuelta Madrid-Barcelona, en tanto se resolvía si el argentino vestiría de azulgrana o con camiseta y pantalón blanco. La “Saeta Rubia”, y esto no es ningún descubrimiento, sólo se retrató con el escudo barcelonista en algún amistoso, junto a Kubala y Puskas. Su color por nuestros pagos fue el blanco, hasta exprimir las últimas gotas de esencia en el viejo campo de Sarriá, como blanquiazul. Y puesto que la amistad, afortunadamente, no acostumbra a discriminar por colores, los Tamburini y la “Saeta” intercambiaron un décimo, siguiendo principios de elemental etiqueta. Para Di Stéfano, 300.000 ptas. del ala. “Después de esta jugada cabe asegurar que su estancia en España está resultándole de lo más afortunada”, bromeó la prensa.

Trescientas mil pesetas era más de lo que cobraban en concepto de ficha anual casi todos los astros de nuestra 1ª División. Eulogio Martínez, por ejemplo, auténtico abrelatas “culé”, había suscrito 250.000. Villaverde, excelente extremo blaugrana, quedaba bastante por debajo. “Piru” Gaínza, pese a sus 15 años de excelentes servicios, se hubiera dado por satisfecho con la mitad. Campanal, secante tan espléndido como poderoso en el Sevilla, necesitaba año y medio largo para juntar la cifra. Héctor Rial, cuyas botas pespunteaban el ataque “merengue” por la banda izquierda, sólo iba a alcanzarlas más adelante. Ni siquiera Gento, futbolista español mejor pegado a partir de 1961, valía tanto por contrato. Trescientas mil pesetas representaban un capitalazo, habida cuenta que los pisos de lujo en el Madrid creciente, Castellana arriba, podían adquirirse por 350.000, e incluso menos.

Y lo que son las cosas, a don Alfredo le llegaban llovidas desde Barcelona. La ciudad a la que no pudo representar futbolísticamente, salvo durante el tiempo de despedida, y aún entonces desde el lado oscuro de la acera, visto el asunto con perspectiva azulgrana.

Días más tarde, como si de una inocentada se tratase, llegaban ecos de ruptura en la relación Kubala – C. F. Barcelona. El mal ambiente de que venía hablándose en el vestuario azulgrana, con un Ferenc Plattko aborrecido por parte de su plantilla, desembocaba en plantón de la supernova húngara.

“El duelo Platko-Kubala descubre la crisis interna del Barcelona”, tituló la prensa madrileña, sin ahorrar tinta. “Indisciplina colectiva e injerencia de los jugadores en la función del entrenador”“Ladislao dice: Hace tiempo que debí marcharme de aquí”. A Plattko, vaya esto por delante, todo el mundo por nuestros pagos, incluso el mismísimo Rafael Alberti en su oda, se empeñó en escribirle el apellido con una sola “t”, cuando llevaba dos.

Las flechas y venablos no sólo se reservaban para titular. Desde Madrid, y aún desde ciertos medios “de provincias”, se hurgaba en la Historia buscando precedentes tan traumáticos: “Hacía muchos años que los aficionados barceloneses no eran testigos de una pugna tan abierta entre el histórico “Barça”, en este caso representado por su Junta Directiva y elementos rectores técnicos, y los jugadores (ciertos jugadores, claro está). Desde el célebre manifiesto, en 1929, de los jugadores contra los directivos, no se recordaba nada igual”.

Lo que ocurría en el Barça se antojaba cóctel de prepotencia o caciquismo, frustración, canas al aire, e inoportunidad supina. Un brebaje cuyos efectos no suelen traducirse en resaca, sino en agror de estómago y vomitonas de bilis. Ferenc Plattko(*), contratado en julio para entrenar al conjunto “culé”, había estado defendiendo el marco catalán desde 1922 hasta la temporada 29-30, encajando tan admirablemente como para acabar contrayendo matrimonio con la joven de Sitges María del Carmen Sariol. Sin embargo durante 1932, y luego de haber efectuado cursillos de dirección deportiva en el Arsenal londinense, fue poco menos que destituido por la directiva barcelonista, después de ser designado entrenador del equipo. Entonces, según se adujo, su autoritarismo parecía causa de una atmósfera asfixiante y nociva, profundamente perjudicial para el club. Transcurridos 23 años, volvía a hablarse de la cerrazón de un técnico ya mucho más cuajado, de sus excesos disciplinarios y cierta incapacidad de diálogo con sus pupilos. Pero a diferencia de antaño, la directiva azulgrana, necesitada de títulos con los que amalgamar entusiasmos políticos y de la afición, imprescindibles ante el faraónico proyecto de construir el Nou Camp -en el proyecto denominado provisionalmente Juan Gámper-, hizo piña junto a su hombre en el banquillo. Y la verdad es que tampoco podía obrar de otra manera.

Las navajas sacaron a relucir su brillo a mediados de diciembre, con una inesperada derrota en Las Corts, ante el At. Bilbao dirigido por Ferdinand Daucik. Derrota que aparte de encarecer el título, ponía en solfa la decisión precedente de Miró-Sans y su junta, negándose a seguir contando con el checo, suegro de “Ladszy”, la gran estrella. Esa misma noche, para digerir la derrota, quizás, ocho futbolistas “culés”, acaudillados por Kubala, su capitán, decidían escapar de la concentración en Caldas de Montbuy, regresando sobre las 7 de la mañana. Lo hicieron ataviados con chándal, pues precisamente con intención de evitar fugas se les hacía entregar a todos su ropa de calle al inscribirse en el hotel. Y claro, vistiendo así resultó sencillo seguirles el rastro.

Ferenc Plattko algunos años después de que parte de la plantilla “culé” enmendase sus alineaciones.

Ferenc Plattko algunos años después de que parte de la plantilla “culé” enmendase sus alineaciones.

De entrada pensaron acudir al cine, pero puesto que la película llevaba un rato proyectándose, tomaron dos taxis y se hicieron conducir a Barcelona, donde apuraron una primera copa. La ciudad presentaba escasa animación. Lo habitual cualquier domingo de la época, cuando la noche tendía puentes a la madrugada. Así que pusieron rumbo hacia un club nocturno muy frecuentado por consumados noctámbulos, abierto sin escatimar lujos en una localidad próxima. No armaron ningún escándalo, justo es reconocerlo. Apenas si se les vio, pues parece dispusieron de un reservado, donde habrían vivido su burbujeante francachela. Sólo con la alborada, en tres taxis y dejando pasar bastantes minutos entre uno y otros, para reingresar más discretamente, volvieron al hotel de Caldas.

Plattko denunció los hechos, sin omitir cuanto había ocurrido antes del choque contra el conjunto bilbaíno. Y su informe, retocado quizás por Samitier, secretario técnico del Barcelona, saltó a la prensa catalana, bien es cierto que sin firma. Según el mismo, a la fuga nocturna se añadían ciertas interferencias en el desempeño profesional de Plattko, reiteradas, por ende, ante la muchachada bilbaína. El técnico tenía previsto alinear a Sampedro, y se le hizo cambiar de criterio, sustituyéndolo a última hora por el navarro Areta.

“Todo hace presumir que el once azulgrana ha venido supeditándose al brillo de una sola figura -publicó “Marca”-, sin advertir que si ésta en otro tiempo fue el ochenta por ciento del equipo, ha visto ahora reducidas sus facultades”. El mismo medio, corriendo los tiempos que corrían y fresco aún el eco del Congreso Eucarístico celebrado con toda pompa dos años y medio antes, tampoco evitaba esparcir su ración de moral nacional-católica, por cuanto respectaba a la juerga de los jugadores: “Saltándose a lo valiente todas las recomendaciones, haciendo caso omiso del deseo del club de que conservaran la mejor forma física, burlando las leyes morales que obligan en el matrimonio -no olvidemos que la mayor parte de esos 8 jugadores eran casados- este grupo de azulgranas dio la más completa lección de carencia de deportividad”. Un panorama perfecto para que la afición “culé” volviese la espalda al húngaro, en forma de pitada sonora cuando el equipo saltó al campo ante el Ciudad de Copenhague, refrendada durante los primeros minutos cada vez que Kubala tocaba el cuero. Días antes, la revista “Olimpia” había entrevistado al astro, y éste, a lo largo de la conversación, manifestó que “cobraba poco”. La réplica, claro, llegó de inmediato desde la propia prensa: “Es difícil explicar sus afirmaciones, cuando es precisamente el jugador que más emolumentos ha percibido del club, comprendiendo la ficha, las primas y el sueldo. Y no es el Barcelona, precisamente, uno de los “pobres” en nuestra Liga”. Tormenta perfecta, a la que se sumaron aplausos cuando le retiraron la capitanía: “Fue el caciquismo y el deseo de halagar a un público enfervorizado, lo que llevó un día a quitar a Ramallets el puesto honorífico de capitán del equipo, para darlo, sin ninguna clase de explicaciones, a otro jugador más taquillero y deslumbrante. Sin tener en cuenta que los Ramallets, Segarra, Biosca, Manchón, Basora y otros tantos, llevan mucho más tiempo de servicio en el Barcelona. Ahora han vuelto las aguas a su cauce. Y la primera medida, sin estudiar la conveniencia de colocar a Kubala en el banquillo de los suplentes, ha sido desposeerle del cargo honorífico”. La respuesta de Ladislao Kubala, recogida por M. Baratech en otra entrevista, se antojó altanera: “Yo nunca quise ser capitán del equipo. Se me nombró y me dijeron que por disciplina debía aceptar la responsabilidad; ahora se me notifica que dejo de serlo y también acato lo que me ordenen”.

El cisma parecía evidente. Y la víspera de Reyes, Rafael Martínez Gandía utilizó su sección Punto de Vista, en “Marca”, para esparcir lo que desde el barcelonismo sólo podía tomarse como veneno procedente de la trinchera contraria: “Al mismo tiempo que Barcelona caía en kubalitis, Kubala caía en barcelonitis. Los que viven allí no saben lo que es eso; pero los que vamos allí, sí. Nosotros siempre que vamos nos intoxicamos de barcelonitis. ¡Es mucho Barcelona!. Todo lo demás son pequeñas historias. ¿Diferencias con el entrenador?. Desde luego. ¿Enojo de la directiva?. Desde luego. Pero todo ello no es sino consecuencia de la situación. La kubalitis y la barcelonitis tenían que chocar alguna vez, y ha sido ahora… aunque nosotros lo esperábamos mucho antes”.

Con este original ilustró el humorista Orbegozo las futboleras Navidades de 1955.

Con este original ilustró el humorista Orbegozo las futboleras Navidades de 1955.

De inmediato, F. Vázquez Prada hacía llegar desde Barcelona la decidida respuesta de Kubala: “Quiero irme del Barcelona y estoy dispuesto para ello a llegar al acuerdo que sea, incluso renunciando por mi parte a lo que me deba el club”. Manifestaba, además, que si bien su contrato concluía la temporada 1957-58, no era preciso esperar tanto tiempo. Respecto a la baja forma que venía atribuyéndosele, volvía a lucir su habitual elegancia: “No sé si rindo más o menos que antes, pero sí sé que nunca se acaba de rendir bastante. Cuando dicen que estaba mejor en el Barcelona, yo me iba a la caseta pensando que podía rendir más. Ahora me pasa lo mismo. No es cuestión de rendir más o menos, sino de ver el juego de una manera que pueda llevarte más cerca de la perfección. No me considero acabado. Ocurre un fenómeno muy frecuente en España y los demás países latinos: gusta la novedad, aunque sea mediocre, más que los buenos jugadores envejecidos mientras actuaban para el mismo público”.

Paralelamente, y puesto que el húngaro nacionalizado no escurría el bulto, luego de ser sancionado por la directiva “culé” y no presentarse a un entrenamiento, aduciendo molestias de rodilla, respondió a los medios sobre si cabía justificación a la escapadita de Caldas. “Tampoco la buscoYa dije que soy humano. Como tal cometo faltas y admito la responsabilidad de mis actos. Sin embargo se ha fantaseado mucho sobre lo ocurrido aquella noche”. Y hasta encaraba, en la misma comparecencia, la espinosa cuestión de su aparente baja forma. Al espetarle que ya no era el mismo de cinco años atrás, volvió a lucir su proverbial elegancia: “Lo sé y lo admito. El Kubala de ahora tiene un menisco menos, fractura de un dedo, de clavícula, de ligamentos cruzados, menos pelo y cinco años más. Pero eso no significa que el fútbol haya terminado para mí. Aún me queda mucho por hacer, y demostraré lo que soy y lo que valgo”.

Por desgracia, y aunque este detalle fuese lo de menos, Kubala había iniciado la natural decadencia, conforme se observa comparando su estadística liguera en el periodo 1951-55 (71 goles en 77 partidos), con la que iba a completar desde 1955 hasta el 61 (60 goles en 119 tardes). No obstante, en pleno periodo navideño tenía otros motivos de zozobra.

Kubala, cruz de aquella Navidad, junto a Di Stéfano, tan bien tratado por el caprichoso cuerno de la fortuna.

Kubala, cruz de aquella Navidad, junto a Di Stéfano, tan bien tratado por el caprichoso cuerno de la fortuna.

Y es que el diario “Solidaridad Nacional” anunciaba el sometimiento de los hechos probados en el “caso Kubala”, a la Federación Catalana de Fútbol, para, si acaso, añadir a la sanción del club la que el ente federativo considerase proporcional a su conducta. El mismo día una nota de “Alfil” anticipaba que tras reunión nocturna de la junta barcelonista, podía darse por cierta una solución satisfactoria, ajena a cualquier rescisión contractual. La agencia “Mencheta”, por el contrario, haciéndose eco de la misma junta y por boca del vicepresidente azulgrana José Doménech, concluía que en la citada reunión sólo se habían tratado cuestiones administrativas, como correspondía a cualquier miércoles.

Curiosa y muy futbolera la Navidad de 1955. Zarra desmintiendo le correspondiese un buen pellizco en la lotería. Di Stéfano 300.000 ptas. más rico, gracias a un Papá Noel de Sabadell. Y los 39.700 socios conque entonces contaba el Barcelona, amén de un número muy superior de seguidores, arreglándoselas para digerir la dosis de incertidumbre obsequiada por los Magos de Oriente.

El 9 de enero, concluido el paréntesis de ilusión, turrones y excesos, el máximo mandatario barcelonista, Miró-Sans, se dejaba oír asegurando que el caso Kubala se había desorbitado: “Ni nosotros ni el jugador pensamos denunciar el contrato. No hay nada que pueda ponernos nerviosos, porque el delantero volverá pronto al equipo”. Añadiendo: “Sin duda el jugador, en un rasgo de amor propio, se sintió molesto al verse privado de la capitanía, dejando escapar algunas palabras de contrariedad desprovistas del alcance que ha querido dárseles. Tenemos un contrato firmado y estamos dispuestos a cumplirlo al pie de la letra, lo mismo que el jugador, puesto que no nos ha solicitado su transferencia a otro club”.

Los sobresaltos de la rubia estrella no habían acabado aún, pese a todo. Porque el 20 de enero, desde el Juzgado de Instrucción de Granollers se dictaba un auto de procesamiento dirigido a D. Ladislao Kubala Stecz, así como embargo de sus bienes hasta un valor de 200.000 ptas., mediante exhorto al Decanato de Barcelona. Con esa cifra se pretendía salvaguardar una posible sentencia condenatoria por responsabilidad civil, como resultado de un atropello al conducir su automóvil.

El tira y afloja entre Kubala y el C. F. Barcelona se resolvió como suelen arreglarse estas cosas. Mediante buenas palabras, palmaditas en el hombro, abrazos y más dinero. La estrella azulgrana de los 50 que “ganaba poco” aunque hubiese apalabrado un millón de ptas. al renovar su primer contrato -millón como prima extraordinaria de renovación, no por cada temporada-, gozó, justo es reconocerlo, del trataminto honorable a que se había hecho acreedor. Durante los años siguientes, en parte por culpa de la inflación monetaria en una España lanzada al desarrollo, y sobre todo a causa de otra inflación balompédica dictada desde los rivales madrileños, mediante las contrataciones de Kopa, Didí o Vavá, quien más adelante habría de ser seleccionador nacional ya no fue el mejor pagado de nuestra Liga, y nadie le oyó quejarse.

Por cierto, el título liguero en 1955-56 se lo llevó el At. Bilbao, con Daucik,  menospreciado meses antes por Miró-Sans, en su banquillo (22 partidos ganados, 4 empatados y otros 4 perdidos). Segundo fue el Barcelona del discutido Plattko, a un punto, con 12 goles menos a favor y también 5 menos en contra. Tercero el Real Madrid de Di Stéfano, a 9 puntos de los azulgranas. La “Saeta Rubia” anotó 24 goles en sus 30 comparecencias, encabezando la lista de artilleros por delante de un céltico Mauro inspiradísimo, Escudero (At. Madrid), Molina (del mismo equipo) los bilbaínos Arteche y Arieta, el “merengue” Rial y Domingo (Valladolid).

El décimo con que fuese agraciado la estrella argentina parece no le distrajo mucho.

(*).-Ferenc Plattko Kopiletz (Budapest 2-XII-1898), había jugado en el Vasas, WAC de Viena y MTK de Budapest, antes de colocarse bajo el marco azulgrana. Tras colgar los guantes en el club catalán entrenó en Suiza (al Basilea) Francia (Moulhouse y Racing Club Roubaix), Portugal (Oporto), Rumanía, Inglaterra, Checoslovaquia (Cracovia), Chile (Colo-Colo en tres etapas distintas, proclamándose campeón repetidamente, una de ellas invicto), Argentina (River Plate y Boca Junios), e incluso en Brasil, la temporada 1956-57. Dirigió también a la selección nacional chilena entre 1941 y 1945, al tiempo que entrenaba al Magallanes y Wanderers. Según sus propias manifestaciones, habría introducido en Chile la táctica WM. Tanta experiencia no evitó que durante su estancia en el banquillo del Barcelona se le reprochase haber quedado obsoleto, lejos de la evolución que el nuevo fútbol requería. Aunque sus exigencias económicas contribuyesen a profesionalizar el campeonato chileno, padeció serias apreturas económicas en la recta final de su vida, siendo ayudado desde la Agrupación de Veteranos del Barcelona. Para entonces se había nacionalizado chileno. Falleció en Santiago de Chile, el 2 de setiembre de 1982, sin haber cumplido los 84 años.

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