RESUMEN:

Artículo en el que se narra el fichaje frustrado del argentino Viberti por el Real Madrid

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ABSTRACT:

Keywords: Viberti, CD Málaga, Real Madrid, Unfulfilled Signing, Football, History

An article that depicts the unfulflilled singning of the Argentinian Viberti for Real Madrid

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Viberti: fichaje frustrado del Real Madrid

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No era mucho cuanto se sabía por nuestros pagos sobre el fútbol argentino, en 1969. Tan sólo unas giras esporádicas del San Lorenzo de Almagro, la rápida visita de algún club al Trofeo Carranza, o cada cuatro años el blanco y negro de los Mundiales en una televisión todavía abonada a nieblas e interferencias, fingían acercárnoslo. Cierto que también contaban los argentinos trasplantados a nuestro balompié, junto a una pléyade de uruguayos, peruanos, chilenos, brasileños y, sobre todo paraguayos. Pero entre aquellas incorporaciones exóticas, si exceptuamos a Di Stéfano, Rial, Griffa, Madinabeytia, Sánchez Lage y poco más, abundó la intermitencia o la pura mediocridad. Europeos como el primer Ben-Barek -marroquí formado en Francia-, Wilkes, Kubala, Kopa, Puskas o Czibor, parecían superar de largo en nota media a los Forneris, Pellejero, Lisboa, Mesones, Roche, Sará, Sarrachini, Próugenes o Arcángel. Imperaba, así, la idea de un deporte canchero, marrullerete, horizontal, técnico, sí, pero lento en exceso. Y como además corrían tiempos de glorificación a lo propio, seguía instalada la ilusión de que ni las más excelsas virtudes podrían mucho ante nuestra furia. Luego, claro, la casi siempre decepcionante selección nacional destrozaba el sueño.

Sin embargo todo eso cambió a partir de noviembre, cuando un equipo de 2ª División, el ya desaparecido C. D. Málaga, se hizo con los servicios de Viberti.

Sebastián Humberto Viberti Irazoqui (Rosario 25-V-1944) tras iniciarse en Talleres de Jesús y María, desde donde saltó a San Lorenzo, ya en la capital provincial, distaba mucho de ser un jugador cualquiera. Manuel Giúdice, coterráneo y de su mismo puesto, lo recomendó a Huracán, donde habría de erigirse en figura, siendo solicitado por casi todos los grandes argentinos. Cuando llegó a la Costa del Sol había disputado 121 partidos luciendo el globo en su pecho, y celebrado 11 goles. Tenía el pelo largo, como tantos que llegaban de América, ademanes de hombre educado, una mirada directa, metro ochenta y siete de estatura, lo que no eran habitual por nuestros campos, y mucho, muchísimo fútbol en sus botas.

O en las zapatillas. Porque víctima de esos despistes tan asumibles cuando se viaja en avión, se plantaría en La Rosaleda sin botas de cuero y tacos de aluminio. “Extraviadas”, dijo. Rápidamente, el utillero recorrió todos los establecimientos del ramo en inútil intento de hallar su número, pues calzaba como un jugador de baloncesto. Y precisamente de eso, de baloncesto, fueron las botas que hubo de emplear en su primer entrenamiento. Días más tarde, ya con calzado futbolístico, comentó que en realidad no estaba casado del todo, conforme asegurase al llegar; que vivía con su novia en un apartamento bonaerenses, sin perder la soltería. Aquella España todavía nacional-católica toleraba pocas bromas a ese respecto. Las parejas viajaban provistas del Libro de Familia, pues podía serles requerido en cualquier recepción de hotel, si al empleado le asaltaba una simple sospecha o era devoto de Adoración Nocturna, feligrés militante o miembro de Acción Católica. Se le hizo ver dónde estaba y antes de que Julia, su novia, tomase el vuelo transoceánico, la prensa dejó muy clarito que acababan de casarse por poderes.

Jëno Kalmar. El veterano entrenador resultó básico para que Viberti brillase, tanto en su faceta de futbolista como al convertirse en preparador.

Jëno Kalmar. El veterano entrenador resultó básico para que Viberti brillase, tanto en su faceta de futbolista como al convertirse en preparador.

Deportivamente deslumbró desde el principio. Lento en sus movimientos sobre el césped, pero con una técnica extraordinaria, dirigía el juego a la perfección, pasaba en largo, armaba el tiro en cuanto le dejaban y transmitía una inmensa sensación de empaque. Cierto jugador al que se enfrentó durante su primera temporada llegó a decir que tan sólo viéndole desenvolverse por el campo, se supo perdedor: “Porque alguien así nos la iba a armar, seguro”. Y además tuvo la suerte de no encontrarse al brasileño Otto Bumbel en el banquillo de La Rosaleda. Ni a él ni a Juan Ramón, destituido nada más estrenarse en la presidencia blanquiazul Antonio Rodríguez López. Juan Ramón, antiguo defensa de rompe y rasga, le hubiese pedido menos reposo y más sacrificio. Y Pedro Otto Bumbel, buen técnico aunque pirómano de vestuarios, sin duda habría entrado en uno de sus ataques de celos al sentirse simple segundón. Bumbel se hizo el harakiri deportivo en Málaga, meses antes, cuando una vez más víctima de celos, puso en su punto de mira a Sebastián Fleitas, estrella y salvoconducto económico de la entidad, habida cuenta del interés despertado entre Santiago Bernabéu y su círculo de confianza.

Con el húngaro Jëno Kalmar en el banquillo, hombre amigable, sin gran carácter, pero firme defensor del buen fútbol, lo bordó desde el principio. El 5-0 endosado al Español (4 goles de Wanderley durante la primera mitad y suyo el quinto) nada tuvieron de espejismo. Hasta su llegada, los malacitanos habían caído ante Onteniente, Betis, Gijón, Valladolid y Orense, empatando frente al Calvo Sotelo, Córdoba y Rayo Vallecano: Cinco derrotas y tres igualadas en 12 partidos; mal promedio para quienes aspiraban a conquistar el ascenso. Mientras él estuvo sobre el campo no volverían a perder, pues en la única derrota malaguista, ante el Gijón, unas molestias le impidieron alinearse. Los asturianos, por cierto, merced a la calidad de Castro, Puente, José Manuel, Herrero II, Valdés, Churuca y un Marañón tan inmenso como para relegar al “Brujo” Quini hasta la posición de interior, apabullaban tarde tras tarde. El 7 de junio del 70, imponiéndose en San Mamés (1-2) a un Bilbao Atlético que se la jugaba, los malacitanos rubricaron el ascenso. Viberti, además, salió aplaudido por la afición vasca. Suyos fueron los dos goles de la remontada, los mejores pases y el ritmo impuesto a una orquesta sin titubeos. Luego los cachorros bilbaínos caerían en la promoción ante el Villarreal, aun contando con Marro, Rojo II, Madariaga, Cenitagoya, Navarro, Beitia, Raúl, Zubiaga, Astráin, Carlos Ruiz, Ormaza, Arráiz o Lavín, más adelante, y alguno hasta con antelación, conocidos futbolistas de élite.

Viberti había prometido cortarse el pelo si se lograba el ascenso, y ni siquiera pudo llegar a la barbería, pues Ben-Barek -no confundirlo con su homónimo, estrella “colchonera” durante el tránsito de los 40 a los 50- ayudante de Kalmar, le despojó de la melena en el mismo aeropuerto. Nadie, en medio de semejante alborozo, hubiese podido imaginar cuanto acechaba a la entidad y a su eufórico presidente.

Antonio Rodríguez López nada sabía de fútbol, conforme recordara Juan Cortés en “La Historia del Málaga”, editada por el diario “Sur”. Y no sólo porque presentase a Jëno Kalmar ante los medios de difusión como señor Daucik, simplemente porque el checo sonara como sustituto del depuesto Juan Ramón. Es que hasta ser investido apenas pisaba La Rosaleda, y como mucho llevaría vistos una docena de partidos. Si llegó a la directiva fue porque un cargo así  le iba a proporcionar popularidad por las discotecas costeras, amén de distinción en esos despachos donde se cocía y continúa cocinándose casi todo. Tras su toma de posesión dijo que el entrenador ya podía volver a su casa, que no se le necesitaba. Al indicársele que las cosas no eran tan fáciles existiendo contratos de por medio, extrajo su chequera y preguntó con cuánto se arreglaba el asunto. Rubricada la cifra, dijo: “Ahora ya puede irse por donde vino”. Puesto que semanas más tarde comentasen ante él que cierta revista local era muy beligerante con la entidad, indicó a un subalterno: “Mañana cómpremela”. Pero a diferencia de otros presidentes tan ayunos de iniciación balompédica como él, le costaba poco reconocerse lego. El propio Juan Cortés supo sintetizarlo con un ejemplo. La expedición tuvo que acudir a Zaragoza, primer rival del ejercicio 70-71, sin su reciente fichaje, Vilanova. Cortés, entonces empleado del club, explicó a su presidente que a veces los transferes internacionales se demoraban. “Si lo hubiese sabido antes, habría fletado un avión para plantarme en Londres”, le cortó Rodríguez López. “¿A Londres? -inquirió Cortés-. ¿Y qué iba a hacer usted allí?”. “Pues plantarme ante la F.I.F.A. y traer ese papel que nos hace falta. ¿Qué otra cosa, si no?”. Juan Cortés inspiró hondo, antes de corregirle: “Presidente, a Londres no van más que las niñas ligeras de cascos. La F.I.F.A. no está allí. Hubiera perdido usted tiempo y dinero”. El máximo mandatario, sin enojarse, adujo, tan sólo, que él nada conocía sobre esas cosas.

Viberti (izda.) entrevistado por Paco Cañete. En medio el presidente del C. D. Málaga, Antonio Rodríguez López.

Viberti (izda.) entrevistado por Paco Cañete. En medio el presidente del C. D. Málaga, Antonio Rodríguez López.

Pese a tan palmaria falta de preparación deportiva, dejó huella. Y no únicamente por su dramático salto a toda la prensa nacional, en páginas de sucesos, sino porque a base de anticipos económicos al club, su secretaría técnica confeccionó una envidiable plantilla. Juan  Antonio Deusto, Macías, Vilanova, Roldán o Pepe Álvarez, reforzaron las líneas más necesitadas de apuntalamiento. Y Deusto, además, desahogó la caja de caudales con su posterior traspaso al Hércules. Todo ello se tradujo al finalizar el campeonato en un honrosísimo 9º puesto. Mitad de la tabla para quienes solían descender inmediatamente después de cada ascenso. Mientras tanto, Sebastián Viberti, con 4 goles en 24 partidos de Liga y otro más en 6 de Copa, se había doctorado entre los Pirri, Amancio, Gento, Barrios, Iribar, Acosta, Rexach, Fusté, Gallego, Urtiaga, Germán, Irureta, Gárate o José Francisco Rojo, mitos de nuestro firmamento futbolero.

Todo iba a cambiar para el C. D. Málaga, Viberti y su presidente, el viernes 3 de julio de 1971. Aunque antes convendría justificar quién fue Antonio Rodríguez López.

Gallego de una aldea orensana y soldador profesional, había aterrizado por el Campo de Gibraltar cuando Franco y su ministro de Exteriores bajaron la verja del peñón. Tratando de paliar el daño que aquello suponía para no menos de 15.000 “llanitos”, se improvisó un plan de promoción industrial mediante paletadas de millones y créditos baratísimos. Pura bicoca para advenedizos, o gente con poco que perder y muchos redaños, como el antiguo y joven soldador. De inmediato, convertido en constructor, comenzaría a levantar edificios, todos ellos caracterizados por la calidad de sus armazones metálicos. Además de juntar algún dinero, obtuvo licencias de importación para maquinaria de obras públicas, con las que pudo poner en funcionamiento una nueva empresa constructora, ya en Torremolinos. Allí iba a dejar muestras de sus arranques tremendistas, como cuando al levantar cierta fábrica de cervezas propuso una solución ingeniosa, imposible a ojos del arquitecto, con la que recortaba mucho el presupuesto. Desde la cervecera se le dio el pláceme y una vez estuvo su estructura a medio levantar, llegó el regateo de pagos. Sin escándalos, procedió a desmontarlo todo, para asombro general, imponiendo de inmediato condiciones más onerosas y exigentes, al exigírsele volver al tajo.

Hizo millones levantando chalés, urbanizaciones y hoteles. Su Ferrari rojo, como sus francachelas discotequeras, comenzaron a ser clásicos de la noche sureña. Tanto como su pistola, la que siempre llevaba encima y de la que tanto y tan infantilmente alardeaba, según distintos cronistas. Puro país de Nunca Jamás, el suyo, sin Capitán Garfio. Hasta que durante las obras de lo que iba a ser el hotel Ponti Continental, la propiedad inglesa le hiciese entrega de un talón por 23 millones, fechado a tres meses vista, que anulaba varias letras anteriormente emitidas. Puesto que ese talón ofreció múltiples problemas de pago, se encontró con un descubierto no pequeño en el Banco Hispano-Americano. Casi a renglón seguido acordaba, para salir del bache, levantar en La Línea de la Concepción “Confecciones Gibraltar”, como avanzadilla de otras instalaciones futuras en los demás polos de promoción industrial (Burgos, Valladolid, Palencia y Huelva). Por no variar, otra lluvia de subvenciones gubernamentales en la que todo fue perfectamente hasta que el estallido de un enorme escándalo, con subvenciones de por medio, restringiese el crédito financiero y diera paso a los impagos. Sólo cuando la deuda de “Confecciones Gibraltar” alcanzaba casi 60 millones (diciembre de 1969), obtuvo un reconocimiento de deuda mediante la entrega en depósito de siete cuadros valorados en millón y medio de dólares. Los trabajos continuaron y el finiquito de obra acabó cerrándose tras aceptar un pago de 14 millones, alrededor del 50% de una nueva deuda, añadida a los 60 anteriores. La catástrofe llegaría con el dictamen que unos expertos en antigüedades hiciesen de aquellos cuadros. Todos mostraban infinitas dudas sobre la autoría atribuida, y lógicamente acerca de su valor real. Ante tal cúmulo de quebrantos, la economía del ya presidente blanquiazul bordeaba el despeñadero.

Fue entonces cuando comenzó a denunciar llamadas amenazantes. Policía y Guardia Civil parece registraron algunas, conviniendo no se desprendía de ellas ninguna amenaza real. Pese a todo, instalaron en su domicilio un sistema de grabación. Pero por más que según Antonio Rodríguez las amenazas siguieran produciéndose, nunca pudo acreditarlo. Tanto a él como a las personas de su intimidad, o se les olvidaba conectar el artilugio, o no acertaban con el botón correcto.

El 30 de julio de 1971, Mariano Cerezo, un delincuente de poca monta ya fichado, supuestamente le asestó en Torremolinos dos puñaladas mortales (un par de fuentes lo exageraron hasta 3) pese a defenderse con su pistola. Según la instrucción disparó 4 veces, si bien de nuevo hubo quien apuntó 5, y hasta quienes quizás por hacerlo más llamativo, le vaciaron el cargador. Dos de las balas dieron en el blanco, ocasionando la muerte al hipotético asaltante.

Aún en medio de la conmoción inicial, el asuntó se antojó turbio. Nada parecía encajar. ¿Conocía Rodríguez López, acaso, a su teórico asesino? Nunca había trabajado en su empresa o en aquellas con las que indirectamente pudo tener contacto. ¿Habría actuado como sicario? ¿O una vez perpetrado el apuñalamiento le dispararon con el arma del herido, buscando un crimen perfecto? Nunca se pudo llegar a una conclusión, por más que el periodista Yale hurgando sobre el terreno y desde las páginas de “Nuevo Diario”, sacase a la luz alguna arista.

C. D. Málaga 1971-72. Sebastián Humberto Viberti, de pie, primero por la dcha., junto a Martínez.

C. D. Málaga 1971-72. Sebastián Humberto Viberti, de pie, primero por la dcha., junto a Martínez.

El argentino Viberti era, a la sazón, figura cotizadísima de nuestro panorama. Rodríguez López planeaba abandonar España, pero antes, a tenor de alguna hipótesis, tenía que hacer caja, traspasando al futbolista. Entró en contacto con Guijarro, quien habría sondeado el posible interés del Real Madrid, exigiendo una solución rápida. El mismo día del asesinato, Rodríguez López debía telefonear a Luis Guijarro, pero puesto que se hallaba en casa y le era imposible utilizar su aparato, consciente de tenerlo intervenido, salió a comunicarse desde otro lugar. Justo entonces, su asesino le habría dado alcance.

Yale quiso saber por boca del propio Guijarro si parte de esos detalles eran ciertos, y aquel diálogo, reproducido en las páginas de “Nuevo Diario” nos sumerge en el cine de serie negra:

“- Señor Guijarro, ¿Es cierto que Viberti estaba en tratos con usted para su traspaso al Real Madrid?.

– Querido Yale: ¿Está usted grabando esta conversación en cinta magnetofónica?.

– No señor. Le doy mi palabra. Sólo tengo ante mí una máquina de escribir y varias cuartillas.

Hubo una pausa que se me antojó interminable. Luego, el señor Guijarro contestó:

– Es cierto que estaba en negociaciones con mi amigo Antonio Rodríguez, presidente del Málaga, para concertar ese traspaso.

– ¿Sabe usted que el Sr. Rodríguez se iba a Marchar a México, en compañía de otra persona?.

– No, no lo sabía.

– ¿Cuándo habló usted con él por última vez?.

– El mismo día de su muerte, a la una de la tarde.

– ¿Qué le dijo?

– Que me llamaría a las cinco.

– ¿Para hablar sobre Viberti?

– Sí”.

Juan Cortés, conocedor como nadie de aquellos hechos, confirmó aquel intento de traspaso. Lo mismo que Manuel Castillo, veterano periodista del diario “Sur”. Fue él quien trasladó en su “Seat 850” a Viberti, desde la Casa de Socorro en Torremolinos hasta Málaga: “El argentino, hecho un manojo de nervios, me repetía: Date prisa, Manuel, que debemos llegar a tiempo. Un documento muy importante para mí está en la caja fuerte del presidente. No puede perderse”. Aquel documento, según habría de confirmarle muchos años después el propio futbolista, era un precontrato de traspaso al Real Madrid.

Todo ello no hacía sino dar alas a la especulación. Puesto que Antonio Rodríguez planeaba dejar el país, rumbo a México, ¿no pretendería hacer lo de tantos presidentes, o sea cobrarse los anticipos al club, traspasando a quien hiciera falta? Puede que para abandonar España no necesitase una maleta muy grande, pero sí dinero. Eso seguro.

No es menos cierto que la teoría expuesta chirriaba en un punto. Suponiendo que el presidente del C. D. Málaga sólo intentase recaudar fondos a toda prisa, ¿por qué pensaba destinar parte del dinero ingresado a la contratación del berciano Marianín, ariete del Real Oviedo? Aparentemente ambas operaciones -contactos con los asturianos y venta de Viberti- se encadenaban. ¿Una astuta cortina de humo, conforme también se apuntó, o cúmulo de especulaciones veraniegas, tantas veces gratuitas?

Las hipótesis de un ajuste de cuentas por razones económicas, parecieron cobrar cuerpo en setiembre de aquel funesto 1971, cuando Ángel Rodríguez López, hermano del asesinado, fuese objeto de una bárbara agresión en el campo de Gibraltar. Al salir de una cafetería y cuando trataba de entrar en su coche, se le acercó un individuo portando en su mano un periódico, que de inmediato comenzó a golpearle en la cabeza. Puesto que el periódico ocultaba una barra de hierro, las lesiones resultaron de consideración. Nuevo rumbo en la investigación policial, más preguntas por Algeciras, San Roque y La Línea, abono abundante para más especulaciones y, al cabo, frenazo en vía muerta.

Viberti, claro, nunca vestiría la camiseta blanca. Ni el Real Madrid, ni nadie, estaba por la labor de enredarse en problemas, máxime ante un caso criminal abierto, que podía fluir por sendas insospechadas. El magnífico organizador vio pasar su tren, por más que en seguida, y dada su alta cotización, gozase de una ficha con poco que envidiar a las de cualquier estrella en clubes más pudientes.

Los publicistas repararon en el filón comercial que Viberti, durante sus mejores años, podía representar. Había que hincharse a pasta de almendras para obtener el balón firmado por el astro.

Los publicistas repararon en el filón comercial que Viberti, durante sus mejores años, podía representar. Había que hincharse a pasta de almendras para obtener el balón firmado por el astro.

La temporada 1971-72, con Rafael Serrano sustituyendo al presidente asesinado y Kalmar repartiéndose el banquillo con Carmona Ros, la plantilla malaguista alcanzó un histórico 7º puesto. Viberti, con 27 partidos y 5 goles en la Liga, más 2 y 1 respectivamente en la Copa, volvería a ser santo y seña. Tan sólo el extremo Álvarez, con 6 tantos, mejoró la casilla anotadora del argentino, aunque eso sí, disponiendo de 6 tardes más para alcanzarlos. En 1972-73, encomendados al técnico hispano-francés Marcel Domingo, los malaguistas rozaron la clasificación para competir en Europa. Viberti (22 partidos de Liga y un gol, más 6 choques coperos con otro tanto) brilló menos, pues desde el banquillo se pedía sudor, sudor y más sudor, en detrimento del arte. Tanto esfuerzo pasaría factura a parte del elenco, pues sólo así se explica el bajón experimentado durante los compases finales. Por fin, durante el ejercicio 1973-74, estalló el conflicto entre Viberti y su entrenador, larvado desde hacía meses. Si la meta era lograr plaza para la Copa de Ferias, el 7º puesto logrado, luego de haber sido segundos, o terceros a falta de 6 partidos, supo a poco. La fractura en el vestuario resultaba evidente. Vilanova pareció erigirse en apuesta de futuro, como sustituto de Viberti, quien ni siquiera se estrenó ante el gol (22 partidos de Liga y 3 de Copa). Sus días en el C. D. Málaga, acababan.

El Gimnástico de Tarragona, sorprendentemente, le abriría sus puertas de par en par. ¿Qué hace ese pedazo de futbolista tomando un billete a Tarragona?, se preguntaron muchos. Y no les faltaba razón. Aún quedaban recientes los días en que su nombre abría primeras planas, o aquella fecha de exhibición amistosa con un combinado de la Liga, donde unánimemente fue considerado el mejor. Quien no hacía tanto estuviese a punto de arribar al Real Madrid, se enrolaba en 2ª División, tras pactar unos emolumentos muy superiores a los de muchos jugadores de Primera.

Conforme tantas veces ocurre, lo elevado de aquella ficha dio la impresión de ahogarle. Se confiaba en él para el asalto a la máxima categoría, algo harto improbable, si no imposible, a tenor del conjunto dispuesto. Cuando las cosas comenzaron a ir mal, o no tan bien respecto a lo imaginado, sus dos millones de ficha, cifra extraordinaria para la época, se antojaron lujo desmedido. “Carece de fuerza”, escribieron. “Le falta combatividad para encajar en 2ª”. “Con esos dos millones hubiesen podido armar un equipo que ahora estarán echando a faltar”.  Por Málaga las cosas iban mucho peor. Marcel Domingo, victorioso en su combate con Viberti, y pese a contar con Guerini -este sí, futuro fichaje del Real Madrid- sólo pudo aferrarse al banquillo hasta la jornada decimotercera. A Benítez, teórico sustituto del anterior astro, le faltaban condiciones para ejercer su función. Costaba una enormidad hacer goles. Y eso, claro, se paga caro. El 25 de mayo, pese a vencer al Zaragoza 1-0, los malaguistas volvían al pozo de 2ª. Marcel Domingo, con su carácter volcánico, logró convertir el sueño malaguista en pesadilla, y a Sebastián Viberti en exjugador.

O Casi. Porque desde que saliera de Tarragona, sólo disputaría una campaña (1976) con Belgrano, club que el ejercicio siguiente le iba a permitir estrenarse como técnico.

Un mito de La Rosaleda no podía irse definitivamente. Por eso, a falta de 15 jornadas para que concluyese el Campeonato 77-78, tras fracasar José Luis Fuentes y Otto Bumbel, Federico Brinkmann se acordó de él, encomendándole la heroicidad de evitar un calamitoso descenso a 3ª División. Hizo el viaje desde Buenos Aires, vía Madrid, sin título de entrenador, “como solución de emergencia, quemando un último cartucho”, según la prensa costasoleña. Para cubrir las apariencias ante el Comité Nacional de Entrenadores y la F.E.F., formaría tándem con Kalmar, venerable veterano afincado en las soleadas lindes mediterráneas. Ocho victorias, 5 empates y dos derrotas, bastarían para obrar el milagro. Al año siguiente, a despecho de los técnicos con carné, Viberti continuó en su puesto. Y eso que desde todos los estamentos trataron de impedírselo. Primero negándole la aptitud a Kalmar -“no hallándose capacitado físicamente, le sería imposible dirigir a una plantilla profesional sin grave riesgo para su salud”– y después recordando las circulares donde se especificaba “imprescindible la titulación de entrenador homologado para el reconocimiento de tal función”. Desde el club blanquiazul responderían con todo tipo de piruetas, nombrándole delegado, por ejemplo, para que pudiese acceder al banquillo. Mal podían hacer creíble lo verosímil, cuando extendieron  al bueno del argentino un contrato con membrete de la F.E.F. por demás contradictorio:

“1.- Don Sebastián Humberto Viberti Irazoqui se compromete a prestar sus servicios como: Auxiliar de entrenador del equipo profesional.

3.- El entrenador, don Sebastián Humberto Viberti Irazoqui, tendrá autoridad sobre los jugadores, siendo de su exclusiva competencia darles las oportunas instrucciones, tanto en los vestuarios como en el terreno de juego.

8.- Por la adecuada prestación de sus servicios, el entrenador, don Sebastián Humberto Viberti Irazoqui, percibirá las cantidades siguientes: a).- En concepto de premio de ficha, la cantidad de CUATROCIENTAS MIL (400.000) PESETAS”

Auxiliar del primer entrenador y máximo responsable técnico, con todos los poderes, en el mismo contrato, pese a no disponer de título. Estas cosas, ajenas a la lógica y lo reglamentado, colaban hace 40 años. Y menos mal para el malaguismo, porque con entrenador sin carné, a quien por ende suspendería el Colegio Andaluz de Entrenadores, no considerándolo capacitado, volvió a entrar en éxtasis el 16 de junio, certificado un nuevo ascenso a 1ª, el noveno en la historia de la entidad. Al año siguiente, empero, ya con todos los papeles en regla, la suerte le fue adversa. Los andaluces regresaban a la categoría de plata y él a Argentina, donde se hizo cargo del Estudiantes del Río y Talleres de Córdoba.

El hombre que maravillase con un fútbol distinto, cuando la producción patria quería antojársenos inigualable, no volvió a ejercer entre nosotros. Aquel a quien sólo una tremenda fatalidad teñida en sangre impidió dirigir la zona ancha del Real Madrid, se despidió de la vida el 24 de noviembre de 2012, a los 68 años, lejos, demasiado lejos Málaga. Fue ídolo, sí. Pero ni siquiera ellos tienen garantía de victoria ante el injusto olvido.

Cuatro meses después del óbito, los rectores del Málaga C. F., heredero de la entidad donde jugase y entrenara, decidían bautizar con su nombre una puerta de La Rosaleda. Merecidísimo homenaje, sin duda. Aunque podríamos preguntarnos por qué este tipo de reconocimientos suelen llegar con el partido ya acabado.

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