RESUMEN:

Cuarta entrega del concienzudo trabajo de investigación sobre los futbolistas de ambos bandos fallecidos durante nuestra Guerra Civil debido al conflicto armado. Continuamos con las bajas en la Zona Nacional.

ETIQUETAS:

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ABSTRACT:

Keywords: Spanish Civil War, Football, History, Casualties, Players, Nationalists

Fourth release of a thorough investigation report on all deceased footballers during the Spanish Civil War, on both sides, due to the armed conflict. We continue with the casualties in the Nationalist zone.

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Futbolistas nacionales fallecidos en la Guerra Civil (2)

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No cabe decir que nuestra contienda dejase un gran legado de imágenes. Si la II Guerra Mundial, en cambio, fue fotografiada desde todos los ángulos incluso durante sus prolegómenos, en plena Olimpiada berlinesa, el desembarco americano añadiría kilómetros de celuloide y Mac Arthur, preparando tal vez su asalto a la política yanqui, concluyó convirtiendo Asia en un inmenso plató propagandístico. Sólo transcurrieron unos meses entra la finalización de una y el primer disparo de otra, pero ambas podrían antojársenos pertenecientes a dos épocas distintas.

Los aviones españoles volaban guiándose por referencias visuales; los ingleses evitaron la tan temida invasión merced al radar. Por algunas de nuestras trincheras pululaban incautos con alpargatas y fusiles de carga mecánica; la monstruosidad europea estuvo plagada de armas de asalto automáticas. De prender fuego al monte bajo, jugándose el tipo entre alambradas, se pasó al lanzallamas. De tirar a matar, a la acumulación de heridos, porque éstos lastrarían la marcha del adversario, además de exigir un sobresfuerzo humano y material en retaguardia. La guerra española todavía estuvo poblada de espías clásicos, moviéndose graciosamente por salones con techos cuajados de angelotes, entre espejos y columnas corintias. Y las noticias, o los bulos, llegaban más que desde cancillerías o embajadas, a través de corresponsales no siempre fiables. Por España pasaron Arthur Koestler, André Malraux, John Dos Passos y Antoine Saint-Exupéry, entre otros. Plumas de oro y plata, más pendientes de trasladar su ideología personal que la crudeza del conflicto, cuyas fuentes, por ende, estaban a mucho menos distancia de la barra del Ritz que de las casamatas. Ernest Hemingway, degustador de la vida a gollete, también envió sus crónicas desde Madrid. Y su visita no hace sino corroborar la idea aventurera que atrajo a tantos, máquina de escribir en ristre, cámara al hombro, o dispuestos a integrarse en las Brigadas Internacionales. La muerte, al fin y al cabo, no era para ellos sino pura esencia de la vida; el culmen de la existencia. Un último fogonazo, el más sublime, en la sesión soñada de fuegos artificiales.

Entre la maquinaria propagandística dispuesta desde ambas facciones, la censura interior, el cúmulo de mentiras sabiamente esparcidas, y a falta de fotografías que las desvirtuasen, reconstruir la verdad histórica exigió poco menos que una suma de excavaciones arqueológicas, aún por concluir. Faltaron notarios como Francisco de Goya y Lucientes, con sus “Fusilamientos del Dos de Mayo”. Pudo haberlo sido el fotógrafo húngaro Robert Capa -seudónimo de Friedmann Endre Ernö-, hoy envuelto en un aura mítica y también espectador de aquella hemorragia. Pero su “Leica” solía llegar tarde a demasiados sitios. Tarde a las tomas triunfales o reconquista de aldehuelas y villorrios, saldadas siempre con fusilamientos de alcaldes, curas, maestros y convalecientes por heridas de bala, tan pronto ondeaban en el balcón municipal, la tricolor, la enseña monárquica, un pendón de la CNT, la hoz y el martillo, o el yugo y las flechas. Tarde, también, junto a las tapias de mil cementerios, después de que los “paseados” yacieran en fosas comunes o sus familias los hubiesen enterrado a escondidas.

Tropas republicanas vadean el Ebro a la altura de Miravent. La contienda se eternizó en el frente aragonés y varios futbolistas cayeron durante los meses de avances, repliegues, o lucha encarnizada.

Tropas republicanas vadean el Ebro a la altura de Miravent. La contienda se eternizó en el frente aragonés y varios futbolistas cayeron durante los meses de avances, repliegues, o lucha encarnizada.

Aquella guerra habría sido para muchos historiadores la última del siglo XIX en Europa, pese a venir precedida de la primera conflagración mundial. Una bárbara reproducción de los aguafuertes goyescos, donde dos vecinos del mismo pueblo dirimían sus diferencias a garrotazos, hundidos en el fango hasta las rodillas para que la huida resultase imposible. Duelo salvaje del que incluso el vencedor saldría, como mínimo, medio inútil para el resto de sus días.

Tamaña crueldad no tuvo un reparto geográfico equitativo. Junto a regiones que casi vadearon el temporal sangriento, a otras, como Asturias, les alcanzó de lleno. Y en ellas ni al fútbol ni a sus gentes se les hizo excepción.

El Modesto Muros Balompié, de Muros de Nalón, contabilizó 7 bajas entre sus futbolistas, al menos cuatro de ellos (José Mª Cañal, Julio Antonio Menéndez Fernández, José Menéndez Alonso y José Rodríguez Díaz) caídos en combate. El Rosal F. C., de Oviedo, cuatro bajas (Ricardo Cano, José Lafuente, José Martínez y Rafael Fernández) todos combatiendo. Tampoco acompañó la suerte al Sporting de Siero; de sus tres fallecidos, Dámaso Rodríguez sería asesinado en retaguardia, Antonio García Antuña pereció en el frente, y a Salvador Quirós Rodríguez ni siquiera le permitieron festejar su decimoséptimo cumpleaños. Otras tres bajas definitivas registró el Oviedo (una de ellas vistiendo uniforme republicano), las mismas que Figaredo F. C., de Mieres (dos combatientes y un asesinado) y Sporting de Gijón. Dos sepelios conmovieron al Cardín F. C., de Oviedo, y su masa social; los dos mientras combatían. Cifra igualada en el Lealtad de Villaviciosa, Gimnástico Caborana, Marino de Luanco, Racing Club de Mieres (ambas bajas en el frente) y Sporting Club, de San Esteban de Pravia. La relación de quienes perdieron para siempre a uno de los suyos es larga: Betis Club Gijonés; Canijo F. C., de Candás; Círculo Popular La Felguera; Club Calzada, de Gijón; Deportivo Palencia; Descanso F. C. Turonés; Molina F. C., de La Felguera; Stadium Avilesino y Atlético de Gijón, aunque el republicano José Fco. Elvira Pis, condenado a morir fusilado por un Consejo de Guerra (9-V-1938) también pasara por el Arenas Club de Gijón y Sporting, en este último la temporada 1922-23.

Como es lógico, hubo entre tanta víctima particularidades de muy distinta índole.

Amadeo Rodríguez Meana (Sporting de Gijón) sólo tenía 20 años y había marcado el último gol en 2ª División la temporada de preguerra. Unos republicanos lo asesinaron en la localidad astur de Olivares (8-IX-1937). El también sportinguista Abelardo Prendes Álvarez combatía como soldado de reemplazo republicano en el frente de Trubia. Luis González (la Felguera), Fernando Bárcena (Lealtad), Ramón Méndez Viejo (Descanso F. C), Benito Madera González (G. Caborana), José Mª Rodríguez (Marino de Luanco), Luis Muñoz Turón (Figaredo), Samuel Fernández (Stadium) y Rafael Weibles (Sporting de San Esteban), asesinados lejos de cualquier frente.

La odisea de otros casi se antoja digna del mejor guion cinematográfico. Ese, por ejemplo, sería el caso de Gonzalo Díez Galé (Gijón, Asturias, 28-XI-1910), conocido para el deporte por su segundo apellido, y en Avilés como “Chalo”.

Delantero hábil, resolutivo ante el marco adversario, destacó sobremanera en el Stadium Avilesino cuando apenas sumaba 18 años. Al ser conducido a la villa y corte por sus estudios de Derecho (temporada 1929-30), fichó por el Real Madrid, para cuyo elenco anotó 5 goles en los 12 partidos de Liga que tuvo ocasión de disputar. El ejercicio siguiente lo dividiría entre la entidad madrileña, con la que sólo intervino en 2 partidos de Liga, y las aulas universitarias. Y ya de cara a la campaña 1931-32, nuevo retorno a su Stadium, desde donde acabó fichando por el Oviedo, entonces en 2ª División. Siete goles en 15 partidos llevaron su firma. La temporada 32-33, todavía en 2ª, 11 goles en 16 partidos le sirvieron de despedida, festejando el primer ascenso ovetense a la máxima categoría. Porque, lesionado en ambas rodillas y con frecuentes dolores lastrando su rendimiento, consideró había llegado la hora de colgar uniforme y botas, una vez en su poder el título de licenciado en Derecho. Tenía 22 años larguitos y, en teoría, toda una vida de espectador por delante.

Dejaba atrás dos presencias en la selección nacional, contra Francia y Yugoslavia, ambas incompletas en abril de 1933, a causa de sus problemas de menisco. Y alguna extemporánea salida de tono, como aquella que el 18 de agosto de 1932 le supuso una declaración de rebeldía en Oviedo. Había jugado siempre como amateur. Marrón, obviamente, puesto que al despedirse del Real Madrid paseaba en un “Fiat”, obsequio del club, y más tarde, devoto como era de la mecánica y el volante, repitió operación obteniendo un “Ford” negro de la directiva oviedista. Tras preparar oposiciones a Registrador de la Propiedad sacó plaza en Getafe, a una edad casi récord.

Galé. Internacional y con la vida muy encarrilada fuera del fútbol. Su coherencia, llevada hasta las últimas consecuencias, acabaría arrebatándole la vida.

Galé. Internacional y con la vida muy encarrilada fuera del fútbol. Su coherencia, llevada hasta las últimas consecuencias, acabaría arrebatándole la vida.

Ideológicamente era conservador; hombre de orden, para unos, o fascista, según otros. En 1934, durante la Revolución de Asturias, estuvo luchando, como voluntario, en la defensa del Ayuntamiento avilesino. Desde entonces su nombre correría de boca en boca entre comunistas, ácratas y revolucionarios de muy distinto espectro. Nada tuvo de extraordinario que al producirse la sublevación militar, el 18 de julio de 1936, fuesen a buscarle a casa con intención de ajustar cuentas. Por suerte no le encontraron y, horas más tarde, avisado de que bajo ningún concepto debía acercarse a su domicilio, buscó refugio en la residencia familiar de Guillermo Campanal, delantero centro asturiano del Sevilla C. F. y tío del defensa que como “Campanal II” diera clases magistrales en el Sánchez Pizjuán, durante buena parte de los años 50 y primera mitad de los 60. Puesto que la cosa se antojaba pudiera ir para largo, un carpintero amigo de la familia, o pariente lejano, construiría para él un escondite, camuflado en el hueco de la escalera. Aquella fue su residencia forzosa, su prisión, en realidad, hasta que los nacionales alcanzaron Avilés. Entonces, todavía con el miedo en el cuerpo, ingresó en un bufete jurídico de Pravia.

Una tarde, mientras volvía del trabajo, se le encaró una mujer, recriminándole hallarse donde no debía. Perplejo, apenas pudo reaccionar. Ella, entonces, le espetó sin ambages: “Es en el frente donde deberías estar ahora, junto a mi hijo. Porque me consta que los dos pensáis igual”. Galé, o Chalo, no encontró palabras. Durante los dos días siguientes apenas pudo concentrarse, presa de la incomodidad, acometido por la sensación de estar siendo desleal consigo mismo. Por fin se alistó voluntario. Si entonces no eran muchos los combatientes capaces de conducir vehículos, aún escaseaban más aquellos para quienes la mecánica no constituía un arcano indescifrable. Con buen criterio lo pusieron a conducir camiones en el frente de Tremp (Lérida). Destino mucho mejor que tantos otros. De enchufado, casi, o eso se antojaba. Pero a lo largo de nuestra existencia, pocas cosas son lo que parecen.

Un anochecer, la caravana que encabezaba, como sargento, optó por reponer fuerzas en un claro. Hallándose detrás de sus líneas, tampoco juzgaron pertinentes muchas precauciones. La fatalidad, sin embargo, quiso que una compañía republicana se extraviase, dándose de bruces con el grupito. Ante tanta despreocupación, la realidad cobró forma entre los republicanos: estaban en zona enemiga. Y el miedo a que cualquier disparo alertase a otras fuerzas sobre su posición, les hizo tirar de cuchillo, machetes y bayoneta.

Fue una masacre, de la que ningún acampado salió vivo.

Trasladados los restos del exfutbolista hasta Avilés, para recibir tierra, la familia prefirió no abrir el féretro ante los deudos, como solía ser costumbre, y ahorrarse así el trago de ofrecer un cadáver patético, casi de pesadilla. Galé estaba hecho un colador.

Corría 1938. El último parte, fechado en Burgos, no llegó para su hermano Juan José, sobreviviente al conflicto, ni para los demás familiares, entre banderas al viento y al paso alegre de la paz, como rezaban los himnos que el finado entonase más de una vez.

Avilés, Oviedo, Pravia, y es de suponer que también la señora cuyas palabras lo empujasen al frente, lloraron su pérdida.

Igualmente avilesino, y compañero de Galé en la delantera ovetense, Julio Fernández Martínez, “Casuco” (13-X-1911), tampoco sobrevivió a la barbarie.

Había ingresado en el equipo azul la temporada 1932-33, luego de tres campañas en el Stadium Avilesino. Degustó el fútbol de Primera, por lo tanto, con Florenza, Soladrero, Caliche, Sirio, Gallart, Lángara, Herrerita, Emilín o Antón, a su lado, todos ellos históricos mitos locales. Consciente de su valor en el equipo, nada más lograr el ascenso exigió a la directiva se le aumentase el sueldo en 400 ptas. mensuales. No le bastaba haber ganado 13.000 por todos los conceptos -primas incluidas- a lo largo de 1932-33, compitiendo en la división de plata. Más de lo que sumaban muchos médicos, letrados en ejercicio y rentistas sin otra ocupación que administrar bienes. Puesto que aquella junta directiva no estaba para arrojar su caja fuerte por la ventana, y ante la evidencia de que al atacante iba a costarle ceder, tuvieron que avenirse, pero eso sí, reservándose una carta en la manga, consistente en recortar las primas por victoria en casa, y por empate o triunfo a domicilio.

Fotomontaje del Oviedo correspondiente a los últimos meses de preguerra. Casuco, primero por la izquierda, abajo (con el número 7). A Isidro Lángara, en el centro, abajo (numero 9), la guerra y su incorporación al Euskadi lo llevó a América, donde habría de cimentar una nueva vida.

Fotomontaje del Oviedo correspondiente a los últimos meses de preguerra. Casuco, primero por la izquierda, abajo (con el número 7). A Isidro Lángara, en el centro, abajo (numero 9), la guerra y su incorporación al Euskadi lo llevó a América, donde habría de cimentar una nueva vida.

Al estallar la guerra contaba 25 años. Edad con la que para huir del frente, fuere como movilizado o voluntario, era preciso tomar las de Villadiego, rumbo a Francia o Portugal. Él no cruzó ninguna frontera y acabaría muriendo en un hospital, desangrado, tras las heridas sufridas en el frente del Ebro. Era soldado raso en el ejército de Franco.

A diferencia de lo ocurrido en Asturias, la vecina Galicia saldría mucho mejor librada del conflicto, puesto que se estima no pasaron de 5.469 el total de víctimas directas en sus cuatro provincias, distribuidas de este modo: La Coruña 918 combatientes, 36 ejecuciones y homicidios durante el periodo republicano y 1.048 asesinados o ejecutados bajo control administrativo de los nacionales;  Lugo 531 combatientes y 515 en ejecuciones o asesinatos durante el periodo nacional; Orense 235 combatientes y 346 bajas mortales en retaguardia bajo control de los nacionales; y Pontevedra 769 en combate, 86 asesinatos bajo administración republicana y 985 durante el control de los sublevados. Con todo, el Deportivo de la Coruña, entonces su club más señero en apretada pugna con el Celta de Vigo, contabilizó cinco bajas mortales en el bando nacional, y una de ideología republicana.

Recaredo Bueno Cambón era soldado en el Batallón de Zapadores Nº 8 cuando en el sector asturiano de Grado, defendiendo una posición en La Estaca, cayó el 9 de junio de 1937.

Luis Palacio Vega combatía como alférez aviador en la escuadrilla 1-C-2. Derribado en el frente de Teruel, fue hecho prisionero y fusilado en los fosos de Montjuich, el 26 de febrero de 1938.

Francisco Javier Barreras López, alférez también, pero Provisional en la Mehalle Jalifien de Tetuán, Nº1, Primer Tabor, cayó el 10 de agosto de 1938 en el frente del Segre, cerca de Balaguer (Lérida), para no levantarse.

Ismael Esparza Sánchez era soldado conductor de automóviles y como tal cumplía un servicio en Villareal (Castellón), cuando el 16 de octubre de 1938 una explosión lo convirtió en el último de su vida.

El caído más pintoresco y con más llamativa biografía entre los que alguna vez vistieran de blanquiazul en la ciudad de María Pita, fue sin duda Laureano José Rodríguez, para el fútbol “Cachán”.

Hospiciano y analfabeto, tan anárquico en los terrenos de juego como en cada faceta de su existencia, reñido con casi cualquier convencionalismo, la higiene y los compromisos, no dejaba de ser sino ese niño grande o adolescente perpetuo para quien todos los días pueden ser abordados con pereza. Eso sí, extremo izquierdo menos rápido que lo habitual entonces, destacaba sobre el césped por la limpieza de su toque y una rara precisión en cada centro sobre el área. Antes de instituirse el Campeonato Nacional de Liga había pasado por el Hércules de la capital coruñesa, Club Coruña, Deportivo de La Coruña y Fortuna de La Habana. Después seguiría haciéndolo en la Leonesa, Melilla, otra vez en el Deportivo, Victoria, Racing de Ferrol y nuevamente Deportivo de La Coruña, donde parece colgó las botas luego de disputar 5 partidos de 2ª División la campaña 1934-35, marcando un gol.

Su aventura cubana, en la que se embarcó junto a varios jugadores gallegos, especialmente del Deportivo, constituyó para él, según distintos testimonios, un recreo cuyo buen sabor de boca no terminaría de írsele nunca.

Por toda la perla antillana, pero especialmente en La Habana, existían clubes con directiva y masa social española, capaces de abonar cifras impensables a este lado del Atlántico. Ello hizo que José Torres, Begoña, Simón, Blas, Chorens, Arturo, conocido popularmente como “Picholas”, Ramón González o Cosme Vázquez, se dejasen abanicar por las palmeras y pasearan su ocio por un Vedado en expansión, o la multicolor Habana Vieja, donde nunca faltaban ni el balanceo de mulatas fáciles, ni los dólares de algún americano aficionado al ron, los casinos y la pesca a mar abierto. Cada atardecer, además, siempre cabía enjugar morriñas entre los porches del Malecón, viendo al sol teñir de cobre, ámbar o plata bruñida, las aguas de la bahía.

Recién llegado al Club Iberia de La Habana, “Cachán” escuchó el grito de ánimo coreado por los incondicionales: “¡Cachín, Cachán, Cachumba. Iberia es la que zumba!”. Orgullosísimo, se acercó a su compañero Pepe Torres. “¿Los oyes? –dijo-; No se me había ocurrido pensar que aquí, tan lejos, pudieran conocerme tanto”. Y sin salir de su error, fue a saludar desde el centro del campo entre el jolgorio de la afición. Ni Torres, ni los demás compañeros, quisieron degollar con explicaciones ese gran momento.

El excelente cartelista Sáenz de Tejada fijó en el imaginario popular la estética del triunfo franquista. Escenas heroicas y soldados con deliberada desproporción, buscando una espiritualidad tomada de El Greco. Sin embargo no todos los movilizados en el ejército nacional estaban imbuidos de fervor patriótico. “Cachán” constituye un claro ejemplo.

El excelente cartelista Sáenz de Tejada fijó en el imaginario popular la estética del triunfo franquista. Escenas heroicas y soldados con deliberada desproporción, buscando una espiritualidad tomada de El Greco. Sin embargo no todos los movilizados en el ejército nacional estaban imbuidos de fervor patriótico. “Cachán” constituye un claro ejemplo.

Laureano, ya de vuelta a La Coruña, se hallaba una tarde en las oficinas del Deportivo, viendo cómo sus compañeros echaban una mano al secretario extendiendo recibos. Quizás por pasar el rato, tomó una  pluma e hizo varias rúbricas. Luego de estudiarlas muy complacido, las mostró a todos, sonriente, mientras aseguraba: “Qué buena letra tendría si supiese escribir, ¿no os parece?”.

“Cachán” ni aprendió jamás, ni parece que su condición de iletrado le preocupase en demasía. Poco antes de la Guerra Civil era una especie de vagabundo sin raíces ni techo fijo. Y hallándose el Deportivo coruñés muy necesitado de efectivos, sus dirigentes averiguaron donde paraba, bajo el sol de Andalucía. Sin perder un minuto le giraron dinero junto con un telegrama, para que tomando el primer tren se aprestase a enderezar con sus centros la marcha del club. Tardó casi 15 días en aparecer y cuando se le preguntó si no había recibido aquella cantidad, rehuyó justificarse: “Vine de polizón. Hubiera sido una tontería gastarme esos duros en el viaje, pudiendo hacerlo gratis”.

Meses más tarde, una pirueta del destino habría de ponerle en situación límite. Sin comprender la locura desatada a su alrededor, penetró en una armería de San Andrés recién asaltada por jóvenes sindicalistas, empeñados en hacer frente a la sublevación militar. Sólo pretendía curiosear, interesarse por la razón de tanto nerviosismo, según clamó a gritos. Pero la fuerza pública que lo sorprendiera en el interior estaba para pocas monsergas. Detenido e interrogado a trompazos, todos sus argumentos parecían volvérsele en contra. “O sea que eres un vago, ¿eh?; un piojo. ¿Para qué buscabas un arma?. ¿Acaso pretendías asaltar bancos?”. La oportuna mediación del mandatario deportivista Ramón de Llano, abogando en su favor, si bien evitó más golpes tampoco pudo lograr una inmediata libertad sin cargos. En medio de tanta confusión, las cosas se resolvían a la tremenda. Y puesto que el frente precisaba mucha carne fresca, de caballos de pica o de cualquiera que con un fusil aguantase a pie firme en primera línea, jugaron con su miedo como el gato con un ratón: “Pues lo tienes muy mal, amigo. Sin oficio ni beneficio, como te pongamos ante el juez te aplica “La Gandula”. Y no veas lo que te espera. La cárcel está llena de maricas deseando estrenar culos de futbolista”.

La Ley de Vagos y Maleantes, popularmente conocida como “Gandula”, no fue creación franquista, según se ha repetido tanto, sino producto de la República. El régimen de posguerra añadió tan sólo un artículo incluyendo en ella la homosexualidad, al tiempo que abría en lugares remotos “centros de reeducación para invertidos”, algo parecido a campos de prisioneros, siempre con un clérigo fundamentalista al frente. La “medicina” en ellos se reducía a rezos, trabajo constante, sacrificio y castigos. Para casos más graves, fuere por la rebeldía de los internos, su reincidencia o ataques blasfemos, solían recetarse tratamientos de electroshock.

Forzado a alistarse voluntario en las milicias de Renovación Española, como único modo de esquivar “La Gandula” y los barrotes, “Cachán” se vio haciendo instrucción y luciendo uniforme. Hombre honesto, al fin y al cabo, agasajó a su benefactor con una bandeja de pasteles apenas hubo cobrado el primer sueldo de legionario. No sabía que la muerte le aguardaba en un ataque a la loma de Los Catalanes, frente de Asturias, el 15 de setiembre de 1937, encuadrado en la 3ª Bandera legionaria. Sus restos, y ya es casualidad, serían recogidos por el Dr. Candama, también antiguo jugador deportivista.

Poco, muy poco, contaron los ideales o la fe de cruzado, tanto en aquel final como en el de otros “caídos por Dios y por España”.

Un poco más al sur, en territorio foramontano, también se registraron bajas futbolísticas. El delantero vallisoletano Carlos Cimiano Hernández, conocido deportivamente por su primer apellido, tras competir con el club de “Pucela” desde 1929 hasta 1935, tanto en 3ª como en 2ª División, fue movilizado. Y falleció combatiendo en el ejército franquista.

Tampoco sonrió la suerte al navarro Eugenio Moriones Aramendía (Real Madrid 1928-30 y Nacional de Madrid 1930-35). Extremo derecho forjado en modestas entidades de la capital, puesto que llegó a ella siendo niño, ni siquiera tuvo oportunidad de defender su vida, máuser en mano. El 10 de agosto de 1937 fue otro más de los asesinados en Paracuellos del Jarama, luego de sobrevivir al asalto del Cuartel de la Montaña.

Compañero suyo en el encierro cuartelero y en ideología falangista, el antiguo jugador del At. Madrid Antonio de Miguel Postigo engrosó junto a Moriones la extensa lista de masacrados, según alguna fuente, en tanto otras lo dan por fallecido a causa del hambre y padecimientos de toda índole, con la guerra recién concluida.

El riojano de San Vicente de la Sonsierra Leopoldo Ruiz-Capillas del Castillo, para el fútbol tan sólo “Capillas” (31-III-1907), pudo, al menos, vender cara su vida en el frente madrileño del Cuartel de la Montaña. Sus padres, burgaleses, se habían trasladado a la población riojana para montar una empresa dedicada a la fabricación de licores. Algún tiempo después, no obstante, la grave crisis económica que asoló al interior de España hizo inviable el negocio, forzando otro traslado, esta vez a Torrelavega, donde pusieron en marcha un negocio muy semejante.

Ariete clásico, capaz de saltar 1,60, marca nada desdeñable a mediados de los años 20, lució mucho en la Gimnástica, a cuyo primer elenco se había incorporado con 17 años. Tras anotar 12 goles en los 16 partidos de Liga que disputara en la edición inaugural del Campeonato -los torrelaveguenses estaban encuadrados en 2ªB-, fue contratado por el antiguo Castellón, donde nada más llegar ya era ídolo. Y es que la tarde de su debut, ante el vecino Villarreal -también antiguo, sin nada que ver con la actual entidad de 1ª-, marcaría 6 goles en la aplastante victoria por 11-4. Dos temporadas en el club de la Plana le bastaron para merecer la atención del Valencia, a cuya disciplina quedó ligado durante el verano de 1931. Debutante en nuestra máxima categoría el 22 de noviembre de 1931, con derrota ante el Español de Barcelona en campo catalán, la secretaría técnica valenciana acabó considerándolo lento y tosco para la competición de máximo nivel; algo que no obstante parecía contradecir su marca de 9 goles en los 10 partidos de 1ª División disputados. Puesto que tanto entonces, como hoy, los técnicos solían gozar de la última palabra, la directiva “ché” se avino a traspasarlo a cambio de las 7.000 ptas. ofrecidas por el Betis sevillano (13 de noviembre de 1932).

Según parece llegó junto a la Torre del Oro excesivamente relajado, creyendo que allí todo iba a tenerlo más fácil. Una multa por llegar tarde a los entrenamientos, acompañada del lógico apartamiento temporal, le sacaría rápidamente de su error. Cuando semanas después volvió a contar para el entrenador, cumplimentó una tarjeta de 8 goles en 14 partidos de Liga. Pero hombre poco dispuesto a echar raíces en ninguna parte, la temporada 1933-34 luciría la camiseta del Hércules, y al año siguiente la del Malacitano, antecesor del ya extinto Club Deportivo Málaga.

Al sobrevenir la guerra contaba 29 años; edad que ni mucho menos le descartaba para el combate. De manera que sustituyó las botas con tacos y el pantalón corto por un uniforme caqui y calzado de media caña. Lo adecuado para combatir en las inmediaciones del Cuartel de la Montaña, donde un disparo segó su vida. Desde 1937, cuando se convirtió en historia, hasta hoy, nadie ha podido superar su marca de 10 goles para la Gimnástica de Torrelavega, en los 23 partidos que disputó correspondientes al Campeonato de España, hoy mucho más conocido como la Copa.

Voluntarios en Madrid, cuando durante el verano de 1936 estaban convencidos de aplastar rápidamente al ejército sublevado. Muchos de ellos no vivirían para ver la paz.

Voluntarios en Madrid, cuando durante el verano de 1936 estaban convencidos de aplastar rápidamente al ejército sublevado. Muchos de ellos no vivirían para ver la paz.

Muertes cumpliendo con un deber autoimpuesto, u obligado por extrañas circunstancias. Muertes a menudo innobles, a rejonazo limpio y cuchillada en la espalda, o ante un piquete de ejecución sin juicio previo. Muertes recetadas por idealistas con su verdad única bien patentada. Asesinatos de matarifes buscando cimentar una sociedad nueva, civilizada, roja, azul, o más libre, sobre montones de cadáveres y llanto a espuertas. Luto y crespones negros, también, sobre demasiadas camisetas de fútbol. Porque aquel bárbaro ejercicio fratricida estuvo sobrado de visionarios “matando con buena fe”, por emplear palabras del escritor burgalés Miguel Fortea.

Como si arrebatar la vida a otro ser humano tuviese algún fundamento.

O como si fuera posible odiar de buena fe.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.

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