RESUMEN:

Encaramos la recta final del informe sobre las víctimas de la Guerra Civil en nuestro fútbol. En esta ocasión prestamos especial atención a los socios y seguidores de los clubes.

ETIQUETAS:

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ABSTRACT:

Keywords: Spanish Civil War, Football, History, Victims, Clubs' Members

We face the final stretch of the report on the victims of the Civil War in our football. On this occasion we pay special attention to clubs' members and supporters.

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La Guerra Civil y sus bajas entre la masa social del fútbol

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Aunque actualmente parezcan no recordarlo muchos, el fútbol cimentó su desarrollo e influencia sociológica en la devoción casi mística de su propia masa social. Los socios fueron soporte económico de aquel “sport” arrancado a la Gran Bretaña, cantera de futuros dirigentes, voz animosa en campos incómodos, lloviera, helase, contemplaran un buen espectáculo o viniesen mal dadas, sin perder casi nunca la fe. Si existieron competiciones hasta que nuestro deporte rey festejó sin solemnidad sus Bodas de Diamante, fue gracias a ellos. Dueños de los clubes al fin y al cabo, elegían presidentes, aprobaban o no presupuestos, incluido el incremento de sus mismísimas cuotas y abonos, derribaban mandatarios en Asambleas y se rascaban el bolsillo suscribiendo bonos, pagarés u obligaciones con el amor a un escudo por todo aval, si tocaba cambiar de campo, o transformar en catedral lo que hasta entonces apenas fuese ermita dominguera. Sí, el fútbol era de los socios, por más que a la postre fuesen presidentes y directivos quienes avalasen créditos con su propio peculio, efectuaran derramas ante urgencias e imprevistos, y se llevasen la gloria en tardes triunfales, o el oprobio cundo pintaban bastos.

Las masas sociales fueron no menos protagonistas de aquel fútbol que los propios futbolistas y equipos gestores, hasta la irrupción, cual bálsamo de Fierabrás, de unas Sociedades Anónimas Deportivas tan inútiles como dadas al funambulismo financiero, a tenor de cuanto habría de acreditarnos el futuro. Por eso sería ilógico dejar de lado a tanta gente anónima pero imprescindible, ferviente defensora de sus colores identitarios, asesinada vilmente o caída en combate, entre 1936 y 1939, cuando otros colores no tan inocuos, inspiradores de toda la intransigencia imaginable, colisionaron, no sobre el césped, sino en campos erizados de púas, hundidos por socavones de mortero, delimitados no por líneas de cal, sino mediante regueros de cadáveres, y sin un árbitro dispuesto a pitar el final.

Aquella guerra, entre sus víctimas contadas por decenas de miles, arrebató la vida, también, a varios cientos de hombres con el carnet de su equipo en el bolsillo. Lastimosamente, son las defunciones teóricamente adscritas al bando “nacional”, las que mayoritariamente han llegado hasta nosotros. Primero porque sus clubes los honraron con esquelas en prensa, después del triunfo franquista, misas-funeral por su eterno descanso y hasta, en ciertos casos, remitiendo a la F.E.F. relaciones de caídos, cara al homenaje proyectado en 1939, que no está claro llegase a cuajar. Y segundo porque de los “republicanos” nadie pareció preocuparse; ni los clubes cuyos colores sintieran, ya en tiempos de restauración democrática, ni las agrupaciones políticas o sindicales cuya ideología defendieron hasta el punto de perder la vida. Entidades como F. C. Barcelona, C. D. Europa, Badalona, Valencia, Unión Deportiva Levante, Hércules, Real Madrid, Atlético, Arenas Club de Guecho, Athletic Club bilbaíno, Baracaldo, Sestao Sport, Real Unión de Irún, Oviedo, Sporting de Gijón, Avilés, Málaga o Real Sociedad, estos tres últimos durante sus días como Stadium Avilesino, Malacitano y Donostia, que a buen seguro contaron con abundantes víctimas republicanas, prefirieron “esconderlas” incluso cuando avanzados los 70 del pasado siglo, en vida sus familiares, allegados o deudos, hubiera sido el momento de restituirles póstumamente una dignidad robada a conciencia.

La victoria franquista llenó de monolitos las ciudades y de inscripciones muchas paredes de iglesias. En la imagen, el de San Sebastián, muy avanzados los años 50. Salamanca, tan docta en latines, registró un recuerdo bastante chusco en su pared catedralicia. Alguien empleó el término “gloriusus” -fanfarrón-, en vez de “laudatus” -glorioso-, para jolgorio de matriculados en la Pontificia o estudiantes de Filosofía y Letras, puesto que leían de corrido: “A los fanfarrones que cayeron por la Patria”. Se corrigió, obviamente.

La victoria franquista llenó de monolitos las ciudades y de inscripciones muchas paredes de iglesias. En la imagen, el de San Sebastián, muy avanzados los años 50. Salamanca, tan docta en latines, registró un recuerdo bastante chusco en su pared catedralicia. Alguien empleó el término “gloriusus” -fanfarrón-, en vez de “laudatus” -glorioso-, para jolgorio de matriculados en la Pontificia o estudiantes de Filosofía y Letras, puesto que leían de corrido: “A los fanfarrones que cayeron por la Patria”. Se corrigió, obviamente.

La historia del victimario futbolístico, sobre todo por cuanto a su masa social respecta, no deja de ser sino un compendio de parcialidad. La antítesis, en suma, de cuanto una “historia” que se precie debería.

Si empezamos por el Norte, Cantabria arroja un elevado saldo de lágrimas. Al menos 9 bajas registró el Racing de Santander. Muy pocas, para no pensar en una realidad bastante más amplia, si las comparamos con los caídos de otras entidades manifiestamente menores. Nueve, igualmente, contabilizó la Unión Montañesa. Trece la unión Juventud Rayo, entre ellas los hermanos Juan Ignacio y José Vicente Alonso de la Hoz. Doce el Santoña F. C., 6 el Naval de Reinosa, 5 el Deportivo Torrelavega, 2 el Iberia F. C., de Santander y una el Tolosa Sport, también de la capital cántabra. La suerte de las víctimas que conocemos fue variada. Las del Iberia F. C., por ejemplo, combatiendo; José Pérez Díaz en el frente turolense de Aguilar de Alfambra (24-IV-1938), y Gregorio Martínez en la batalla de Teruel. Federico Velasco, socio del Tolosa Sport, combatiendo en la Sierra del Espadón (agosto de 1938), sector castellonense de Nules. De los cinco reinosinos, cuatro fueron asesinados en retaguardia; José Luis Díez González, en cambio, combatiendo en el frente. Tres del Deportivo Torralevaga igualmente asesinados lejos de las trincheras, y los otros dos en el frente. De ellos, además, Pedro Díaz Terán, Mariano Díaz Blanco y Víctor Van den Eynde, aparte de socios eran jugadores de la sección de hockey. Quede como curiosidad que José Pérez Canales, socio del Racing santanderino, lo era también de la S. D. J. Unión Montañesa.

El baño de sangre asturiana, con casi 100 víctimas nominales registradas, dio para ahogarse. Nada menos que 13 socios perdió la Agrupación Deportiva Piloñesa, entre ellos los hermanos José y Álvaro Argüelles Argüelles. Una decena el modesto Arnao F. C., de Avilés. Siete, y son muchos ante lo exiguo de su masa social, reportó el Canijo F. C., de Candás, todas ellas adscritas al bando nacional. Once el Gimnástico Caborana, de Aller, siete asesinados en retaguardia y los otros cuatro (Miguel Villalta Urquiri, Severino Cordero Álvarez, Tomás Mallo Fernández y Alejandro Álvarez Mazcorta) mientras combatían en el ejército de Franco. Una menos el Marino de Luanco, de ellas cuatro en forma de vil asesinato y dos (Manuel Gordillo G. Pola y Francisco Pango García) fajándose en el frente. Cuatro el Molina F. C, de La Felguera; David Vigil Escalera, asesinado, y Avelino González Canga, Mariano Canga García y Manuel Fernández Pantiga, cara a cara con el enemigo. Otras cuatro el Círculo Popular La Felguera, con Julio Canda Braga combatiendo y los otros tres cerca de sus casas, a traición y casi por la espalda. Las cuatro víctimas del ovetense Rápido F. C. equilibraron su mala suerte: Felipe González Fernández y Luis Rodríguez Álvarez, asesinados; Manuel Álvarez Muñiz y Demetrio González González, a campo abierto, mientras trataban de forzar el retroceso republicano. Nadie persiguió a los asesinos de Argentino Tuya y José Piedra, las dos bajas del Oriamendi de Gijón. Si faltaban policías para investigar la responsabilidad de tanto revanchismo, tampoco es que sobrasen ganas de remover aquella podredumbre. Celso de Arriba, la única víctima conocida del gijonés Club Deportivo Arenal, por el contrario pereció en combate. Carlos Grande Pérez, Ceferino Fidalgo y Sergio Sandoval, las tres bajas conocidas entre la masa social del Muros Balompié, de Muros de Nalón, tiroteados lejos de las trincheras, allá donde en teoría no aguardaba el peligro. Entre los cinco huecos del Sporting Club Siero, de nuevo reparto casi al 50 %: Faustino Sáiz y José Díaz Rodríguez, asesinados; José Mª Vigil-Escalera Canosa, Ovidio González Riaño y Celso García Arboleya, combatiendo en favor de los “nacionales”. De los doce huecos registrados en el Santoña C. F., Ángel Valle Arriola, Carlos Pereda Ruiz, José Quintana y Pedro Silva, perecieron fusil en mano. Emiliano Pinto Niño y José Luis Barriuso Herrería, masacrados en el barco-prisión “Alfonso Pérez”. Y entre los demás, asesinados también impunemente, Carlos Ugalde, Ángel Lloreda y Rogelio Maza Canales, con el agravante de ser sacados de las cárceles para recibir el tiro de gracia en una cuneta.

De los 22 difuntos que el Sporting de Gijón registró sólo en el bando “nacional”, únicamente tres (Dionisio González Rodríguez, Alfredo Vega Suárez y José Luis Marina) perecieron con uniforme de campaña. Los 19 restantes engrosaron la cifra de asesinatos, mediante distintas fórmulas y con muy similar grado de alevosía. Obviamente, los gijoneses contabilizaron también bajas “republicanas”, pero a éstas ni se les otorgó honores ni, que se sepa, merecieron un escueto apunte, siquiera a pie de página en los libros de la entidad. Sobre la muerte, manto de olvido a manera de mortaja, cuando no esa desconsideración reservada a los ajenos.

Su rival directo, el Oviedo, virtualmente desaparecido durante el ejercicio 1939-40, si contabilizó decesos entre el grupo de más fieles e irreductibles adeptos -que los hubo en abundancia-, no parece participase ningún listado y, en todo caso, los días de homenaje e incienso eclesiástico pasaron de largo, sin crespones, siquiera, o la enseña azulona ondeando a media asta.

Propaganda carlista, con su lema de cabecera. La contribución navarra a las brigadas requetés fue amplísima.

Propaganda carlista, con su lema de cabecera. La contribución navarra a las brigadas requetés fue amplísima.

Navarra, solar de tanto requeté a quienes según se escribió “temía el enemigo irracionalmente viéndolos avanzar, recién comulgados ante un improvisado altar de campaña”, registró no pocas bajas, pues era proporcionalmente alto el número de clubes federados hasta 1936, con respecto al censo provincial. Tómese como referencia que un año antes de producirse el alzamiento militar compitieron 57 entidades adscritas a dicha Territorial. El por demás modesto pamplonés Club Deportivo Amaya guardó luto por seis socios; las mismas víctimas que registrase el Dena Zuri, de Pamplona, igualmente. Cinco la A. D. Cascantino. Cuatro el Unión Club Villavés y el C. D. Rochapeano. Dos, como mínimo, (Javier Garralda Basterra y Antonio Zarategui) el Sangüesa FC. Y una decena el más potente Club Deportivo Tudelano. Aunque la Peña Sport, de Tafalla, el estellés Club Deportivo Izarra, el Erri Berri, de Olite, o el pamplonés Club Atlético Osasuna sumaron un nada desdeñable número de huecos irremplazables, hasta hoy ha sido imposible encontrar sobre ellos cualquier relación pormenorizada, en el ámbito federativo, la prensa de época, e incluso en archivos eclesiásticos. También se antoja probable que otros clubes más modestos, como Racing F. C., Irrintzi, Magdalena, Celtic, Indarra, U.C. Paplonés, Rapid F.C., Iruña Atlétitico, Juventud Calasancia -todos ellos de Pamplona-, Burladés, Arenas Club de Burlada, Aluvión de Cascante, Alhama de Cintruénigo, Azcoyen de Peralta, Ilumberri, Sangüesa, Aurrerá de Milagro, Alkartasuna de Tafalla, Zubiri, Pitillas C. F., Urroztarra, Flecha F. C. de Corella o Gure Txokoa de Vera de Bidasoa, gran parte de ellos inexistentes desde hace ya muchos decenios, tuviesen que velar a varios de los suyos. Pero cualesquiera que fuesen las razones para desoír el reiterado requerimiento federativo, se obstinaron en dar por no recibidas las circulares mataselladas desde Madrid y Pamplona.

Hay que entender, no obstante, las muy especiales circunstancias que arrostraban parte de aquellas modestísimas entidades. En Estella, por ejemplo, la guerra se llevó por delante al Sindicato de Iniciativas y Turismo, muy ligado al devenir del club, como responsable de culminar el campo de Merkatondoa. Con gran parte de quienes compusieron aquel organismo en el exilio, y un nuevo ayuntamiento ocupado por ediles entre cuyas preocupaciones y objetivos desde luego no contaba lo relacionado con el balón, el primer alcalde posbélico promovió un expediente de dominio sobre el campo de fútbol. Vamos, que lo expropió. Y suerte tuvieron los aficionados balompédicos, logrando se les cediese posteriormente en precario, conforme quedó recogido en la memoria municipal: “después de desestimar otras peticiones de uso, como una del Batallón de Montaña Arapiles nº 7, de guarnición en Estella (1937), otra de la Juventud Masculina de Acción Católica (1940), y otra de la Delegación Local de Educación y Descanso, también de Estella, en el mismo año 1940”. Lógicamente, la recuperación de un terreno donde dirimir futuros partidos, por fuerza debía prevalecer sobre otros intereses ante el objetivo de devolver a la ciudadanía una rápida apariencia de normalidad. El fútbol, ya entonces, dado su predicamento social, no dejaba de ser sino un excelente aliado.

Esquela del Athletic Club inserta en la prensa bilbaína, como tributo a parte de sus socios caídos o asesinados.

Esquela del Athletic Club inserta en la prensa bilbaína, como tributo a parte de sus socios caídos o asesinados.

En la vecina Vizcaya, el Baracaldo perdió combatiendo como mínimo a ocho socios. A dos la Cultural de Durango, ambos asesinados en la villa. Y a 23 el Athletic Club, sólo entre adjudicables al bando “nacional”: diecisiete asesinados y seis combatientes. Ciñéndonos al primer grupo, Adolfo González Careaga Urquijo y Pelayo Serrano de la Mata, abogado y antiguo árbitro internacional, ambos masacrados en el buque prisión “Altuna Mendi”, surto en los muelles del Nervión. Combatiendo a favor de Franco, Gonzalo Olaso y Olaso, Ernesto Sabas Vivanco, Enrique Astigarraga Echévarri, Manuel Castellanos Ledo, de estirpe vinculada a la presidencia rojiblanca, José A. Lachiondo Arechavaleta, y José Mª Montalvo Orovio, conde de Maguregui. Una vez más, no dejaron rastro los caídos por la república, pese a formar parte de la familia atlética con los mismos derechos, obligaciones y, es de suponer, idéntico apego a los colores. Sestao Sport, Erandio Club, Abanto, Acero de Olaveaga y Santutxu, enclavados en un ámbito fuertemente politizado, tanto a partir del ideario socialista como nacionalista vasco, éste en cualquiera de sus dos adscripciones, P.N.V. o A.N.V., se sabe registraron varios caídos en combate, algún ejecutado tras le entrada de las Brigadas Navarras y un buen puñado de prisioneros en distintos penales, con suerte diversa. Pero por no variar, sus identidades quedarían difuminadas, castigados, prácticamente todos, con el cruel olvido.

De Cataluña cabría decir, abreviando mucho, que se llenó de tumbas, con o sin cruces. El barcelonés F. C. Apolo perdió como mínimo a dos miembros de su masa social: José Xiol Casas, fusilado al tratar de evadirse a zona “nacional”, e Isidro Sastre Juliá, abatido cuando trataba de desertar del ejército republicano. El Centro de Deportes Sabadell a cinco, asesinados durante los días en que pareció desatarse una auténtica cacería al semejante. El barcelonés Club Áncora, a otros 4. Uno el Club Deportivo Moncada (José Gamisans Comellas), asesinado también. Otro el Mollet (Andrés Lorenzo Marrugat), lo mismo que la Unión Deportiva Sans (Pedro Escrichs Batllé, asesinado en setiembre de 1936). Dos la Unión Deportiva Figueras (Carlos Godoy Rutllens y José Mª Pau Figueras), así como la U. D. Olot (Ramón Arqués y Francisco Prat, alférez provisional caído en combate, como tantos con el mismo rango militar), y el Athletic Cornellá (José Flor de Lis Bescós y Francisco Ramón Juvé). Cuatro el F. C. Esparraguera. Siete el Club Deportivo Manresa. Y cuatro, también, el Junior F. C., La España Industrial, o el F. C. Gavá. Prácticamente todos, convendrá repetirlo, encuadrados en el ejército franquista o asesinados por su presunta ideología próxima a los alzados, dejando por demás sentado que ninguna idea justifica ni explica el tiro alevoso, de frente o en la nuca. Acerca de algunos sí nos llegaron esbozos de vida o el modo en que les tocó perderla.

Pelayo Serrano, en su época de árbitro, entre Ricardo Zamora y Quesada. Fue masacrado en el buque-prisión “Altuna Mendi”. Además de abogado era socio del Athletic bilbaíno.

Pelayo Serrano, en su época de árbitro, entre Ricardo Zamora y Quesada. Fue masacrado en el buque-prisión “Altuna Mendi”. Además de abogado era socio del Athletic bilbaíno.

Adolfo Miralles de Imperial Bessoat, socio del Junior, cayó el 11 de marzo de 1937, combatiendo como alférez de Aviación. Su compañero de graderío Luis Mateu Dolsa, también alférez, aunque provisional, y encuadrado en un tercio requeté, el primero de noviembre de 1937, debatiéndose cuerpo a cuerpo en Peñarroya. Ginés Marfa Mercader, con carnet del Junior F. C., era teniente de Artillería cuando varias onzas de metralla lo reventaron en Fraga (Huesca). Por cuanto se refiere a La España Industrial, José Mª Pérez de Olaguer Feliú era teniente de Enlaces Motorizados en el ejército del Sur, cuando cayó el 12 de febrero de 1939, combatiendo. Sólo un mes le separó de saborear la paz. Luis Bañares Albano, sargento en el tercio Nuestra Señora de Montserrat, combatía en el frente de Aragón cuando el 24 de agosto de 1937 se convirtió en su último día. Guillermo Reyna Yarto y Enrique de Alesson Bayles perecieron en retaguardia, asesinados, el 16 de setiembre de 1936 y en fecha indeterminada del mismo mes y año, respectivamente. Los pormenores con respecto a las bajas del F. C. Gavá hemos de agradecérselos a Enrique Fuentes, muy documentado responsable del “blog” en ese club barcelonés. Y colegiremos que sus cuatro víctimas “nacionales” distaban mucho de ser socios corrientes.

Monumento del F.C. Barcelona a sus socios del bando nacional caídos.

Monumento del F.C. Barcelona a sus socios del bando nacional caídos.

Salvador Lluch Viñals cedió el terreno para que pudiese jugar la muchachada del club Gavá. Un gran parque en la localidad barcelonesa lleva su nombre “Torre Lluch”, y en la que fuera su residencia se albergó un museo. Lo asesinaron cuando la guerra apenas había empezado, por su holgada posición económica y ser gran referente social. Jaime Badosa Rafols había sido futbolista fundador del club, aunque para entonces llevase más de 10 años sin vestir de corto. El veterinario del pueblo José Séculi Roca había ejercido como primer presidente oficioso de la entidad. Y Hugo Villa Citelli, alcalde de Gavá en 1934, incluso arbitró algunos partidos. Todos ellos murieron asesinados en Gavá o alrededores, entre los meses de julio y setiembre de 1936, cuando los brigadistas republicanos parecían empeñados en segar vidas civiles “contra reloj”.

Si deslizamos una simple mirada a las víctimas de los dos clubes más señeros en la ciudad condal, la primera sorpresa girará en torno a la desproporción de bajas entre las masas sociales de ambos, al menos por cuanto compete al bando “nacional”. Cincuenta y seis, con nombres y apellidos, llegó a contabilizar el Club Deportivo Español. Y 15 el F.C. Barcelona. Casi nada cabe añadir sobre las víctimas republicanas, puesto que por no romper la norma continúan en el limbo del olvido. Es lástima que la entidad “culé”, pese a la mucha bibliografía “histórica” publicada más o menos a instancia de parte durante los últimos años, nunca haya abordado con seriedad este capítulo. De haberse fajado en el empeño, tal vez nos encontrásemos con una… digamos “anomalía” similar a la ya reseñada en otro capítulo sobre el número de futbolistas combatientes con el ejército republicano, donde el Español, club de “derechas”, aventajaba al Barça, pese al inequívoco abrazo catalanista de los azulgrana.

Los socios “periquitos” a quienes se les negara vislumbrar la paz, murieron de casi todas las formas posibles. Fernando Acebes Morte cuando, encuadrado en el ejército republicano, trataba de pasar al otro bando en el área de Levante; fue capturado y cayó ante un pelotón, fusilado de inmediato. Lorenzo Armillas García, Javier Garriga-Nogués Planas, Joaquín Helcel Valdivielso y Ángel Martínez Robles, asesinados en el Santuario de Collel. Matías Colmenares, Damián Cañellas, Ángel Lapena Martínez, Enrique de Udaeta París, y los hermanos Ángel y Enrique Ponz Junyent, asesinados en Rabassada. Los Ponz Junyent habían sido futbolistas durante el periodo heroico y Ángel, el mayor, una de las primeras figuras “pericas”, por más que parecieran ajenos a tal circunstancia los autores del libro con que la entidad blanquiazul conmemoró su cincuentenario. Aquellas páginas recogían un amplio, aunque incompleto listado de bajas entre la masa social, asesinados o caídos en primera línea. Y ambos hermanos simplemente aparecían citados de pasada.

Esquela que el F. C. Barcelona dedicó el 18 de julio de 1939 a sus socios, caídos o asesinados “Por Dios y por España”. En la notificación facilitada a la F.E.F olvidó incluir a Francisco Cubells Segalá.

Esquela que el F. C. Barcelona dedicó el 18 de julio de 1939 a sus socios, caídos o asesinados “Por Dios y por España”. En la notificación facilitada a la F.E.F olvidó incluir a Francisco Cubells Segalá.

Prosiguiendo con las pérdidas del C. D. Español, Antonio Anadón Casión, Ferrando, José Mª Jurado Estudillo, López Belda, Pedro Pérez Cornet, Luciano Rubio Rubio y los militares con rango Francisco Verdugo Sanmartín -teniente-, Joaquín Amigó de Bonet -también teniente-, y Lizcano de la Rosa -capitán-, cayeron fusilados en Barcelona. Alberto Aguiar Ladeveze y Juan Miguel Rocha, asesinados por una patrulla de control, el segundo en Moncada. Los guardias civiles José Campos Molina -cabo-, Francisco Recio Gómez -comandante- y los hermanos José y Luciano Casado Coca -números-, fusilados igualmente; el primero en el castillo de Montjuich; el segundo en Valencia y los últimos en el castillo de San Julián (Gerona). Fusilados, por no variar, perecieron Emilio Bernardos Cavero -alférez provisional-, Delfín Conesa Martínez -ante la Columna de Hierro, en Castellón-, Jaime Fernández Calderón -en el madrileño Cuartel de la Montaña-, Antonio Fernández Salgueiro -teniente de navío, en Cartagena- y Dionisio Martínez de Velasco -también teniente de navío, en Mahón, Menorca-. Emilio Martínez de Velasco, hermano del anterior, sería asesinado en Madrid. Corrieron idéntica suerte Mariano Mur Portabella -en Barbastro, Huesca- y Alfonso de las Heras. A palos y entre torturas, Antonio Urrea Montull -en dependencias militares de Barcelona- y Mariano Poblador Álvarez -a manos del S.I.M.-. Por enfermedad contraída en las “chekas” y campos de trabajo, aunque expirase en la Cárcel Modelo, Miguel Cañadas Sellés. Por igual motivo, aunque en la cárcel de Madrid, Javier Girona, y a causa de enfermedad contraída en el frente, Armando Pérez de Castro. La lista de combatientes no es corta: José Mª Crous Campuzano era alférez provisional en el frente de Levante; Jesús Franco Hernández en el Cerro del Águila; Tomás Lamadrid S.-Prim; el teniente Antonio López Sert; Santiago Martínez Busutil -en el frente Norte-; el teniente de aviación Carlos Muntadas S.-Prim -durante la primera ofensiva de Cataluña-; Guillermo Oliveras de la Riva -teniente de tanques, tras la toma de Camposines-; Alberto de Olano Barandiarán -alférez provisional-; José Mª Osborne Vázquez -teniente de aviación, en el frente de Cataluña-; Esteban de la Riva Golobart -alférez provisional, en el frente del Ebro-; Juan C. Rubio Sáenz -teniente, en el frente de Teruel-…

No fue muy distinta la tragedia que el destino reservaba a los socios “culés”. Serían asesinados Juan Barguñó Grau -en el santuario de Collel-, José Claramunt Gené -en el puente del Prat-, Francisco Bonich Pascual -en Gavá-, Galo Mussons Mallofré -en El Figaró-, José Germá Hornet -entre Sabadell y Tarrasa-, Antonio Guardia Uberni -en casa Antúnez-, Francisco Munné Arolas -en San Elías-, Antonio Catasús Martín, Salvador Taya y Antonio Viladosa Comabella -en Moncada-, Rafael de Rafael Verhlst -en los alrededores de Barcelona-. Combatiendo se despidieron de la vida Juan Mª Domingo Arnau -en Codo, Zaragoza, inserto en el Tercio Nuestra Sra. De Montserrat-, Antonio Caminal Madurell -en Villalba de los Arcos, Zaragoza, también en el Tercio Nuestra Sra. De Montserrat, luciendo galones de cabo-, y Pedro Lluis Cudrenach -en Sierra Pandols, encuadrado en la 4ª División de Navarra-. Francisco Granollers Genisans cayó en el castillo de Montjuich, ante un pelotón de fusilamiento.

Propaganda republicana de Josep Renau, uno de sus grandes cartelistas.

Propaganda republicana de Josep Renau, uno de sus grandes cartelistas.

Por no abandonar la zona republicana, giremos un vistazo a las regiones de Valencia y Murcia. Y por cuanto a la primera, el Sagunto, de Puerto de Sagunto, contabilizó tres asesinatos junto a las tapias del cementerio de Canet, y los tres ingenieros de profesión: Manuel Aguinaga Keller, Ángel Santafé Rodríguez y Antonio de Zárate Ontañés, todos víctimas de la más absoluta ilógica, puesto que los cazaron por colaborar con “la clase explotadora”, el 21 de agosto de 1937. El Buñol S. C. perdió a su fundador, Vicente Martínez Guarro, a José Ortiz Tello, en combate, y a José Ortiz Roig y Ramón Castell Vallés, ambos asesinados en retaguardia. El Club Deportivo Sagunto guardó luto por otros dos asesinados en el cementerio de Masamagrell: José Cortés Perpiñán y Salvador Font Machancoses, ambos en setiembre de 1936. La A. C. Castellón tuvo tres asesinados, lejos del frente: Salvador Marco, Miguel Miravent y José Peris. Y el Club Deportivo Águila perdió al combatiente Eduardo Luna Bolbastre.

Los datos hasta hoy logrados de la territorial Murciana, apenas si representan una parte infinitesimal sobre el auténtico volumen de su tragedia. Y es que únicamente el Alicante F. C. -los clubes de provincia alicantina competían entonces junto a los propiamente murcianos- y el Cartagena F. C. hicieron algo por rendir homenaje a sus difuntos, además de preservar su propia historia. Ni si quiera consta alguna implicación a ese respecto de entidades tan carismáticas como Murcia, Hércules y Elche, o los entonces nada desdeñables Imperial, Gimnástica Abad, Unión Frutera, Plus Ultra de Cartagena, Albacete, Alcantarilla, Eldense, Águilas, Villena, Torrevejense, Deportivo Lorca, Yecla, Aspense, Espinardo, Benalúa, Unión Muleña, Betis F. C. del murciano barrio del Carmen, Unión Caravaqueña, Deportivo Sansón (de Jabalí Viejo), La Alberca o Sportman Club (de Elche). En verdad ayudó poquísimo la terrible sangría deportiva experimentada en la territorial Murciana, que de los 91 clubes “senior” inscritos para la última temporada prebélica, pasó a contar sólo con 39, cara al ejercicio 1941-42. Cincuenta y dos entidades fulminadas por la guerra. O más, expresándonos con absoluta propiedad, puesto que entre los 39 de la campaña 41-42 figuraban varios de reciente creación.

Puesto que la relación de bajas es corta, consignemos las dos del Alicante F. C. (Segundo Brufal y Jaime Llopis Lloret), y las cuatro del Cartagena F.C. (Antonio Egea Larrosa, Ramón de Navia Osorio, Mariano Ibáñez Iglesias y Gustavo Martínez Smicht, cuyo segundo apellido, dependiendo del registro consultado, también escribían como Smith. Todos ellos fueron asesinados en retaguardia.

Mucha, pero que mucha más información poseemos de Baleares, donde vuelve a sorprender el elevado número bajas y la amplitud de clubes afectados, sobre el total de fallecidos en el archipiélago, según el Movimiento Natural de la Población de España, achacables directamente, claro, al conflicto bélico. Y eso que de los 86 clubes registrados en aquella Federación la temporada 1935-36 -con inclusión de abundantes “adheridos”- sólo quedaban 40 al reanudarse las competiciones. Cuarenta mínimamente organizados, capaces de reportar incidencias durante aquel paréntesis fatídico. Porque lo que pudo ocurrir en los 46 extintos sería barrido de la memoria colectiva por el vendaval de odios.

El Club Deportivo Mallorca perdió en combate a sus socios Gabriel Mésquida Veñy, Jaime Martínez Vaquer y Damián Buades Marimón. El Constancia de Inca a Juan Lorenzo Sangrador, Jaime Gual Escarrer, Jaime Florit Crespí, Miguel González Alomar, Sebastián Rosselló Llabrés, Juan Seguí Mas y Miguel Tortellá Estrañy. El Villacarlos F. C. lloró a catorce incondicionales: Alfonso Victory Sastre, Manuel Vicente Gómez, Francisco E. Giner Sintes, Jaime Mercadal Anglada, José Benejam Coll, Bartolomé Villalonga Vinent, Francisco Menoyo Baños, Lorenzo Lafuente Vanrell, Pedro Sandoval Luna, Pedro Vila Fluxá, Francisco Gomila Fontcuberta, Celestino Picón Prieto, Rafael Serra Mésquida y Miguel Ferrer Mercadal. El Club Deportivo Menor a 5 asesinados en retaguardia: Gabriel Seguí Carreras, Luis Gómez de Tejada, Gabriel Martorell Monar, Miguel Vila Olaria y Gabriel Salord de Olives. El Club Deportivo Ciudadela, igualmente asesinados, a Luis Saura Sintes, Gabriel Sequella Jaume y José Marqués Cursach. La Unió Sportiva Mahón a otros igualmente asesinados: Manuel Quintero, Leopoldo Canet Costa y José Del Río Sans. La S. S. La Salle a nada menos que 16. De ellos, en combate a Sebastián Quetglás Tous, Vicente Llobera Sancho, Mateo Aínsa Álvarez, Jaime Bardisa Bauzá, Juan Cerdá Bisquerra, Francisco Muntaner Villalonga, José Dezcallar Alomar, Manuel Ferrá Fiol, Mateo Monserrat Moll, Bartolomé Sastre Juan -que a su vez era socio del F. C. Manacor-, José Noguera Jaume y Matías Moll Dunyach. Los cuatro restantes, asesinados en retaguardia: Javier Coll Vinent, José Palmer Moll y los hermanos  Antonio y Miguel Garau Fargas.

Si conocemos detalles de las dos pérdidas registradas por la U. S. Porreras entre su masa social, es gracias al mallorquín Miguel Bover, inquieto rescatador del pasado en su club. Mateo Vaquer Llul había nacido el 5 de setiembre de 1915 y fue herido gravemente en el cerco de Bilbao. Trasladado a Palma, teóricamente para reponerse, falleció en la isla, como consecuencia de aquella herida, el 9 de octubre de 1937. Acababa de cumplir veintidós años. Andrés Bonnín Miró vio la primera luz el 1 de agosto de 1911 y la última durante el gélido noviembre de 1938, en la batalla del Ebro. Su vigesimoséptimo cumpleaños, el último, también le tocó pasarlo entre trincheras y una tienda de campaña.

La muerte podía acechar a cualquier civil en la esquina más insospechada.

La muerte podía acechar a cualquier civil en la esquina más insospechada.

Las cuatro bajas del Club Deportivo Soledad también sucumbieron arma en mano: Bartolomé Ripoll Pérez, Felipe Crespí Martín, Francisco Crespí Catalá y Jaime Olivar Frau. Lo mismo que Juan Gomila Llobera, la única conocida de la U. S. Poblense, o Juan Prohens Caldentey (socio del F. C. Manacor), Jaime Salvá Pujol (del S. C. Arrabal), Bernardo Font Servera (del C. D. Arenas), Manuel Manasero Bibiloni (del Libertad F.C.) y Gabriel Rosselló Borrás (del C. D. Binisalem). Combatían igualmente en el ejército que a la postre iba a triunfar, los dos difuntos del C. D. Luchmayor: Antonio Noguera Sastre y Antonio Miralles Mas. Y los cuatro de la Juventud Deportiva Llosetense: José Ferragut Fiol, Antonio Oliver Campins, Bartolomé Cañellas Soler y Baltasar Bestard Martí. Desconocemos las circunstancias en que perecieron Miguel Roses Buades y Miguel Company, asociados del Hispano F. C.

El otro archipiélago parece salió mejor librado. Y eso que aun dirimiéndose la guerra a dos mil kilómetros de distancia, registró como mínimo 13 bajas.

El Real Madrid perdió su corona durante los años republicanos, y a lo largo de la Guerra Civil a un nada desdeñable número de socios. Entre ellos el fundador y líder de Falange, José Antonio Primo de Rivera.

El Real Madrid perdió su corona durante los años republicanos, y a lo largo de la Guerra Civil a un nada desdeñable número de socios. Entre ellos el fundador y líder de Falange, José Antonio Primo de Rivera.

El Artesano F. C, de las Palmas, no pudo contar con el aliento de Antonio Hernández Del Pino y Francisco Henríquez Negrí. El Real Club Victoria perdió a Humberto Peña Borreguero. El Levante F. C, a Pedro Cabrera. El Apolinario F. C. a Antonio Medina, y la Unión Athletic a Faustino Cordero Montesdeoca. El tinerfeño Sporting Club Vera, de Puerto de La Cruz, lloró a Pedro Rodríguez de la Sierra. El también tinerfeño C. D. Guamasa, al legionario Manuel González Herrera, caído en el barrio de Locero, en posesión de la Laureada de San Fernando, con carácter colectivo. Y el Unión de Tenerife tuvo que encargar misas por sus cinco bajas: Santiago Quesada Borges, falangista de la 1ª Bandera de Canarias, mortalmente herido en el frente cordobés de Bujalance durante el mes de agosto de 1937. Juan Hernández Oliva, soldado de infantería, alcanzado en el frente ilerdense de Balaguer (4-V-1938). Marcial Dorta Morales, combatiendo en la madrileña Casa de Campo (28-I-1938). Y tanto Agustín Alonso Bello como Manuel Sabina, con escasa diferencia de fechas, entre mayo y junio de 1938, en el frente de Lérida, no muy lejos de Balaguer.

El Madrid, en fin, sin corona ni realeza desde la proclamación republicana, contabilizó entre las bajas de su masa social a dos personajes de sobra conocidos: el antiguo futbolista Monchín Triana, asesinado en Paracuellos, y el líder falangista José Antonio Primo de Rivera, fusilado ante un muro carcelario. La representatividad e importancia del club, el más laureado a este lado de los Pirineos, exige siquiera el repaso, si no de aquellos a quienes la guerra se llevó por delante, al menos de los ideológicamente próximos al bando nacional. Una vez más, únicos aclamados allá por diciembre de 1939. Vayan, pues, sus nombres: Luis Moreno Avella, Luis Rodríguez Agudo, Teófilo Chico García, Nicolás Álvarez Bohorques, Estanislao Urquijo Landecho, Fernando Nadal Baquedano, Narciso Lombán Del Río, Valentín Blas Matamala, Federico Labar Nárdiz, Félix Córdova Córdova y José Merino Leonart.

Tragedia mayúscula, aquella, que dejó sin lágrimas a demasiadas familias y envenenó corazones con una pócima de incertidumbre, fatalismo y resquemor. Epopeya para unos, derrota para otros, decepción para casi todos, triunfadores o vencidos, porque nada es tan decepcionante como situar en el punto de mira a quienes hasta hacía poco fueron vistos como paisanos, vecinos, compañeros de taller o faena al aire libre, se empaparon hasta las rodillas en la acequia, cantaron en la taberna si corría el vino, soñaban con desposar a sus novias y seguir prosperando, aunque para ello hubiera que abrazarse a un fusil, obedecer órdenes, fueran estas las que fuesen, sentir un nudo en la garganta y cerrar los ojos mientras se apretaba el gatillo.

Más tragedia, naturalmente, para los citados y sus familias. Y para tantos otros, cuyos nombres y apellidos recibieron tierra, como sus propietarios, a la espera de ser descubiertos por algún arqueólogo de nuestra reciente y durísima memoria. Recordarlos no nos convierte en hienas, ávidas de carroña, sino en seres justos, por más que se fatigue al lector -y pido perdón por ello- con una espesura equiparable a las antiguas guías telefónicas.

Nuestro fútbol les debía, como mínimo, un recuerdo. A futbolistas, modestos o de relumbrón, dirigentes y, sobre todo, quizás, a los socios. Eternos olvidados, por más que el balón rodaría poco, incluso hoy mismo, en plena era del dislate financiero, las Sociedades Anónimas y el más exultante chauvinismo, sin su calor constante y esa fe ciega que los hace únicos.

Las numerosas historias sobre aquella barbaridad incivil, siempre los dejaron de lado.

Era preciso reparar, o como mínimo intentarlo, tanto y tan generalizado desinterés.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

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Nuestro reconocimiento anticipado.

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