RESUMEN:

Artículo de homenaje y despedida al gran portero Manuel Pazos, fallecido hace pocos meses.

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La Maravilla Elástica

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El viernes 24 de mayo de 2019, a los 89 años, falleció Manuel Pazos González, excelente portero y el futbolista deportivamente más longevo entre todos los españoles que han pasado por nuestro Campeonato de 1ª División. La prensa nacional, sin embargo, apenas dedicó una decena de líneas insustanciales, de corta y pega, a su despedida definitiva. Injusto desdén, aunque lamentablemente lógico, cuando absortos más que nunca entre aromas de fútbol y mucha salsa rosa, al minuto y resultado de Mbapé, Neymar, Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos o Guardiola y sus lazos reivindicativos, para el “aficionado” medio de nuevo cuño los decenios del 50 y 60 en el pasado siglo suenan a medioevo. Y algo tendrá que ver, también, el hecho de que demasiados informadores conviertan a “Google” en su único y deficiente archivo. “Lo que no está en Google no existe”, se asegura sin sonrojo, obviando que el buscador ofrece mayoritariamente una suma de repeticiones y lugares comunes, muy pegados al presente. Pazos también está en “Google”, pero escondido, atrincherado en las hemerotecas. Seguir su rastro entre tanta página desvaída y amarillenta resulta laborioso, cuando no frustrante. Por Dios, ¡qué trabajo!, en plena dictadura de la inmediatez. Y sobre todo, menudo engorro, cuando casi toda la digitalización a partir de microfilmes no admite la selección y el pegado.

Manuel Pazos en un cromo de la temporada 1953-54.

Manuel Pazos en un cromo de la temporada 1953-54.

Ni Pazos, ni otras leyendas de nuestra niñez o la adolescencia de nuestros padres, merecen el olvido. Máxime cuando su único déficit, en el reino de la gratuita idolatría, probablemente haya sido no darse al autobombo. Ahora, mientras se engalana con ocres, jalde y granates el otoño -una de las dos estaciones en que más destacó durante sus tiempos de corto-, se antoja justo dedicar, tanto a él como a varios de los que con este gallego elegante cruzaron caminos, cierta atención. Como sonido ambiente podrían servirnos las ovaciones del “No-Do”, una musiquilla estridente, realzando el blanco y negro, y la voz todavía joven de Matías Prats, con ese engolamiento tan suyo de juglar solemne, válido para inauguraciones, paseos bajo palio y gestas atléticas que, ya entonces, se enseñoreaban del patio, las plateas, o el gallinero eufemísticamente rebautizado como “Paraíso”, impregnados de alcanfor.

Antonio Pazos nació en Cambados (Pontevedra), el 17 de marzo de 1930. Su niñez y pubertad, por tanto, estuvieron marcadas por los boniatos de huerta, escasos, incluso cuando no se helaban de madrugada, los sempiternos apagones, una escuela con dos retratos vigilantes, cánticos del “Cara al Sol”, kiries, novenas y letanías, promesas de desarrollo que parecía no iban a cumplirse nunca, y la determinación por triunfar, costara lo que costase. Dando por bueno, incluso, más de un bofetón paterno, pues para sus progenitores aquella loca pasión por el fútbol sólo era una pérdida de tiempo. Tras pasar por el Carabela juvenil, equipo de Cambados, con 17 años ya jugaba en el Pasarón, compitiendo contra hombres de pelo en pecho. Este equipo pontevedrés venía a ejercer como filial encubierto, aunque sin nexo societario, del Pontevedra C. F. Por ello resulta extraño que a los técnicos granates les pasaran inadvertidos durante tanto tiempo sus vuelos de poste a poste. En el Carabela solía jugar de interior derecho, aunque él ansiara hacerlo bajo el marco. Un día se lesionó portero, ocupó su lugar, y ya no volvería a vérsele nunca bregando de medio campo hacia adelante. Cuando por fin la directiva pontevedresa se decidió a transmitirle su propuesta, el Real Club Celta, que llevaba algún tiempo siguiéndole, intervino con otra oferta económica mejor. Y no tuvo dudas. Los de la capital militaban en 3ª División, en tanto el club celtiña lo hacía contra Real Madrid, Valencia, Sevilla, los dos Atléticos, Barcelona, Español, Zaragoza, Coruña… Alguien que sin poleas ni grúas, tan sólo a viva fuerza debía construir un futuro, estaba obligado a ver en 1ª División el escaparate soñado.

Formación del R. C. Celta, la temporada 1950-51. Arriba, de izda. a dcha., Atienza, Sansón, Díaz, Cabiño, S. Vázquez, Gaitos; abajo Lolín, Pineda, Hermidita, Pazos y Olmedo

Formación del R. C. Celta, la temporada 1950-51. Arriba, de izda. a dcha., Atienza, Sansón, Díaz, Cabiño, S. Vázquez, Gaitos; abajo Lolín, Pineda, Hermidita, Pazos y Olmedo

La temporada 1951-52 se convertiría en grande para Kubala, campeón, con Ramallets, Gonzalvo, Basora y César. No menos buena para un At. Bilbao que arrebató al Real Madrid la segunda plaza, alineando a Carmelo, Canito, Garay, Nando, Manolín, y todavía a su quinteto de oro: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Y hasta para un Atlético Tetuán aupado a la máxima categoría, con el marroquí Chicha en gran estrella. Pazos, a sus 21 primaveras, sería suplente de Simón. Un suplente que en cinco tardes bajo el marco transmitió sensaciones de arrebatarle la titularidad en seguida.

Su primera ficha con el Real Club Celta consistió en 10.000 ptas. anuales, 1.500 en concepto de sueldo mensual, y otras 30.000 suplementarias tan pronto superase los 6 partidos. Prácticamente ningún trabajador de su edad alcanzaba el billete de mil al mes, en el arranque de los años 50. Con las 2.000 que le entregaron a manera de anticipo, compró un traje, zapatos, y regalos para sus hermanos pequeños. Ante semejante alarde, aquellos padres tan pegados al suelo que pisaban, empezaron a mirar el fútbol de mejor modo. No, al muchacho no le pintaban mal las cosas. Al equipo, en cambio, ya era otro cantar. Traspasados al Real Madrid Sobrado y Gabriel Alonso, su 9º puesto entre 16 equivalía a trotar por tierra de nadie. Y peor aún iba a rodarles la pelota durante el siguiente ejercicio, en parte a causa de una larga gira por América que, si bien sirviera para aliviar un tanto las arcas, se comió aquella pretemporada. Mantener la categoría con un elenco que no acababa de responder en lo físico, constituyó todo un éxito.

Pazos, por el contrario, vivía en una nube. Si sólo fue titular en 20 partidos ligueros, ha de buscarse el motivo en la lesión que sufriera el 2 de noviembre en el Metroplitano. Los porteros, entonces, no anidaban bajo el larguero ni pretendían resolver situaciones de uno contra uno mediante prácticas extraídas del balonmano. Si alguien escapaba lanzado hacia su marco, se lanzaban de cabeza a por el balón. Tenían algo de gladiadores, de héroes inconscientes, capaces de encoger el alma a los espectadores con sus alardes temerarios. Y aquella vez, cuando antes del descanso se lanzó a los pies de Juncosa para evitar lo que hubiera sido un gol, se llevó la peor parte. El choque violentísimo alarmó a todos. Árbitro y adversarios reclamaron inmediatamente la asistencia del masajista, quien, asustado por el torrente de sangre en que se transformara aquella boca partida, y sin esperar a los camilleros, ordenó retirarlo en brazos, justo cuanto hoy a nadie se le ocurriría. En el sanatorio madrileño Nuestra Sra. de Guadalupe se apreció fractura de los dos maxilares, paladar y nariz, así como luxación de clavícula. El tanteador reflejaba igualada a un gol y durante la segunda parte, desconcentrados los célticos, inquiriendo repetidamente si se sabía algo sobre el compañero, encajaron 3 goles más. Pazos, inactivo hasta el 21 de diciembre, pudo reaparecer en El Molinón, ante el Real Gijón, para rubricar un empate.

Ya tenía su bautismo de sangre, y además el Real Madrid de Di Stéfano, Molowny, Olsen, Lesmes II, Navarro y Gento, pretendía contratarlo.

La campaña 1953-54, sustanciado su traspaso al club de don Santiago Bernabéu, fue titular en 17 partidos de Liga, sobre 30. Marca nada desdeñable, porque equivalía a sentar en la grada o el banquillo a Juanito Alonso. Cantó el título de Liga y tuvo de todo. Situaciones incómodas, al verse comparado sistemáticamente con Alonso, un trato no muy favorable desde la prensa, y cierta incomprensión ante sus adornos pintureros. Según confirmaría más adelante, nunca llegó a sentirse a gusto. Las aficiones adversarias le trataban mejor que el público de Chamartín. Para el siguiente ejercicio, y ante la evidencia de que no iba a tenerlo fácil, se le recetó una cesión al Hércules, donde lució de sobra en 25 partidos, para firmar un 6º puesto final. Durante aquel verano, el At Madrid lo puso en su punto de mira. Bernabéu no era hombre que regalase nada, y menos a un adversario tan próximo, pero finalmente, con una mejora de ficha, se convirtió en futbolista “colchonero”.

Formación del Real Madrid: arriba, de izda. a dcha. Pazos, Navarro, Oliva, Lesmes II, Migule Muñoz, Zárraga; abajo Vidal, Olsen, Di Stéfano, Molowny, Gento I

Formación del Real Madrid: arriba, de izda. a dcha. Pazos, Navarro, Oliva, Lesmes II, Migule Muñoz, Zárraga; abajo Vidal, Olsen, Di Stéfano, Molowny, Gento I

Aún era el tiempo de porteros no muy altos, aunque agilísimos. El propio Juanito Alonso, campeón en las primeras Copas de Europa “merengues”, fue uno de ellos. El alicantino Pepín, baluarte de la U. D. Las Palmas e internacional durante su etapa bética, el valenciano Martínez, trasplantado a Sabadell, o Celdrán, fruto de la cantera “culé”, respondían igualmente al patrón. Pazos medía algún centímetro más, no muchos, pero nadie superaba sus vuelos antológicos. Internacional con la selección “B”, la misma prensa que mientras defendiese el portal blanco lo analizara con lupa, acabaría regalándole el apodo honorífico de “Maravilla Elástica”. Lo era, en verdad, para gozo del reporterismo gráfico. Sin descomponer la figura y como si en lugar de cartílagos poseyera muelles, blocaba balones bombeados o a la búsqueda del ángulo, cualquiera diría que suspendido del travesaño mediante hilos invisibles. Atajaba balones, y además ofrecía espectáculo. Aunque a veces, claro, tanto alarde se tradujera en catástrofe.

Solía ocurrir en invierno, sobre todo, cuando el balón rebozado en barro se escurría entre los dedos, o pesaba un quintal. Había que poseer muñecas de acero para atajarlo, como las del catalán Vicente, internacional sin excesiva fortuna cuando fichó por el Real Madrid, a quien con mucho acierto pusieron por sobrenombre “El Grapas”. Aquellas tardes de lluvia, con campos irregulares y surcos hondos, como de siembra, trazados en el tarquín, constituían una pesadilla para los guardametas, y en especial para cuantos anteponían la estética sobre la austera eficacia. Rendía muchísimo más en campos secos, donde fuera posible anclar firmemente sus tacos en la toma de impulso. Dicho de otro modo, durante primavera y otoño. Entonces no sólo gozaban los fotógrafos, sino las mujeres, todavía escasas, que empezaban a pasar por taquilla. Porque si alguien contribuyó a abrirles la puerta de los estadios, ese fue Pazos.

Estirada marca de la casa, en el Metropolitano, durante un At Madrid - R Madrid. Pazos guarnecía el portal “colchonero”.

Estirada marca de la casa, en el Metropolitano, durante un At Madrid – R Madrid. Pazos guarnecía el portal “colchonero”.

Decir que lo encontraban atractivo, es quedarse corto. Su elegancia y solvencia bajo el marco, agigantada con un punto de displicencia, las hacía palidecer. Primero en Vigo y luego en Madrid, comenzaron a congregarse grupitos de jóvenes tras las porterías, puede que ni muy entendidas ni a lo peor aficionadas al fútbol, pero degustadores de tanta plasticidad.

Era escasa la actividad lúdica reservaba para ellas, durante la segunda mitad de los 50 y primeros 60. Paseos cogidas del brazo, o con el novio formal. Sesiones de cine en grupo, como garantía de virtud insobornable. Reuniones a domicilio, con amigas, si ya estaban casadas, mientras los maridos jaleaban a sus estrellas desde el graderío o la tribuna, puro en mano. Una cancioncilla festivalera, desafinada por su popular, aunque efímera intérprete, lo expresaba bien:

“¿Por qué, por qué?,

los domingos por el fútbol me abandonas.

¿Por qué, por qué?,

tú te vas y yo me quedo en casa sola.

¿Por qué, por qué

No me llevas contigo alguna vez?”.

Algunos varones, los más jóvenes, hasta sentían algo parecido a celos, viendo a las espectadoras seguir cada estirada y celebrar aciertos con saltitos y aplausos nerviosos. Había, incluso, quienes espetaban: “¡No te emociones, loca, que está muy ocupado con una artista de toma pan y moja!”.

Lo de su teórica relación, real o imaginaria con cierta figura de las variedades, corrió por los mentideros de la villa sin que el rumor se tradujese en censuras o desdoro personal. Más bien lo contrario. Que una estrella del balón, el cine o los toros encandilase a jóvenes y no tan jóvenes, populares y apetecidas, respondía al patrón que muchos hombres poseían acerca de la masculinidad. Incluso para los espectadores del fútbol canónicamente devotos, este tipo de situaciones llegaban trufadas de una lógica inevitable. Sólo en aras de un mejor entendimiento, recuérdese que aún faltaban varios estíos para que Manolo Escobar engrosara su cuenta corriente cantando aquella errónea construcción gramatical: “No me gusta que en los toros te pongas la minifalda”.

El caso es que, sin pretenderlo, Pazos habría contribuido a convertir el fenómeno futbolístico en expresión, si no más digerible, al menos con cierto atractivo para bastantes mujeres. Lo mismo que mucho más tarde iba a ocurrir con el barcelonista Migueli, el británico David Beckham, y sobre todo con Cristiano Ronaldo.

Digresiones al margen, sus primeras temporadas atléticas casi fueron para enmarcar. Sobre 120 partidos de Liga correspondientes a los primeros cuatro torneos, sólo se perdió 6. El quinto año ya fueron 7 sus ausencias. Y entre los dos últimos ejercicios sólo pudo sumar 10 titularidades. Acababa de estrenar su trigésimo segunda primavera, y desde la cúpula rojiblanca se prefirió apostar por el argentino Madinabeytia como relevo. Si económicamente había salido muy bien para los usos de aquella época, con 800.000 ptas. de ficha por tres temporadas, primas, sueldos mensuales y estímulos aparte, en lo puramente deportivo alzó dos trofeos de Copa y otro de Recopa, competición europea disputada entre todos los triunfadores en sus respectivos torneos del K.O. Los títulos de Liga resultaban virtualmente inaccesibles para quienes no fueran Real Madrid o Barcelona. Desde que en 1954 festejase la consecución del campeonato como “merengue”, hasta 1965, tan sólo el At. Bilbao rompió esa ley no escrita el año 56. Los Azulgrana pudieron trazar un paréntesis en 1959 y 1960. Todos los demás trofeos engrandecieron la vitrina de Chamartín, para mayor gloria de Santamaría, Marquitos, Lesmes II, Zárraga, Mateos, Zoco, Del Sol, Rial, Amancio, Puskas, un incombustible Di Stéfano, y hasta Manolín Bueno, acostumbrado a celebrar tanto éxito desde la grada, ante la tiranía de Paco Gento. Pazos, libre de compromiso, aceptó la oferta girada desde Elche. Acuerdo que, por cierto, se sustanció en plena Gran Vía, al rubricar su contrato sobre el capó de un “Seat 600”, tras recibir 100.000 ptas. en cheque bancario, a manera de anticipo.

Abanicado por el palmeral, “La Maravilla Elástica” gozó de una eterna segunda juventud. Entre un público entusiasta y perplejo, como si no acabaran de creer que un equipo de pueblo -Elche rondaba los 50.000 habitantes- diese la cara ante los grandes del firmamento balompédico, disfrutaba casi tanto como al iniciarse en Vigo. También ayudó el buen ambiente del vestuario, donde más que una suma de individualidades compitiendo a cara de perro, todos parecían un puñado de amigos. Y por supuesto, la entrega de su presidente, José Esquitino, fraguado entre penurias no tan lejanas, cuando la plantilla evitó una quiebra por insolvencia, constituyéndose en cooperativa. Solía ficharse barato, mirando los billetes al trasluz, y se vendía no por gusto, sino para cuadrar balances. Pero eso sí, los jugadores cobraban puntualmente. En setiembre de 1962, los franjiverdes iban a encarar su cuarta temporada consecutiva en la elite, desde que el mismo presidente pensara en César Rodríguez, magnífico rematador ya para pocos trotes y medio retirado en Francia, otorgándole la camiseta con el número 9 y galones de entrenador. A César le habían bastado un par de años para saltar desde 3ª hasta 1ª División. Sueño al que no era ajeno el intermediario Arturo Bogossian, pícaro armenio con muy buen trato, firmes tentáculos por Paraguay, bastante desfachatez y cierta ética, en un 80 % reservada para los clubes compradores. El 20 % restante daba para muy poco, si habían de repartírselo casi cien representados.

En el viejo Altabix, mediados los años 60. El 5º puesto logrado la campaña 1963-64 sigue siendo, 55 años después, mejor clasificación ilicitana.

En el viejo Altabix, mediados los años 60. El 5º puesto logrado la campaña 1963-64 sigue siendo, 55 años después, mejor clasificación ilicitana.

Por su mediación llegaron Fausto Laguardia en 1959, Cayetano Ré y Juan Ángel Romero, en 1960, Juan Carlos Lezcano en el 62, Juan Gualberto Casco en el 65 y Ricardo González en 1968, paraguayos todos ellos, casi a precio de saldo, para ofrecer un excepcional rendimiento. Otras perlas americanas, como el hondureño José Enrique Gutiérrez Cardona, arribaron casi por casualidad. A éste lo habían visto en Altabix con el modesto Elvas de Portugal, durante un bolo en pretemporada. La directiva ilicitana quedó boquiabierta. Sólo tenía 19 años y se comportaba como un veterano. Fintaba, se iba hacia el punto de penalti, sorteaba las tarascadas y escondía, bajo su aparente fragilidad, un descaro apabullante. Para colmo, saldaría la campaña de presentación con 23 goles en 25 partidos. Cayetano Ré, por el contrario, inspiró algún recelo. Su baja estatura semejaba para un ariete, en aquel tiempo de pánzeres rotundos, lo que el vértigo para un trapecista, o la tartamudez en un niño de San Ildefonso. “No se dejen engañar -arguyó Bogossian-. Es un águila en el área, le basta medio palmo para revolverse y marca goles con las dos piernas. No es fácil ser internacional con Paraguay, y éste es titular fijo”. Como al armenio le avalaban otras incorporaciones meritorias, decidieron arriesgarse. Tres veranos después obtenían un buen pico por su traspaso al Barcelona.

Ré hizo el número 76 entre los paraguayos a quienes Bogossian acompañaba en su salto del charco, entre ellos a toda la delantera mundialista en Suecia. Y al menos este pequeño estilete no efectuó el viaje engañado. Juan Ángel Romero, por el contrario, fue víctima de una fea celada.

Llegó al aeropuerto de Barajas convencido de ingresar en el Real Madrid. Seis temporadas rindiendo en el Nacional de Montevideo a gran nivel, lo hubieran justificado. Ya en el coche, mientras Madrid quedaba atrás, en lontananza, conoció la verdad. Al menos la que quiso contarle Bogossian: “De momento irás al Elche. El Madrid está sobrecargado de extranjeros y tienen que hacerte sitio. Sólo va a depender de ti que aprieten”. Romero no había oído nunca una palabra sobre ese club. Tenía sueño, a causa del “jet lag” y dormitó a ratos por la llanura, pese al mal estado de la carretera. De cuando en cuando, algún molino iluminado por dos cuernos de luna y toda aquella despoblación, le llevaban a preguntarse dónde iría a parar. Amanecía cuando vislumbraron el palmeral. “Palmeras, sólo palmeras y más palmeras -recordaba el propio Romero muchos años después-. Yo no veía rastro de ciudad. Cuando por fin nos fuimos acercando, quedé atónito. Estaba acostumbrado a Montevideo y aquello… En el fútbol uruguayo no era ningún don nadie. Vamos, que ni loco hubiera salido, si no era hacia un club grande. De buena gana habría dado la vuelta”. Siete temporadas luciendo el escudo de la Dama, otra el del Hércules y dos el del Ilicitano, le hicieron cambiar de opinión, puesto que pese a no triunfar como entrenador acabaría para siempre en Alicante, donde su llama se apagó a los 74 años, el 17 de junio de 2009.

Con Juan Carlos Lezcano tampoco es que Bogossian luciera mucha honestidad. En Madrid se encontró con que nadie le esperaba. Venía del Santiago Morning chileno, supuestamente reclamado por el Valencia C. F. Llamó a la embajada paraguaya para pedir ayuda, recibiendo por toda respuesta que a última hora habían cambiado los planes e iba a empezar en el Elche. “No sabía ni donde quedaba eso, y cuando me indicaron que cerca de Benidorm, ya me hice una idea. Ese núcleo veraniego sí me sonaba, por el Festival de la Canción. Tomé un autobús nocturno, paró en Albacete, bajé a estirar las piernas y partieron sin mí. Un señor de Villena, o Villajoyosa, me llevó en su coche hasta Elche. A lo que entonces era la ciudad, o sea más naves que calles. Firmé al día siguiente y por aquí sigo, a mis 80 años. Lo di todo y después de 9 temporadas me hicieron salir por la puerta falsa, pese a jugar la única final de Copa en la historia verdiblanca. Todavía no sé por qué se me negó un homenaje”.

A Pazos, como carecía de cualquier nexo con Arturo Bogossian, nadie le incumplió lo pactado. Las porterías de Altabix fueron suyas durante 7, de los 8 ejercicios como ilicitano. En 1968-69, con 39 años a cuestas y 4 titularidades en el torneo de Liga, abandonó la entidad, aunque no el fútbol. Acaban de incorporar al guipuzcoano Araquistáin, desde el Real Madrid, y la parroquia de Altabix, quién sabe si porque lo de “Maravilla Elástica” se antojara largo y quizás cursi, había preferido apodarlo “El Conde”, en honor a su elegancia bajo el larguero. Durante esos 8 años, todos en 1ª, había asistido al rejuvenecimiento del equipo, con la incorporación de varios noveles más adelante ilustres: Canós, Marcial Pina y Vavá en 1964; Llompar, Lico y Curro el año siguiente; Juan Manuel Asensi en 1966; Ciriaco y el infortunado Ballester, de cara a la campaña 68-69. Lico y Marcial equilibraron balances con su traspaso al R. C. D. Español. Ballester dejó también sus buenos dineros en caja, cuando el Real Madrid pensara en él como lateral derecho para los siguientes diez o doce años. Asensi sería rentabilísimo fichaje azulgrana, y a Ciriaco tampoco hubo forma de retenerlo. Todos, menos este último, fueron internacionales absolutos. Ballester, que hubiera podido eternizarse con el dorsal 2 de la camiseta roja, tan sólo pudo lucirla una vez. La fatalidad, primero en forma de tremenda lesión, y luego un cáncer, lo arrebataron en plena juventud.

Algunas de esas perlas llegaron de forma pintoresca. Por ejemplo, cierto viajante de zapatería y socio del Elche C. F., mientras cumplía con su ruta por Salamanca, Extremadura y las estribaciones de Gredos, hizo noche en Béjar, a tiempo de presenciar un partido de fútbol. Esa tarde, el delantero centro le dejó pasmado. Iba al choque una y otra vez, remataba hasta los peores melonazos y ni siquiera era torpe con el balón en los pies. Apenas de vuelta, se dejó caer por la sede del club: “Acabo de ver a un chico que las da todas -dijo-. Seguro que ahora es barato, pero me da en la nariz que no tardando mucho valdrá millones. Deberíais ir a verlo. Es la referencia atacante del Béjar Industrial”. ¡Qué gran ojeador perdió el fútbol sesentero en la persona de ese comercial!. Los técnicos franjiverdes, tras estudiar al chico un par de tardes, lo ficharon. Era Luciano Sánchez García, en las alineaciones “Vavá”, ariete aguerrido, internacional y máximo goleador del Campeonato 65-66, sobre quien Alfredo Di Stéfano, cuando lo tuvo a sus órdenes, dijera: “Es increíble. Si le lanzas una piedra, la rematará con toda el alma, aunque sepa se hará daño”. Aquellos defensas toscos únicamente podían pararlo tirando de guadaña. Y a base de guadañazos, consiguieron dejarlo muy mermado. Entonces, olvidando cuánto había hecho por la entidad, le señalaron la puerta de salida.

Pazos no quiso colgar los guantes. Después de 21 años compitiendo en categoría senior, es difícil anestesiar al gusanillo. De manera que fichó por el Novelda, con la ilusión de un principiante. Y puesto que el físico le acompañara, durante los siguientes 8 años continuó en el Abarán, Thader de Murcia y Santa Pola, hasta jugar su último partido en 1977, cumplidos los 47 años. Todo ello sin arrastrase, como atestiguaron distintos cronistas: “Quien tuvo, retuvo. Y Pazos aún retiene mucho”. “Como casi siempre, Pazos entre los mejores”. “Aunque Pazos falló en el gol, evitó otros dos con sendas estiradas de pañuelos y ovación prolongada”. “Ya quisieran muchos de superior categoría, y algunos de 2ª, estar como él. No pasan los años”.

Pero si él no echaba ningún vistazo al calendario, otros lo miraron muy bien.

Equipo femenino del Elche, en los años 70, entes que las mujeres gozasen de competiciones “oficiales”. Manuel Pazos había contribuido lo suyo, llamando su atención, siquiera fuese como espectadoras.

Equipo femenino del Elche, en los años 70, entes que las mujeres gozasen de competiciones “oficiales”. Manuel Pazos había contribuido lo suyo, llamando su atención, siquiera fuese como espectadoras.

Ocurrió hallándose el Elche en situación comprometida. Alguien, en la directiva, parece sacó a relucir su nombre, como solución de emergencia. Y acabó imponiéndose el criterio de quienes temían dar mala imagen, tanto a socios como a canteranos. Si alguien con edad para ser padre de medio equipo fuere visto como única esperanza, nada bueno cabía esperar del futuro. Entonces Pazos, a quien debían haberle contado algo, reconoció humildemente: “Pues claro que me hubiera hecho ilusión. Continuaba en buena forma y pude haber ayudado. Pero tampoco es cuestión de dar vueltas a lo que nunca se pudo concretar”.

Por fin retirado, continuó viviendo en Elche, con su esposa, Mª Jesús Moreno Quintana, y los cuatro hijos del matrimonio, uno de ellos, Francisco Javier, también portero en el Deportivo Ilicitano, primera plantilla verdiblanca -donde sólo llegaría a alinearse en algún amistoso-, y Villena. La sombra de algunos progenitores resulta excesivamente alargada, por culpa de tanto empeño en buscar comparaciones. Lo supieron de sobra Markel Iribar, hijo del formidable meta atlético, el vástago de Juan Antonio Deusto Olagorta, también portero, “Torito” Aquino, hijo de “El Toro”, goleador llegado desde América, Ricardo Escolá, descendiente de José, referencia barcelonista, antes y después de la guerra, o el hijo de Ignacio Zoco y María Ostiz. Como todos ellos, sin posibilidad de ser él mismo, habría de abandonar pronto. Aquel gallego de Cambados con devoción mediterránea, montó un bar junto al campo de Altabix y trabajó como representante comercial, hasta convertirse en clase pasiva. Parecía gozar de una salud aceptable, y su óbito sorprendió un tanto. Lo mismo que la parquedad con que quisieron recordarlo.

El At Madrid había efectuado un par de mudanzas, desde sus días en el Metropolitano. Suelen decir que durante ellas siempre se pierda algo. Objetos, recuerdos, memoria… Tal vez por eso, su estela apenas llegó al nuevo estadio “colchonero”. Tampoco hubiera sido ningún disparate que la Liga Iberdrola guardase un minuto de silencio antes de cada partido, en la inmediata jornada. Pazos nunca fue directivo, ni dirigió plantillas o fundó equipos femeninos, y con toda probabilidad ni una sola jugadora supiese que hace mucho tiempo, sin proponérselo, contribuyó a allanarles el camino. Quizás alguna de sus abuelas aplaudiera un día, a pie de campo, sus plásticas palomitas. Por ahí se empezó.

Porque antes de que jugaran al fútbol, había que hacerles sitio en la grada. Y él, a muchas, las llevó en volandas.

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