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RESUMEN:

¿Qué es el fútbol? Hace ya casi diez años me invitaron a intervenir en un coloquio internacional organizado por la Universidad Paris-Descartes titulado «Diferentes formas de la práctica del fútbol». La invitación tenía una finalidad precisa: oponerme a un representante de la opinión académica francesa sobre el tema de la unidad o la disparidad entre

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¿Qué es el fútbol?

Hace ya casi diez años me invitaron a intervenir en un coloquio internacional organizado por la Universidad Paris-Descartes titulado «Diferentes formas de la práctica del fútbol». La invitación tenía una finalidad precisa: oponerme a un representante de la opinión académica francesa sobre el tema de la unidad o la disparidad entre el fútbol callejero y el fútbol de los estadios.

Yo había escrito varios textos sobre el fútbol de la calle y su aporte, y desarrollado un análisis aplicado acerca de la «naturaleza callejera» que mantuvo el fútbol de la selección de Uruguay durante su época dorada: ausencia de director técnico externo; autogestión táctica; selección del equipo por los jugadores-cuadros; arbitraje protestable; flexibilidad táctica permanente; desprecio por los dispositivos; rol eminente del capitán; discusión en la cancha; trabajo sicológico (mental) por los jugadores entre ellos y hacia el adversario; etcétera.

A este pensamiento, los organizadores querían oponer las posiciones clásicas de la universidad francesa, expresadas en este caso por Pascal Bordes, según las cuales existiría una división tajante, por no decir un antagonismo, entre el fútbol de la calle y el de los estadios, el infantil y el profesional. El primero sería juego, placer, desorden, desinterés por el resultado; el segundo deporte, trabajo, táctica, competición para ganar.

Intuitivamente, habiendo sido yo durante toda mi infancia y juventud un buen futbolista de barrio montevideano, estas oposiciones me parecieron siempre poco consistentes: jugábamos en el patio de la escuela, en la calle de casa, en las canteras al borde de la playa Trouville o en las canchitas de Punta Carretas con gran intensidad, estableciendo, implícitamente o en la discusión, verdaderos dispositivos tácticos, y siempre para ganar. Nadie podría convencerme de que lo que yo jugaba era una cosa muy diferente de la que practicaban mis ídolos sobre el césped del Estadio Centenario.

La invitación me obligó a ahondar el tema. La conceptualización que empecé a establecer entonces se fue consolidando. La presento aquí resumidamente.

Algunas consideraciones previas

La tesis de la dicotomía entre un fútbol-juego y un fútbol-deporte aparece expresada en algunos libros prestigiosos desde hace ya mucho tiempo.

En su famoso Homo Ludens escrito en 1938, el neerlandés Joan Huisinga afirma que el fútbol es un juego cuando lo practica el niño despreocupado, y eventualmente cuando lo juegan los adultos los domingos entre amigos. El sociólogo francés Roger Caillois retoma esta idea en su Les jeux et les hommes (1958) pero insistiendo, ya no en la sicología de la acción, sino en la diferencia entre juego y trabajo. El que trabaja, según Caillois, deja de jugar.

Así, ambos libros establecen un corte entre el juego como actividad totalmente «libre» y el deporte como actividad organizada en torno a la noción de deber.

Sin entrar en las razones específicas que sustentan los planteamientos de estos dos autores, no resultará abusivo decir que el sustrato que los une es la preferencia clasista por el amateurismo, lógico en la concepción monárquica de Huizinga, proyectado en la idea muy individualista, infantil y solitaria -pequeño burguesa- que Caillois se hace del juego.

Una objeción comparativa viene inmediatamente al caso: si el jugador -nótese que el futbolista del más alto nivel es denominado «jugador» y considerado verbalmente como tal, es decir como «pieza de juego» o «encarnación del juego»- solo juega cuando no le pagan, cuando no tiene patrón, también podríamos decir que el pintor, el actor, el escritor, el poeta dejan de pintar, de actuar, de escribir y de confeccionar versos cuando sus obras se empiezan a vender. Es que se confunden dos aspectos: la relación social y la producción o actividad. Y se atribuye a relación social asalariada una fuerza necesariamente negativa como si el hecho de profesionalizarse no significara nunca mayor libertad, más tiempo y más medios para crear y expresarse. La obra de los grandes músicos, escritores y pintores basta para negar estas teorías.

Juego y deporte

Coubertin, y con él los dirigentes que fundaron el movimiento olímpico en 1894, manejaron conceptos de juego y de deporte que aún hoy me parecen pertinentes.

En los listados programáticos que establecieron desde la primera asamblea internacional reunida en la Sorbona, diferenciaron las disciplinas propiamente atléticas (deportivas) de los denominados entonces «juegos atléticos». En las primeras categorías se hallaban el atletismo, la vela, el tiro, el boxeo, la lucha, las carreras de caballos, la esgrima, etcétera, y en los juegos atléticos figuraban el tenis, el fútbol, el polo, el waterpolo, el béisbol, etcétera.

La pertinencia de esta distinción provenía del uso natural de los conceptos: el boxeador, el esgrimista, el velocista no juegan, no son jugadores. Y también de una percepción intuitiva en cuanto a la génesis de las actividades en el marco del denominado proceso de «deportivización».

Dicho de otra manera, los deportes no son actividades basadas en técnicas inventadas que siguen reglas inventadas como lo son los juegos. Los deportes son actividades que preexisten en la historia de la especie humana, recortadas y practicadas en contextos universales a fines de performance. El hombre nada y de ahí la natación, pelea y de ahí el boxeo, guerrea y de ahí el tiro, navega y de ahí el remo y la vela, cabalga y de ahí la equitación.

El juego atlético en cambio, aunque incorpora componentes deportivos (correr, saltar, pelear, nadar, cabalgar, etcétera) es otra cosa: un invento, una actividad que solo existe en su marco lúdico, y que sale de la nada. Así por ejemplo, no se conocen actividades humanas útiles que puedan ser consideradas como antecedentes del pateador de pelotas de fútbol, del tirador de baloncesto, ni tampoco actividades agrícolas o industriales que se parezcan a las técnicas que movilizan el tenis, la cesta punta, las bochas o el voleibol.

El juego es una cosa rara, y esa cosa rara, que moviliza un espacio de juego, instrumentos de juego y claro está, jugadores, tiene un alma que comúnmente se denomina «reglas de juego», y que en lo que se refiere al fútbol suele llamarse «leyes de juego».

Esas leyes SON el juego, son lo que cada jugador lleva dentro de sí mismo, a lo cual el individuo se somete cuando se convierte en jugador. Por consiguiente, saber si hay o no hay unidad de todos los fútboles, de la calle y del estadio, pasa por establecer si hay o no unidad en materia de leyes del juego, en materia de alma. En lo que se refiere al fútbol, la gran diversidad de prácticas parece inducir una respuesta negativa. Pero no hay que confundir práctica y ley.

Diversidad y vaguedad del fútbol antes de su fijación legal

Las leyes del fútbol moderno se fijan de modo definitivo en 1902 cuando la IFAB, pese a la oposición permanente de los amateurs ingleses y de buena parte de los clubes escoceses, impone el punto de tiro penal y el diseño de las áreas actuales. Entre 1850 y esa fecha, especialmente en la zona inglesa, la diversidad de los fútboles y la inestabilidad de las reglas eran lo común.

Antes de que surgiera la Football Association reinaba el fútbol «de ley contextual». En tal universidad o fábrica, en tal patio o terreno, los practicantes elaboraban leyes de juego precisas considerando muy exactamente el contexto, las características de su cancha y las motivaciones atléticas de los participantes. Definían así un fútbol que solo se jugaba en ese lugar y que tomaba en cuenta por ejemplo la presencia de un pasillo, de un muro o de una gran cantidad de players disponibles. Posteriormente, la Football Association y la Sheffield Association redactaron reglas de juego descontextualizadas, susceptibles de difundirse para ser aplicadas en cualquier sitio.

Es un error considerar que el fútbol moderno se creó en Londres en 1863. Los arcos de entonces no tenían travesaño, el gol se podía meter a cualquier altura y se autorizaba el juego de mano en la fase defensiva de modo que todos los jugadores eran guardametas. Fue el inicio de un largo proceso de tanteos, cuya piedra fundamental fue la definición definitiva del arco en 1872, y cuya brújula, paradójicamente, fue la lenta creación del puesto particular de guardameta.

Después de la unificación del fútbol con la creación de la IFAB en 1886, y sobre todo de la FIFA en 1904, se asistió a un nuevo proceso multiplicador, de arriba hacia abajo, formalizado de diferentes maneras. Surgieron entonces el fútbol de sala o de gimnasio, el fútbol de playa, y en un plano más estrictamente futbolístico, todos los matices prácticos: fútbol 5, 7 y 9.

De toda ese largo y contradictorio movimiento permanente de unificación y diversificación resulta lo que la IFAB sigue publicando hoy bajo el título de «Leyes de juego». Estas leyes del juego, cuya última edición data de 2019, arrastran los resabios del pasado disperso y contienen los resortes de la diversificación por venir: conservan por ello una gran elasticidad.

El largo de la cancha oficial oscila entre 90 y 120 metros, el ancho entre 45 y 90. La superficie de una cancha puede variar de un mínimo de 4.050 metros cuadrados a un máximo de 10.800. Una cancha puede ser cuadrada, de 90 x 90, y perfectamente legal. La circunferencia y el peso de la pelota también son variables. La cantidad de jugadores es de 11 «como máximo», pero un encuentro oficial puede jugarse con equipos de siete integrantes.  La cantidad de cambios autorizados no deja de crecer. Esto da una variabilidad de plantel que oscila entre 7 y 17 jugadores, y más aún en los encuentros amistosos. Como en la calle, cualquier jugador de campo puede ejercer el puesto de guardameta «a condición de advertir al árbitro y de efectuar el cambio en momentos en que el juego está detenido». Esto significa que en la ley todos los jugadores son guardametas potenciales. Etcétera, etcétera.

Y a todas estas elasticidades expresadas en las leyes del juego de los adultos que pretenden disputar competiciones reconocidas, corresponde agregar todas las variantes existentes de tamaño: los mencionados fútboles 5, 7, 9, así como también el fútbol de veteranos (con menos tiempo de juego), el baby fútbol y el fútbol infantil. En 2010 en Sudáfrica, con el acuerdo de la FIFA, el movimiento StreetFootballWorld organizó un campeonato del mundo callejero paralelo entre sus asociaciones miembro que también fue fútbol.

Todo esto permite decir a la IFAB: «Las leyes de juego son idénticas para todos. Así se trate de la final de la Copa del Mundo o de un encuentro entre niños en un pueblito perdido. El hecho de que las leyes de juego se apliquen en cada confederación, país, ciudad o pueblo del mundo entero es una fuerza considerable que debemos preservar.»

Leyes cuantitativas y leyes cualitativas

El problema es que las reglas de la IFAB solo se refieren a los encuentros entre adultos en un marco organizado, sobre la base del fútbol 11. ¿Cómo se sustenta entonces precisamente la unidad de las reglas entre las prácticas aparentemente muy distintas, entre una Copa del Mundo estrictamente encuadrada y un encuentro infantil informal, disputado en un parque, con una pelota de goma y arcos delimitados con pulóveres?

Las leyes de juego del fútbol, como las de los otros juegos de pelota, son de dos órdenes: algunas definen aspectos cuantitativos, otras definen aspectos cualitativos. Entre las primeras se hallan las que fijan el tamaño de la cancha, de los arcos, la cantidad de jugadores, la duración del encuentro, la cantidad de árbitros, los cambios, los tipos de suelo, tipo y tamaño de pelota, etcétera. Entre las segundas se cuentan las leyes fundamentales relativas a las faltas de mano (hand), faltas físicas (fouls), puesta en juego del balón en diferentes circunstancias, modalidades de ejecución de tiros libres y penales, definición del puesto de guardametas, etcétera.

Lo que se constata entonces con respecto al fútbol es fundamental: las leyes cuantitativas son de una elasticidad total. Sus parámetros varían ilimitadamente sin que por ello se afecten las leyes cualitativas del juego, es decir, la esencia misma del fútbol. La plasticidad material del fútbol puede ser definida como absoluta o total: se puede jugar en canchas de cualquier tamaño y de cualquier sustancia, con pelota de cualquier tamaño y de cualquier sustancia, uno contra uno o veinte contra veinte, veinte minutos durante el recreo o todo el domingo en el parque entre compañeros de liceo, en familia o entre equipos constituidos. En la época de las canchas informales en la calle y en los terrenos baldíos, los arcos se construían con piedras, adaptándose su ancho y su altura imaginaria a la envergadura y edad del guardameta de turno. En Africa se sigue jugando con pelotas hechas con trapo o bolsas de nailon. Lo notable es que pese a esa elasticidad material absoluta, el espíritu de la ley permanece intacto.

Sin duda ciertas leyes son modificadas, adaptadas a las circunstancias, al contexto, a la disponibilidad, a la naturaleza más o menos intensa del encuentro. En la calle, la barrera del tiro libre puede desaparecer. El córner puede no dar lugar a centro. El fuera de juego es sustituido por un sentido implícito del fair-play o por consensos establecidos entre los jugadores que deciden limitar la potencia del tiro o excluyen el gol de larga distancia. También todos los jugadores son árbitros. Pero estos cambios siguen siendo fundamentalmente de carácter cuantitativo y relativos a un elemento clave que los jugadores saben preservar muy bien: la tensión lúdica.

Si se compara la plasticidad material del fútbol con la de los otros deportes modernos de pelota, salta a la vista su superioridad. Para jugar al basquetbol hace falta un suelo especial, duro y liso, una pelota que rebote bien y cestas cuya altura no es ajustable a la de los jugadores. La cantidad de jugadores de tenis es reducida y para practicar este juego hace falta una cancha muy especial, raquetas y pelotas especiales. Igualmente el voleibol exige un dispositivo de red y una pelota liviana.

Concluyendo

La primera conclusión es pues que el fútbol cuenta con una característica única: la plasticidad total de sus leyes cuantitativas. La segunda es que esto no altera su esencia cualitativa. Por el contrario: la total flexibilidad material preserva su luminosa permanencia espiritual. Y es lo que permite demostrar su unidad a todos los niveles. La total plasticidad del fútbol sin alteración de su ley cualitativa explica por qué el fútbol se ha difundido en todo el planeta y convertido en el juego más practicado por los humanos.

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