RESUMEN:

Afirmar que el F. C. Barcelona es una gran entidad, y no sólo a tenor de su brillante palmarés, poco tiene de novedoso. Su Agrupación de Veteranos fue pionera rescatando de la lipidia a futbolistas pretéritos, sin la habilidad o el coraje suficiente para sobreponerse al seco regate con que a veces la vida intenta

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Al filo de la navaja con uniforme azulgrana

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Afirmar que el F. C. Barcelona es una gran entidad, y no sólo a tenor de su brillante palmarés, poco tiene de novedoso. Su Agrupación de Veteranos fue pionera rescatando de la lipidia a futbolistas pretéritos, sin la habilidad o el coraje suficiente para sobreponerse al seco regate con que a veces la vida intenta desbordarnos. Cuando el analfabetismo completo o parcial segaba el porvenir a tantos jóvenes de modesta extracción social, algunos presidentes y directivos “culés” contrataron maestros con el encargo de que todos los jugadores acabaran leyendo y escribiendo de corrido, amén de dominar las cuatro reglas. Igual que otros clubes señeros, el Barcelona estuvo al quiete ante grandes catástrofes, fuere mediante donaciones u ofreciéndose para la disputa de partidos recaudatorios. Pero al mismo tiempo iría jalonando equilibrios sobre el filo de la navaja, retorciendo reglamentos o intentando imponer acuerdos federativos mediante la fuerza del hecho consumado. Y hoy, cuando continúa resonando el eco de su último escándalo, con millones de euros entregados de tapadillo para “garantizarse la imparcialidad arbitral”, quizás sea el momento de volver los ojos hacia el pasado, en busca de otros precedentes no menos curiosos.

Retrocedamos casi un siglo, hasta situarnos en 1926, cuando la prensa reflejaba avatares y diatribas en el seno de una Federación Española todavía débil, sobre la conveniencia o no de aceptar la profesionalización en un deporte por demás popular.

Entonces ya había un buen puñado de profesionales encubiertos, jugadores sin otra actividad conocida que la del balón. Y sobre todo amateurs “marrones”, es decir quienes complementaban los réditos del cuero con un salario por doblar la espalda ante el torno, ejercer como chupatintas, dependientes de comercio, o cobrar recibos puerta a puerta, a la espera de una completa liberación laboral desde el césped. Los amateurs puros, estudiantes de Derecho, Medicina o Comercio, cuando no opositores a Cajas de Ahorro, ayuntamientos o la oficina catastral, empezaban a constituir minoría al mismo ritmo que en los graderíos crecía el número de espectadores. Pues bien, mientras en la Federación se rechazaban ponencias de uno y otro signo, desde Barcelona llegó el bombazo: Los azulgrana acababan de fichar al uruguayo Héctor Pedro Scarone, estrella del Nacional de Montevideo, campeón en los Juegos Olímpicos de París dos años antes y goleador de tronío, con 7 títulos uruguayos a la espalda.

Las especulaciones sobre cuánto pudiera haber costado aquella incorporación surgieron de inmediato. En la ciudad condal “voces por lo general bien informadas” elevaron su salario hasta las 30.000 ptas. anuales, distribuidas en mensualidades de 2.500. Una completa barbaridad para la época, cuando muy pocos médicos, abogados o arquitectos con bien ganado prestigio rozaban semejante cifra. Fue cuanto necesitaban los considerados clubes menores para arremeter más duramente contra la profesionalización. Como imperase la billetera ante futuras contrataciones, la competitividad deportiva brillaría por su ausencia. ¿Qué sentido tendría un Campeonato de España entre ricachones y menesterosos?. Según las entidades modestas era inútil cualquier debate al respecto, si previamente no se establecían rigurosos límites salariales para los futbolistas. Y este era un punto sobre el que los poderosos no estaban dispuestos a transigir.

Scarone, estrella uruguaya que nunca pudo jugar oficialmente con el F. C. Barcelona, aunque su contratación costase muy buenas pesetas.

Así las cosas, aquella Federación tan dividida alcanzó el acuerdo de no diligenciar ficha al uruguayo Scarone, ante el venenoso precedente que muy bien pudiera constituir. Y sin ficha, tan sólo pudo vérsele en 18 partidos amistosos.

Más adelante se supo que la estrella infrautilizada costó bastante menos: 1.500 ptas. mensuales, lo mismo que devengaba la entidad azulgrana al portero húngaro Plattko y a José Samitier. Cifra, de cualquier modo, para retratar a profesionales opíparos, cuando los obreros especializados solían cobrar entre 5 y 8 ptas. diarias (como mucho 240 al mes), un empleado de notaría o contable bancario por oposición llegaba con mucha suerte hasta las 350, y los maestros seguían muriéndose de hambre como en tiempos de Benito Pérez Galdós. Finalmente los federativos otorgaron al fútbol estatuto de profesionalidad, aunque eso sí, resultando imposible acercarse a los demandados límites salariales, se acabó blindando la propiedad de los futbolistas en favor de sus clubes, mediante el Derecho de Retención. Las entidades modestas, de ese modo, podrían retener sine díe a sus mejores elementos, al menos teóricamente, porque la praxis acreditó en seguida que el talonario de los poderosos obraba milagros ante muchos presidentes con el libro mayor tintado en rojo.

Bastaron dos años para que la escalada salarial subsiguiente al profesionalismo se tradujese en déficits generalizados, dando lugar al advenimiento de la Liga, un campeonato de todos contra todos, puesto que los torneos regionales o el Campeonato de España (la Copa) no permitían el sostenimiento de ningún club. Para entonces Scarone se había volatilizado. Debutó con la camiseta azulgrana ante Osasuna, en un choque deslucido, donde tanto él como ambos conjuntos estuvieron muy grises. Fuera de forma, lento e incluso apático, la rutilante estrella que habría de reverdecer laureles olímpicos en Ámsterdam (1928) nunca dio la impresión de adaptarse ni al modo de jugar en España ni a la vida barcelonesa. Puede que influyera lo delicado de su situación personal, o el deseo de contar nuevamente para la selección charrúa, algo que mientras siguiera en Barcelona resultaba imposible, ante el tiempo invertido en las travesías Europa – América, amén de su elevado costo. Aunque según el recuerdo de quienes compartiesen con él vivencias de vestuario en Barcelona, parece que también hubo celos y más de un recelo entre los pesos pesados del equipo, donde no fue bien recibido.

Mucho más adelante, mientras ejercía como entrenador, él mismo se refirió a su insatisfactoria etapa barcelonesa: “Pensaba que pronto vendrían las Olimpiadas de 1928 y debía vestir la casaca celeste. Pensé igualmente en el Nacional, donde ya no volvería a jugar. Pocos días antes de embarcarme recibí la última propuesta: los 30.000 pesos al contado en el momento de firmar por 5 años, y no acepté. Me vine a jugar de nuevo con los celestes y con mi Nacional”. La memoria y sus lagunas, o el muy humano deseo de justificación. Fue la oferta de fichar por 5 años lo que habría de situarlo en Cataluña, y no a la inversa. Luego tanto él como la directiva azulgrana concluyeron que meses y más meses sin competir en serio y con semejante contrato, constituía un despropósito. Regresó a Uruguay antes de emprender otra aventura recaudatoria en Italia a partir de 1931, alineándose con la Ambrosiana, luego convertida en el Inter de Milán, y sobre todo con el Palermo hasta 1934, bien cumplidos los 35 inviernos. Volvería a proclamarse campeón de Uruguay una vez más (1934), fajándose como entrenador en los banquillos de su país, de Colombia, Ecuador e incluso España, cuando en 1952 lo fichase el Real Madrid de Santiago Bernabéu.

Jaguaré no pudo convertirse en relevo barcelonista para Plattko, convirtiéndose más que en fallida inversión, en flagrante despilfarro.

El primer patinazo barcelonista por el filo de la navaja no derivó en tragedia, aunque sí en sofocón y descuadres contables. Porque esas 1.500 ptas. mensuales para disputar pachangas desataron solicitudes de una mejor retribución entre quienes dirimían partidos serios. Pese a ello, puesto que el ser humano parece condenado a repetir una y otra vez los mismos errores, a la entidad azulgrana le llevó poco tiempo incurrir en otro disparate.

Cuando el húngaro Plattko se retirase del fútbol activo en 1931, para iniciar una nueva andadura como entrenador en el galo Roubaix Olympique, alguien tuvo la ocurrencia de considerar sustituto ideal a una perla exótica. Todo ello pese a que corrieran malos tiempos, ante las consecuencias del crac bursátil en los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, y el consiguiente desplome empresarial en el resto de Europa. Para empezar, el presidente azulgrana Gaspar Rosés decidió recortar a la mitad el salario de los empleados del club. “El chocolate del loro”, en opinión del directivo Juan Torres de Prat, a quien habrían de secundar numerosos socios en la Asamblea Extraordinaria del 30 de junio, donde finalmente rodó por tierra tan drástico proyecto. Rosés, de cualquier modo, dio su brazo a torcer sólo a medias, puesto que acabaría rebajando salarios a parte de la plantilla y, para escarnio de los damnificados, solicitó organizar la Volta Ciclista a Catalunya, una apuesta a todas luces deficitaria. Por si  no hubiera suficiente, ni el pretendido relevo de Plattko, un brasileño alineado en su país como Vasconcelhos y presentado aquí como Jaguaré, ni Fausto Dos Santos, otro brasileño con quien llegase a la ciudad condal, tampoco iban a disponer de la imprescindible ficha federativa.

Jaguaré había nacido en Río de Janeiro el 4 de mayo de 1905, y luego de dos campañas con el Atlético Santista llevaba cuatro en el Vasco da Gama, donde tuvo ocasión de festejar el título de campeón carioca correspondiente a 1929. Internacional en 3 ocasiones, pasó a la historia del fútbol brasileño, donde parte de la afición lo conocía por el apodo de “Dengoso” (presumido), como el primer guardameta en utilizar guantes. Los había visto en Francia durante una gira con el Vasco en 1929, y de nuevo volvió a circular el rumor de que la incorporación de ambos habría supuesto un desembolso considerable. Aunque ese no fue el problema, sino que el portillo de nuestro fútbol estaba cerrado a los extranjeros con cerrojo.

O el F. C. Barcelona midió mal sus fuerzas tratando de situar a la Federación ante un trágala, o desde Cataluña no se supo interpretar que la ausencia de una autorización específica a la importación debía entenderse como tácita negativa. Es más, ningún extranjero con menos de dos años residiendo en España podía intervenir entonces en nuestras competiciones. Por supuesto el club azulgrana impugnó la decisión federativa, aduciendo que desde 1929, cuando echase a rodar la competición de Liga, hasta concluir el ejercicio precedente, había contado con dos foráneos en su plantilla: Ferenc Plattko y el germano Emil Walter. Por tanto al menos en el caso de Jaguaré, se estaría limitando a cubrir con un extranjero la baja de otro. La visión del ente nacional difería ampliamente. Una cosa es que en su día se respetaran antiguos contratos y derechos deportivos hasta su extinción, y otra muy distinta sacralizar o considerar vigente cualquier norma revocada.

Todavía hoy algunos historiadores “culés”, como Jaume Sobrequés, defienden la posición azulgrana, víctima del cacicazgo federativo, cuando ante la más mínima duda los mandatarios barceloneses deberían haber consultado a la Federación, antes de extender compromisos por su cuenta y riesgo. El caso es que Dos Santos y Jaguaré nunca existieron para la F.E.F. El portero sólo disputó 16 partidos amistosos, dejando la defensa del marco en los encuentros de Liga y Copa a Juan José Nogués y Ramón Llorens. Dos Santos, que en Brasil jugara como Fausto y se le conociera además por los apodos de “Maravilla” y “Araña Negra”, internacional en 6 oportunidades y campeón carioca en 1929 y 1934, lo hizo en 30 “bolos” distribuidos en dos años, anotando 3 goles. Y si Jaguaré dejó constancia de agilidad y buenas maneras, Dos Santos, celebrado director de juego en el Bangú y Vasco da Gama, acreditó tanta calidad con el balón en los pies como lentitud conduciéndolo, y aversión al choque con los adversarios.

Ambos, lamentablemente, tuvieron muy poca suerte. Dos Santos pasaría al suizo Young Fellows tras abandonar Barcelona, antes de regresar al Vasco da Gama, enrolarse brevemente en el Nacional de Montevideo y colgar las botas en el Flamengo con 31 años, aquejado de una tuberculosis que tres años después lo llevó a la tumba. Jaguaré Becerra de Vasconcelhos desfiló por el Corinthians, Sporting de Lisboa, Olympique de Marsella, Académica de Coimbra, Sao Cristova y Leça, de Portugal, añadiendo a su palmarés los títulos franceses de Liga (1937) y Copa (1938). Falleció en la miseria con 41 años, el 27 de agosto de 1946, apalizado por la policía tras una reyerta callejera en la localidad de Santo Anastacio, estado de Sao Paulo.

Amén de que el Barcelona no pudiese contar con estos dos brasileños para el fútbol de verdad, sus respectivos salarios de 1.000 ptas. mensuales volvieron a encender más de una mecha reivindicativa en la plantilla. El defensa Zabalo, por ejemplo, a quien los recortes de su presidente dejaran con 100 ptas. menos cada mes, amenazó declararse en rebeldía. Y no fue el único enojado. Por más que probar el dolo ante cualquier baja de rendimiento resulte muy complicado, se habló bastante sobre supuestas huelgas encubiertas, menos escandalosas que la de aquel 8 de febrero de 1931, cuando el Athletic Club derrotase a los azulgrana en San Mamés por 12-1, con 7 goles del baracaldés Agustín Souto, “Bata” cuando luciera de corto.

El fichaje de extranjeros todavía tardó en legalizarse. Hubo que esperar hasta la Asamblea federativa del 17 de julio de 1934, siendo presidente de dicho órgano Leopoldo García Durán, para que la representación del Real Unión de Irún solicitara se autorizasen hasta 5 extranjeros por club en todos los campeonatos nacionales. Tras discutirse al respecto, sin que faltaran muestras de perplejidad ante semejante salto del cero al infinito, se acordó aprobar la inscripción de dos foráneos por club, fueren profesionales o amateurs. Algunas entidades debían aguardar ese giro como lluvia de mayo, puesto que la temporada 1934-35 registró estas novedades: Verkessy (húngaro) y Morera (costarricense que ya había intervenido el año anterior sin que nadie se rasgase las vestiduras) en el F. C. Barcelona, no estrenándose el uruguayo Enrique Fernández; Alberty (húngaro) en el Madrid; Jorge Quesada (costarricense) en el Español de Barcelona; Carlos Laviada (mexicano) en el Oviedo; Janos Acht (portero húngaro) en el Valencia; Luis Fuente y Manuel Alonso, mexicanos, en el Racing de Santander; Kohut y Lajos (húngaros) en el Valladolid, militante en 2ª División. Y aunque los argentinos Jiménez y Cuello parece estuvieron en tratos con el Athletic de Madrid, la operación no llegó a cuajar.

Par el siguiente ejercicio la nómina registraría ampliaciones y abundantes salidas, pues el rendimiento de varios foráneos distó mucho de justificar lo invertido. Quede constancia, al menos, de los recién llegados. Giudicelli (brasileño) y Buzassy (húngaro) se descolgaron por el Madrid; Enrique Fernández finalmente intervino con la camiseta azulgrana; los británicos Green, Reeves y Harold Gee coincidieron con Quesada en el Español, aunque ni Gee ni Reeves asomaran por el césped. Mucho ruido para poquitas nueces, considerando que Athletic Club, Donostia, Arenas de Guecho, Osasuna y los dos clubes sevillanos, o sea la mitad de cuantos configuraban la 1ª División, optaran por no explorar horizontes lejanos antes de que estallase la Guerra Civil.

Lógicamente, la ocurrencia del Real Unión, club histórico aunque desde 1932 penara en 2ª División, desató suspicacias. Si alguien carecía de capacidad para espigar en países extranjeros, a la cabeza de todos se hallaban los iruneses. ¿A quién hicieron el juego?. Desde luego no a sus vecinos de Vizcaya o Guipúzcoa, puesto que Real Sociedad, Athletic y Arenas Club ni amagaron con picotear fuera. ¿Al Madrid, quizás?. Pudiera ser, aunque los “merengues” hubiesen pescado en su fértil caladero, haciéndose con los hermanos Regueiro. Suponiendo que tras semejante pérdida anidase por las inmediaciones del Stadium Gal algún resentimiento hacia el Madrid, también debería engrosar ese capítulo el otro club capitalino, pues igualmente había fichado a Elícegui, su arrollador delantero centro. ¿Pudieron haber actuado los fronterizos como topo del F. C. Barcelona?. Posiblemente nunca lo sepamos, aunque hubo maledicencias a ese respecto. Otras conjeturas defendieron que los de Irún tan sólo trataban de preservar sus propios intereses. Cansados de entonar despedidas a sus mejores elementos, pudieron concluir que una apertura fronteriza probablemente dirigiese la voracidad ajena hacia el mercado europeo. Lo cierto es que ese Real Unión de 1934 era, a todos los efectos, un club semiaficionado. Uno de los que deportivamente más iba a salir perdiendo con la autorización, siquiera a medias, de su propuesta.

Aquellas importaciones trascendieron de lo puramente banal o lúdico. Durante la campaña 1935-36 el Madrid recibió desde la Inspección de Trabajo republicana un apercibimiento con multa por contar con dos trabajadores extranjeros, sin la preceptiva “carta de trabajo” tipificada en la Ley del 8 de septiembre de 1932, ratificada por otra del 23 de agosto de 1935. La directiva blanca trasladó es escrito a la Federación Española, cuyo presidente, Leopoldo García Durán, abogado en ejercicio y antiguo fiscal, negó que los futbolistas fuesen trabajadores por cuenta ajena, añadiendo que la Federación estaba adscrita a la FIFA, órgano que consagraba la libre circulación de futbolistas entre sus asociaciones afiliadas. Aquella sanción debió quedar en vía muerta, puesto que nada volvió a saberse de los inspectores.

La posguerra, tiempo de mil penurias y denodados esfuerzos de reconstrucción, hicieron imposible nuevas contrataciones extranjeras. Primero porque Europa ardía en otro conflicto bélico de proporciones jamás vistas, y segundo porque el gobierno escatimaba la salida de divisas. Fueron años durante los que también el fútbol fue presa de la autarquía y el aislamiento, al no disputarse siquiera partidos internacionales, como no fuese contra las selecciones de Portugal, Italia o Alemania, los dos últimos países desangrándose en campos de batalla.

El gran Kubala se convirtió en jugador “culé” al aunarse la necesidad de apaciguar una rebelión ciudadana en Barcelona, y el cálculo estratégico del franquismo buscando erigirse en salvaguarda de cuantos abominaran el comunismo.

Poco a poco irían llegando algunos foráneos, casi siempre hispanoamericanos. El “manito” Borbolla, que fracasó, Florencio Caffaratti, Lucidio Da Silva, Arquímedes Herrero, Valdivielso, Rubén Aveiro, Manuel Rocha, Mateo Nicolau, Marcos Aurelio, John Watson, Ben-Barek, Marcel Domingo, Ernesto Candía, Carlsson, Juan Camer, Georges Dard, Rafael Franco, Ponce, Dagoberto Moll, Lujambio, Julio Corcuera, Oscar Garro… Hasta que Ladislao Kubala lo revolucionase todo, cuando el cenáculo franquista se sintiera contra las cuerdas por unos céntimos de incremento en el billete de los tranvías barceloneses, y buscando congraciarse, al tiempo de lucir un rostro amable ante los prófugos del comunismo, obtuvo de la FIFA un pláceme para el astro rubio, a quien sentó de maravilla la camiseta azulgrana. Luego una lluvia de sudamericanos más bien ramplones condujo a otro cerrojazo importador, vigente desde 1953 hasta que transcurridos tres años la Delegación Nacional de Deportes decidiera revocarlo. Todo ello mientras el Barcelona estiraba la cuerda, por no variar, en su pretensión de colar como oriundo al paraguayo Eulogio Martínez.

Natural de Asunción (11-III-1935), se había formado en la cantera del Atlántida desde donde pasó al Libertad, por esa época club más importante del país y muy próximo al poder político, hasta el punto que el general Alfredo Stroessner, presidente nacional desde que encabezase un golpe de estado en mayo de 1954, detentaba igualmente la presidencia honoraria de dicho club. El descaro, una técnica muy depurada y sus goles, tardaron poco en convertir al muchacho en pieza codiciada por los intermediarios de turno, algunos extraordinariamente activos durante los años de permisividad en nuestro suelo. Fue Arturo Bogossian quien finalmente se hizo con poderes de representación, aceptando el Libertad, de muy buen grado, su idea de subastarlo por Europa. Y mediando aquel armenio afrancesado, capaz de imponerse al más suspicaz tahúr del Mississippi, poca limpieza cabía esperar.

La prensa paraguaya se hizo eco en junio de 1955, del falso interés que desde Madrid habrían manifestado por la joven perla sus dos entidades más señeras. Y fiel a su cometido, el embajador de España en Asunción, José González de Gregorio, trasladó al ministerio de Asuntos Exteriores en nuestra capital aquellos recortes, como anexo a un primer informe donde se daba cuenta de la onerosa inversión en divisas (45.000 dólares, 2.700.000 pts. al cambio del momento) que su fichaje iba representar. En posteriores escritos el embajador constataba que el club interesado no sólo por Eulogio Martínez, sino por el también paraguayo Melanio Olmedo, era el Barcelona, y que el representante de ambos trató de obtener para ellos la nacionalidad española en la propia embajada, como hijos de españoles, mediante unas falsificaciones lo bastante burdas para ser detectadas de inmediato por los funcionarios. “Ninguno de ambos jugadores son hijos de españoles -rezaba otro escrito fechado en Asunción el 7 de octubre de 1955-, y por tanto no pueden optar a la nacionalidad española. (…) En vista del resultado negativo de esas gestiones han intentado lograrlo por otros medios, habiéndose dirigido al Viceconsulado honorario de la Nación en Encarnación, llegando incluso a ofrecer dinero al titular. Como según noticias recibidas los representantes de referencia no parecen cejar en su empeño, considero oportuno ponerlo en conocimiento de V.E. para caso de que por algún medio pudieran sorprender la buena fe de las autoridades españolas, presentando a Martínez y Olmedo como españoles”.

La profusa documentación ministerial obtenida por Antonio Arias, transcrita al completo en su blog “Saltataulells”, nos permite reconstruir paso a paso aquella sucesión de injerencias, “recomendaciones”, tratos de favor, sobornos y amenazas ni siquiera disimuladas, para vergüenza del fútbol y quienes entonces lo emponzoñaran.

Diez días después, un nuevo mensaje diplomático empeoraba las cosas para Arturo Bogossian y su representado. Luego de trasladar el abandono del representante a Melanio Olmedo para ocuparse solo de Eulogio Martínez, ante la mayor cotización de éste, narraba que “Finalmente convencieron al Agente Consular de la Nación en Quindy, Don Ernesto Mendaro Núñez, no sé todavía por qué medios, para que extendiera acta de presentación de un documento de reconocimiento como hijo natural de Eulogio Martínez por un español, Estanislao Martínez, no “Ángel Martínez”, que en la partida primitiva presentada en esta Embajada aparecía como padre natural. El Agente Consular les otorgó después de bastantes vacilaciones, el testimonio que trataron de legalizar sin éxito en este Ministerio, y en vista de ello lo enviaron a Buenos Aires con el fin de hacerlo llegar a España. Al tener noticia de lo anterior, hice presente al Agente Consular, Sr. Mendaro, que sin perjuicio de que pudiera llevarse a cabo investigación en el asunto, le suspendía temporalmente en sus funciones de acuerdo con el artículo 40 del Reglamento de Vicecónsules y Agentes Consulares Honorarios, pues en la expedición del citado documento había incurrido en graves infracciones de fondo y forma, además de arrogase facultades que no poseía por no corresponder a su jurisdicción dichas actuaciones”.

El tocomocho además de seguir vivito y coleando, iba a alcanzar cotas insospechadas cuando directivos del Club Libertad se hicieron recibir en la Embajada de Asunción, donde expresaron su deseo de hallar una respuesta al problema tan rápida como satisfactoria. Las presiones sobre el embajador no habían hecho sino empezar. Poco después, durante la Asamblea General del club se afirmaba que el asunto de las documentaciones seguía su curso normal, por lo que el transfer pudiera darse por hecho en cuestión de días. Paralelamente, la prensa paraguaya publicó varios artículos responsabilizando al embajador de obstruccionismo, ante unos papeles por demás veraces. Y a manera de refuerzo, varios ministros paraguayos, incluido el Dr. Sánchez Quell, responsable de Relaciones Exteriores, contactaron personalmente con José González de Gregorio advirtiéndole que la cuestión de Eulogio Martínez se había tratado en el mismísimo Consejo de Ministros, y atendiendo a la buena relación entre ambos países estaban seguros de ver disipada tanta intransigencia. Ya fue el colmo que aprovechando una comida, el Presidente de la República, Alfredo Stroessner, le manifestase ante varios ministros su interés en solucionar el fichaje del chico por el Barcelona, rogándole intercediese en tal sentido ante quien fuera preciso.

Pese a ello, el 29 de diciembre de 1955 el corajudo y honesto embajador remitió al ministerio español de Exteriores un recordatorio de las distintas irregularidades cometidas, ante el viaje que proyectaba a España el presidente del Club Libertad, Sr. Villalonga, con el propósito de resolver favorablemente cualquier traba. La contundencia de algunos párrafos era muy clara, al plantear que incluso desde un punto de vista político, plegar velas “aunque tuviera simplemente carácter gracioso, podría ser interpretado aquí como reconocimiento de lo justificadas que son las peticiones del Club Libertad, e incluso como falta de seriedad por parte de las autoridades españolas”.

Eulogio Martínez, excelente futbolista con muy mal fario, pudo jugar con el Barcelona gracias a la Carta de Naturaleza que para él firmase expresamente Francisco Franco.

Pero el cerco a que hubo de enfrentarse aquel hombre debió ser tremendo, tanto en Asunción como desde París, donde se hallaban Eulogio Martínez y el inefable Bogossian, empeñados en colar a través de aquella embajada las falsificaciones documentales. Sólo así se explica que el 21 de enero de 1956 dirigiese a Madrid otro escrito, inquiriendo sobre si procedería hallar una solución que armonizase los interese paraguayos con alguna medida del Ministerio de Gobernación, concediéndose al futbolista la nacionalidad española por Carta de Naturaleza. Para entendernos, nacionalizándolo a toda prisa aprovechando una ley urdida en favor de intelectuales prestigiosos, artistas de renombre, empresarios de éxito y en general cuantos pudieran rendir elevados servicios al país de acogida. Eulogio Martínez, aunque hubiera sido internacional en 14 ocasiones, era tan sólo un futbolista primerizo, con todo por demostrar a este lado del océano.

La respuesta del 2 de febrero de 1956, firmada en Madrid por el Director General de Asuntos Consulares, Félix Iturriaga, ya prometía desde su encabezamiento: “Querido José: Me están mareando los futbolistas del Barcelona y el embajador Díaz de Vivar con el famoso asunto de la nacionalidad de Eulogio Martínez”. A continuación, tras exponer la contumacia de los aludidos, aferrándose a unos papeles como mínimo muy dudosos, se sinceraba: “A mí me hace el efecto, a la vista de esos documentos, que el segundo es más falso que Judas, pues aun no sabiendo cómo se verifica el reconocimiento en esa República, me parece rarísimo que no haya ido por el procedimiento directo y natural, es decir que el padre que reconoce y es español, haya acudido al Consulado otorgando la oportuna escritura y obtenido la aprobación judicial para el reconocimiento”.

Otro párrafo recogía: “Te escribo esta carta porque el asunto está muy envenenado; los catalanes creen que aquí no les damos la nacionalidad para que no figuren en el equipo del Barcelona, y que en cambio nos volcamos cuando se trata del Madrid. Y según me dice el Embajador Paraguayo también por ahí parecen estar los ánimos muy revueltos”.

La españolidad de Olmedo y Eulogio Martínez parecía cifrarse como única posibilidad en esa Carta de Naturaleza con firma de Francisco Franco, “en prueba de amistad y afecto al Presidente de la República del Paraguay, que ha mostrado gran interés en el asunto”. Porque para desconsuelo de ambos futbolistas (Melanio Olmedo reaparecía como parte del paquete), de Bogossian y el embajador paraguayo en Madrid, escritos cruzados entre el Director General de Asuntos Consulares, el Director General de Seguridad, el Presidente de la Delegación Nacional de Deportes y el Subsecretario del Ministerio de Justicia, concluían taxativamente y del peor modo, tras poner en solfa la catarata de irregularidades cometidas: “Lo que de orden del Sr. Ministro de Asuntos Exteriores traslado a V.E. para su conocimiento y a fin de que se evite el que pueda obtenerse por dichos futbolistas pasaporte español u otro documento análogo. Dios guarde a V.E. muchos años”.

La Carta de Naturaleza, o como entonces se decía, “la gracia del Caudillo”, constituía único salvavidas. Aunque nadie pareció tener en cuenta que esa excepcionalidad estaba vetada a menores de edad, y si Olmedo contaba ya 23 años, Eulogio Martínez, epicentro de la polémica, aún no había cumplido los 21. Tuvo que ser el embajador en Asunción, González de Gregorio, quien entreviese la salida, pues recuérdese que al permanecer cerrado nuestro fútbol a los extranjeros, la codiciada pieza “culé” sólo podía vestir la camiseta azulgrana si fuera reconocido como español. Y conste que para entonces el monto total del fichaje -puede que en conjunto los de Martínez y Olmedo-, ya había ascendido hasta los 60.000 dólares (3.600.000 ptas.)

Ésta fue la alternativa ofrecida desde la embajada española en Asunción, y finalmente aceptada en Madrid por los estamentos concernidos: “Eulogio Martínez nació, según los datos que yo tengo, el 11 de marzo de 1935, así que el 11 de marzo próximo tendrá 21, edad requerida para solicitar la nacionalidad española en las condiciones antes mencionadas. Estimo que otorgarle la nacionalidad por un acto meramente administrativo sería poco aconsejable, redundaría en perjuicio del prestigio de esta Representación y pudiera suponer el reconocimiento de la razón que no asistiera a los intervinientes en la cuestión, valiéndose de procedimientos torcidos e ilegales”.

Como en el caso de Kubala, el Barcelona volvió a salirse con la suya, puesto que Eulogio Martínez y Melanio Olmedo Bretón se incorporaron a su plantilla. El primero habría de recibir el sobrenombre de “abrelatas” por su capacidad para hacer saltar los cerrojos, y permaneció seis campañas en la ciudad condal. Cuando comenzase a acumular peso, sin dejar por ello de anotar goles, fue facturado al Elche (2 temporadas) y At Madrid, donde ya con un aspecto en extremo adiposo apenas pudo lucir. Una última intentona en el barcelonés C. D. Europa, evidenciando en 2ª División su para entonces prominente barriga de Buda, le sirvió de despedida con 31 años. El negocio hostelero a que se dedicara tras colgar las botas casi lo llevó a la ruina, y fatídicamente perdió la vida cerca de Calella, sin cumplir la cincuentena, arrollado por un vehículo mientras reparaba una avería del suyo, a pie de arcén.

Olmedo se fue muy pronto por donde vino. Dos temporadas en el Barça sin jugar prácticamente nada, y otra intermedia en el Lérida, disputando tan sólo 6 partidos ligueros de 2ª División, rubricaron un fracaso tan inmenso como el revuelo que lo acompañase al llegar. Falleció el 4 de febrero de 2012, con 80 años.

Cuando se juega con fuego, lo más probable es chamuscarse. Y la entidad barcelonesa aún salió tiznada dos veces más en muy corto periodo temporal.

La primera tuvo lugar tras la disputa del Campeonato Mundial en Inglaterra (1966), cuando el máximo mandatario azulgrana, Enrique Llaudet, fichase al brasileño Walter Machado Da Silva. Desde que concluyera la anterior edición mundialista en Chile nuestras fronteras volvían a estar cerradas para los extranjeros, e incluso a los oriundos ya no se les diligenciaba ficha si hubieran representado internacionalmente a cualquier otra nación. Según testimonio de Jaime Ramón, Llaudet recibió un soplo de Juan Antonio Samaranch, entonces Delegado Nacional de Deportes, dando por sentada la reapertura fronteriza, algo que no ocurrió. Probablemente Samaranch oyese algún campanazo, pero equivocó no sólo la ubicación del campanario, sino también la mínima autoridad del sacristán lenguaraz. Puesto que el derribo de aquella norma no habría de producirse hasta mayo de 1973, el Barcelona hubo de pechar con otro fichaje inútil. Una información privilegiada se tornaba en mayúsculo despilfarro.

Nacido en Ribeirao Preto el 2 de enero de 1940, Da Silva llegó a la ciudad condal en enero de 1967, luego de haberse alineado con el Sao Paulo, Batalais, Botafogo, Corinthians y Flamengo. No fue ni mucho menos una adquisición barata, aunque los aficionados “culés” sólo pudieran verlo en unos pocos amistosos, antes de ser cedido al Santos de Sao Paulo y traspasarlo por fin al Flamengo, a precio de saldo. Pudo haber sido un buen refuerzo, porque 23 entorchados internacionales con la “canarinha” no estaban al alcance de muchos mientras portaran esa camiseta Pelé, Gerson, Clodoaldo, Tostao, Rivelino, Edu o Jairzinho. Se mantuvo activo hasta 1974, desfilando además de por los citados Santos y Flamengo, por el Racing de Buenos Aires, Vasco da Gama, Botafogo en su segunda etapa y Río Negro de Manaus, capital de la Amazonía brasileña. Aparte del tremendo desliz que supusiera su contratación, Enrique Llaudet cometió otro de pésimo gusto al ser interrogado sobre qué pensaba hacer si la Federación Española continuara sin diligenciar aquella ficha: “Bueno -adujo-. Siempre me hizo ilusión tener un chófer negro”.

Tres años después, durante el verano de 1969 tuvo lugar otro enorme patinazo con Arturo Bogossian oficiando como maestro de ceremonia.

El paraguayo Severiano Irala, a quien apodaban “El Taladro” por su facilidad para perforar porterías, acababa de doctorarse junto a Saturnino Arrúa en las filas del Cerro Porteño. Su eclosión en la Copa Libertadores de 1969 fue espectacular ante el Olimpia y los bolivianos Litoral y Bolívar. Convocado por el seleccionador nacional paraguayo, debutó ante Argentina anotando el gol que sentenciara el 1-1 final. Y Arturo Bogossian, con su fina pupila de gemólogo balompédico, acabaría paseándolo por España entre cánticos y alabanzas. Parece que el Valencia evitó cerrar ningún trato por miedo a que sus papeles de falso oriundo no colasen en la Federación. El Barcelona fue mucho menos precavido y acabaría presentándolo ante los medios, como fichaje estrella. Todo se vino abajo cuando Irala manifestase ante un grupo de reporteros que había sido internacional. “¿Internacional? -se extrañaron de inmediato-. Entonces la normativa en vigor le impide jugar aquí”. Y el muchacho, cándidamente, reiteró lo dicho sin asomo de mala conciencia: “Pues lo he sido. Igual que otros”.

Bernardo Patricio Cos coló federativamente pese a venir con nombre, filiación y lugar de nacimiento falsos. Fue uno de los tres extranjeros que alinease el Barcelona durante la temporada que sólo podían jugar dos por club.

Después de tan apabullante confesión fue imposible la vuelta atrás, y nuestro ente federativo tuvo que denegarle la ficha. Era vox pópuli entre los mentideros del balón que la riada de oriundos arrastraba un bochornoso tráfico de falsas nacionalidades, o certificaciones sin el más mínimo valor notarial. Pero ese “igual que otros” iba a desatar una tormenta formidable. ¿Por qué al Barcelona no se le consentía lo que muchos llevaban haciendo durante años?. ¿Acaso hacían falta más pruebas sobre lo que a todas luces constituía trato discriminatorio, si no pura persecución?. El victimismo volvió a asomar por la prensa catalana, al tiempo que el entorno de Irala continuaba entonando odas juglarescas por Francia. Algunas notas de agencia dieron por hecha la incorporación del paraguayo al Estrasburgo, aunque el asunto se aguó si es que en verdad hubo algo serio. Puesto que nadie mordiese el anzuelo ni en Francia ni en Bélgica, la troupe regresó a Paraguay, donde al sincero Irala le guardaban tres años más en el Cerro, unos meses en el Olimpia de Asunción, otra corta estancia en el Panathinaikos ateniense, cuando el fútbol griego no enriquecía a nadie, un nuevo retorno al Cerro Porteño y en 1973 la camiseta del Toluca mexicano, donde su estela deportiva acabó desvaneciéndose. Narcís de Carreras salía apaleado, igual que su antecesor Enrique Llaudet. Aunque a tenor de los indicios tampoco parece se aprendiera mucho del nuevo fiasco, pues como bien es sabido, no hay dos sin tres.

Irala, como tantos futbolistas olvidados, apenas si fue restituido a una efímera actualidad mediante la anodina necrológica de turno, fechada el 11 de marzo de 2012. Hasta en eso se fue injusto con él.

Pese a la polvareda levantada desde el Camp Nou y sus aledaños en torno a los falsos oriundos, el club azulgrana volvió a picotear en el envenenado corral sudamericano, ya con Agustín Montal Jr. en la poltrona. Corría setiembre de 1972 y la nueva polémica tuvo como protagonistas a “Milonguita” Heredia y “Cuchi” Cos. Y eso que a raíz de quedar sacramentados con Irala, la directiva barcelonesa encargó al abogado Miguel Roca Junyent un exhaustivo informe sobre los oriundos que con documentación falsificaba intervenían en nuestros torneos. El más adelante destacado político de la transición reunió una treintena, incluyendo a quienes parece no precisaron sumarse al tocomocho, pero sobre todo dejando fuera a varios que en el futuro iban a ponerse colorados. El caso es que en medio de aquella tolvanera, en la ciudad condal presentaban a un par de incorporaciones fraudulentas.

El antiguo defensa argentino del At. Madrid y R. C. D. Español, Jorge Bernardo Griffa, fue quien recomendó al Barcelona ambos fichajes, encargándose del trabajo sucio y chapucerete Juan Mascaró, intermediario de muy segundo rango. Cos coló sin problemas por el anchísimo cedazo federativo, mientras el expediente de Heredia era rechazado tras la denuncia de manipulación documental girada desde un consulado paraguayo. Pero qué cosas, el agraciado con ficha y honores de debut por todo lo alto, ni siquiera era quien fingía ser. Hijo de emigrantes sevillanos a tenor de los papeles que aportase, en realidad ni siquiera se llamaba Bernardo Patricio Fernández Cos. Su declaración exacta fue: natural de Santísima Trinidad, Asunción, Paraguay; hijo de Felipe Fernández y Juana Cos, ambos españoles. Los registros de Argentina ofrecían esta otra filiación: nacido en Córdoba, República Argentina, hijo de Bernardino Cos y Juana Luján, ambos argentinos. Nieto de Abraham Patricio Cos y Marcelina Castro, argentinos igualmente, y de Jerónima Luján, soltera y también argentina. Para que el cuentecillo colase le pusieron por delante un Fernández, cuando sus apellidos reales eran Cos Luján. Las únicas verdades de su historia era que en Argentina lo apodaban “Diablo Negro” y lucía como atacante habilidoso, profundo y prometedor. Su traspaso, según la prensa sudamericana, se cifró en 55.000 dólares (3.850.000 ptas. de la época), y habría de convertirse, aunque de tapadillo, en el tercer extranjero del Barça tan pronto se reabriera el cerrojo a las importaciones, junto al peruano Sotil y Johan Cruyff, estando autorizados únicamente dos por club.

La suerte le dio la espalda, en forma de lesión seria durante su etapa en el Burgos. De vuelta al Belgrano, donde sólo habría de permanecer unos meses, pasó en 1979 al Maipú de Mendoza, antes de retirarse en el Belgrano durante 1980. Como su primera experiencia en el banquillo no le dejara buen sabor de boca, invirtió los réditos del balón en un despacho de lotería y apuestas que estuvo regentando a lo largo de 34 años, hasta ceder el relevo a sus dos hijos.

“Milonguita” Heredia. Fue rechazada su inscripción después de que el Barça hubiera cerrado el fichaje. Tras un par de años cedido desarrolló seis campañas con los del Camp Nou. Su vida fue un tobogán.

Juan Carlos Heredia Araya, el rechazado, también era argentino aunque su documentación lo considerase paraguayo (Córdoba 1-V-1952), y además se le conocía en su auténtico país como “Milonguita”, por ser hijo de Juan Carlos “Milonga” Heredia, internacional alineado junto al gran Pedernera en los años 40. Procedente del Belgrano y Rosario Central, tuvo que jugar en el Oporto -aunque poquísimo-  y Elche, al ser rechazado por la Federación Española y mientras se cumplían los dos años de residencia exigidos para gozar de doble nacionalidad. En sus 6 temporadas como azulgrana hubo de todo. Tardes brillantes y eclipses de regularidad; lesiones y tres internacionalatos con nuestra selección, algún triunfo, como la Recopa Europea, y mucho, muchísimo despilfarro a manos llenas, del dinero con que más adelante hubiera podido ahorrase un mar de lágrimas.

Salió del Barcelona por la puerta de atrás, acusado de indisciplina y con una rodilla muy maltrecha. De vuelta a su Argentina natal trató de reengancharse al fútbol con las camisetas del River Plate, Argentinos Juniors y Talleres de Córdoba, pero su rodilla no daba más de sí aunque saltase al campo infiltrado. Cuando los médicos dijeran que el cartílago no iba a aguantar nuevas inyecciones, buscó el milagro en los quirófanos. Y una gangrena sobrevenida que por fortuna la ciencia pudo solventar, tronchó definitivamente cualquier sueño, ya imposible desde su salida de Cataluña.

Se vio de pronto con las manos vacías; sin apenas un peso y rodeado de gente dándole la espalda. Los alardes no tan lejanos de nuevo rico, los tres caballos que poseyera en Barcelona, los varios coches, la jauría de perros, el mono cara blanca y hasta un cachorro de león, como tantas invitaciones a barbacoas y asados opíparos sin necesidad de ningún pretexto, de pronto se le antojaban producto de otra existencia. La Asociación de Veteranos del Barcelona le prestó ayuda, hasta saberle enderezando a medias su nueva vida, al volante de un taxi. Paradojas del destino, ese coche con el que llegaba a fin de mes entre privaciones espartanas, se lo había regalado años atrás a un amigo. Cuando finalizaba el primer decenio del siglo XXI dirigía una modesta escuela de fútbol. Luego el retiro, con una pensión de pura subsistencia.

Chiste de dudoso gusto con el que Torá celebrase desde la prensa catalana el primer gol de Cos para el Barcelona, hace 50 años. Hoy no podría publicarse sin un corolario de denuncias cursadas por minorías étnicas, ONG´s o formaciones políticas.

Al igual que le ocurriera a su padre, el fútbol tan sólo le dejó alguna lejana nube de nostalgia, ante lo que pudiera pasar por genética incapacidad de administrase.

Cuando nuestra Federación se negara a otorgar ficha al argentino Heredia, Agustín Montal Costa, estrenándose en la presidencia azulgrana, volvió a enhebrar el discurso victimista en una rueda de prensa cargada de amenazas (24-XI-1972): “Si la documentación presentada por el F. C. Barcelona para Heredia no es conforme, resultará imprescindible una revisión de igual profundidad y alcance para las presentadas en otros 46 casos (…) Esperamos la autorización para que el jugador Heredia se incorpore oficialmente a nuestras filas. De no ser así procederemos en consecuencia, ya que contamos con el asesoramiento de un grupo de juristas al objeto de conseguir que los derechos e intereses de nuestro club sean respetados”.

Era como si un conductor retenido por circular sin carné ni certificación de ITV, en vehículo robado y con documentación personal falsificada, se engallase ante la policía exigiendo dieran el alto a otros vehículos, a cuyo volante pudieran hallarse infractores de parecida especie. Agustín Montal Costa tenía motivos para celebrar que al menos su otro falsario hubiese regateado a la Administración. Sin embargo prefirió disfrazar un flagrante delito bajo ropajes de falsa dignidad, y con plena consciencia de que la Federación Española en modo alguno podía dar marcha atrás, so pena de incurrir en delito de prevaricación. Al menos la actitud de Montal sirvió para engolosinar al sector más radicalizado del barcelonismo, puesto que en los graderíos del Camp Nou pudo verse alguna pancarta animándole: “Montal, no afluixis”, o sea, “Montal, no aflojes”.

El propio Cos Luján confesó con pelos y señales la trapisonda “culé”, andado el tiempo, y sus palabras fueron fielmente recogidas en la prensa de su auténtico país: “Mucho de legislaciones migratorias no conocía, así que Barcelona me gestionó un pasaporte especial. Estuve 15 días en Paraguay, con “Milonguita”, y el asunto era muy blanqueado en esa época; no fui el único. Pasé a llamarme Bernardo Fernández Cos, nacido en Santísima Trinidad, un pueblo paraguayo que ni siquiera sabía existiese. Pero mi pasaporte acreditaba eso, así que ¡Palabra santa!. (…) El Barcelona lo sabía, fue idea de ellos, así que tuve doble nacionalidad; la Liga no se entrometía. Cada tanto me citaban a tribunales en España por ese tema y me acompañaba algún dirigente a declarar. Pero como era Barcelona yo creo que nunca investigaron a fondo”.

Llegó más lejos en esa misma entrevista, al narrar que hasta pudo haber sido internacional con la elástica roja: “El húngaro Ladislao Kubala era director técnico de la Selección española, y luego de una gira por Bélgica y Alemania, dentro de su seguimiento, bajó al vestuario y habló conmigo. Me querían convocar a un partido amistoso, pero la verdad, le blanqueé todo. Tenía pasaporte trucho, hubiera saltado todo a la luz. Yo no era español, me hubiera traído problemas legales con Migraciones, así que se me escapó esa oportunidad”.

Jorge Bernardo Griffa, el zaguero argentino que recomendase al Barcelona la parejita de promesas, sabía muy bien que Cos nada tenía de paraguayo, y que a “Milonguita” la españolidad no le llovía por ningún lado. También estaba al corriente de que la Liga española seguía cerrada para jugadores extranjeros, puesto que él mismo estuvo competido en ella desde 1959 hasta 1971. Todos, por tanto, él mismo, la entidad azulgrana y el chapucero de turno haciendo las veces de representante, incurrieron en dolo sin inmutarse.

Nuestra Federación tapó toda aquella inmensa mugre bajo espesas alfombras palaciegas, con la complicidad de la UEFA, la FIFA y la Delegación Nacional de Deportes, órgano político que debería haber entrado en la Federación a sangre y fuego, máxime cuando el asunto se judicializara, con denuncias interpuestas por el Athletic Club de Bilbao y la Real Sociedad de San Sebastián. Lejos de remangarse, la D.N.D. incurrió en nuevo y soberano despropósito, levantando en 1973 las barreras de nuestra Liga a los extranjeros, con un máximo de 2 por club. El Barcelona, entonces, redobló esfuerzos por incorporar a Johan Cruyff, con quien se venía negociando desde hacía un año, y trajo desde Perú al “Cholo” Sotil. Las demás entidades de 1ª 2ª División, excepto Athletic Club y Real Sociedad, tampoco se lo pensaron. Fue aquel un verano plagado de recibimientos, mientras una nube de falsos españoles hacía cola para convertirse en españolitos de verdad justificando 24 meses de residencia en nuestro suelo. Hubo una especie de amnistía encubierta, añagaza tan torpe que habría de traducirse en nuevos problemas. Porque aunque parezca increíble, la D.N.D. y el inefable Pablo Porta como cabeza visible de la Federación, pasaron por alto que para jugar como oriundo en España seguía siendo imprescindible no haber disputado ningún partido internacional con otros países, incluso en la etapa juvenil. Y aquellos antiguos entorchados de varios “renacionalizados” seguían ahí, incapacitándolos para gozar de ficha, por más que la F.E.F. se las diligenciara alegremente.

La temporada 1973-74 estuvo plagada de alineaciones indebidas, puesto que junto a los dos extranjeros de nuevo cuño se alineaban domingo tras domingo oriundos sin arreglar todavía sus papeles, e internacionales con Argentina o Paraguay, superándose en la mayoría de los partidos el límite de dos por club. Al menos en el seno del Athletic bilbaíno se barajó la posibilidad de una impugnación masiva, elevando incluso hasta la F.I.F.A. y la U.E.F.A. el flagrante incumplimiento normativo. Fueron disuadidos ante las consecuencias que tal paso pudiera acarrear al fútbol español. A nuestra Federación pudiera suspendérsele de afiliación temporalmente, y en tal caso no habría representación española ni en los cmpeonatos de selecciones ni en los torneos europeos de clubes. Luego F.I.F.A. y U.E.F.A. se avinieron a un vergonzoso acuerdo bajo manteles, olvidando que un día Rubén Valdez y Roberto Martínez jugaron indebidamente con la selección española, a cambio de que ni ellos ni cualquier otro en idéntica situación volviese a hacerlo.

Todos, incluso los dos clubes vascos, celebraron el cierre en falso de aquella herida supurante, por más que la norma de internacionalidades extranjeras permaneciese en vigor. Y cuando años después el internacional y campeón mundial argentino Jorge Valdano se nacionalizara, con el propósito de librar una plaza de extranjero en el Real Madrid, desde la Federación Española, temerosos de resucitar el viejo escándalo, o sabiéndose mirados con lupa desde Suiza, le impidieron alinearse si no era ocupando cupo de jugador foráneo. Un español con todos los derechos, menos el de ejercer su profesión como cualquier nacido en Segovia, Calatorao, Tudela, Camas o Villanueva del Fresno. Mayúsculo disparate no avalado por ninguna ley. También Valdano sopesó entonces la posibilidad de litigar, según airearon distintos medios informativos, y como otrora las entidades vizcaína y guipuzcoana, fue persuadido a no dar tal paso. Finalmente aquella norma de 1963 saltó por los aires. Eso sí, con un retraso injustificable.

Por razones nunca explicadas, aunque fácilmente imaginables, Agustín Montal Costa (en la imagen caricaturizado por Cronos) prescindió del intermediario armenio Arturo Bogossian durante su mandato en el club azulgrana.

Retrocediendo hasta el arranque de los 70, parece que Arturo Bogossian pagó, siquiera durante unos años, sus componendas en los casos de Eulogio Martínez, Melanio Olmedo e Irala. Y bien se condolió ante los informadores cuando se avecinaba la definitiva apertura a la importación de futbolistas: “El Barcelona es quien más y mejor paga. Lástima que ahora no estén contando conmigo. Su presidente, el Sr. Montal, es persona excelente, pero desconoce los asuntos del fútbol y así no es fácil acertar”. Unos años antes, de paso por el aeropuerto de El Prat, había presumido de lo lindo ante José Antonio Calvo en otra rápida entrevista: “Yo traje a Barcelona a Fernández, Samaniego y Aranda. El club azulgrana es correctísimo, se ha portado bien conmigo. Su entrenador probó a los jugadores que le traje y dejó fuera a Aranda; el mejor”. Puesto que entonces estaba muy fresco el esperpéntico fichaje de Da Silva, donde intermediara Sannella, un abogado de Sao Paulo, tampoco desperdició la ocasión de complacerse en el autobombo: “Puedo asegurarle una cosa: Si Llaudet me lo hubiera pedido a mí, Da Silva le habría costado al Barcelona un 40 % menos”. Como colofón, y a buen seguro para congraciarse con la feligresía “culé”, escanció una última perla blanca: “El Madrid es un gran club y yo sólo un modesto empresario, pero quiere bueno y barato. No paga bien…”

Historias antiguas de un club que empeñado en anticiparse a los demás, no solía esperar al pistoletazo de salida para lanzarse a la carrera. Una entidad que supo agenciarse altas, muy altas influencias, y no le tembló el pulso si tocaba mancharse las manos con podredumbre, mientras criticaba a otros por hacer lo mismo.

Sería mucho decir que el F. C. Barcelona, tanto bajo esta denominación como en su época de C. F., fue el único en hacer gala de reiterada propensión a la toma de atajos, mientras sus contrincantes mayoritariamente optaban por caminos más largos y mejor asfaltados. Pero algo resulta innegable: si cosechó resbalones y heridas fue por patinar una y otra vez sobre el filo de la navaja, creyéndose invulnerable.

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